Por herencia familiar remata caballos de élite al mejor postor
Antonio Bullrich es martillero en los remates de los pura sangre; una vida dedicada a las carreras, el hipódromo y su haras
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El martillo cae con fuerza e impacta en la mesa con un golpe seco; él sonríe mostrando los dientes apretados, como lo hacen los chicos cuando ganan. Hace pocos minutos comenzó el remate y ya se vendió un ejemplar en cien mil dólares. El potrillo se retira del salón hacia las caballerizas e ingresa una potranca descomunal, con la crin reluciente recién peinada y esas patas que parecen dagas; la dinámica vuelve a empezar.
Antonio Bullrich desempeña muchos roles en esta escena. El más evidente le viene como herencia familiar: es martillero en los remates de los pura sangre. Además, en su haras –El Mallín– es criador. También es quien organiza estos encuentros en los que se mueven miles de dólares en caballos de élite, un mercado en el que Argentina ocupa un buen puesto mundial, detrás de Estados Unidos, Australia y Japón. Pero, aparte de profesional y empresario, Tony –como le dicen– es dirigente desde hace casi treinta años en el Hipódromo de Palermo. Actualmente preside la Comisión de Carreras.
Unos días después del remate en el Haras La Pasión, aquí estamos ahora: en el palco 17 del hipódromo. Es un mediodía de carreras en Palermo. Almorzamos y conversamos mientras observamos la pista por el ventanal y a través de las dos pantallas que hay en esta especie de habitación con vista panorámica al juego. Él estará acá, en nuestro diálogo, y un poco en su celular que no deja de sonar, en los resultados de las competencias –que comentará con euforia– y en las personas que llegarán hasta la puerta para consultarle, avisarle, pedirle, entregarle, hacerle firmar. A cada una, Tony le responderá con su voz ronca en tono arrabalero: agradecerá, dirá, dará, tomará, saludará y firmará… no sin antes hacer algún chiste y provocar una carcajada. Así se mueve él. Y no se queda quieto ni un segundo.
Se nota su veta pedagógica y el interés por difundir todo sobre este mundo que, aclara, no es el de la hípica sino concretamente el del turf: “Turf en inglés quiere decir pasto –acentúa exageradamente la “U”–. Cuando dicen terf me duele. Así se habla cuando te referís a las carreras, porque los que meten la hípica se equivocan, es una palabra que viene de Chile y Perú, que hace 20 años acá no existía y que se usa para todo: para salto, para polo… Cuando hablás de carreras se dice Turf. ¡Con U!”
Este es su hábitat, y lo fue siempre. Durante su infancia, todos los fines de semana venía al hipódromo con su hermano para acompañar al padre, Roberto Bullrich. Los chicos se quedaban jugando por ahí, como ajenos a las carreras. Pero no tanto: “Al día siguiente del gran premio, LA NACION sacaba en primera plana la noticia del caballo que ganaba. Ya sabíamos dónde iban a hacer la foto: donde está el marcador que ahora ya no se usa (señala). Entonces, corríamos como locos, llegábamos antes que el fotógrafo y, como quien no quiere la cosa, nos poníamos justo ahí… ¡y salíamos en el diario!”.
Ahora, que ya no es un niño ni se cuela para la nota, la picardía forma parte de su nutrido anecdotario que repite una y otra vez, experto en entretener a sus interlocutores. “Muchas veces me pasa que voy de visita a los haras importantes y en el living tienen, claro, los cuadros con los grandes premios que ganaron, con las noticias, y cuando les muestro que estamos mi hermano y yo en las fotos es muy gracioso, entonces les cuento toda la historia”, dice.
–¿Cuándo llegaste al hipódromo como funcionario?
–Mi tío Arturo era de la comisión Hípica y mi abuelo también. Pero eran del Jockey Club. A mí me llamaron del Hipódromo de Palermo en 1993, que era una concesión. Soy presidente de la Comisión de Carreras desde 2003, pero empecé como soldado raso. Éramos muy pocos, no sabés lo que era este lugar, daba miedo Libertador. Yo era comisario. Militaba mi recuerdo, me acordaba de lo que era el hipódromo en mi infancia. Quería que volvieran esos tiempos. Cuando vinieron los tragamonedas que hipnotizaron al público, la licencia implica por ley que parte de lo recaudado tenía que ir a las carreras, aumentaron los premios y empezó a crecer.
–¿La concurrencia es buena?
–Los lunes se llena y los días de los grandes premios, por supuesto. Después no tanto. Yo vengo de la época en la que el hipódromo explotaba. Pero, ¿qué pasaba? La carrera nada más se veía acá. Hoy hay tres mil agencias para seguir las carreras.
–¿Hay tendencias que se ponen de moda entre los caballos?
–Claro que sí y hay todo tipo de modas. A mí me pone muy nervioso cuando vienen con pompones, te confieso. Me gusta lo clásico, lo máximo que puedo hacer es las trenzas como en Francia o el filete: ese bocado que puede ser de mil maneras. Hace 40 años en Estados Unidos empezaron con estas cosas, los primeros que sacaron los filetes verdes, amarillos.
–En el turf, ¿cómo se toma la problemática del maltrato animal?
–Hubo un cambio positivo en el cuidado animal en la industria. Venimos de una herencia de doma violenta y una cultura en la que el maltrato animal podía tener lugar, pero ya no. Cada vez hay un mayor nivel de conciencia. Nosotros vivimos para los caballos, no nos es indiferente que el animal la pasé mal. Ellos disfrutan mucho de correr, pero si vos los cuidás antes y después.
–¿La tarea del cuidador cobró protagonismo con la toma de conciencia?
–Es fundamental el peón. Tiene que ser muy cariñoso para que el caballo esté calmado, para que se mantenga lo más relajado posible. Puede haber un caballo más nervioso que otro, pero para mí no hay caballos malos, se los hace malos cuando no son tratados como corresponde. Eso hace la diferencia. Hay peones que hacen un trabajo muy puntilloso, y con mucho orgullo: le planchan la manta con tablitas, se desviven para que el caballo esté lindo y contento. Y eso que cada peón a veces tiene tres caballos, así que ahora salió mucho la figura del galopador free lance, o variador le dicen. El peón ya no hace esa tarea, sino que se queda en el stud, o sea la caballeriza.
–¿La figura del jockey cuándo entra en escena?
–El jockey se suma al proceso unas tres semanas antes de correr. Lo elige el entrenador en general.
–¿Qué hacés exactamente en El Mallín?
–Yo crío los caballos. En el haras se conciben, nacen, se destetan, algunos los vendo y otros los guardo, también compro y los que quedan en el haras se los entrego al entrenador para empezar su preescolar. Algunos de los que vendo también me los deja su comprador para domar, como un servicio.
–Y a esta dinámica se le agrega la organización de los remates…
–Sí, es un círculo que todo el tiempo termina y vuelve a empezar. El haras es un trabajo infernal, te tiene que apasionar. Los nacimientos –entre julio y diciembre– requieren cuidados, pueden tener problemas. Después tenés el destete y al mismo tiempo estás cuidando los caballos que van a venir a la venta y algunos que están domándose para ir al entrenamiento. Nunca para. Cuando terminás todo eso, ya empieza la temporada de servicios. El servicio tiene que ser natural, al padrillo le tenés que presentar la yegua y ésta tiene que estar receptora. Son románticos… En general cuando son yeguas que están bien alimentadas, cuidadas y felices, se preñan enseguida. Por suerte, dentro de los caballos de carrera, no se permiten ni la inseminación artificial ni el trasplante de embriones ni la clonación.
–¿Por qué “por suerte”?
–Porque arruinaría el mercado. Estas prácticas sí se hacen en el polo, está bien que ellos lo permitan porque le hace bien al espectáculo y es un ámbito chico, pero en el caso de los caballos de carreras arruinaría el mercado internacional. Hacer un trasplante de embriones o un clon adelanta un proceso de mejoramiento y en polo pueden lograr en 30 años lo que, a nosotros, en caballos de carrera, nos lleva 300. Verlo a (Adolfo) Cambiaso en Palermo jugando en un clon de La Cuartetera es un disfrute total. No lo haría con un caballo de carrera. El mejor que tuve fue Harry Calcat. A Harry si lo clonábamos valía la mitad y después la mitad de la mitad. Es un tema económico. Se destruiría el negocio de una de las industrias que más mano de obra da. Argentina tiene casi siete mil nacimientos por año.
–¿Cuánto incide la carga genética en el valor de un caballo?
–Mucho. La genética es un cálculo de probabilidades, por eso la genealogía condiciona “casi” todo, después depende.
–¿De qué depende?
–Depende de que el potrillo salga correcto, después lindo y que cuente con todas las condiciones para ser un atleta. No es solo cuestión de mirar los papeles, si padre y madre van perfecto, después tenés que ver el físico. Si los dos son livianos, te va a salir chiquito y ese no va. No necesariamente el match que es perfecto genéticamente es garantía.
–¿Es ciencia o es oficio?
–Es un mix. Claro que hay mucho de ciencia, pero también de experiencia y es una experiencia a largo plazo, se tardan años en conocer su poder genético, tener claro dónde está, saber qué funciona. Buscando mucho vas encontrando joyas. Y todo esto conforma el valor de un animal.
–¿Compraste alguna vez un caballo desmedidamente caro?
–Me metí en tantos líos… Con el que realmente me obsesioné y terminé pagando más de lo que se debía para traer a la Argentina fue Sovereing, el campeón tres años de Irlanda, era el ganador del Derby y el hijo de Galileo, el mejor padrillo del mundo. Yo lo quería. Tener a los hijos de Sovereing y ver cómo imprime. Así que los voy a esperar y van a correr como el viento.
–¿Cuánto lo pagaste?
–No lo voy a decir jamás. Una cifra exorbitante que no debía haber pagado. Una tentación. Pero hubo gente que me ayudó y salió todo bien.
–Y de los que criaste, ¿cuál fue el mejor caballo?
–Yo siempre crío para ganar el Pellegrini y para el Arco del Triunfo. El mejor criado por nosotros es Puerto Escondido.
–¿Ganaste algún Pellegrini?
–Sí, gané en 2017. Lo soñé toda la noche. Fue una tarde de gloria. Y gané el Nacional acá en Palermo. Ese premio lo gané, pero además fue el que hizo que me gusten los caballos.
–¿Cómo fue eso?
–Yo tenía cuatro años, me estaba bañando cuando llegó mi papá, que era un señor muy serio. Entró un enajenado que yo no había visto nunca en mi vida. Noviembre de 1962: mi papá había ganado el Nacional. Vi a una persona completamente distinta a la que conocía y yo dije “¡quiero eso! Esto es lo mío”. Cuatro años tenía.
Volvemos a La Pasión, en San Andrés de Giles, a poco más de cien kilómetros de Palermo. Es un día frío de sol en el campo. El remate es una jornada de trabajo para muchas de las personas que están aquí. Algo habitual. Vendedores, criadores y compradores llegan al haras que es la locación junto a sus equipos (hay veterinarios, entrenadores, cuidadores). Los caballos y yeguas que hoy se ofrecerán tienen un año y medio: son potrillos y potrancas que prometen, pero el azar no juega un papel muy importante ya que su potencial está escrito en el árbol genealógico: la genética manda. En los catálogos, cada animal se presenta con su pedigree, la pura sangre de campeones es la que cotiza. Los nombres en negrita indican que esos caballos ganaron alguno de los cuatro premios más importantes, es una tipografía homologada internacionalmente.
Los caballos son preciosos. Los que hoy se venden son muy jóvenes y, si bien aún no cuentan con musculatura atlética, lucen esbeltos, imponentes. “Nosotros les damos un poquito de fitness. Son muy chicos, no podés pasarte en la exigencia, pero le das forma. Los ponés brillosos con pomada. Cuando más lindos están, mejor los vendés. Preparación y coiffeur son esenciales en esto”, dice Bullrich quien esta mañana es juez y parte. Organizó el remate donde participan 16 caballos de su haras junto con otros que provienen de los más importantes del país y, además, martillo en mano, es el conductor. Los martilleros cuentan con un título, están matriculados. En el caso de Bullrich también hay pedigree: su abuelo y su tío (Arturo Bullrich llamados ambos) destacaron en la actividad y él continuó el legado.
–¿Qué te produce ser martillero?
–Me apasiona. Me sigo poniendo nervioso cada vez que martilleo. Hace 40 años que hago remates y me sigo poniendo igual que al principio.
–¿Qué te pone nervioso?
–La incertidumbre, me van pasando mil cosas por la cabeza. Hay un montón de recovecos y cada caballo tiene una instrucción distinta que me da cada propietario o cada criador…
–¿Y si no se cumple la expectativa?
–Bueno, si no se alcanza la base esperada me desilusiono. ¡Mucho!, no te voy a mentir. Pero es como un mal tiro de golf. No tenemos que tener memoria y al caballo siguiente hay que seguir igual como si hubiéramos vendido en 6 millones de euros. Esto es lo más lindo que tiene el oficio. Es estar actuando todo el tiempo.
–El show debe seguir…
–Exactamente. Y no solamente durante el remate en sí, hay que estar adaptándose permanentemente a todo lo que pasa.
–¿Cómo se modificaron los remates a partir de la pandemia?
–La cuarentena nos cambió a todos, porque ahora tengo que estar mirando un monitor además de al público, a ver de dónde llega la oferta. A la gente le encantó esto de quedarse en su casa, entonces ahora tenemos una plataforma. Hay muchos trucos para hacer durante el remate y, cuanta más gente hay en el lugar, mejor. Por eso lo de las plataformas, que te impone un delay y te hace tener que andar mirando un monitor, nos obliga a aggiornarnos en las maneras de empujar a que suban las ofertas.
–¿El martillero cuenta con recursos para alimentar esta suba?
–¡Totalmente! Hay un montón de cositas que te pueden hacer subir un 20% un remate.
–¿Cuáles son tus estrategias?
–No te las voy a contar, me llevó 40 años conocerlas… Tiene que ver con la psicología del remate.
–¿Es una psicología que se puede transmitir a otros?
–Yo aprendí mucho de mi tío Arturo y él, de mi abuelo. Y también tiene que ver con los años de práctica propia, claro. Pero muchas veces veo películas viejas de los remates donde reconozco en ellos que esa es mi escuela. Hay distintos métodos, cada uno lo hace a su manera.
–¿Cómo definirías tu manera de rematar?
–Yo remato como un Bullrich. Ese es mi estilo.
–Como organizador del remate, ¿dónde ponés el foco?
–En la selección. En abril y mayo es la efervescencia de los compradores y hacemos estos remates en los que se cuida mucho la selección. En enero y febrero los vemos, inspeccionamos y seleccionamos, después viene toda la parte del local, de la promoción, de la convocatoria, del catálogo. Mientras tanto salimos a recorrer por las provincias a elegir nuevos caballos para el siguiente remate.
–¿Qué sigue después de un remate?
–De acá los caballos que se compran van a la doma y después al hipódromo. Ahí ven si tienen éxito o no. En el hipódromo culmina todo esto, es el último eslabón de una cadena y es por eso que el hipódromo tiene que estar diez puntos para recibir a los caballos.
–Tuviste una etapa como polista, ¿te dio un conocimiento diferente de los caballos?
–El polo, que fueron treinta y pico de años espectaculares, me dio el contacto. Eso es lo primero, el contacto. Después están los libros, porque el estudio también es muy importante. Pero antes, ir al campo. Disfrutar, elegirlo, bancársela pero sin sacrificio. Viví en California en los 80, la época más esplendorosa. Éramos 50 chicos de distintas partes del mundo aprendiendo de caballos, cada uno con un entrenador, fue fascinante. Y desde que estoy en el hipódromo, bueno esto es una universidad.
–¿En qué momento de la industria estamos?
–En un momento dificilísimo a nivel nacional, no somos los únicos, no es una excepción. Internacionalmente había demasiados caballos, pero se aggiornó todo, especialmente en Oriente. En Arabia es un boom. Ahora estamos en una etapa donde todos esos países se acomodaron, pero a nosotros nos agarran la crisis y no estamos exentos porque nos tienen que comprar los caballos. Es una cadena, entonces por ahí se corta la cadena de pago, Hemos estado en momentos difíciles, iguales o peores, y hemos salido adelante.
–¿Qué es lo que más te gusta de todo lo que hacés?
–Si me lo preguntás cuando estoy en el haras te voy a responder que nada me gusta en la vida más que eso. Cuando me pongo a martillar creo que, si me lo sacan, me muero. Ahora estoy en el hipódromo y me fascina todo lo que aprendo, me encanta, de acá no me muevo. ¿Te respondí?
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