“Nueve reinas”, el retrato de una época y un éxito inesperado
El director de fotografía Marcelo Camorino revela detalles de una obra que resultó un punto de giro en el cine nacional y que volvió remasterizada a las salas
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El 31 de agosto de 2000 se estrenó Nueve reinas. El proyecto de la convertibilidad del gobierno de Carlos Menem ya había entrado en crisis y se avecinaba un momento trágico de la historia del país. La película sintonizaba a la perfección con ese intenso clima de época. Era la ópera prima de Fabián Bielinsky, quien había sumado experiencia como asistente de dirección en el terreno de la publicidad y se convirtió en el principal artífice de un clásico del cine argentino contemporáneo.
Nueve reinas costó un millón de dólares (todavía existía el 1 a 1) y terminó recaudando cerca de 15. Fue un éxito inesperado y asombroso que empezó a consolidar a Ricardo Darín como el rey del escueto star system argentino. Hasta ahí, Darín apenas había insinuado lo que llegaría a ser más adelante en películas como Perdido por perdido (1993, Alberto Lecchi), El faro (1998, Eduardo Mignogna) y El mismo amor, la misma lluvia (1999, Juan José Campanella). Con Nueve reinas inició una relación artística con Bielinsky que lamentablemente duró muy poco por la prematura muerte del director en 2006, cuando tenía 47 años, pero tuvo un corolario virtuoso con El aura (2005), segundo y último largometraje del cineasta que evidenció una marcada evolución de su cine.
Casi un cuarto de siglo después, se reestrenó hace unos días en salas de todo el país una versión digital cuidadosamente remasterizada de esta película filmada en 35mm, un formato en vías de extinción por su costo. Y otra vez parece encajar a la perfección en el contexto. Nueve reinas es una prueba de la potencia y la creatividad del cine argentino en su vertiente más popular, pero nadie –ni Bielinsky ni la productora del film, Patagonik– soñaba con ese estatus cuando la lanzaron. En todas partes del mundo es difícil pronosticar cuál será el futuro comercial de una película. Pero para que un fenómeno cultural y un negocio rentable como Nueve reinas sea posible, la condición necesaria es producir cine. Y el cine se produce con apoyo estatal en todas las industrias serias del globo. En la Argentina existe una ley que muchos países de la región e incluso de Europa ven como un modelo virtuoso y la reaparición de la ópera prima de Bielinsky funciona como testigo patente de la importancia de una actividad con una larguísima tradición nacional y una identidad propia indiscutible.
Marcelo Camorino fue el director de fotografía de Nueve reinas. Y lógicamente trabajó ahora en la supervisión de la versión digital remasterizada. Su misión inicial, la de aquella aventura de destino incierto en el año 2000, no fue sencilla. Bielinsky quería una película urbana que reflejase el pulso de Buenos Aires, una ciudad con una dinámica muy singular, casi siempre súper acelerada. Y para eso pensó en el uso intensivo del steadicam, un estabilizador de cámara compuesto por un arnés corporal y un brazo mecánico que requiere de un know how muy concreto para su aprovechamiento integral. “De los cuarenta y cinco días de rodaje, hubo más de treinta en los que se usó el steadicam, algo completamente inusual, sobre todo en una producción del volumen de Nueve reinas, no muy grande. El costo del uso de esa tecnología obligó a compactar la filmación y no dejó mucho margen para el error. Bielinsky había trabajado lo suficiente con los dos protagonistas antes del rodaje, entonces las escenas de Ricardo Darín y Gastón Pauls salían muy rápido. Pero hay escenas importantes, como la de la persecución en Puerto Madero, que si las mirás detenidamente tienen conflictos con la luz –revela Camorino–. No hay continuidad porque tuvimos que hacerla en muy poco tiempo. Si tenés más tiempo, podés filmar diferentes tomas de una escena con el sol en la misma posición. Tres o cuatro jornadas, por ejemplo. Pero esta escena se hizo en un día. Y se agregó uno más porque en la corrida Gastón se torció un tobillo y no pudo seguir. El plan de rodaje era muy estricto”.
La copia digital de Nueve reinas que llegó a los cines tiene una imagen muy nítida, de alta definición (con más “sharp”, como apunta Camorino apelando a un tecnicismo de su oficio), diferente a la del fílmico. Pero esa diferencia solo la percibe un ojo entrenado en ver películas de la era analógica, es inocua para las generaciones que nacieron con la tecnología digital ya establecida como patrón. Camorino, que tiene 70 años, empezó a trabajar cuando el cine se hacía en 35mm, pero no tiene un espíritu nostálgico. “La aparición de la tecnología digital fue muy importante para mejorar la visualización de las películas –opina–. Antes tenías muchas copias que llegaban a los cines rayadas, cortadas, con varios problemas técnicos, porque el desgaste era inmediato. Si no veías la película el día del estreno, corrías el riesgo de encontrarte con algunos de estos problemas. A Santa Fe, donde viví yo hasta mediados de los 70, llegaban copias que habían pasado doscientas veces en Buenos Aires y ya estaban deterioradas. Esto se acabó con la llegada de las copias digitales”.
Camorino es santafesino y se formó en el oficio trabajando en una productora publicitaria a la que tuvo acceso gracias a una mano de su gran maestro, Félix Monti, El Chango, uno de los directores de fotografía más célebres de la historia del cine argentino. Trabajó con Nicolás Sarquís, Alberto Fischerman, Eduardo Mignogna y en La señal, la película estrenada en 2007 que Ricardo Darín protagonizó y dirigió en sociedad con Martín Hodara. También sumó experiencia en España, Costa Rica y Colombia. Fue docente en la Universidad del Cine en Buenos Aires y en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba. Su relación con el cine se fortaleció gracias a un cineclub de su provincia natal. Hoy vive en Colombia porque en uno de los rodajes en los que prestó sus servicios conoció a Olga, una mujer de Cartagena. “Cuando no estoy trabajando con el cine les doy de comer a la gallinas, cuido plantas, podo árboles…”, dice sobre sus rutinas más cotidianas en la Bahía de Barbacoas, un lugar cuya belleza salta a la vista después de una simple búsqueda en Google. Y pronto deberían estrenarse Lo que quisimos ser, la nueva película de Alejandro Agresti, y El infierno de los vivos, de Alberto Gieco, un santafesino que trabajó mucho en la poderosa industria del cine en Los Ángeles, ambas con dirección de fotografía de Camorino.
Cine industrial de autor
Marcelo conserva un recuerdo imborrable de Nueve reinas, un suceso de taquilla que él ni siquiera había sospechado cuando terminó de trabajar en esta película cuya historia secreta tiene algunas curiosidades: se iba a llamar Farsantes, empezaba con el personaje que terminó interpretando Pauls soñando con su padre e iba tener como dupla protagónica a Leonardo Sbaraglia y Gabriel Goity. Al final, después de estar un par de años cajoneado, el proyecto de Bielinsky entró en la agenda de Patagonik, una de las productoras más importantes de la Argentina, y hubo que resolver todo en un santiamén. Se convocó a Darín y Pauls cuando quedaba poco para el inicio del rodaje y se preprodujo a toda velocidad. “Se corrió en esa etapa y el rodaje también fue apretado por el presupuesto, como contaba antes, pero el ambiente fue muy lindo, muy familiar. Terminabas y tenías ganas de volver al set al día siguiente, algo que no siempre ocurre. Con Fabián trabajé muy bien porque era alguien que sabía con claridad lo que quería y mucho más lo que no quería. Hizo una película de autor, pero dentro de un marco industrial”.
Ayudó mucho que Bielinsky tuviera un conocimiento técnico que propiciaba un diálogo fluido con Camorino. “Fabián sabía mucho de óptica, había estudiado en la Enerc, había visto mucho cine, era alguien con una base muy sólida –reafirma el director de fotografía–. Tomó decisiones muy inteligentes, como la de usar una grúa para la escena del Hotel Hilton, que también fue un hallazgo de producción. Se había pensado en filmar en Mar de Plata, que tiene mucha capacidad hotelera y está bastante libre durante buena parte del año, pero apareció la posibilidad del Hilton y nos gustó mucho. Bielinsky resolvió montar una grúa en el hall central, hacia donde balconean todas las habitaciones, y quedó muy pero muy bien”.
Más allá de los aciertos del guion, la puesta en escena y las actuaciones (también fueron parte de un elenco sólido Leticia Brédice, Tomás Fonzi, Graciela Tenenbaum, Oscar Núñez, Alejandro Awada, Elsa Berenguer y Roly Serrano), el éxito de Nueve reinas estuvo muy determinado por su carácter anticipatorio, profético. “El universo de la película es el del engaño, el egoísmo, el sálvese quien pueda. Por eso tiene una atmósfera cínica, la de estas sociedades modernas en las que el beneficio propio parece ser el único concepto que vale”, declaró en su momento el director.
“Yo creo que a la gente le gustó la película por la espontaneidad de los personajes, que son dos tipos complejos pero queribles –analiza ahora Camorino–. Dos prototipos de un estilo de personalidad porteña bastante común. Veníamos de los años 90, donde ya había habido problemas con los bancos –algo que aparece expresamente en Nueve reinas–, y después se desencadenó la crisis del 2001. Había un ambiente propicio para esta película, que fue como el corolario, la frutilla del postre de los 90 en la Argentina. Creo que muchos nos vimos reflejados ahí. Vimos lo jodidos y lo simpáticos que podemos ser. Es un gran retrato de esos tiempos”.
Después del gran éxito en Argentina, Nueve reinas circuló por todo el mundo: se estrenó en cines de Estados Unidos, Chile, Brasil, Uruguay, España y Francia. También fue exhibida en varios festivales internacionales: en Canadá, Noruega, Colombia, Perú, México, Italia. Y en 2004 se estrenó en Estados Unidos una remake producida en Hollywood por Steven Soderbergh (también autor del guion aunque lo firmó con un seudónimo), dirigida por Gregory Jacobs y protagonizada por John C. Reilly, Diego Luna y Maggie Gyllenhaal. En la Argentina esa versión fue directo a videoclubs y tanto Ricardo Darín como Fabián Bielinsky quedaron decepcionados cuando la vieron. “No entendieron nada. Para empezar, si alguien la vio, se llama Criminal. Los dos tipos andan en un Mercedes, que está bien, no es el último modelo, pero ¡andan en un Mercedes! La historia de Nueve reinas es la de dos chabones a pie, haciendo yeites en la calle”, declaró el actor. Bielinsky viajó a presenciar parte del rodaje pero lo recibieron con frialdad. Después se encontró con una versión muy distorsionada, alejada del espíritu de Nueve reinas, según reveló alguna vez su asistente de dirección Martín Hodara.
Lo cierto es que Nueve reinas capturó el ritmo frenético del microcentro de Buenos Aires, una jungla de cemento llena de aventuras y de peligros. Es una película de espíritu urbano que trabajó con pericia una imagen y una puesta en escena cercana al documental y decodificó como una antena las ondas negativas del humor social que circulaban después de la implosión del plan económico de Domingo Cavallo, que fue la columna vertebral del menemismo. Un plan que tuvo algunos protagonistas políticos que hoy están de nuevo en el centro de la escena.
Con muchísima experiencia en la industria del cine y un Diploma de Honor concedido por la Fundación Konex en 2011, Camorino sabe muy bien cómo fue que ese sector creció, sumó éxitos de taquilla, generó mucho trabajo, cosechó premios internacionales y alimentó el rico acervo cultural argentino. Y frente a la discusión que sorpresivamente instaló el actual gobierno respecto de la financiación de distintos organismos relacionados con la actividad artística, no titubea: “El apoyo del Estado es necesario porque el cine tiene una parte de industria y una parte de producción independiente que es muy necesaria y no puede vivir sin los beneficios que le otorga una ley que es respetada en todo el mundo –asevera–. Como escribió el director Juan Villegas sobre este tema, el Estado le debe más al cine argentino que el cine argentino al Estado. Es obvio que hay que apoyar al cine, al teatro y a la industria editorial. Un país sin cine, teatro ni libros es un país peor”.
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