¿Por qué la Argentina desperdicia el poder de los rituales?
Ha sido un error ceder los festejos al fútbol y los fuegos artificiales al acto político, como muestras las fiestas, sin estos rasgos, que se disfrutan en otros países
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La mayoría de las culturas tienen rituales colectivos que ayudan a exorcizar el malestar cotidiano. Los hitos del calendario, como los cambios de año o de estación, son ideales para celebrar.
Muchas culturas reciben estas fechas con rituales colectivos que exceden la clásica celebración familiar o el feriado puente. Salir a la calle con una razón común para festejar hace bien a la salud del cuerpo social, como nos demuestran nuestros parientes cercanos.
El cambio de año es un evento épico en Brasil. En Reveillón, como se llama esta fiesta en portugués, los municipios compiten a ver cuál ofrece más bandas de música. Camiones con grandes acoplados se transforman en escenarios monumentales donde las principales estrellas del país ofrecen un espectáculo de nivel internacional en cada cuadra. Multitudes vestidas de blanco bailan con el desparpajo que deja el brindis directo del pico de la botella y andan a los abrazos con desconocidos, amparados por los fuegos de artificio y la alegría callejera. Los que están cerca, acudirán al mar a arrojar una ofrenda de flores a Jemanjá, que las devolverá a la playa por la mañana para sembrar en las orillas un jardín de deseos para el nuevo año.
Muchas culturas reciben estas fechas con rituales colectivos que exceden la clásica celebración familiar o el feriado puente. Salir a la calle con una razón común para festejar hace bien a la salud del cuerpo social, como nos demuestran nuestros parientes cercanos
En España es igual pero diferente, porque los deseos se comen en doce uvas. Y mejor si se hace alrededor de las campanadas del ayuntamiento. Es muy bonito ver en la Puerta del Sol madrileña como el júbilo que estalla al dar las doce se desparrama después en los bares y las calles. La gente saluda con la sonrisa cómplice de saber que en ese instante es posible pensar que el año que comienza puede ser diferente.
La ilusión dura hasta la víspera de Reyes, donde la multitud vuelve a las calles, esta vez con una escalera tijera a cuestas, para que sus retoños vean a los mismísimos Magos arrojando caramelos en la caravana municipal.
Cuando Occidente ya ha olvidado sus fiestas, en el otro extremo del mundo empieza otro calendario de más trascendencia. La segunda luna nueva después del solsticio de invierno marca el Año Nuevo Chino, que este año caerá en 10 de febrero.
El país entero suspende actividades una semana antes para reunirse con sus familiares a festejar y se toma otra para la vuelta. Hasta las incansables empresas chinas ya están avisando al mundo que no cuente con sus mercancías para esa quincena.
Estos grandes países preservan con celo estas celebraciones universales donde, como ocurría con las Olimpiadas de la antigua Grecia, se suspenden las actividades y las reyertas hasta la vuelta.
En la Argentina, lo más universal que se recuerda es la asignación del Estado para la pobreza. Siendo que tan bien vendría para compensar tantos disgustos algo fuera de las divisiones para festejar, el calendario derrocha feriados pero ninguna fiesta. Si hasta a los Carnaval se diluyeron en murgas subsidiadas por una política que quiso apropiarse de los beneficios del ritual y nos aguó la fiesta.
El aluvión de gente que convocan eventos excepcionales, como pasó en 2022 con el triunfo en el campeonato mundial, confirma la necesidad humana de celebrar en unanimidad. Antes hay que ir a 2010, con la celebración del Bicentenario, para entender que la festividad patriótica también puede dar un desahogo. De ahí que en muchos países se preserven con cariño los desfiles para las fiestas nacionales.
Ha sido un error ceder los festejos al fútbol y los fuegos artificiales al acto político. La soberanía celebratoria quedó a merced de la eventualidad de un partido de fútbol, o del triunfo de un partido político. Resultados siempre efímeros y parciales. Quizás por eso los argentinos esperan con tanto desespero los mundiales y festejan de manera tan agónica los resultados electorales.
La autora es analista de medios
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