Para transmitir “cercanía”, mate amargo con malas yerbas en las escenas (y fotos) políticas
En la era de la política “instagrameable”, la foto con el mate y el termo es la niña mimada del demagogo con ambiciones
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Hace algunos años, un joven brillante y prometedor cuadro político, evocaba con una sonrisa la observación que le hizo su padrino en las lides de la “rosca”. El novato se había reunido para discutir y negociar acuerdos y disensos con un enconado adversario de otro partido, en un discreto bar de estilo inglés, single malt de por medio. El veterano lo reprendió, afable, y en los términos académicos que el aprendiz comprendería: en política, la bebida es semiótica. Y cuando la gramática tácita del encuentro recomienda un expreso, aceptar un scotch puede ser letal.
En la Argentina, donde el noventa y seis por ciento de las familias toman mate, según cálculos de productores, la exhibición en la vidriera mediática de la yerba y el calabacín, de la que algunos políticos vernáculos parecen devotos, invita al ejercicio de una módica hermenéutica.
Es la era de la política instagrameable, la política de la foto (los argumentos exigen dedicarles demasiado tiempo y esfuerzo). Y la foto con el mate y el termo (o el mate solo, nunca el termo solo -no tendría sentido y sería un elemento distractivo-) es la niña mimada del demagogo con ambiciones. La cultiva el candidato en campaña que quiere transmitir “cercanía” (tomo mate, soy uno más del noventa y seis por ciento de los argentinos), el funcionario que intenta mostrar dinamismo (abducido por la titánica tarea de resolver los problemas de “la gente”, en jornadas maratónicas sin tiempo para una comida en regla), el intendente que aspira a lucir campechano.
También gobernadores y ministros (presidentes, menos) desenfundan la bombilla cuando las papas queman y los motores del humor social se recalientan ante el espectáculo de la corrupción, la desidia, la negligencia o el privilegio obsceno, según lo que decante la tómbola nefasta de nuestra política vernácula. El mate como talismán, entonces, para conjurar la mufa.
Y si bien el político en funciones a veces descansa (nuestro héroe, al fin y al cabo, es humano), el mate no. Allí están, para demostrarlo, las imágenes de la constelación burocrática en las playas más exclusivas de la Argentina (y no solo), mate en mano para atenuar, ante los ojos cándidos, el dispendio -prohibitivo para la mayoría- que solventa esos días de arena y relax, y acaso otros de los que no quedan registros.
El mate lava culpas por el dinero mal habido, borra privilegios de “casta”, barre las fronteras entre los puertos maderos donde viven los elegidos y los barrios donde sobreviven los que eligen. Nos iguala a todos, al corrupto y al honrado, en una única y profunda calada fraternal.
No se pone en duda, aquí, la autenticidad de la afición de los materos vip de nuestra alta política. Lo que llama la atención es la necesidad, casi compulsiva, de exhibirla; la urgencia de cebarse unos mates ante las cámaras, en medio de un acto institucional, en el asiento trasero del confortable coche con chofer (pero a la vista del público, claro). Casi nunca se ve entre esas manos abnegadas, sobre esos escritorios probos, una taza de té, pocas veces un café (infusiones que en la semiología del poder populista se podrían interpretar como elitistas o “extranjerizantes”); a lo sumo un cortado, bien nuestro. El medio es el mensaje. Aunque algunos, cuando creen que nadie mira, se den gozosos al whisky, los cigarros y las parvas de dólares que cuentan eufóricos, como matones de mafia en la trastienda del garito.
Pocos días atrás, la crónica policial de nuestros pagos le dio otra vuelta de tuerca a la semiótica del mate. Ocurrió en Corrientes. Una mujer seducía incautos con el objeto de esquilmarlos. El cortejo comenzaba con una cita en algún lugar concurrido, y continuaba con una propuesta de la dama: prolongar el encuentro en casa del caballero, para seguir “conociéndose”. Pérfida Circe, ponía entonces manos a la obra, pava y hornalla. Su elixir de amor era el noble, austero mate, en su propia versión narcotizante. El rendez-vous terminaba con el galán profundamente dormido después del segundo o el tercer amargo, y el hogar desvalijado por la seductora y sus secuaces.
La política es otra cosa, claro, pero la metáfora también puede dejar su enseñanza. Por las dudas, cuando veamos a los políticos –del partido que fuere- ansiosos por hacer patente a los cuatro vientos cuánto les gusta tomar mate, a toda hora y en todo lugar, mejor desconfiemos. No vaya a ser que nos acuesten y nos pongan a dormir, tal vez soñar. Y despertemos demasiado tarde, solo para descubrir que la casa ha sido saqueada, una vez más.
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