Pacho O’Donnell se define como “un indignado de la muerte” y, a los 82 años, considera que deteriorarse es una falta de respeto con la vida
El historiador, escritor, dramaturgo, médico psicoanalista habla de su libro “La nueva vejez”, del regreso al teatro de una de sus obras, y reflexiona sobre la actualidad cultural
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Uno marrón, el otro celeste. Los ojos de Pacho O’Donnell son de colores distintos. “¡Como los de Bowie!”, dice con cámara en mano Mariana, la fotógrafa. Pacho la mira, se quita los anteojos y deja que el sol descubra esa diferencia: “Lo mío es natural, lo de Bowie fue por una pelea”, aclara el hombre que en sus primeros años de galantería hizo uso de esta particularidad como una forma de entre con las chicas. “Aunque no faltaban los que me hacían bromas o dudaban de que mis ojos fueran así”, cuenta como buen narrador. “No es de vidrio”, respondía y alzaba su cara hacia la luz para demostrar que lo suyo era real, que tenía un toque diferente al resto.
En su departamento, en el barrio de Palermo Chico, O’Donnell habla de la repercusión, del debate que generó la publicación de su libro La nueva vejez (Sudamericana), el ensayo en el que se atreve a preguntar si la vejez es “¿la mejor edad de nuestras vidas?”. El historiador, escritor, dramaturgo, médico psicoanalista y exsecretario de Cultura de la Argentina se propone en esas páginas combatir el viejismo, el prejuicio social, una etapa que, tristemente para muchos políticos, es “el inevitable paso hacia la muerte”.
“La vejez no es una tragedia, es un desafío –asegura a sus 82 años–, es la coronación de una vida vivida intensamente o burdamente, livianamente, sin propósito. Tenemos que asumir que la vida tiene un fin y lo que le da sentido a la vida es la muerte. Para quienes no nos ilumina la fe o la convicción de que hay algo más allá, nos quedará, como digo en el libro, la dignidad de haber llenado la nada existencial con una vida plena en la que la vejez no fue una oscura espera del final, sino, como en mi caso, la mejor etapa de mi vida”.
En la oficina, su refugio, hay cuadros, libros, lapiceras, fotos, títulos, premios, una laptop. Todo está colmado, lo viejo y lo nuevo conviven de manera organizada. Pacho conoce cada espacio a la perfección. Abre cajones, saca libros, los suyos, los que escribió sobre diferentes personajes de la historia, los de otros, los que está leyendo, los que pronto leerá. En el sillón encuentra el dibujo de su cuerpo. Allí se acomoda, es su trono en ese pequeño castillo que da pistas de una vida, del camino de Mario Ernesto O’Donnell. Cuando nació, el 28 de octubre de 1941, su madre Susana Lucrecia Ure quería llamarlo Patricio, pero a la hora de anotarlo, su padre “traicioneramente y en confabulación con mi abuela materna me puso el nombre de mi padre, Mario y el de mi abuelo materno, Ernesto. Y eso mi madre no lo aceptó”.
–No lo perdonó.
–Una de las tantas cosas que no le perdonó. Mi madre me llamó siempre Patricio y de ahí nació Pacho . Un hermano mío no lo podía decir bien, pronunciaba Pacho y ese apodo quedó.
–¿Intentó recuperar a Mario Ernesto alguna vez?
–Lo intenté, pero me ha sido imposible. Pacho se lo comió. El mundo de los orígenes es, además, curioso, por esto mismo que decimos; los nombres tienen su intensidad y Mario nació débil, obviamente, nació siendo parte de un conflicto. Recuerdo cuando Tomás Eloy Martínez editó mi primer libro [Copsi, 1973, una novela, el título es una combinación de Coca y Pepsi] y me llamó por teléfono y me preguntó: “¿Cómo lo firmás?”. Ese fue un momento muy decisivo. “¿Qué te parece a vos?”, le consulté. Tomás me respondió que todos me conocían por Pacho y ahí firmé y pasé a ser Pacho para todos.Fue el momento en el que se consolidó el Pacho. A veces me da como un poco de pudor, una persona grande, Dr. Pacho O’Donnell. No queda muy bien. Y muchas veces pasa en las cartas, en los e-mails, también, donde hay gente que trata de enseriesarme y entonces ponen Dr. Francisco, porque no saben cómo llamarme. Suponen que el Pacho, que les parece demasiado informal, proviene de ese nombre.
–Su mamá finalmente ganó.
–(risas) Tenía su carácter.
Pacho tenía 63 años cuando pensó que se moría. En 2003, le diagnosticaron una insuficiencia cardíaca severa de origen desconocido. Si el cuadro se agravaba, el único camino posible era un trasplante de corazón. “Una enfermedad con promedio de sobrevida de cinco años. Todo era un riesgo. Fueron muchos años de sedentarismo, de obesidad –comenta–. Pero soy un ‘indignado de la muerte’, así me definí y decidí hacer todo lo posible para cambiar ese destino que parecía tan próximo y seguí las instrucciones de mi médico Javier Marino, que me recomendó hacer ejercicios, mantener una dieta saludable. Hice todo lo que estuviera a mi alcance para cambiar. Nunca fui un deportista consumado. En mi juventud jugué al fútbol y al rugby, y después lo dejé. Me empecé a sentir bien, a entrenar, primero con pesitas de 2 kilos… llegué a levantar las de 30. Fue progresivo. No me inmovilicé, no lo permití. Lo que sí pasó es que me envicié. La mejor relación que he tenido con mi cuerpo fue en la vejez, mucho más que en mi infancia y juventud”.
–La imagen que publicó en Instagram, en 2019, con el torso desnudo causó una revolución.
–Fue Marina [Orsi], mi esposa, la que tomó la foto de mi espalda, lo hizo para mostrarme el efecto de lo que el entrenamiento había hecho en mi cuerpo. Me sorprendió la repercusión. Debo decir que al principio me provocó cierta incomodidad. No había imaginado esa viralización. Recibí comentarios alentadores, los que me pedían consejos. Fue una manera de alentar a otros, de mostrar que la vejez no es deterioro. Llamó la atención ver a alguien con casi 80 años en buen estado. Estamos acostumbrados a abandonar nuestro cuerpo. Vivimos en un mundo que privilegia la juventud y se confunde la vejez con fealdad y deterioro. En la sociedad de consumo, las viejas y los viejos somos material de descarte. La ancianidad nos alcanzará a todos, aunque nos obstinemos en negarlo con cirugías, bótox y tinturas y todo aquello que nos vendan.
“El miedo a envejecer nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la vida que desea. Es equivalente a la sensación de estar usando mal el presente”, la frase de Susan Sontag es una de las elegidas por Pacho O’Donnell para abrir las páginas de La nueva vejez.
“Es una gran reflexión –aporta el autor de la serie La historia argentina que no nos contaron–. Es muy importante entender que es una etapa maravillosa para pagar las deudas, cumplir con aquellos sueños postergados, los que dejamos por diferentes razones. Retomar aquellas vocaciones que hemos dejado para más adelante. Una buena vejez tiene que ver con una buena vida y si tenés una buena vida no le temés a la vejez, la aceptás. Hay otra frase en el libro: ̒Solo ahora comienzo a saber pintar’, la dijo a los 72 años [Auguste] Renoir. Y siguió trabajando a pesar de la severa artritis reumatoide que sufría. San Martín pudo juntarse con su vocación por pintar ya en la vejez, en Francia. Otro buen ejemplo es el de Bartolomé Mitre, que a los 73 años publicó [en 1894] la primera traducción argentina de La Divina Comedia, de Dante Alighieri [la versión definitiva, en 1897], una tarea extraordinaria porque la hizo de acuerdo a su criterio: la traducción debe ser literal y emprende el desafío de traducir en tercetos de versos endecasílabos rimados como el original [hace una pausa]. En esto de pagar deudas con uno mismo, estos últimos años tuve mucha actividad teatral. A mí siempre me gustó el teatro. Me fascina el teatro, el mundo del teatro, la gente, el proceso. Siempre ha sido un teatro marginal, nunca he hecho teatro comercial, no porque no haya querido...”.
–En esto de pagar deudas o reencontrarse con esos pendientes, su primera obra teatral llevada a escena, Escarabajos (1975), vuelve a presentarse [desde el próximo sábado 23, en el Centro Cultural de la Cooperación].
–Es muy interesante porque uno ve distintas versiones de una obra, los directores, los actores le dan su propia versión que no tiene porque ser la mía, la del autor. Hay otro proyecto también dando vuelta.
–Quiero volver a esta idea de los pendientes. En el libro hay dos capítulos que hablan de la importancia de decir “te quiero” y de decir “gracias”.
–Es difícil decir “te quiero” porque nunca nos lo enseñaron, nos sale mejor la crítica… Pasa lo mismo con dar las gracias a todas esas personas que nos ayudaron, acompañaron.
–”La obviedad se parece mucho a la cobardía”, dice usted cuando hace referencia a esos “te quiero” que creemos sabidos. Y aquí pienso en el reencuentro que tuvo con su padre. Me atrevo a decir que estuvo bien lejos de la cobardía.
–Eso fue un acto de amor. Yo estaba exiliado. Un día en el 78, yo me había ido del país en el 76 llamé por teléfono a mi casa. Hablar por teléfono costaba una fortuna, además los que estábamos exiliados, estábamos viviendo mal. En ese llamado me atiende mi padre. Y le preguntó por mi mamá. “No, no está”, me dice. Sentí contrariedad. Después me quedé pensando, noté que su voz no estaba bien. Había algo. Entonces decidí volver a Buenos Aires, una decisión loca porque justo fue en el momento de la contraofensiva. Volví por Montevideo convencido de que esa era una forma más segura. La cuestión es que llegué y lo que hice fue hablar con mi padre. Era una persona muy reservada, muy para adentro, muy comprometida con su profesión de médico. Y lo que hicimos fue hablar, le pregunté, conversamos. Nos dijimos cosas no dichas. Después me volví a España, pero lo hice corriendo serios riesgos. Fue un acto de amor. Ya con la vuelta de la democracia regresé [en 1981 participó en el histórico Teatro Abierto y escribió en la revista Humor] y continué aquellas charlas. Mi padre fue longevo, vivió hasta los 85. Alguien decía que uno tiene que ir por la vida con la mochila vacía y eso tiene mucho que ver con la vejez, trata de vaciar la mochila de la deuda. Por eso insisto mucho en esto, si querés a alguien decíselo. No des por obvio que el otro sabe. Un amigo sabe que lo querés, pero si se lo decís es mucho mejor; a tus hijos, a tus padres. Ese es uno de los elementos de mucho dolor cuando alguien muere, que es lo no dicho, lo no hecho, lo que quedó pendiente por la pésima fantasía de que el tiempo no pasa, de que hay tiempo para todo y de pronto cuando alguien que vos querés mucho se muere te das cuenta de todo lo que quedó pendiente.
Los viejos son, según detalla O’Donnell en su ensayo, el grupo de discriminados más grande. La población mundial de mayores de 65 años ha pasado de 700 millones en 2009 a la expectativa de 2000 millones en 2050. “Aquí somos casi 7 millones de personas que vivimos bajo el prejuicio cultural de considerar a la vejez como una etapa oscura, y a los viejos como deprimidos, aburridos, solitarios, enfermos. Una idea asociada a la decadencia –reflexiona–. Por eso digo que soy un anciano que escribe en un país latinoamericano castigado por una grave y persistente crisis económica, social, cultural y política. La posjubilación no me permite ir a vivir a lugares como Miami, Punta del Este o Málaga”.
–Usted bien señala y las proyecciones lo demuestran, que la vejez se transformó en la etapa más larga de la vida de una persona. Sin embargo, los estados, en general, no tienen políticas enfocadas en ese segmento.
–Es cierto que la vejez se ha transformado en la etapa más larga de la vida de una persona y no está asumido que en esos años se pueden hacer muchas cosas valiosas. Gracias a la ciencia es la etapa más larga de nuestra vida. Más larga que la infancia, que la adolescencia… Ahora hay mucho tiempo. Si la vejez empieza a los 60 años, yo llevo 22 años en esta etapa y en estos 22 años de vida se pueden hacer muchas cosas. Los viejos seguimos siendo personas con capacidades, pero la sociedad está organizada en torno a la juventud y eso tiene que ver con el poder de consumo que tienen la juventud y la adultez. La mayoría de las jubilaciones, miserables, por cierto, no permite el acceso al consumo. Entonces quedamos por fuera. Recién decía que somos personas con capacidades y en los trabajos no se tienen en cuenta a las personas mayores, generalmente se elige a alguien joven, aunque no tenga la experiencia o la capacidad. Hay una visión de la vejez bastante oscura. Los viejos somos aburridos, depresivos, solitarios, enfermos, como si su única actividad fuera esperar lo que ya sabemos. Pero mi principal preocupación es la lucha contra el deterioro. La muerte viene invicta hasta ahora, no le vas a ganar nunca. En cambio, con el deterioro podés pelear. Deteriorarse es una falta de respeto con la vida, como es una falta de respeto identificar vejez con deterioro, y no solo a nivel corporal, sino también a nivel intelectual. Lo que ocurre es que muchas veces las personas mayores obedecen a esa suposición cultural y la cumplen, esa que dice que hay una sinonimia entre vejez y deterioro. Yo me niego a esa sinonimia. Durante la pandemia, el Covid se aprovechó de esta idea, de que los viejos somos “personas deterioradas”. Se morían los viejos…era solo una enfermedad que atacaba a los viejos. No había que acercarse a los viejos, eran peligrosos.
–En un pasaje del libro da un detalle más que interesante: la palabra viejo es una de las que más sinónimos tiene en el diccionario de la Real Academia Española, y no son especialmente positivos.
–Abuelo, decrépito, senil, rancio, fósil, destartalado, anciano, vejestorio, arcaico, usado, anticuado, matusalén, deslucido y tantos otros [repite pausado, con ese particular tono de voz]. Yo prefiero la palabra viejo y la uso con mucha libertad para romper con ese viejismo, esa discriminación etaria, esa incomodidad. Hay que reivindicar esta palabra y puede ser con ejemplos de creatividad y fuerza. Goethe escribió Fausto a sus 80 años, [Giuseppe] Verdi estrenó Otelo a sus 74 y Gabriel García Márquez escribió hasta pasados sus 85 años. Los Rolling Stones siguen tocando por el mundo a sus más de 80 años, Picasso seguía pintando a sus 90, Héctor Alterio hace muy poco se subió al escenario. Hay tantos ejemplos. Clint Eastwood sigue dirigiendo, actuando; Akira Kurosawa filmó pasados los 70 años tres obras maestras [Kagemusha, Ran y Sueños], Manoel de Oliveira, el director portugués, hizo su última película a los 105 años [Um Século de Energia].
–Hay otra palabra que tiene una discriminación etaria, además de un peso psicológico: jubilada, jubilado.
–En un país como el nuestro decir jubilado suena bastante dramático. Cuando se piensa en la vejez en la Argentina te lleva inevitablemente a pensar en la jubilación, en cómo termina y uno lo que dice es cómo voy a sufrir. Lo que se visualiza es un futuro de sufrimiento, un destierro. La vejez es particularmente cruel en los sectores sociales sumidos en la pobreza o en la miseria. Son los más cruelmente vulnerados. Lo señalo en el libro. Son pobremente asistidos por el Estado y en muchos casos carentes de la protección de estructuras familiares organizadas. Los viejos son una carga insostenible y ello conlleva a consecuencias de desamparo y en muchos casos a una muerte prematura.
–En la cultura, en la sociedad se ensalza a la juventud y suelen recharzarse los cuerpos que ya no son jóvenes. Emma Thompson, por ejemplo, cuando estrenó Buena suerte, Leo Grande habló de la aceptación de los cuerpos, de la necesidad de amigarse. De hecho, se “atreve” a mirar ese cuerpo desnudo frente al espejo.
–Esto sucede porque la comparación es con cuerpos jóvenes, que están, como bien decías, dotados de esa belleza ensalzada por la sociedad. El prejuicio supone que los viejos no tenemos cuerpos sino ruinas de lo que fuimos antes. Desde el inconsciente cuando nos referimos al cuerpo decimos es “cosa de jóvenes”. Las personas viejas solemos manifestar rechazo hacia esos cuerpos ya no jóvenes. Son extraños, ajenos, deformados, invadidos por canas, arrugas, flacidez. Hay una belleza corporal adecuada a cada época etaria. Es por eso que digo que la belleza de los cuerpos ancianos debe ser juzgada en relación a sus pares. Pero no podemos, no debemos reprimirnos. El viejismo está muy focalizado en la mujer, es la que más sufre, es doblemente discriminada, por vieja y por ser mujer.
–Por mucho tiempo hablar de sexo en la vejez fue un tema tabú.
–Tenemos sexo hasta el final de nuestros días y eso impacta porque se supone que las viejas y los viejos somos seres asexuados. Molesta. Dan por sentado que las personas mayores perdemos el deseo y la actividad sexual. No es el mismo que cuando teníamos 20 años, pero, por el contrario, muchas parejas encuentran mayor satisfacción en su vida sexual que cuando eran más jóvenes.
–¿Por qué?
–Porque la sexualidad en la vejez se centra en el erotismo, no tanto en la penetración, sino en el juego, en el tiempo dedicado, en la ternura, en la espera, en la caricia, también en los juguetes, en todas las formas posibles de lograr placer… La masturbación es muy importante, necesaria. Nos ven a los viejos como seres asexuados y se creen que el rendimiento sexual, la potencia sexual solo se cotiza en las farmacias, pastillas de todo tipo, toda una industria de fármacos.
–No puedo dejar de preguntarle por su voz. ¿Estudió locución, la perfeccionó de alguna forma?
–[Ríe]. No, no. Es una voz que nació de tanto impostar. Cuando mis amigos ya están cambiando su voz, yo seguí teniendo una voz muy infantil [intenta hacer una voz finita, aniñada]. Entonces yo la forzaba, la exigía, la fui haciendo, era una forma de permanecer en la tribu, no sufrir bullying, era fácil que te carguen, que te tomen de punto. Mucho para analizar [bromea], el nombre, la voz....
–¿La medicina? Seguir el camino de su padre. [En 1965 Pacho se graduó de médico en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. Se especializó en Psiquiatría, Psicoterapia y Psicoanálisis]
–[silencio] Es posible.
En 1983, con el regreso de la Democracia, el presidente Raúl Alfonsín lo designó secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires donde se propusó recuperar la cultura a través de actividades al aire libre, una manera de invitar a volver a integrase a la ciudad y al reencuentro con artistas, pensadores que estuvieron exiliados, prohibidos. Además de fomentar el Programa Cultural en Barrios con el fin de acercar la cultura. En el gobierno de Carlos Saúl Menem, desempeñó el cargo de Secretario de Cultura. Durante su gestión se logró la financiación y puesta en marcha del Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) y se creó y financió el Instituto Nacional de Teatro (INT). Puso en funcionamiento la Biblioteca Nacional, avanzó en la informatización de las bibliotecas populares y gestionó y logró la cesión del edificio de una ex tabacalera para el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA).
–Con sus antecedentes como secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y de la Nación, además de haber sido el hombre que puso en marcha el Incaa e impulsó el Instituto Nacional de Teatro ¿qué opinión le merece las medidas que el Gobierno Nacional está tomando en el terreno de la cultura?
–La cultura molesta, hay una emisión que creo que está bastante en juego en este momento y es que la cultura es de izquierda, que la cultura, el cine, el teatro, la universidad son adoctrinamientos para el comunismo, el socialismo. Eso es lo que pensaba la dictadura y ahora pareciera que esa idea se renueva.
–En su faceta como historiador, usted se propuso hacer un revisionismo, como una clara búsqueda de identidad nacional.
–Es muy importante porque ha habido una interpretación injusta en muchos casos de ciertos personajes que han quedado bastante postergados, otros muy iluminados, personajes polémicos a los que se los ha exaltado, esto pasa en todas las historias. A veces digo que soy una especie de Florencia Nightingale [precursora de la enfermería profesional], me interesa rescatar a los heridos. He escrito sobre Rosas, sobre Monteagudo, sobre Artigas –tan mal interpretado en la historia argentina, aporta–, sobre los caudillos federales... Ernesto Che Guevara, personajes que, yo creo, necesitaban una versión más fidedigna de lo que fueron y de lo que hicieron.
–En su época como embajador de Bolivia escribió sobre Juana Arzuduy, en 1994.
–Allí, en Bolivia, encontré mucho material historiográfico de los historiadores de bolivianos, material que no tenía una circulación bibliográfica. Algunos eran manuscritos, otras fotocopias, esténciles... Se fue construyendo esa imagen de esta heroína extraordinaria, que al mismo tiempo significó mucho más. Hay libros que marcan, este fue un libro que me marcó mucho, más de lo me propuse, porque reivindicó el papel de la mujer en la historia argentina y, por otra parte, Juana también significó la reivindicación de los caudillos del Alto Perú que son personajes apasionantes y que han tenido una importancia clave en nuestra defensa de la independencia. Mitre, que se ha ocupado de estos caudillos, dice que al principio de la revolución eran cientos y al terminar eran nueve. Todos muertos en acción. Otra reivindicación con Juana fue la de los pueblos originarios.
–Volviendo a los planes, que es lo que lo mantiene vivo, más allá de los ejercicios...
–Me quedan 18 años para llegar a los 100. Estoy trabajando en la biografía histórica del caudillo tucumano Alejandro Heredia, un héroe de la guerra contra la Confederación peruano-boliviana. Un mártir del federalismo.
–En la reflexión final de La nueva vejez dice que no fue “suficientemente solidario” con sus prójimos “de avanzada edad”.
–Hay tantos hombres y mujeres, viejos y viejas que viven en la pobreza, en la miseria, que tengo que buscar la mejor manera de ayudar. Es algo que mi conciencia me reclama.
De su padre heredó la pasión por River Plate; “me llevaba de vez en cuando a la cancha. Ya no juego “, aclara.
–¿En qué posición lo hacía?
–Siempre atrás, en cualquier posición. El fútbol era algo de familia.
–¿Con sus hermanos? [Guillermo Alberto, politólogo y Alejandro, fundador del Centro de Estudios de Nutrición Infantil]
–Dos excelentes personas [la pausa es larga]. Ya no están. Decir siempre gracias, decir te quiero.
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