No pienses en un león
Algunas pistas para entender por qué es improbable cambiar la posición política de las personas con argumentos lógicos
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Hace 20 años un lingüista cognitivo de California se preguntó por qué los argumentos progresistas del partido Demócrata no alcanzaban para vencer en elecciones las posiciones conservadoras del partido Republicano. Esa hipótesis va al punto crítico de toda campaña electoral: por qué es improbable cambiar la posición política de las personas con argumentos lógicos.
De la investigación de George Lakoff, especialista de la Universidad de California en Berkeley, surgió un clásico de las escuelas de gobierno, que condensa la tesis del autor en el título No piense en un elefante. El libro aludía al animal que identifica a los republicanos para ilustrar cómo, aunque en la portada estuviera negado y tachado, el paquidermo y sus asociaciones acudían inevitablemente al lector.
La mera mención trae a la mente aquello que se propone negar. Esta constatación fisiológica explica la futilidad de campañas de negación como aquella gubernamental que decía: “Buenos Aires no para”. La mente se queda con el verbo “parar” sin que la negación alcance para traerle la idea de “avanzar”, si era esa la idea. Ese principio explica por qué los outsiders, esos políticos que irrumpen sin base partidaria ni presupuesto publicitario, terminan ganando el centro del debate. Si no las elecciones.
Estudiando un debate tan delicado como el del aborto, Lakoff encontró que cuando sus defensores negaban los argumentos de los conservadores, diciendo cosas como “No, no mata niños”, la negación traía en sí la imagen de la matanza que quería desmentir. Y así reactivaba el marco mental negativo en lugar de omitirlo.
"Como los outsiders se alimentan de la indignación ajena, todo lo que los demoniza, en el fondo, los fortalece"
Quienes se autoperciben progresistas en la Argentina leyeron demasiado los ensayos de Laclau, y poco y nada de la investigación en comunicación política de Lakoff. Con el manual equivocado, en las últimas semanas emprendieron una campaña que reemplazaría el elefante del libro citado por el animal que eligió Javier Milei para identificarse. En distintos formatos y emisores la campaña oficialista coincide en el mensaje de no piensen en un león.
Declaraciones altisonantes de intelectuales pidiendo no votar al candidato libertario en el balotaje. Mensajes con panfletos no solicitados. Dramatizaciones en universidades estatales, en trenes, de donde se recrea la plataforma electoral del partido que llaman a no votar. Pseudo medios que crecieron y subsisten con el financiamiento oficial distribuyen pseudo reportajes en idéntica línea. Funcionarios públicos que replican desde sus cuentas exabruptos del candidato opositor, que pueden escandalizar a los propios pero que pueden reforzar la decisión del contrario.
Más allá de la difusión que están haciendo al programa del partido opositor, los efectos de tal campaña son imprevisibles. Lo único seguro es que son una mostración de lealtad al partido que desde el gobierno supo premiarla generosamente en intelectuales, universidades y medios aplaudidores. La campaña que se ocupa de denostar al partido contrario parte de la falacia de suponer que el votante opositor está esperando la argumentación oficialista para decidirse. Con el efecto colateral de exaltar al candidato que supuestamente se quiere denigrar.
Como los outsiders se alimentan de la indignación ajena, todo lo que los demoniza, en el fondo, los fortalece. Muchos medios norteamericanos en la campaña de 2016 reforzaron la idea de que Donald Trump era un desquiciado. Subestimaron a una mayoría de votantes que entendieron que quizás un loco era el indicado para gobernar entonces.
Así como no mueve el voto que por fanático se llama duro, la campaña de descalificación rasca poco del dubitativo, y ha demostrado reforzar el voto de quien puede estar de acuerdo con los argumentos que desde la vereda contraria parecen absurdos.
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