No lugares: aeropuertos, hoteles, supermercados y los espacios que transitamos mientras vamos
Atentan contra la diversidad (pese a su pretensión de potenciarla) y aplanan o borran la riqueza de las diferentes historias, culturas y hábitos que caracterizan a la especie humana.
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Si nuestros lugares habituales y familiares significan espacios de identidad, de historia, de relación, un no lugar sería todo lo contrario. Resultaría un sitio carente de identidad, sin valor histórico, en el que no mantenemos ni con el cual establecemos vínculo alguno. En 1993 el antropólogo francés Marc Augé desarrolló, profundizó y consagró la categoría de No Lugares en su ya clásico ensayo del mismo nombre. Augé murió el pasado 24 de julio, a los 87 años, en Poitiers, ciudad donde había nacido.
En los 30 años transcurridos desde que instalara el concepto, los no lugares se multiplicaron en todo el planeta como uno de los efectos más cuestionables de la globalización, del modo en que ésta atenta contra la diversidad (pese a su pretensión de potenciarla) y aplana o borra la riqueza de las diferentes historias, culturas y hábitos que caracterizan a la especie humana.
La lista de los no lugares, así bautizados por Augé, quien ponía su profesión al servicio de un profundo humanismo, incluye hoy a aeropuertos, hoteles, supermercados, shoppings, cines, sitios de vacaciones, restaurantes de comida rápida, carreteras y cada vez más espacios que transitamos mientras vamos, de acuerdo con su decir, de la clínica en la que nacemos al hospital en el que morimos.
En todo el planeta estos no lugares son hoy exactamente iguales, como si los hubiera diseñado un mismo arquitecto o como si los distintos constructores hubiesen recibido los planos de una única central de inteligencia artificial, ajena a las características y necesidades de cada barrio, cada ciudad, cada país, cada persona. En un no lugar da lo mismo el país o la ciudad en que nos encontramos, ya que se pierde toda referencia. Así se trate del otro extremo del globo terráqueo, cuando regresemos a casa no habremos experimentado lo diferente, ni agregado a nuestras vivencias un capítulo que amplíe y enriquezca el relato existencial. Sumemos a esto que veremos la misma moda, los mismos recitales, pagaremos con las mismas tarjetas de crédito, observaremos los mismos autos y, así en cada materia, lo distinto habrá desaparecido.
"El sentido de la existencia individual depende en primer lugar del modo en que nos relacionamos"
La exquisita sensibilidad y la despierta inteligencia de Augé lo llevaron a explorar a través de la antropología todos los aspectos de la vida, desde los más cotidianos (como los hábitos) hasta los más trascendentes y filosóficos (como la religión), y a diferenciar el futuro (tiempo que cronológicamente sigue al presente) del porvenir (sentido y significado que cada persona, bajo su propia e intransferible responsabilidad, da a ese tiempo).
Su rica obra incluye un breve, hermoso y conmovedor libro titulado Las pequeñas alegrías, en el que recopila y comparte esos pequeños e inesperados momentos en que, por hechos simples, la felicidad toca nuestra vida como una epifanía. Allí escribe: “El sentido de la existencia individual depende en primer lugar del modo en que nos relacionamos. Toda identidad singular se construye mediante nuestra relación con el otro, que se define como constitutiva del sentido social”.
A medida que los no lugares se expanden por el planeta, esa relación fundamental va desapareciendo. Los no lugares, explicaba Augé, convocan multitudes en las que cada uno está solo, ausente de los demás. Son espacios de tránsito, de fugacidad, en los que no se echan raíces, no se crea historia, no se tejen vínculos. “El espacio del no lugar, dice en su libro fundante de la categoría, no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud. Tampoco le da lugar a la historia (…) Allí sólo reinan la actualidad y la urgencia del tiempo presente”. Ese es nuestro tiempo. La era de los no lugares, en donde la identidad se difumina hasta perderse, la época en que la velocidad, la alienación y la incapacidad de permanecer y contemplar, nos deja vacíos, tanto como esas escenografías que recorremos.
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