Saint-Laurent, la calle multicolor en una ciudad multicultural y multilingüística
La avenida central de Montreal, símbolo de la diversidad cultural de Canadá, cuenta su historia ligada a la migración en veredas, carteles y negocios
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“Sólo una por mes, no conviene comer más que eso”, dice Joe Liberto a modo de respuesta cuando un cliente le pregunta si eso que está expuesto en la pared de su negocio, dentro de un marco antiguo y ornamentado, es una lata de sardinas portuguesas. Liberto tiene un taller de marcos en el boulevard Saint-Laurent, la calle principal de Montreal, en la provincia de Quebec, en Canadá. La calle a la que, de hecho, los habitantes de la ciudad llaman coloquialmente The main (la principal), y que históricamente funcionó como una línea divisoria simbólica de la ciudad entre la Montreal angloparlante hacia el Oeste y la francoparlante hacia el Este. Apenas unos minutos después de la pregunta sobre la lata de sardinas, el portugués saca de un estante un libro de fotos acerca de la cultura portuguesa en Montreal. Él mismo aparece en las fotos, tocando una guitarra de doce cuerdas que se utiliza tradicionalmente para el fado, un género musical portugués que se asocia directamente con la palabra saudade. No existe una traducción exacta para ese sentimiento, pero la más cercana en el español probablemente sea “nostalgia”.
Ahora, ya habiendo dejado el libro de vuelta en su estante, Liberto sale del local y está en la vereda, señalando en distintas direcciones mientras pronuncia su monólogo desordenado. “Hacia allá está el Café Olímpico, yo era amigo del que lo fundó”, dice sobre la cafetería italiana que hoy se llena de hipsters los domingos, ubicada a dos cuadras de Saint-Laurent. “Y también del fundador de Saint Viateur”, sigue, señalando hacia el mismo lugar, en referencia al local de bagels creado por Myer Lewkowicz, un sobreviviente del Holocausto. Saint Viateur es una especie de institución en Montreal, una ciudad que se jacta de tener los mejores bagels del mundo, y mejores seguro que los de Nueva York, la otra gran ciudad receptora de inmigrantes judíos, a solo 600 kilómetros de Montreal. “Lo que no entiendo es por qué harían esto, por qué traerían drogas al barrio”, dice ahora Liberto, mientras señala justo la esquina de Saint-Laurent que puede verse desde su negocio, donde está ubicado el local de SQDC, una entidad estatal que tiene el monopolio legal sobre la venta de cannabis recreativo dentro de la provincia de Quebec.
"Saint-Laurent sigue siendo un testimonio de la historia de Montreal en el siglo XX; en particular, de la apertura a la inmigración que le dio la identidad que tiene hoy: la de una ciudad multicultural y multilingüística, que empezó a formarse durante el siglo XX con la llegada de inmigrantes judíos, italianos, griegos y portugueses, entre otros"
Hay otros signos de la transformación de Saint-Laurent que tampoco le gustan. Por ejemplo, los murales que cubren los costados de los edificios de ladrillos. Y algunos de los nuevos cafés y restaurantes, que no forman parte de la comunidad original del boulevard.
A pesar de los cambios, Saint-Laurent sigue siendo, de alguna manera, un testimonio de la historia de Montreal en el siglo XX. En particular, de la apertura a la inmigración que le dio la identidad que tiene hoy: la de una ciudad multicultural y multilingüística, que empezó a formarse durante el siglo XX con la llegada de inmigrantes judíos, italianos, griegos y portugueses, entre otros. “La avenida funcionó como una especie de rito de pasaje para muchas comunidades –explica Steven High, historiador de la Universidad de Concordia, ubicada en Montreal–. Aunque con el paso del tiempo y el crecimiento económico muchos se fueron mudando a los suburbios, todavía hay un apego emocional a Saint-Laurent. Y eso puede verse en los restaurantes viejos, que están ligados a esa memoria cultural de la llegada, de establecerse, de comunidades muy unidas”. Esos inmigrantes encontraron en el boulevard Saint-Laurent una vía de llegada, en muchos sentidos. Primero, en el sentido más literal: la avenida empieza en el puerto, donde los inmigrantes bajaban de los barcos (muchas veces desde Halifax, otra ciudad canadiense donde hacían una primera escala antes de llegar a Montreal). Saint-Laurent era lo primero que veían de la ciudad.
En segundo lugar, en gran medida era ahí donde conseguían empleo. La industria textil, una de las actividades más importantes para la ciudad en esa época, se extendía desde esas primeras cuadras cercanas al puerto y a lo largo de la avenida, hasta llegar a Mile-End, un barrio industrial que hoy se convirtió en una zona de lofts residenciales, cafés modernos y locales de diseño. “Estas comunidades de inmigrantes no se instalaron en los barrios industriales tradicionales, que eran bastante homogéneos en muchos sentidos. Había francófonos y anglófonos, pero rara vez se mezclaban. Entonces se instalaron en Saint-Laurent y el barrio alrededor, que era una especie de zona intermedia, un espacio entre el inglés y el francés, que se convirtió en un microcosmos de lo que hoy Montreal es de manera más general”, explica High.
Convivencia
En tercer lugar, Saint-Laurent se convirtió en la vía de llegada porque, con el paso del tiempo, cuando empezaban a llegar los hermanos, hijos y amigos de las primeras camadas de inmigrantes, ya encontraban en esa avenida y sus alrededores una comunidad que los recibía. Cuando Francisco Castanheira llegó a Montreal, ya había muchísimos portugueses pero, dice ahora María do Céu, su hija, ningún restaurante de comida portuguesa. Es decir, había una oportunidad de mercado. “Mi papá llegó en 1967. Le habían dicho que era un país de oportunidades y así fue, y por eso seguimos acá. Consiguió trabajo en una tienda histórica de aquí. Probó el pollo que vendían y no le gustó. Entonces fue a verlo al dueño de la tienda y le propuso hacer él mismo el pollo con su propia receta familiar, que había traído de Portugal. Y así fue”. Después de imponer el pollo con receta portuguesa en el supermercado, Castanheira abrió dos rotiserías y una panadería, todas en Saint-Laurent.
En Coco Rico, la rotisería que fundó Castanheira hace 53 años, María do Céu ahora está en la caja y cambia de un idioma a otro –del inglés al francés, y también al portugués e incluso al español– para recibir a los clientes. “Mi papá abrió los locales para servir a la comunidad, a los nuevos inmigrantes. Esta fue la primera rotisería portuguesa. Y la panadería era el lugar donde sucedía la comunicación, donde circulaban las noticias entre Portugal y Canadá”, dice. En la vidriera, hileras de pollos giran sobre su eje y se cocinan, todavía con la salsa original que trajo Castanheira. Afuera, a unos pasos, empieza la fila para comprar en Schwartz, el deli de comida judía que ocupa el local de al lado desde hace 95 años.
La comunidad judía primero ocupó las cuadras cercanas al puerto, donde hoy está el barrio chino, y después fue subiendo por Saint- Laurent a lo largo de Le Plateau, un barrio que hoy podría compararse con Palermo, y hasta el Mile-End (que, para seguir con las referencias a Buenos Aires, podría compararse a Colegiales o Chacarita). En el límite entre estos barrios está Beauty’s, un restaurante de bagels, panqueques, huevos con panceta y café. Su fachada está cubierta por un mural que ocupa la pared entera: un retrato de un hombre y una mujer, con peinados de los años 40 y la leyenda “1942″, el año en el que Beauty’s empezó a funcionar. Adentro, se repite una escena común en muchos de estos restaurantes: su dueño recibe a los clientes, y ese dueño es además el hijo de los fundadores.
En Beauty’s es Larry, un señor de pelo canoso que desde la puerta ubica a las personas que hacen fila en la puerta en las mesas y en los taburetes de la barra. Sus padres, Hymie y Freda Sckolnick, son la pareja del mural en el exterior del edificio. En 1942, empezaron a vender sándwiches a los trabajadores de las fábricas textiles. El restaurante todavía no existía, y llevaban su negocio en una tienda de artículos de librería. El éxito de los sandwiches empezó a imponerse sobre las ventas de útiles escolares, y los clientes empezaron a querer comprarlos incluso los fines de semana. La librería cerró para convertirse en el restaurante que vemos hoy.
"Saint Viateur es una especie de institución en Montreal, una ciudad que se jacta de tener los mejores bagels del mundo, y mejores seguro que los de Nueva York, la otra gran ciudad receptora de inmigrantes judíos, a solo 600 kilómetros de Montreal"
Además de Larry, hoy trabajan en él Elana y Julie, sus hijas, y algunos nietos. El staff se completa con trabajadores de otras partes del mundo (incluida Maite, una camarera argentina): “Un chico es de Perú, otro chico que hoy no está es de México. Él es de Bangladesh, ella de Sri Lanka. La mujer que ves ahí en la cocina es de Irán, y ellos dos son canadienses. Y la gente latina… No quiero ser prejuicioso, pero tienen muy buena ética de trabajo. Vienen acá y quieren trabajar”, dice Larry en los pocos minutos que se toma para hablar con la nacion mientras circula a través de las mesas repartiendo menús y da indicaciones a los camareros.
La historia de Montreal como una ciudad abierta y multicultural no termina con la inmigración europea del siglo XX. Según datos oficiales, desde 2001 hasta 2021 llegaron cerca de 400.000 inmigrantes. La comunidad que más creció en los últimos años es la haitiana, seguida por algerianos, franceses (que por afinidad idiomática y cultural siempre fueron un grupo grande de inmigrantes en Montreal), marroquíes, chinos, italianos, filipinos, libaneses, vietnamitas e indios.
Estas nuevas historias de migrantes no tienen a Saint-Laurent como escenario, sino a barrios más alejados del centro, que también se transforman con nuevas escenas gastronómicas y nuevos idiomas. Los barrios que rodean a Saint-Laurent dejaron de cumplir esa función de puerta de llegada. Con el paso del tiempo y el cierre de las fábricas, estos barrios se gentrificaron –es decir, sus habitantes originales fueron paulatinamente reemplazados por otros con un nivel económico más alto–. En los ‘80, empezaron a aparecer emprendimientos inmobiliarios que respondían a esta nueva demanda, a la par de nuevos restaurantes, cafés y locales de ropa y diseño, que hoy ya son característicos de Saint-Laurent.
A pesar de que la industria textil declinó a partir de la década del ‘60 y con el crecimiento del comercio global, algo de ese pasado todavía puede verse en los frentes de los edificios de Saint-Laurent, que aunque se hayan reconvertido en otro tipo de comercios mantienen en sus fachadas los nombres originales de las fábricas. Los carteles antiguos se combinan con los más nuevos, como el francés se combina con el inglés, y con el español y otros idiomas, en las conversaciones que se escuchan en la calle. Forman parte del paisaje de Saint-Laurent, una avenida que, al menos por un tiempo más, cuenta en voz alta su propia historia.
El cinéma l’amour, inmune a la corrección política
También en la avenida Saint-Laurent, en una de las zonas más movidas de la ciudad, está el Cinéma L’Amour, un cine que pasa exclusivamente películas pornográficas. No es un local escondido, sino que forma parte del paisaje establecido de la ciudad. Tanto, que es usual ver a hombres y mujeres, y en particular hombres y mujeres jóvenes, con remeras y buzos con el logo del cine paseando por Montreal. Cinéma L’Amour fue fundado en 1914 bajo el nombre Le Globe, en lo que en ese momento era el barrio judío de Montreal. Durante las décadas del 20 y el 30, pasaba películas en yiddish. En 1932 fue rebautizado The Hollywood y amplió su oferta a películas más comerciales. En 1969 pasó a llamarse The PussyCat y alcanzó su destino de cine triple x, que mantuvo con su último cambio de nombre –el que tiene hoy– en 1981. Como muchos de los restaurantes y comercios de Saint-Laurent, sus dueños actuales son descendientes directos de los dueños históricos. Cinéma L’Amour no sólo no se esconde, sino que parece orgulloso de permanecer intacto en el tiempo, inmune incluso a las olas de corrección política.
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