Signo de los tiempos. El amor estatizado
La intervención estatal del Día de los Enamorados vendría a privatizar los problemas sociales y convertir las emociones íntimas en asuntos de Estado
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Cada año San Valentín renueva su derroche de loas al amor romántico. Esta tradición globalizada por las novias de Hollywood se afianza para delicia de los comerciantes de flores y bombones y demás oportunistas de todos los rubros. Para qué son las efemérides sino para reactivar la economía y la creatividad.
Pocas cosas son tan deseables como el amor. Ese deseo universal abre cada 14 de febrero una ventana de atención que aprovechan proveedores de misceláneas para amores correspondidos y terapeutas a la pesca de sanvalentines frustrados. Consejos para enamorados, consuelos para desengañados, autoayudas diversas para la abstinencia de peluches o exceso de corazones de chocolate son un clásico de la fecha.
Es de esperar que la política, actividad oportunidad si la hay, no quiera quedarse afuera de esta agenda. La Diputación Foral de Bizkaia entendió que faltaba orientación disponible en cuestiones amorosas y se sintió llamada “a poner en marcha una nueva campaña para enfrentar las desigualdades entre mujeres y hombres generadas por el mito del amor romántico”. El Departamento de Empleo, Cohesión Social e Igualdad del organismo consideró que está para “sensibilizar sobre un concepto de amor especialmente dañino para las mujeres en el marco del 14 de febrero (San Valentín)”. El paréntesis confirma que se trata de un producto puro de la burocracia.
Los textuales insisten en asociar el amor romántico al machismo, y el machismo a la desigualdad, para justificar la competencia de la oficina. Por propiedad transitiva, entienden que el amor romántico es causa de desigualdad y de ahí, infieren que las beneficiarias de la disposición son mujeres. De lo que se sigue que esa oficina abocada a la igualdad considera que las mujeres son las únicas tontas ilusionadas y que los hombres no padecen los daños del romanticismo.
Para combatir el flagelo que polariza la humanidad de tal manera, las autoridades montaron una instalación en una plaza de Bilbao para que el pueblo vasco pueda desafiar ese “ideal del amor” tan peligroso con unas pegatinas con respuestas alternativas. Aunque es improbable que la medida llame a Cupido a cesar con sus flechazos, es de esperar que la disposición solo tenga efectos en la jurisdicción bizkaina. Con todos los disgustos que trae el amor, la parte de la humanidad que celebra el día de los enamorados entiende que se compensan ampliamente con sus resultados benéficos.
La cosa es que, una vez más, el discurso dizque progresista se acerca demasiado a la prohibición y el moralismo, como advertía Daniel Innerarity en su columna “La izquierda y el placer”. El filósofo señalaba el riesgo de asociar gozo y placer con abuso y dominación, tal como hace esta propuesta de las Socialistas de Euskadi. Pero hay algo peor y es la subestimación de las personas cuando se entiende que sus relaciones personales requieren de la intervención del Estado.
En un tiempo donde los gobiernos tienen muchos problemas en el plano lo social, algunos funcionarios se habilitan a avanzar con soluciones que apuntan al plano individual. Quienes fueran paladines de lo social acaban abordando los índices de violencia y de desigualdad como resultado de representaciones personalísimas que, modificadas con la orientación del gobierno, podrían revertir los fracasos en los indicadores generales.
La intervención estatal del Día de los Enamorados vendría a privatizar los problemas sociales y convertir las emociones íntimas en asuntos de Estado. En esta línea, Occidente se suma a la cruzada de Malasia, Irán, Pakistán o Camboya, jurisdicciones donde San Valentín se considera una amenaza nacional. En tren de buscar enemigos de gobierno no se salva Cupido y su banda de corazones rojos.
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