Atrevida, magnética y sin miedo al ridículo, una nueva reina de la comedia sorprende al mundo
Desde que Lena Dunham pateó el tablero con “Girls” en 2012, no aparecía una chica superpoderosa como Rachel Sennott
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En Shiva Baby (2018), Rachel Sennott interpreta a una universitaria avanzada en estudios de género que oculta demasiadas cosas. Sus padres se enterarán de su doble vida como amante de un sugar daddy en un lugar poco propicio, un funeral que sigue puntillosamente todos los rituales de la tradición judía. Para colmo, en ese encuentro fortuito e inesperado se suma la aparición de una ex novia de la protagonista.
Todo termina en un gran descalabro, y lo que descubrimos nosotros es una actriz capaz de encarnar con una soltura admirable ese torbellino de sensaciones: de la comedia zarpada al melodrama intenso, pasando por dilemas existenciales de una joven en pleno proceso de construcción de su propia identidad, un trabajo psicológico y corporal que exige valentía y una gran capacidad para tomar decisiones sin estar del todo preparado.
Esa película, que en la Argentina pasó brevemente por salas de cine y hoy se puede ver en MUBI, marcó el despegue de una carrera que en cinco años se ha consolidado: más allá de su medio millón de seguidores en Instagram -lo decimos primero que nada porque las cifras de las redes sociales parecen haberse transformado en un componente esencial de nuestra identidad-, Sennott empezó a cosechar elogios y un gran interés de medios de todo el mundo por su trabajo.
Hacía rato, desde que Lena Dunham pateó el tablero con la serie Girls allá por 2012, quizás, que no teníamos una chica superpoderosa que combine tan bien sentido del humor punzante, carisma, charm, cero miedo al ridículo y una inteligencia revelada tanto en las performances interpretativas como en la elección de los proyectos en los que le conviene involucrarse.
Shiva Baby fue también el inicio de la sociedad artística con Emma Seligman, una canadiense que tiene la misma edad de Rachel (28 años), debutó como directora con ese film y este año estrenó El club de las peleadoras, la comedia estudiantil desmelenada que escribió con Rachel y ya se puede ver en Amazon Prime.
En Bottoms (el título original de la película), hay otra socia importante: Ayo Edebiri, que se lució en la serie The Bear y es su compañera en Ayo and Rachel Are Single, una miniserie con episodios de cinco minutos que se encuentra en la página de Comedy Central (sin subtítulos en español) y se toma en solfa a las bizarras vicisitudes del dating en la era digital.
La química de la dupla Sennott/Edebiri es evidente y explota en El club de las peleadoras: dos perdedoras de las que todos se burlan en la escuela secundaria deciden cambiar esa lógica creando un club de lucha para mujeres que, bajo la fachada políticamente correcta del empoderamiento femenino, esconde un objetivo más trivial, pero quizás más divertido: acercarse a las chicas de la clase que las erotizan.
Se trata de una de las primeras comedias post-woke del cine americano: satiriza las ambiciones más hiperbólicas del feminismo sin renunciar al objetivo inalienable de la igualdad de género. Y lo hace prescindiendo de algunos tótems del presente -hay teléfonos celulares plegables, walkmans y ninguna alusión a las benditas redes sociales (“sabíamos que no podríamos seguir el ritmo de comunicación de los adolescentes y no queríamos menospreciar a nuestra audiencia”, explicó Seligman)
No hay que perder de vista lo que de verdad importa: aunque se trata de un guion escrito hace seis años -que, de paso, rechazaron varias productoras-, hay una línea brillante que recobró actualidad con la polémica revisión de la decisión que la Corte Suprema de Estados Unidos había tomado en los años 70 en el caso Roe vs. Wade, que otra vez puso en el tapete la discusión sobre la legalización del aborto: “Mi vagina pertenece al Gobierno”, dice una chica en El club de las peleadoras, dando en el blanco con una puntería asombrosa.
Seligman y Sennott se conocieron como estudiantes de cine en la Universidad de Nueva York y desde entonces conforman un equipo que trabaja a contracorriente de lo que la cineasta define como “el clima abrumador de la industria”.
Pero Rachel también ha desplegado su carrera en otras direcciones. Fue probablemente la única razón de peso para seguir viendo The Idol, la serie de HBO Max creada por Sam Levinson (Euphoria) y el popular músico The Weekend que quedará eternizada como uno de los grandes fiascos de 2023.
En una ficción difusa y desenfocada, su personaje se salvaba claramente del naufragio general: deslumbró como la asistente de una superestrella pop que logra mantener cierta cordura en un ambiente delirante y amoral en el que ella sobrevive gracias a su inteligencia y una voluntad de empatizar que la transforma en una auténtica rara avis del desalmado negocio de la música. Es ese tipo de persona que los demás ignoran sin darse cuenta de que entiende todo. Y Sennott resuelve esa ambigüedad con un performance inolvidable.
También brilló en Call Your Mother, una sitcom de la cadena ABC que la obligó a mudarse a Los Ángeles, en donde entró en contacto con la exótica farándula de Hollywood que se amontona en Los Feliz y enseguida la parodió en un video que subió a Instagram en julio de 2019.
Ya había exhibido públicamente su mordacidad un año antes en Twitter, antes de cerrar la cuenta, cansada de la ira de los haters que todavía se mantiene intacta en la nueva versión que Elon Musk rebautizó X. “Voy a una cita esta noche con 11 dólares en mi cuenta bancaria... Esperemos que no sea feminista”, escribió antes de huir.
Su actuación en Bodies, Bodies, Bodies (estrenada en Argentina por HBO Max como Muerte, muerte, muerte) es antológica. Lo que más cautiva de Sennott es su enorme talento para pasar sin solución de continuidad por estados muy diferentes. En todos los papeles que ha asumido tuvo que mostrarse eufórica, deprimida, amenazante, vulnerable, fría, cachonda, suspicaz o cándida en un mismo rol, y consiguió hacer cada uno de esos pasajes con fluidez y sin perder un ápice de verosimilitud.
Muerte, muerte, muerte es una sátira muy ácida sobre las taras de la Generación Z, aturdida por internet. Y la escena en la que Alice, el entrañable personaje de Sennott en la película, estalla mientras explica las severas dificultades de producir y grabar un podcast es una pieza de colección que, obviamente, fue recortada por algún fan y circula hace rato por YouTube.
En la película, producida y distribuida por dos compañías pequeñas y con buen ojo para armar catálogo indie, 2AM y A24, una fiesta de jóvenes acomodados y no muy reflexivos en una casona con parque y piscina termina virando hacia el cuento de terror slasher (un subgénero donde abundan adolescentes en problemas, drogas, sexo y asesinatos sangrientos).
Y ese estallido desopilante que citábamos es también una manifestación distorsionada de la verdadera angustia de Alice. Tanto esta película como El club de las peleadoras pueden etiquetarse como caramelos envenenados. Son comedias a primera vista cursis que debajo de una superficie hilarante ocultan una mirada crítica, poco indulgente sobre la actual juventud americana. Y que incluso van más allá, sobrevolando preocupaciones existenciales y discusiones políticas.
Por ahora, la carrera de Sennott tiene ese sesgo: la virtud de saber elegir es una buena inversión en una industria que usa y descarta con rapidez y sin culpas. Su camino viene siendo muy claro: sumarse a proyectos en los que haya discurso sobre los temas del presente (feminismo, fluidez de género, redefiniciones de la sexualidad y de los vínculos sentimentales, consumo recreativo de drogas, privilegios heredados, desorientación de cara al futuro).
Criada en una familia católica de Connecticut, un lugar no precisamente glamoroso de los Estados Unidos, Sennott tuvo un primer contacto directo con la experiencia artística gracias a una cita amorosa. En su casa se hablaba más de religión que de arte. Pero ese amigo con potencial de novio le propuso ir a ver un open mic que la iluminó. A partir de ahí empezó a crear sus propias rutinas, hasta convertirse en una profesional de alta gama, basta con buscar alguna de las más actuales en YouTube para comprobarlo.
Sobre las tablas de los clubes de comedia fue formándose como actriz atrevida, versátil, magnética, una de esas que merece ser definida como una fuerza de la naturaleza. “Es un animal salvaje”, sintetizó la directora holandesa de Muerte, muerte, muerte. “Y no tiene nada de vanidad, solo cree en el trabajo”, añadió para completar un perfil inusual.
Más que una excepción, Rachel Sennott es, además, la continuadora excelsa de una tradición virtuosa: parte del mejor entretenimiento que disfrutamos en los últimos treinta años viene de la misma factoría: Jerry Seinfeld, Ellen DeGeneres, Louis C.K., Amy Schumer… En su caso, la manera en la que se compromete con sus personajes induce a pensar que en cada uno pone sin reticencias cuerpo y alma. El personaje y la persona, fundidos en una misma argamasa, como prescribe la época. “Estaba inhalando popper (sustancia química que suele usarse como estimulante), que por alguna razón es mi droga preferida para las rupturas amorosas, y recordando que muchas veces tuiteaba mientras tenía sexo. Creo que ahí supe que debía cerrar la cuenta”. ¿Habla la actriz en boga o la chica sencilla de Connecticut?
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