No es el momento: será cuestión de seguir esperando
No existe el momento adecuado cuando hay que decirle a alguien lo que no quiere escuchar, o cortar de cuajo los beneficios turbios de una situación abusiva
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En la copiosa obra del genial Alberto Moravia brilla un cuento breve, una de sus sabrosas acuarelas romanas que pintan con humor mordaz una picardía que también es criolla. “Non è il momento” narra las desventuras de Gigi a lo largo de toda una jornada festiva en las calles de la Roma de posguerra. El muchacho se arma de coraje y de la dudosa compañía de Paolino, un amigo dado al carcajeo incontinente, para ir a hablarle a Iole, su ragazza, que lo ha abandonado “sin razón”.
Tiene algo importante que decirle, y la encuentra en un puesto de tiro al blanco, en medio de la feria populosa, admirando la puntería del musculoso “americano” alla Marlon Brando que la acompaña. Gigi la encara circunspecto. Será breve, dos palabras; pero ella lo mira casi con lástima, como si lo que está a punto de decir fuera evidente para todo el mundo menos para el pobre Gigi, y corta: “Gigi, non è il momento”. Él, en cambio, sabe perfectamente que sí es el momento, que, en verdad, es el único momento, y que probablemente no habrá otro, así que insiste, grave. Pero el americano, al que le ha sonado simpática la expresión italiana, interviene, risueño, repitiendo lo que acaba de oír: “Gigi, non è il momento”.
Los cuatro amigos pasarán la tarde juntos y vivirán situaciones desopilantes, pero Gigi ha quedado tocado, y está claro que, aunque sea de la partida y lo incluyan en la conversación, no lo toman en serio. Más bien lo contrario y, ya en plan de chacoteo, todo lo que diga, haga o aun calle, será jocosamente despachado: “Non è il momento”.
Recordaba al pobre Gigi, esta semana, cuando el Gobierno intentó explicar su componenda con el peronismo, en sus cepas kirchnerista y cegetista, para frustrar una iniciativa que aportaría transparencia y calidad democrática a la tarea sindical: “No es el momento”, clausuraron desde el oficialismo. ¿Qué intentaban la UCR, la Coalición Cívica y Pro? Dar tratamiento legislativo a un puñado de propuestas para una saludable vida institucional: básicamente, limitar el mandato de los representantes gremiales, eliminar las exacciones compulsivas a los asalariados para financiar la actividad de aquellos, exigir que los jerarcas presenten declaraciones juradas. Simple. Pero parece que no es el momento.
Sin embargo, aunque maltrecha y a paso lento, la reforma laboral avanza, de modo que los paladines de los trabajadores operan sin desmayo, y ya han puesto manos a la obra para la siguiente patriada. Preservado el núcleo duro de los privilegios opacos (la poltrona cada vez más atornillada por reelecciones ad infinitum y la alcancía siempre llena merced al manotazo de la “cuota sindical”), ahora se trata de asegurarse una reglamentación benévola del artículo que establece los bloqueos como justa causa de despido.
No vaya a ocurrir que haya consecuencias por vulnerar el derecho a trabajar, a producir, a circular libremente o a desplazarse a voluntad de una ciudad a otra. A tales efectos se espera para las próximas horas una reunión entre el Gobierno y “el ala moderada” de la CGT. La crónica periodística refiere que desde la Casa Rosada no quieren “irritar” a los capitostes gremiales, que de ninguna manera quisieron hacerles un “desaire” con estos arrebatos legislativos. Irritar, desairar; faltaría más… Los abnegados representantes de la clase trabajadora son gente sensible. Y no es el momento.
En verdad, nunca lo fue; no lo ha sido al menos en los últimos cuarenta años de democracia. Puestos en los zapatos de los reyezuelos amenazados, es comprensible. No existe el momento adecuado cuando hay que decirle a alguien lo que no quiere escuchar, o cortar de cuajo los beneficios turbios de una situación abusiva. En esos casos, solo hay momentos malos o peores. Claro que los gremialistas podrían inflarse de orgullo en sus chalequitos puffer (la campera de cuero ya fue: ahora la usa el Presidente) diciendo que este momento en particular es uno de los peores, con un índice de pobreza de casi el 53 por ciento, contra la que ellos luchan denodadamente, por supuesto. Podrían, si no fuera por el hecho de que toda la sociedad sabe que son parte medular del problema de la pobreza en el país.
Las reuniones seguirán, los diálogos también, probablemente matizados con manifestaciones legítimas, marchas folklóricas, y acaso un delicioso 17 de octubre con el país paralizado por la falta de transporte. Para celebrar. Y para que nos acordemos del Primer Trabajador.
Mientras tanto, a los Gigi de esta picaresca argentina les toca seguir esperando. Para ellos –para todos nosotros-, todavía no es el momento.
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