Los tesoros y las colecciones de objetos y de arte detrás de la fachada de una iglesia
El edificio, convertido en museo, sorprende en el barrio de Montserrat con 40 ambientes escenográficos y la memoria de una 9 de Julio perdida
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Cuadros en el baño, dibujos en la cocina y esculturas adentro de los placares. Estos son algunos de los insólitos lugares en los que se encuentran obras de arte en La Botica del Ángel, el museo escenográfico de la Universidad del Salvador que funciona en la casa donde vivió Eduardo Bergara Leumann hasta el día de su muerte.
“No se trata de una mera acumulación de objetos, todo está colocado con un sentido estético y dando un mensaje concreto”, advierte José Luis Larrauri, quien fue ayudante del artista y hoy brinda las visitas guiadas en la institución, en el barrio de Montserrat.
A lo largo de su vida, Bergara Leumann se animó a incursionar en distintas profesiones. Fue conductor de televisión, sastre, vestuarista, actor, dibujante y se convirtió en un gran coleccionista de arte y de objetos históricos. Además, se consagró entre sus conocidos como un “armonizador de las artes” por su capacidad para reunir en un mismo lugar (su casa) a artistas de distintas disciplinas.
Nacido en 1932, sintió curiosidad desde muy joven por el mundo artístico. A sus once años, inició su formación con orientación a las artes plásticas y, a los 17, siguió con sus estudios de teatro. Destacando su talento, Larrauri rememora: “Su abuelo era inspector de réditos, que hoy sería algo similar a lo que hace la exAfip. Gracias a él, cuando era chico, Bergara Leumann conoció a algunos artistas que iban a su casa para que les arreglara los números. Un día, (el escritor y poeta) Rafael Squirru le preguntó por un dibujito de una rosa. Su abuelo le contó que lo había hecho su nieto y el escritor se lo pidió. Cuando armó su editorial, usó esa rosa como logo”.
Entre 1952 y 1963, Bergara Leumann ganó notoriedad como actor, escenógrafo y vestuarista, destacándose en obras como La cueva de Alí Babá y Ensayo final. “Incursionó un poco en la actuación, pero después se sintió más cómodo con el vestuario. Más tarde se metió de lleno en producción y conducción. Podríamos decir que era un artista integral”, cuenta el guía.
Con una superficie de 1500 metros cuadrados, La Botica del Ángel está ubicada en el barrio de Montserrat (Luis Sáenz Peña 541) y cuenta con cuarenta ambientes escenográficos para recorrer y más de dos mil obras de arte en exhibición, como las de Raúl Soldi, Juan Carlos Castagnino, Carlos Alonso, Luis Felipe Noé, Rogelio Polesello y Guillermo Roux.
Dentro del museo también conviven distintos objetos históricos, como un tintero que perteneció a Federico García Lorca; cartas escritas por Victoria Ocampo y manuscritos redactados por Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. También hay dibujos de Landrú y trajes intervenidos por Antonio Berni. La Botica del Ángel también es considerada el primer café concert de la Ciudad de Buenos Aires y por su escenario pasaron figuras como Susana Rinaldi, Valeria Lynch, Leonardo Favio, Haydeé Padilla y Pepe Cibrián.
“La Botica es un homenaje a los pintores, los escritores, el cine, la televisión, la cocina, el folclore y el tango. Cada sector está musicalizado según los temas que se van abordando. Bergara Leumann pensaba que la Argentina estaba un poco floja de memoria y fue por eso que quiso dejar este museo”, señala Larrauri.
Si bien a primera vista podría parecer que la curaduría es un poco “desordenada”, nada en este museo fue colocado al azar. Cada centímetro fue pensado y diseñado por el propio Bergara Leumann y, de hecho, una de sus condiciones para legar la propiedad a la Universidad del Salvador fue que no se hicieran cambios en la forma de exponer las obras.
La Botica del Ángel no solo permite conocer un poco más sobre la historia del arte nacional, sino que también invita a echar un vistazo sobre la arquitectura de antaño que, día a día, pareciera quedar en el olvido. Actualmente, incorporadas a este museo, hay mamposterías, rejas, balcones y angelitos de yeso que pertenecieron a antiguas casas del barrio. “Bergara Leumann fue comprándolos en las demoliciones que se produjeron cuando construyeron la Avenida 9 de Julio. Fue impresionante porque se tiraron abajo cuatro manzanas y había unas casas espectaculares. El museo está armado escenográficamente también al nivel de la arquitectura”, detalla.
Antes de estar en la calle Luis Sáenz Peña se encontraba en Lima 670, y fue allí donde Bergara Leumann estableció su primera sastrería teatral. “Él venía trabajando desde hacía un tiempo como vestuarista en el teatro San Martín y en Canal 13, por lo que quiso aprovechar la oportunidad de abrir su propio emprendimiento”.
El artista compró esta casa y le pidió a un carpintero que hiciera una tarima para que, cuando las actrices fueran a hacerse sus trajes, las modistas no tuvieran que trabajar en el suelo. “El carpintero se equivocó e hizo la tarima a lo largo de toda la pared. El día de la inauguración llegó Lola Membrives y le dijo: ‘¡Esto no es una tarima es un escenario!’ Entonces, subió y recitó Lola se va a los puertos. Después se sumó Miguel de Molina, que cantó una canción, e Irma Córdoba se animó a hacer una imitación. Así, sin querer, la sastrería se convirtió en el primer café concert”, recuerda Larrauri.
Esta casa, al igual que la actual Botica del Ángel, también se llenó de pinturas de grandes artistas que eran amigos de Bergara Leumann. Lamentablemente, debido a la construcción de la Avenida 9 de Julio, también fue demolida y las obras se perdieron porque habían sido realizadas directamente sobre las paredes. Algunos de los artistas que participaron en esta primera experiencia fueron Soldi, Berni, Castagnino y Josefina Rovirosa.
“Al enterarse de la noticia, Bergara Leumann salió a buscar alguna otra propiedad que estuviera en el barrio. Así encontró la de Luis Sáenz Peña 541, la compró en 1966 y la reformó. Su café concert funcionó allí hasta 1973″. Ese año, el artista anticipó que venían “tiempos violentos” y que no “iba a poder trabajar con la misma libertad con la que siempre lo había hecho”.
A partir de ese momento, decidió cerrar la nueva Botica del Ángel, vendió todo lo que tenía y se fue a trabajar al exterior. Estuvo durante un tiempo en los Estados Unidos, donde realizó presentaciones de sus dibujos, y luego viajó a Europa, donde trabajó en la industria del cine con personalidades de la talla de Federico Fellini (Casanova), Tinto Brass (Calígula) y Andy Warhol (Contrastes en Estados Unidos).
A comienzos de los 80, regresó al país y, desde ese momento, se dedicó al mundo de la televisión. “Desde el 82 hasta el 88 hace el programa La Botica del tango. Luego siguió con otros ciclos, como La noche de Bergara, La cocina de Bergara Leumann, La Botica del Ángel y su último programa, que se realizó en Canal 7, que fue La noche con amigos”.
En 1997 compró nuevamente la casa de Luis Sáenz Peña y tomó una decisión que lo dejará en la historia: armar el museo que hoy podemos visitar. “Él decía que ‘solo muere lo que no se recuerda’. Entonces, hizo en este lugar un homenaje a la cultura argentina con sus artistas y los engarzó en cuarenta ambientes escenográficos”. Tras su fallecimiento, en 2008, el museo pasó a manos de la Universidad del Salvador y en el testamento quedó establecido que tanto Larrauri como Yolanda Acuña, sus dos asistentes de toda la vida, permanecieran al mando de la institución.
Recorrer La Botica del Ángel implica perderse entre pasillos, escaleras y recovecos llenos de piezas de arte. Una de las zonas más vistosas lleva el nombre de “Patio Francia”: allí fue colocada la fachada de una casa que se tiró abajo durante la construcción de la Avenida 9 de Julio. Dando unos pasos más se encuentra una bella mampostería de estilo art nouveau que perteneció a una panadería de 1910, en la que puede leerse: “Todo se olvida con champagne”.
La fachada de la Botica perteneció a la Iglesia Nuestra Señora de la Salud de los Padres Asuncionistas, que funcionó allí hasta 1927, lo que aporta aún más condimentos para conocer nuestro patrimonio. “Bergara Leumann compró la propiedad y la fue reformando. En la parte de atrás había un galpón donde se tostaba café. Ese espacio lo convirtió en un teatro isabelino y fue ahí donde realizó sus cafés concert hasta principios de la década del setenta”.
En el recorrido hay un homenaje a los bares tradicionales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como el Café Tortoni, el Bárbaro, La Biela y Los 36 billares. Otro de los puntos más pintorescos es la cocina, en la que se realiza un reconocimiento a Doña Petrona, pionera de la gastronomía en la televisión. En este espacio hay algunos dibujos realizados por Bergara Leumann, sumado a obras de Rómulo Macció y Polesello.
Aunque no exista una necesidad real, se hace ineludible visitar los baños de la casa ya que sus azulejos fueron diseñados por Raúl Soldi. Además, uno de los sanitarios, tiene un condimento extra: “Hay un baño que es muy especial y se llama ‘Shakespeare’. Para ese lugar, Bergara Leumann trajo azulejos de Londres con la cara del escritor inglés y escenas de su obra. Es el único baño que no se usa por una cuestión de respeto ya que los mingitorios también tienen la cara de Shakespeare (risas)”.
En el pasillo del Instituto Di Tella hay obras de Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega y Marta Minujín. Al ser contemporáneos, siempre hubo un vínculo muy cercano entre esta institución y La Botica del Ángel. “Bergara Leumann era muy amigo de todos los artistas porque, durante los sesenta, se había creado un gran movimiento cultural. Se decía que en el norte de la Ciudad estaba el Di Tella y en el sur, La Botica. Cada uno con sus diferencias, porque la primera era una casa de formación y aquí, en la residencia de Leumann, se daba algo más práctico: venían, actuaban o cantaban. Eran dos lugares de mucha creación, los happenings del Di Tella por un lado, y los eventos de La Botica por el otro”.
Este crecimiento en común también tuvo problemas similares durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. “Hay una coincidencia y es que ambas instituciones fueron clausuradas casi al mismo tiempo”, recuerda Larrauri. Lo que sucedió en La Botica del Ángel fue que, en 1967, María Emilia Green Urien, la esposa de Onganía, fue a ver un espectáculo. Al entrar se topó con una escultura de Antonio Berni que no le gustó para nada. Se trataba de la figura de Ramona Montiel, uno de los personajes creados por el artista que representa la ‘prostitución social’. Además, Berni le había agregado algunos frasquitos que simbolizaban ‘los abortos sociales’. A partir de ese día, La Botica estuvo clausurada por tres meses”, explica el guía.
Por su parte, el Instituto Di Tella fue clausurado en 1968 luego de la inauguración de Baños, una obra de Roberto Plate. “Él había montado un baño escenográfico donde la gente entraba y podía escribir aquello que, en ese momento, no se atrevía a decir. Muchos de esos mensajes dejaron en evidencia el descontento que existía con respecto a Onganía. Luego de ese hecho, la familia Di Tella no quedó muy conforme y, poco después, cerraron definitivamente”, resume.
Con una gran historia a cuestas, que incluye tanto la de Bergara Leumann como la del arte nacional en todas sus disciplinas, La Botica del Ángel se ha convertido en una de las visitas favoritas de los turistas y en un sitio al que los locales quieren volver porque siempre descubrirán algún detalle que habían pasado por alto.
“La gente se va maravillada porque, en dos horas, se lleva una idea súper completa de la cultura nacional. Acá encuentran todos los géneros: artistas plásticos, músicos, escritores, actores. También está el tema del tango y del folclore. Realmente es una linda visita”, invita Larrauri.
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