Prodigiosa Marilú: 30 años antes de que naciera Barbie, la Argentina tuvo a la muñeca más exitosa
En 1932, Alicia Larguía creó a la muñeca que marcaría tendencias de moda. La experiencia ofrecía a las niñas vestir a la muñeca y a sí mismas con las mismas prendas
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Inspirada en la muñeca francesa llamada Bleuette de principios del siglo XX, Marilú fue creada por Alicia Larguía en 1932, casi 30 años antes de que existiera la popular Barbie. Su invención fue promocionada en la revista Billiken y un año más tarde, junto a la Editorial Atlántida, Marilú tuvo su propia revista y la tienda: La casa Marilú, que estaba ubicada en la calle Florida. Allí se reproducían los vestuarios y los accesorios de la muñeca para las niñas para luego convertirse, además, en casa de moda, sumando a las madres y jovencitas como público.
Los tapados de paño con cuello de terciopelo, como los desfiles en aquel alargado local con escalera que se mantienen en la memoria, como el colmo de un refinamiento y buen gusto, cuya única regla posible era la de vestir bien, a tono con los mandatos parisinos, pero con el lema de que “era posible vestirse en Casa Marilú”. Según indican las publicidades de la época, Casa Marilú aseguraba la accesibilidad dentro de la exclusividad que significaba comprar en este tipo de lugares: “Vestirse en Marilú es una prueba de buen gusto. Lectora: pídele a tu mamita que te vista en Marilú”.
Hoy al recuerdo se le suma la ternura y añoranza de una vida –y estilo de vestir– que ya no existe. En el primer piso de la tienda funcionaba el taller donde se cosían las piezas que se vendían en el local a partir de los modelos que se traían de los viajes por Europa, una práctica aceptada por las porteñas para estar a tono con las ideas de los modistos franceses.
En Casa Marilú había todo un ideario que correspondía a la época: sastres, modistas, vestuarios solicitados –según ocasiones de uso–, ropa confeccionada a medida. Aquello que rodeaba a la muñeca dio lugar al desarrollo de una propuesta de vestir infantil que al incorporar la sección para mujeres sobrepasó a la muñeca. De hecho, cuando se dejó de fabricar, la Casa Marilú se transformó en una casa de moda que se mantuvo con el nombre de Marilú Bragance hasta los primeros años de la década de 1980.
La historia de Marilú fue rescatada e investigada por Daniela Pelegrinelli. Esta tarea de casi dos décadas le valió el reconocimiento en la primera edición del premio Ampersand de ensayo que ahora se presenta en formato de libro y publicado por esta editorial como Prodigiosa Marilú. El subtítulo aclara que se trata de la “historia de una muñeca de moda” y hace un recorte en el período de 1932-1961. Otra vida, otro mundo. La autora sostiene que en Marilú se enlaza el universo de la infancia femenina con las prácticas de la costura y el mundo más amplio de la moda a través del juego y una pedagogía de la vestimenta. También que es la muñeca más importante de nuestro país.
Daniela Pelegrinelli logró reunir en Marilú la historia de una época, sus costumbres, y relacionarla con la moda. Ella es educadora y gestora cultural y su línea de trabajo está focalizada en la historia de los juguetes y el juego. “Contar a la célebre muñeca es sumergirse en la historia de la infancia femenina en la Argentina desde la Década Infame hasta el peronismo”, dice la contratapa del tomo de casi 300 páginas que ahora forma parte de la colección Estudios de Moda que dirige Marcelo Marino en Editorial Ampersand.
Los deportes como el esquí, la aviación, el golf y la equitación están contemplados en looks, como el traje de montar compuesto por bridges, botas y camisa blanca de plumeti
“Marilú es uno de los juguetes más importantes del país, no solo con relación a las infancias sino con el mundo de la moda, la educación de las mujeres, los oficios, el desarrollo de la cultura material infantil y los modos de transmisión de la cultura”. Cuenta también Pelegrinelli que le interesa la historia de los juguetes en general y en este caso puntual por la cualidad de ícono y la trama multidireccional que se construyó alrededor de la muñeca durante casi 30 años.
En noviembre de 1932, Alicia Larguía se asoció con Editorial Atlántida para presentar en el mercado a la muñeca Marilú. No tardó en absoluto en convertirse en un suceso comercial. La nombró así en honor a su hija María Luisa Dari Larguía, “Marilú”, que nació en 1922, dos años después de que Alicia emprendiera un viaje por Europa junto a sus padres. En París conoció a un italiano, con quien se casó –tuvo dos hijos más, Beba y Peti–, y luego, en 1928, se divorció. Como curiosidad familiar, Marilú –la hija de Alicia– es la madre de la famosa astróloga y escritora Ludovica Squirru.
El contexto cultural que gira en torno a la relación entre la muñeca y la vestimenta responde a la época, donde el rol de las mujeres, lo esperable en cuanto a la maternidad y la transmisión del oficio de la costura como práctica doméstica, que atravesaba a todas las familias, refleja la relevancia de Marilú por casi treinta años. “Marilú permanece vigente de 1932 a 1961, de modo que tanto contexto como ideales dominantes van cambiando… y cambian mucho”, cuenta la autora y destaca además cómo los acontecimientos fueron impactando en las formas de producción y comercialización.
En sus orígenes, la muñeca era producida en Alemania, pero cuando en 1939, Hitler invade Polonia y da inicio a la Segunda Guerra Mundial, Alicia funda Bebilandia, una de las primeras fábricas de muñecas en la Argentina. Aquí comenzaría a fabricar la versión nacional de Marilú. Entre 1959 y 1961, la industria de las muñecas estaba dominada por el plástico, por lo que Marilú tuvo su versión en este material.
No fue el único cambio que se representó, así como sumó diferentes modelos a la idea inicial. Por ejemplo, la altura de la primera muñeca era de 42 centímetros; luego, pensando en atraer a una clienta más grande, ofreció una que medía 55 cm. El peinado era de trenzas y podía tenerlas sueltas o como coronita, la melena corta estaba tonalizada en rubia, castaña o negra y suave al tacto lograda con mohair. Hasta llegó a tener una edición con pelo natural. Al principio, los ojos eran de vidrio azules o negros y podían abrirse y cerrarse.
Cada una estaba sellada con el número de molde. Como principal característica, la muñeca era articulada, dado que aseguraba la flexibilidad de movimientos ante la posibilidad de vestirla y desvestirla con facilidad. La experiencia con Marilú ofrecía a las niñas una suerte de ritual de identificación donde podían vestir a la muñeca y vestirse a sí mismas con las mismas prendas. El guardarropa de Marilú era maravilloso y respondía a la imagen de las ropas del momento.
En el libro Prodigiosa Marilú, Pelegrinelli se pregunta si las muñecas van vestidas a la moda como parte de un sistema de transmisión o simplemente llevan puesta la ropa de su época. “Imaginate que el libro entero está dedicado a probar que la muñeca Marilú es una muñeca de moda. Lo hizo a través de vender vestimenta para la muñeca, enseñar a coser, fundar una tienda, donde más tarde se vendería ropa para niñas, jóvenes, mujeres adultas y bebés”, dice.
Desde la revista, lanzada en 1933, Larguía ofreció moldes de enaguas, camisa, calzón, trajes de baño, pijama, entre otros ítems, como práctica de costura en casa. Fueron alrededor de 400 patrones publicados entre las revistas Marilú y Billiken y distribuidos en las secciones “Marilú”, “Marilú se viste” y “El ajuar de Marilú”, que funcionaron como comentarios estéticos propios de las revistas de moda: qué color combina con cuál o dictaminar reglas de comportamiento. En tanto, en la tienda de Florida 774 se vendía la misma ropa para las muñecas y las niñas. Había cajas también con los materiales para confeccionar los trajes, ya que la muñeca venía sin vestido sino con camisa, medias y zapatos.
La oferta permanente de nuevas prendas funcionó como sostén comercial del negocio. “Cuando la muñeca deja de comercializarse, esa tienda, ya con sucursales y expandida, bajo el nombre de Marilú Bragance, sobrevive 30 años más como marca de ropa prêt-à-porter. Todo en la vestimenta de Marilú es curiosidad, el despliegue de la excelencia y la exquisitez, la calidad perfeccionista de su confección, la influencia y la persistencia de la marca. Una marca que perdura en la memoria colectiva, y que nació como complemento de una pequeña muñeca de 42 cm en 1932″, dice Daniela.
Hacia la década de 1960, el crecimiento del negocio de Larguía ya no estaba puesto en la muñeca, más bien en la vestimenta. En los 50, cuando el uso del jean aún no estaba aceptado socialmente, ella ya ofrecía su versión. “Marilú se va adaptando, para estar a tono con los deseos y los modos de ser, captando modelos hegemónicos pero con un matiz de vanguardia”, dice. El sportswear está presente en el guardarropa de la muñeca, a pesar que los cortes precisos y perfectos de la alta moda vista en los tapados entallados y vestidos priman en el recuerdo, ropa que la autora menciona en su libro como de una prolijidad extenuante. Los deportes como el esquí, la aviación, el golf y la equitación están contemplados en looks, como el traje de montar compuesto por bridges, botas y camisa blanca de plumeti.
En cuanto al calzado, también se ofrecía una amplia variedad de zapatos, como guillerminas, mocasines, chinelas, alpargatas, botas cortas de cuero y materiales, como yute para las sandalias. La moda en Marilú buscó interpelar tanto a las madres como a sus hijas, ofrecer un discurso sobre la elegancia y definir el buen gusto generando un lazo que llevaba la maternidad y la moda como parte de la construcción del vínculo entre madres e hijas.
“Marilú significó un puente al aprendizaje de muchísimas cosas, a la participación pública a través de una revista, a la pertenencia a un mundo que trascendía fronteras, una forma nueva de jugar. En el presente Marilú es un objeto cultural revelador, que nos permite comprender procesos en torno a la niñez, el juego, la cultura lúdica y material de la niñez, los procesos industriales comerciales globales y locales, el modo en que los grandes hechos históricos impactan en el día día infantil a través, por ejemplo, de la procedencia del juguete con el que se juega”, finaliza Daniela, quien dedicó 20 años de investigación, que hoy, está plasmada en el libro.
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