Sean Penn, cada vez más lejos de los sets de filmación y más cerca de otras causas
Curtido y tatuado, el ganador del Oscar es hoy un trabajador humanitario, fundó una organización y se involucró en las crisis más peligrosas
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Me dirigía a encontrarme con Sean Penn, célebre en Hollywood por su temperamento calentón y por haber introducido la palabra “dudes” (“chicos”) en el torrente sanguíneo de los norteamericanos con su interpretación del surfista fumón Jeff Spicoli en el clásico de 1982, Picardías estudiantiles.
Estaba nerviosa porque el fotógrafo que había enviado el diario había llegado y ya estaba adentro del rancho estilo colonial de Penn, que tiene un largo historial de agarrar a trompadas a los paparazzi. Pasé raudamente al lado de tres tablas de surf y de la casa rodante plateada estacionada en el patio delantero, temiendo encontrar a ese belicoso ciudadano de la Costa Oeste peleándose en el piso con el pobre fotógrafo.
Para nada. Ahí apareció Penn, vestido de remera oscura, pantalones cargo y zapatillas, de excelente buen humor y seguido de sus adorados perros, un golden retriever y un cachorro de pastor alemán rescatado.
Cuando le dije en chiste que me tranquilizaba verlo tratar bien al fotógrafo, me contestó riendo: “Cuando me hice la prueba genética, pensé que iba a revelar que tengo genes de la tribu hopi, porque no les gusta que los fotografíen.”
Penn, vecino de toda la vida de Malibú, señala en dirección a su antigua escuela primaria en aquellos días en que Malibú era mucho más rural. Dice que se levanta a las 5:30 de la mañana y que se va directo y descalzo a su taller de carpintería. “Hasta me olvido de fumar durante cinco horas.”
A los 63 años, el curtido y tatuado rebelde por muchas causas es hoy un trabajador humanitario certificado –se ha involucrado en las crisis más peligrosas y ha salvado vidas en todas partes, como después de los desastres en Haití y Nueva Orleans– y un verdadero cruzado del documentalismo. Empezó a hacer el documental Superpower, pensando que sería una historia de cómo Volodimir Zelensky, que era un comediante, ascendió a la presidencia de Ucrania. Pero entonces irrumpió en escena Vladimir Putin.
Penn ignoró la advertencia de su amigo Robert O’Brien, asesor de seguridad nacional del expresidente Donald Trump, de “salir de ahí” y entrevistó a Zelensky en su búnker horas después de que comenzara la invasión. También fue con las cámaras al frente de batalla para que los estadounidenses conocieran el drama de un país joven que protege su democracia contra un opresor y así convencerlos de la necesidad de ayudar a Ucrania.
En 2013, Penn llevó a cabo el rescate de Jacob Ostreicher, un empresario estadounidense que se estaba pudriendo en una cárcel de Bolivia después de “un procesamiento corrupto”, dice Penn.
Y volvió a ponerse el traje de superhéroe cuando estuvo disponible la vacuna contra el Covid. La organización fundada por Penn, CORE (Community Organised Relief Effort), instaló un enorme centro de aplicación de vacunas frente al Dodger Stadium de la ciudad de Los Ángeles.
Penn, siempre flaco pero ahora con un mechón de canas y los costados de la cabeza afeitados –el look de su personaje en la película de Paul Thomas Anderson que está filmando con Leonardo DiCaprio–, me llevó a recorrer su casa. En un lugar destacado está colgada una pintura de Hunter Biden llamada El mapa, el contorno negro de una cabeza con coloridas y detalladas pinceladas a su alrededor. Es un regalo del hijo del presidente Joe Biden. La noche anterior, estuvieron de visita Hunter Biden, su esposa Melissa, y su hijo Beau.
Penn me cuenta que Hunter Biden pintó ese cuadro “cuando estaba destruido, tratando de juntar los pedazos”, una situación con la que Penn seguramente podría identificarse.
Dice que se conocieron en 2022 cuando Penn pronunció un discurso en honor a la banda U2 en la entrega de los Kennedy Center Honors. Había leído una entrevista a Hunter Biden “que realmente me cautivó, y en esa ocasión se lo dije.” Más tarde, a principios del año pasado, después de la proyección de su película sobre Ucrania con figuras importantes en el Capitolio, Penn cenó con su amigo, el representante Eric Swalwell, que le dijo que a Hunter Biden podía encontrarlo en Malibú. ”No tenía idea de que vivía acá, así que lo llamé y me pareció un tipo muy, muy perspicaz”.
"Yo estaba seguro de que la cosa no daba para más, pero si paraba, no sabía cómo iba a hacer para mantener mi casa, o poder viajar libremente y cosas así"
Penn también me mostró la bomba de agua y las mangueras que tiene al lado de su pileta: está en guardia desde 1993, cuando se incendió la casa que compartía con Madonna en Malibú.
Hicimos la entrevista en su man cave, su reducto masculino donde le gusta beber vodka con sus amigos y hablar de bueyes perdidos. Allí tiene un acogedor círculo de sillas azules, un sofá y una mesa ratona de madera hecha por Penn en su taller. Las paredes están repletas de fotos y cartas, incluida una de su amigo Marlon Brando. También hay una foto de Brando manifestando por los derechos civiles.
La casa playera de Penn no es la típica mansión de una estrella de cine, decorada por interioristas profesionales. Penn tiene colgadas fotos de sus amigos y de sus hijos con su exesposa Robin Wright –los actores Dylan, de 33 años, y Hopper, de 30–, acuarelas de Jack Nicholson, medallas que pertenecieron a su padre, el piloto Leo Penn –que en la Segunda Guerra Mundial cumplió 37 misiones y fue derribado dos veces–, y pinturas de su madre, Eileen, artista y actriz, y de Dennis Hopper.
Encima de la chimenea tiene una serie de retratos de su hermano, el actor Chris Penn, fallecido en 2006. También hay carteles de las películas de su padre, que también fue actor y director y que fue víctima de las listas negras que entregaba Clifford Odets.
Y hay una foto de Andriy Pilshchikov, conocido como “Juice” o el “Fantasma de Kiev”, piloto de una unidad que defiende Ucrania desde el aire. El carismático piloto, que murió en un accidente de entrenamiento, aparece en el documental de Penn.
En las paredes también hay varios relojes que marcan la hora en diferentes partes del mundo, incluida la de Ucrania.
La habitación es una nube de humo: Penn fuma sin parar sus cigarrillos American Spirits, y alterna jugueteando con un palillo dental en la boca. En el baño, tiene fotos de sus amigos fumando, incluidos Dennis Hopper y Harry Dean Stanton, y justifica su adicción al cigarrillo con una cita de Charles Bukowski: “Encuentra lo que amas y deja que te mate.”
Picante, Penn sabe que hay mucha gente “a la que no le gusta que me salga de mi casillero”. También sabe que la gente no quiere que las celebridades le den sermones sobre los males que aquejan al mundo ni la intimiden para que haga donaciones. Sabe que muchos fans y colegas artistas piensan que le gusta cancherear y que debería concentrarse en cumplir su temprana promesa de ser uno de los grandes actores norteamericanos, perfeccionar su talento como director y dejar de bailotear en el escenario mundial con presidentes, dictadores –Hugo Chávez y Raúl Castro– y hasta un infame narcotraficante, El Chapo, a quien entrevistó para la revista Rolling Stone, una movida delirante que según él mismo admitió más tarde, fue un fracaso porque no logró suscitar el debate sobre la política respecto a las drogas en Estados Unidos.
Por algunas de esas escapadas Penn ha sido objeto de burlas y de parodias, pero su amigo Bill Maher dice que Penn “es la posta en una ciudad llena de farsantes”,
Penn no estuvo en el elegante evento de recaudación de fondos de Hollywood para el presidente Joe Biden, organizada por George Clooney, Julia Roberts y Jimmy Kimmel. Pero el mes pasado fue fotografiado saliendo descalzo de la cena de Estado que brindó la Casa Blanca para el presidente de Kenia, William Ruto (No es de los que usan esmoquin y dice que los zapatos de vestir le aprietan).
“Me invitó Hunter”, dice Penn, y agrega que lo puso feliz poder hablar con Ruto sobre la posibilidad de que las tropas de paz de Kenia vayan a combatir a las pandillas que han invadido Haití. Dice que Sudán, asolado por la violencia, es el próximo país que su organización intentará ayudar.
Pero Penn no presionó al presidente Biden con ninguna de las causas que él apoya. “Lo dejé en paz porque ya habrá oportunidad de hacerlo cuando no estén todos tocándole el hombro para saludarlo”, dice el actor [...].
Penn me muestra un medallón con el lema de CORE: “Lo lento es suave, lo suave es rápido y la sangre es resbaladiza”. Y de Trump, dice con desdén: “Es ofensivo como arte y como forma de vida”.
Penn se fue escapando más y más hacia su periodismo en primera persona y sus canchereadas globales debido a su completa desilusión con Hollywood.
“Pasé 15 años horribles en los sets de filmación”, dice el actor. “El rodaje de Milk fue la última vez que la pasé bien”. Por esa película de 2008 sobre el asesinato de Harvey Milk, el primer funcionario electo abiertamente gay de California, Penn ganó su segundo Oscar. (El primero fue por Río Místico, en 2003).
En aquel momento lo elogiaron por ser un hombre heterosexual que interpretaba a un gay, pero actualmente a veces hay protestas cuando se convoca a actores heterosexuales para interpretar personajes homosexuales. Le pregunto si ahora podría interpretar a Milk.
“No”, responde. “Hoy eso no podría suceder. Es una época de extralimitaciones tremendas. Es una política tímida, ingenua y condescendiente con la imaginación humana.” Se frota vigorosamente la cara como si estuviera tratando de borrar la experiencia de lo que sentía en los sets, incluso rodeado de buenos actores y productores. “Miraba el reloj y no veía la hora de irme”, recuerda Penn.
“Yo estaba seguro de que la cosa no daba para más, pero si paraba, no sabía cómo iba a hacer para mantener mi casa, o poder viajar libremente y cosas así”. Pero el año pasado su amiga y vecina Dakota Johnson cayó con un guion independiente, Daddio, de Christy Hall, quien también iba a dirigir el proyecto. La historia tiene solo dos personajes, una joven enigmática que se sube a un taxi en el aeropuerto JFK, y el conductor del taxi, un filósofo de la calle criado en el duro centro de Manhattan.
“Sentí que podía ser una experiencia placentera y que eso ahora tal vez me importaba más que en el pasado”, recuerda Penn.
En el taxi, conductor y pasajera intercambian confesiones eróticas de sus vidas personales, y el personaje de Penn comparte algunas observaciones contundentes. Le advierte al personaje de Johnson –una programadora informática que regresa de una visita a su pequeña ciudad natal en Oklahoma y le envía mensajes de texto a su novio casado y famoso–, que a los hombres no les gusta escuchar la palabra “amor” de boca de sus amantes, porque la palabra que empieza con A es “no es su función.” Y agrega que a “los hombres nos gusta lucirnos ante otros hombres” y que, para los hombres, “parecer un hombre de familia es más importante que serlo”.