París y Serge Gainsbourg, una historia de amor
En septiembre, su casa en Saint-Germain-des-Près, un lugar de peregrinación constante, abrirá como museo
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PARÍS.– Esta redactora jugó, en estas últimas semanas, un magnífico torneo en polvo de ladrillo en canchas centenarias. (Pausa para efecto, dedos cruzados para que algún lector desprevenido piense que se trató de Roland Garros que justo termina hoy y que, simplemente, no se registró el nombre de la oscura participante).
Era, por supuesto, algo muy distinto, una invitación para veteranos –incluidas las deliciosas profundidades de las categorías B y C– para competir en un interclub de la amistad franco-norteamericana, con más vino y croissants que Gatorade y suplementos proteínicos. Resultados acorde, pero qué deleite pasar así por la Ciudad Luz.
“Cuando los norteamericanos buenos mueren, se van a París”, suspiraban compañeros del equipo neoyorquino, citando a Oscar Wilde. Empecinados en absorber al máximo la decadencia y sofisticación que, según el cliché (o no), es lo que fascina a los “Americans in Paris”, un punto de atracción después de los partidos fue, por supuesto, la casa de Serge Gainsbourg.
El inmueble, que en septiembre abrirá como museo, está en Saint-Germain-des-Près. La fachada está bañada en grafitis, retratos amateur del cantautor y, en fechas especiales, ofrendas florales.
La casa ha sido un lugar de peregrinación para fans desde que el autor de “Je t’ aime, moi non plus”, conocido cariñosamente en Francia como “el hombre con cabeza de coliflor”, dada su extrema (pero sexy) fealdad, murió en 1991. El interior está totalmente conservado. Su hija, la actriz Charlotte Gainsbourg, aclaró que no solo dejó las estatuas barrocas, papeles personales e instrumentos musicales, sino hasta los ceniceros rebosantes de colillas de Gitanes.
“Bueno, esta es mi casa. No sé qué es: una sala de estar, una sala de música, un burdel, un museo”, describió él. Lo describió como un “desorden aparente”, donde “todo se calcula según ritmos particulares”.
A las pocas horas de que las primeras entradas para el tour de la casa se pusieran en línea, se agotaron
Gainsbourg, de quien se decía que fumaba cinco paquetes de cigarrillos al día, murió en su casa tras un quinto infarto a los 62 años. François Mitterrand dijo: “Él era nuestro Baudelaire, nuestro Apollinaire… elevó la canción al nivel del arte”. También fue muy controvertido por tener una doble personalidad perversa, a la que él mismo hacía referencia, problemas con el alcohol y, canciones sobre temas tabú.
El sitio web de Maison Gainsbourg dice que es la “primera institución cultural dedicada a Serge Gainsbourg” y espera unos 100.000 visitantes al año. A las pocas horas de que las primeras entradas para el tour de la casa se pusieran en línea, se agotaron.
El interés por Gainsbourg se extendió, como siempre, a sus mujeres. Porque a pesar de ser tan poco agraciado, sus parejas eran las mujeres más lindas del mundo, desde su relación con Brigitte Bardot hasta su romance de doce años con Jane Birkin. Con ambas grabó versiones de “Je t’aime…”. Hasta entonces, ninguna canción había representado un acto sexual de forma tan directa. Está cantada en susurros, y la letra evoca al sexo sin amor. Jane Birkin simula un orgasmo, tema sobre el cual nunca se le para de preguntar en las entrevistas para todo punto del planeta.
Por ejemplo, en un matutino australiano le retrucaron que según una investigación de la Universidad de Ottawa sobre el orgasmo femenino publicada en junio último, “los gemidos en su canción y otras similares no necesariamente denotan placer”. “No lo sé”, se encogió de hombros ella. “Es como el tenis: algunas personas hacen ruido, otras no”, dijo en referencia los gemidos de las tenistas que –ya sea por moda, costumbre o como forma de concentrarse, como argumentan algunas de ellas– ha devenido un clásico de debate en los Grand Slam. Respuesta perfecta para coincidir con el final del Abierto de Francia y para mantener vivo el mito de su relación con Gainsbourg, que la apertura de la casa continuará celebrando.
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