¿Quién se anima a ser auténtico?
El diccionario Merriam-Webster eligió “auténtico” como la palabra del año, en un momento donde bots, apps, influencers y fotos trucadas ponen a prueba la credibilidad
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Es la época de las palabras del año y tenemos veredictos. La revista The Economist eligió ChatGPT. El diccionario Oxford optó por la sigla de inteligencia artificial (IA) y el de Cambridge, por “alucinación”, una forma de llamar a las incoherencias y errores que producen esos sistemas. El Merriam-Webster, en cambio, se decidió por la palabra “auténtico”. Puede parecer que desentona pero en realidad no. Cuadra muy bien con este 2023 obsesionado por los bots y, sobre todo, con su incidencia sobre nosotros, los humanos.
Cada vez es más difícil leer un mail y saber quién está del otro lado. ¿Es un colega corregido por un editor digital? ¿Fueron sus frases autocompletadas por Google? ¿Se trata más bien de un bot que emula la voz de una marca? ¡Hay tantas posibilidades!
Es curioso, porque las personas somos especialmente buenas para leer a otras personas. Está muy documentado que podemos juzgar las caras de los otros con gran precisión en milésimas de segundo. Solo fallamos estrepitosamente si nos muestran las caras al revés. No se recomienda jugar al poker con contrincantes que hagan la vertical, pero en situación normal somos muy duchos.
Esa capacidad ahora está en entredicho. Las fotos pueden ser falsas, los videos de famosos, estar trucados. Nosotros mismos podemos hablar en otro idioma con nuestro propio timbre de voz si descargamos la app apropiada. No nos reconoceríamos.
"Cada vez es más difícil leer un mail y saber quién está del otro lado. ¿Es un colega corregido por un editor digital? ¿Fueron sus frases autocompletadas por Google? ¿Se trata más bien de un bot que emula la voz de una marca? ¡Hay tantas posibilidades!"
Como contracara, valoramos cada vez más la autenticidad. Tenemos un nuevo presidente que hace gala de mostrarse tal como es, con sus exabruptos y sus perros. Que quiso ensayar poco para el debate presidencial, que supo que la espontaneidad ganaba.
No es el único. Hay redes sociales enteras fundadas en la idea de que los filtros sociales son negativos, como Truth Social, promovida por Donald Trump, o Be Real, más adolescente.
En su libro The authenticity industries (las industrias de la autenticidad), publicado el mes pasado, el investigador y periodista Michael Serazio describe nuestra obsesión por lo real, que muchas veces es fabricado: desde los reality shows de los tempranos 2000 hasta los influencers de hoy. Su punto es que lo real se construye, porque se vende. “La mayor parte del contenido que consumimos en redes sociales es creado por amateurs, no por profesionales. Es un giro dramático –le dijo a la revista Vox–, la descripción del amateur es la del que está ahí por amor y no por dinero; disfruta la expresión creativa, no tiene motivos ulteriores. Eso lo vuelve confiable, y muy efectivo para vender en nombre de los publicistas y las corporaciones”.
Muchas veces el truco se revela y los influences son acusados de venderse al sistema, pero entonces aparece un nuevo influencer o una nueva red social, dice Serazio.
En otro libro que acaba de salir, la periodista del Washington Post Taylor Lorenz presenta una historia sociológica de los idas y vueltas de la autenticidad en internet. Bajo el título Extremely Online, su visión se centra menos en la publicidad y más en los llamados “creadores”. Lorenz describe el movimiento de las primeras mamás blogueras que, sin que nadie en Silicon Valley lo hubiera previsto, empezaron a publicar relatos descarnados de su vida doméstica, en un ejercicio iniciático de la autenticidad en Internet. Los adolescentes en TikTok hicieron lo mismo, más recientemente. El marketing muchas veces capitalizó estos fenómenos, pero no los inventó. Siempre estamos nosotros en el medio, batallando con nuestra autenticidad y la de los demás.
Por eso en estos días, mientras discutimos si las fotos del presidente están editadas o si se maquilló la papada, tal vez empecemos a reconocer un nuevo mundo. La inteligencia artificial vino a complejizar todos estos acertijos, o quien sabe también a desenmascararlos.
Directora de Sociopúblico
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