“Para todo el mundo, la pieza capital es la madre”, dice Milena Busquets
En el rodaje de la adaptación de su novela “También esto pasará”, Milena Busquets encontró la inspiración para escribir su nuevo libro; habla del duelo, la fama, la amistad y la cancelación
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MADRID.-
El verano pasado fue invitada al set de filmación de También esto pasará. Se cumplían diez años de la publicación de la novela donde una legión de lectores acurrucó su duelo entre sus páginas. El rodaje de la adaptación comenzaba su cauce y Milena Busquets realizaría una pequeña participación, un cameo, junto con su hijo pequeño. La directora de cine María Ripoll comenzaba su labor en la costa mediterránea, en Cadaqués, y la escritora aceptó ser huésped de su propia historia.
También esto pasará es la historia de una mujer de 40 años cuya madre, una prestigiosa editora literaria, inspirada en la propia madre de Busquets, Esther Tusquets, fallece tras padecer una enfermedad: “Mamá, me prometiste que cuando murieses mi vida estaría encarrilada y en orden y que el dolor sería soportable, no me dijiste que tendría ganas de arrancarme mis propias vísceras y comérmelas”, reza la novela. La película se estrenó el 15 de marzo, en Málaga Film Festival.
Exponente de la autoficción, aquel género que posee dosis jamás precisadas de elementos biográficos y otros de ficción, fue curiosamente la contemplación de aquel texto mientras cobraba nuevas dimensiones el hecho que cambió su trama vital y sus planes. “El rodaje me pilló muy desprevenida. Fui de una forma muy inocente. Pensaba que iría un día y me olvidaría, pero no. Me he encerrado a escribir desde entonces y hasta hace algunas semanas”, dice a LA NACION desde Barcelona, mientras el libro que narra aquella experiencia acaba de entrar a imprenta. Como un juego de espejos, Busquets escribió La dulce existencia (Anagrama), sobre el viaje de una autora al set de filmación donde se narra una porción de su vida y un dolor desgarrador.

–¿Qué descubriste sobre vos misma en el rodaje de la adaptación de tu novela?
–No te lo puedo decir porque eso está en el libro, ya lo verás. Me pareció una experiencia muy extraña. Después de 10 años encontrarme con estos personajes, con esta vida mía anterior y verlo delante de mis ojos. Había cosas distintas, pero también había cosas muy parecidas: la actriz [Marina Salas] intentando recrear mi risa o muchas frases del libro que de repente me sonaban, porque yo no he vuelto a leer el libro en 10 años.
–Es una novela bastante difícil de adaptar al cine; decidiste no participar del guion. ¿Por qué?
–Yo no he visto la película ni he leído el guion. Qué tontería. Luego me dio un poco me miedo (risas). ¿Verdad que sí es difícil adaptarlo? Todo el libro primero gira en torno a una figura que muere, a la que se entierra en la primera página, que es la madre. Y también está el discurso de una mujer de 40 años que está lidiando con la muerte, con el amor, con varias cosas, es la conversación de una mujer consigo misma.
–¿Cuánto dura un duelo? ¿Todavía persiste el duelo por la muerte de tu mamá o atravesás un estado diferente, no por eso lejano al dolor?
–Pienso que, curiosamente, y lo cuento también en La dulce existencia, desde que fui al rodaje y volví a ver a mi madre, es decir, a quien la interpreta [la descomunal Susi Sánchez], se produjo un cambio. Hace una década escribí el libro y han pasado doce años desde la muerte de mi madre. No sé cuánto dura un duelo, pero creo que va evolucionando y que va cambiando. La soledad te acerca siempre a la muerte. Cuando estás solo o cuando vives momentos difíciles, inmediatamente nos escurrimos hacia la parte oscura de la vida, que es la muerte. Porque realmente la muerte forma parte de la vida. Debe ser que hay duelos eternos, supongo. No creo mucho en cerrar etapas. Creo que las etapas van contigo.

–Explorás el duelo también en Ensayo general, en un texto bellísimo llamado “Diez años menos tres días”.
–Te dediques a lo que te dediques, hay temas que te siguen a lo largo de tu vida, son los hilos conductores de tus intereses, tus pasiones, tus fracasos, tus miedos. Cada vez que sale un libro pienso: “Esto ya se ha acabado. Ya no volveré a escribir sobre este tema”. Y después hay otro en el que vuelve a salir el duelo.
–Narrás elementos fabulosos de la personalidad de tu mamá, pero también aparecen elementos terribles, incluso la duda de que ella no te haya querido. ¿Cómo se hace para sobrevivir a una madre terrible?
–No lo sé. Conocí hace unos meses a una psicóloga de un centro de acogida de chicos que se habían quedado sin padres o tenían problemas graves en su casa. Hablaba con ella y en un momento me dijo: “La pieza clave siempre es la madre”. Aunque los padres sean unas bestias, los hayan abandonado, le pegasen a la madre, al final, para todo el mundo, para todos los niños, varones y hembras, la pieza capital es la madre. ¿Dónde te lo juegas todo? ¿Dónde está todo el peligro? ¿Dónde está todo en riesgo? En la madre. Lo que queda realmente clavado es nosotros es la relación que hemos tenido con nuestra madre.
–En Ensayo general decís que solo la gente herida es la que te interesa.
–Creo que todos, a cierta edad, estamos heridos. Claro, algunos mucho más que otros. Y creo que a la mayoría nos hieren ya de pequeños. La niñez es una época muy feliz, pero a la vez muy complicada y ya de mucha conciencia de las pérdidas, de la soledad. Nunca me he sentido tan sola como de niña. La sensación de estar mirando un mundo al que aún no perteneces completamente y que te apasiona y te interpela. Te son dados unos padres, un colegio, un barrio, unas obligaciones… Yo lo observaba todo, me acuerdo, con mucha más extrañeza que ahora.
–En Gema recordás a tu amiga que falleció a los 15 años. La amistad es también un universo complejo que abordás en tu narrativa. ¿Conservás tus amigas de la infancia? ¿Debo tomar como verdadera esa parte de la novela de autoficción? ¿Existe Sandra?
–Sí, sí [risa]. Me pasó algo increíble en noviembre. Recibí un mail porque se celebraban los 100 años de mi colegio y entonces cada clase organizó una cena de reencuentro. Fuimos 150 a la cena y recordamos a Gema, brindamos por ella y fue extraño porque fue una noche maravillosa, de reencuentros, y todo el mundo estaba realmente muy feliz. Hacía 30 años o más que no nos veíamos. Me gustaría conservar algunas relaciones, pero después no nos hemos reunido más. Creo que vamos combinando amistades largas y otras más fugaces que te acompañan solo durante una etapa. La amistad requiere tiempo y cuidado, un tipo de temperamento más pausado, más generoso, más tranquilo, menos ansioso, menos físico, menos alocado. Algunas amigas pues ni me soportan porque realmente no les dedico suficiente tiempo.
–Hay otro tema que ronda tus libros: la elegancia. Aparece de modo nítido, como en Hombres elegantes, pero también está diluida en toda tu narrativa. Es la elegancia no entendida como moda, sino como conducta, casi como una cuestión de civilización.
–Mi hijo Héctor, que tiene 17 años, cuando estaba escribiendo este libro me dijo: “Mamá, por favor, solo te pido una cosa: no menciones la palabra elegancia otra vez”. Le prometí que lo intentaría [risas]. Me interesa la elegancia como sinónimo de decencia y de cuidado en las relaciones; intentar no ser mezquino ni discutir por dinero cuando tienes dinero y hacer que circule, gastarlo; preocuparte por lo que pasará mañana cuando llegue mañana. Suena mucho a libro de autoayuda, pero para mí la elegancia es vivir realmente en el momento presente y con la máxima alegría. Así haces feliz a los demás. Claro, para hacerlo tienes que estar en una buena etapa vital. Cuando estás mal, cuando estás solo, cuando estás perdido, cuando estás en medio de un duelo, es muy difícil ser generoso con uno mismo o ser generoso en general. En un momento en el que el mundo se está yendo tan a la mierda como se está yendo ahora, pues también es hasta polémico ser elegante.
–El dinero también aparece en tus textos, pero no como aquello que te permite acceder a algo material, sino incluso como quizá algo grosero.
–Me parece muy poco elegante tener dinero. Para tener mucho dinero tienes que decir que no muchas veces. Yo creo que la gente rica que conozco, que no es mucha, se pasa el día diciendo que no a cosas que les piden. Yo no quiero decir que no. Yo sería rica una semana y después lo habría gastado todo, comprado todo.
Busquets vive en una zona residencial de Barcelona, lejos de la vorágine de los turistas, cerca de la última parada de la línea de un metro que recorre la ciudad de norte a sur. Recibe a la nacion por Zoom (“disculpa, mientras estamos hablando se está imprimiendo mi libro; ha sido un viaje terrible y todavía no me recupero”), pero lo ha sabido hacer en su hogar hace algunos años. Su risa, su carisma, sus reflexiones atraviesan la pantalla y solo se desconcentra o pierde el hilo cuando su perrita la invita a jugar.
Además de También esto pasará y de Gema, dos novelas inspiradas en su propia vida, Busquets ha publicado una antología de sus columnas que han salido en distintos medios españoles, Hombres elegantes y otros artículos, y recientemente Ensayo general: “El público de un ensayo general es la gente que nos aprecia, que está de nuestro lado. No son los críticos, ni la prensa, ni los productores, ni la gente guapa, son los que desean que las cosas nos vayan bien de verdad, los que alientan y celebran nuestros triunfos y los que seguirán estando ahí cuando todo vaya mal. Ese es el público, el de un ensayo general y también el de la vida, los otros, los resentidos, los puritanos, los envidiosos, los miserables y los cobardes nunca son invitados a un ensayo general”.
Busquets nació en Barcelona en 1972, en el seno de una familia de élite intelectual; estudió arqueología en el University College de Londres y trabajó en el mundo editorial hasta que irrumpió como escritora en 2015 con También esto pasará, un suceso incandescente que continúa reimprimiéndose y que ha sido traducido a 32 lenguas. En una casa llena de libros, ideas en ebullición y artistas que acudían a cenar y veranear en Cadaqués, se crio Milena Busquets. Su madre, Esther Tusquets, fue una de las editoras más importantes que ha dado Europa.
En Confesiones de una editora poco mentirosa, Tusquets escribe que, en 1959, poco después de graduarse como licenciada en Historia: “irrumpió en nuestra vida desde los infiernos, cualquiera sabe, una empresa de la que apenas habíamos oído hablar (…) y que jamás se nos ocurrió iba a jugar un papel en nuestro reducido núcleo familiar: Editorial Lumen”. Poco a poco fue cincelando esta editorial “franquista, religiosa y moralizante” en un sello progresista y de calidad, a través de la incorporación de autoras, en primer lugar, como Ana María Matute, y alejando el espíritu conservador por un sello progresista. Poco a poco, Tusquets fue incorporando a nombres como Camilo José Cela, Virginia Woolf, Umberto Eco, Quino, James Joyce y Susan Sontag. Tusquets le dedica en la primera página de estas memorias unas líneas a su hija Milena, las líneas más importantes quizá, pues la acusa de ser la catalizadora de que plasmara en un libro aquellas anécdotas editoriales para que la memoria no las evaporara. Milena era una musa para su madre; su madre es una musa para Milena.
–En uno de los textos de Ensayo general disparás contra una costumbre de esta época: pensar en manada (“como un rebaño de vacas gordas y satisfechas”). Pareciera que ya no se piensa a solas, que es difícil encontrar un pensamiento original.
–Así es, y primero porque ya no estamos nunca solos. ¿Qué quiero decir con estar solos? Estar sin teléfonos móviles, sin ser totalmente conectable. Solo puedes pensar en soledad. Después es verdad que a veces te reúnes con amigos y puedes avanzar en tu pensamiento, porque hay gente que es muy estimulante que te hace pensar de otra manera. Pero esta idea de “todos somos un grupo” y decidir cancelar a alguien porque sí, incluso a personas muertas que ya no se pueden ni defender, me parece terrible.

–¿Sentís que hay una especie de policía del pensamiento en la cultura contemporánea?
–Esos son los grupos que me asustan: estás conmigo o estás enfrente de mí. Y es algo muy absurdo porque creo que, si no nos presionan, a lo largo del tiempo vamos cambiando de opinión. Tenemos que defender ese derecho. Yo no respondo de lo que dije hace dos años y tengo la suerte de ser tan narcisista, que tampoco hablo mucho de otro tema que no sea yo, con lo cual no puedo meter mucho la pata, en todo caso tiro piedras contra mi tejado. Pero si mis novelas fuesen históricas o sociales o políticas, habría metido la pata seguro porque van cambiando las modas y las corrientes, y hoy se juzga con mucha facilidad, sin piedad.
–No te llevás nada bien con los “artistas que dan lecciones de bondad, de civismo y de comportamiento poniéndose a ellos de vomitivo ejemplo”, escribís en Ensayo general.
–Sí, y lo terrible es que se ha reducido el campo de la discusión. Hoy cuesta mucho encontrar a alguien que te diga que ha cambiado de opinión. ¡La gente no cambia de opinión! Me gustaría leer una columna de alguien que dijera: “He cambiado de opinión sobre esto y os voy a contar por qué”. Como si los periodistas y los escritores tuviésemos que tener la verdad sagrada inscrita. Cambiamos de opinión cada cinco minutos. Somos seres vivos y todo lo que hace que esta vida se empequeñezca o se anquilose nos lleva hasta la muerte. Dar lecciones es poner fronteras al pensamiento. Además, la gente que da lecciones es aburrida. ¿No te parece?
–Conociste a muchísimos escritores desde muy chica. ¿Por qué pensás que esta tendencia a la cancelación y la ultracorrección se manifiesta ahora?
–No lo sé. Pero sí debo decir que hay cierta esperanza cuando hablas con los jóvenes. No veo este dogmatismo tan extremo en mis hijos. Creo que mi generación está cargando con el peso de esta radicalización de las ideas y uniformización o como se diga cuando en los setenta, incluso en los noventa, éramos mucho más libres. Creo que esta necesidad de tener ideas tan firmes ha dado cosas muy buenas, como el nuevo feminismo, y otras que no lo son tanto.
–Tu madre fue una de las grandes artífices de cambios en la sociedad española, reconocida como feminista en una época cuando casi ni se hablaba del tema. ¿Cómo analizás este momento del feminismo?
–Este es el momento de las mujeres. Pienso que es un logro increíble y es magnífico. Claro que está el riesgo de que algunos elementos vayan demasiado lejos y que esto se convierta en una caricatura o se convierta en una caza de brujas. Recuerdo la generación de mi madre que te decía que el feminismo ya había conseguido casi todos los objetivos. Pero de repente llegaron unas mujeres más jóvenes que yo, pues de 35 a 40, que dijeron que había mucho más por hacer. A los hombres, pobres, les ha tocado una época en la que están un poco descolocados y a los tíos les costará un tiempo encontrarse de nuevo, pero bueno, ¡nosotras llevamos miles de años buscándonos y perdidas!
–Le dedicás un texto muy conmovedor a Javier Marías quien, recordás, fue muy generoso con vos al cederte un texto suyo para una pequeña editorial que tuviste. No quiero decir que lo hayan cancelado, pero se lo denostó mucho en vida.
–Al final de su vida le cogieron manía. Esto pasa en España creo que con cualquier persona que tiene una obra importante. Cualquier personaje público, cuando tiene el éxito de Javier Marías, pasa de tener todo el público a favor a tener alguna gente en contra. Ha sido muy injusto… Disculpa [sale de la pantalla y toma en sus brazos a su perra que se encontraba a sus pies y saltaba sobre sus rodillas].
–¿Cómo se llama tu perra?
–Kate. Por Kate Moss, la modelo. Tiene un año y dos meses. Estábamos pensando un nombre cuando fuimos a buscarla y evidentemente lo primero que piensas, cuando eres escritor, es un nombre literario. Pensé en llamarla Marcel, por Marcel Proust. Y de repente pensé: “Pero vaya tontería”. Se lo dije a mi hijo Héctor y unos días después estaba jugando a la máquina, al fútbol, esos juegos que juegan. Y se dio la vuelta y me dijo: “¿Por qué no la llamamos Kate, que te encanta Kate Moss?”. Mi vida social se limita mucho a dar paseos por el perro por aquí, por esta zona. Me preguntan los vecinos cómo se llama y les digo: “Kate, por Kate Moss”. Me he enterado que en Inglaterra hay muchos perros que se llaman Kate por ella. La fama es esto.

–¿Qué es la fama?
–La fama no es que te den un premio idiota, que te den el premio Planeta, que te den no sé qué. La fama es que llamen a un perro por tu nombre, ¿no crees? Sí. Esto es la fama universal.
–No quiero seguir hablando de fama, pero También esto pasará ha acompañado a muchas personas en procesos de duelo, o a personas que se enamoran o se separan. No sé cómo llamarlo, ¿cariño? ¿Sentís lo que despierta y despertó tu libro entre los lectores?
–Sí, lo siento, es muy raro. Lo siento y es increíble porque, y esto no es falsa humildad, recibo muchísimos mensajes diez años después de publicado. Mensajes de mujeres, sobre todo, pero también de algunos hombres, de gente que me dice que el libro los ha acompañado y les ha ayudado. Me parece que he tenido una suerte increíble y totalmente merecida, como casi todas las suertes.
–Hay una gran sinceridad, algo descarnado en la novela, una fragilidad…
–Nada era buscado, escribí lo que me parecía que tenía que escribir. Nunca pensé nada, no hay nada cerebral en el libro. Me escribe gente que se ha tatuado la frase, frase que no me he inventado yo, pero que les ha servido en algún momento. Siento que es un regalo que me dio la vida. Pero también fue una maldición. Durante un tiempo me deprimí, fue muy difícil escribir el siguiente libro. Como todos los regalos, hay una parte venenosa luego de recibirlos. Hoy me parece una bendición que de algún modo mi madre siga viva en la gente que lee el libro.
–Es curioso porque tu madre era muy prestigiosa, muy reconocida, una personalidad fundamental para la cultural española del siglo XX, pero vos la has incluso superado en el reconocimiento, especialmente el del público.
–Bueno, hay gente que dice que no, la gente más intelectual considera que soy más frívola. Pero sí. Y también la he inmortalizado. Es lo que yo quería [piensa]. Sí, le he ganado. Pero no se ha enterado y eso me da rabia.
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