Sin prestigio. La inmovilidad de las estatuas
De las estatuas de dudosa estética dedicadas a las mujeres en los Juegos Olímpicos de París a las derribadas en Venezuela
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París eligió usar la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2024 para recordar al mundo su catálogo turístico. El baile del cancán, un paseíto en barco por el Sena, la torre Eiffel, la Gioconda. Incluso María Antonieta decapitada en una especie de museo de cera, al que se podrían agregar unas estatuas del color de las medallas doradas.
En nombre de la reivindicación a mujeres que supieron dejar huella sin pensar que merecían preseas, la organización decidió dedicarles unas estatuas. Evidentemente a nadie le pareció raro que en el encuentro que premia la velocidad y el movimiento alguien eligiera íconos estáticos para inaugurar la gesta. Ni que decidieran presentar en una lenta develación esos maniquíes burdos, parecidos a los que en la ciudad de Buenos Aires recuerdan a artistas populares.
Los comentaristas olímpicos justificaban el bodrio en una supuesta compensación femenil de la proporción de estatuas dedicadas a hombres en París. No sabemos si en el cálculo incluían cariátides y demás estampas fantásticas del estatuario.
Como tantos homenajes compensatorios, se trata de un gesto más en el derroche de corrección política inaugural que una reparación concreta. Un mundo lleno de estatuas a hombres no ha impedido una conciencia creciente de la igualdad. La inclusión de Olympe de Gouges en el homenaje vino a recordar que en 1791 se firmó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana.
En una ciudad que exhibe obras de Auguste Rodin y Camille Claudel es poco probable que estas piezas de dudosa estética tengan peso en el paisaje urbano. La inteligencia generativa advierte que “¡Determinar el número exacto de estatuas en París es una tarea casi imposible!” (Gemini). O que “En total, hay miles de estatuas y monumentos en París” (CoPilot). Solo réplicas de la Estatua de la Libertad los buscadores detectan por lo menos cinco. Que es mujer, por cierto, como las que portan el gorro frigio de la República.
"Las estatuas en sí no deparan prestigio, aunque hay evidencias claras de que pueden ser una excusa para expresar lo contrario"
Los monumentos son una cosa demasiado antigua para un homenaje en estos tiempos. Antiguamente, cuando los reyes encargaban una estatua, tenían la precaución de elegir el mejor artista de su época, que lo ejecutaba en el material más noble. Los populistas contemporáneos ni siquiera tienen esa precaución. La estatua de Juana Azurduy en el bajo porteño confirma que el mejor homenaje a la memoria de la señora es la cueca que le dedicó Félix Luna y que internacionalizó la voz de Mercedes Sosa.
Las estatuas en sí no deparan prestigio, aunque hay evidencias claras de que pueden ser una excusa para expresar lo contrario. Sobran ejemplos en el mundo de estatuas derribadas por pueblos cansados de la jerarquía que representan. Esta semana el pueblo venezolano expresó su dolor ante el atropello del régimen a la expresión popular en las urnas y en las calles derribando estatuas que la obsecuencia chavista erigió en cada pueblo.
Las imágenes del déspota descabezado recuerdan que las tiranías son afectas a imponerse en el espacio público antes de que el pueblo haya decidido su recuerdo. El monumentalismo no es igualitario. Sirve a un burócrata para exhibir su obsecuencia a un líder o la moralidad de un grupo que considera superior su visión del mundo.
La estatua es un túmulo, un monolito fuera del cementerio. No es memoria viva sino el arraigo a cualquier esquina citadina. En el siglo de la circulación planetaria, poner un mensaje en cemento es un gesto reaccionario.
Como todo signo, los sentidos de una estatua no son estables ni universales. Su reconocimiento no se impone por mera presencia. Hay quien ve en el monumento a Eva Perón de la 9 de Julio una oradora apasionada frente a un micrófono. Un video de TikTok recuerda que alguien solo vio una mujer devorando una hamburguesa. Adivinen cuál de las dos imágenes se hizo viral
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