Mujeres en combate. Las leonas, historia real del grupo que tuvo un rol fundamental y controvertido en Medio Oriente
La serie Operativo: Lioness , que se estrena hoy, está inspirada en un programa del ejército estadounidense. Zoe Saldaña, Nicole Kidman y Morgan Freeman protagonizan el thriller
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En toda guerra, la población es siempre el centro de gravedad. En la de la coalición liderada por Estados Unidos contra Irak, la delgada línea entre violencia militar y violencia criminal –que no son lo mismo– constantemente se vio desdibujada por dos detalles sustanciales: se desarrollaba en una de las regiones más culturalmente sensibles del planeta, y en un escenario poco aséptico en el que prácticamente valía todo. En medio de ese contexto, las mujeres de uno y otro bando tenían, además, que librar sus propias batallas. Prohibición oficial de entrar en combate, pero tener que hacerlo; violaciones por parte de sus mismos compañeros; civiles captadas como bombas humanas… Una narrativa en la que la industria del cine y la televisión puede encontrar mucha tela para cortar y que a partir de esta noche podrá espiarse por Paramount+ a través de Operativo: Lioness –Operativo Leona–, un thriller de espionaje que sigue el derrotero de una infante de marina mientras intenta acabar con una organización terrorista, equilibrando en el proceso su vida personal con la profesional. La serie, encabezada por Zoe Saldaña, Nicole Kidman y Morgan Freeman, está inspirada en uno de los tantísimos programas militares de los Estados Unidos. Lo que poco se sabe es que las verdaderas leonas existieron. Se trató de un grupo logístico –Lioness Team– cuyo trabajo comenzó de manera ad-hoc, cumpliendo misiones en parte militares y en parte diplomáticas, y terminaron teniendo un rol fundamental aunque poco reconocido y no exento de controversia.
En esos años, las mujeres soldado estadounidenses representaban el 14% del personal alistado en servicio activo. Con su génesis dudosa y sus tácticas de guerrilla de ambos bandos –también de mafia–, la guerra de Irak, también la de Afganistán, las empujaron al combate en un número nunca antes registrado en ninguna otra guerra. 200.000 norteamericanas habrían sido destinadas a Oriente Medio y Oriente Próximo mientras duraron ambos conflictos –cerca de 200 resultaron muertas–. Esto sucedía a pesar de la existencia de una política de 1994 del Departamento de Defensa que prohibía asignar mujeres a unidades de combate terrestre directo por debajo del nivel de brigada. De acuerdo con esta exclusión, los comandantes del Ejército y de la Infantería de Marina que querían o necesitaban sumar recursos valiosos a sus equipos de combate –equipos exclusivamente masculinos–, lo hacían “adjuntándolas” temporalmente y asignándoles papeles de apoyo que luego, en el terreno, se estrellaban contra la realidad.
Aunque su función inicial era rastrear casa por casa en busca de insurgentes, detectar a las musulmanas que pudieran estar escondiendo o contrabandeando armamento y registrarlas ante el riesgo de que alguna se hubiera ofrecido como voluntaria a terrorista suicida –evitando asignar a los hombres a estas tareas y así también eventuales situaciones de acoso sexual–, quedaban ubicadas en una zona gris en cuanto a posibilidades reales de ataque y autoprotección. Pero el día que la ofensiva bélica estalló, no tuvieron otra alternativa que defenderse. Ranie Ruthig, una mecánica integrante de un equipo Lioness que entró en acción de modo accidental cuando su unidad fue emboscada mientras rastrillaban las calles de Ramadi en busca de rebeldes, recordó: “Nos tiraron con granadas y nos dispararon con AK-47. Fue una cuestión de lucha o huida. Cuando alguien te dispara no le dices: ‘Detén la guerra, soy una mujer’”. Para el Pentágono, durante ese ataque –precedente de una batalla por el control de la ciudad que desató la furia de la ofensiva insurgente y disparó el número de civiles muertos–, y a pesar de haber actuado en contra de la política oficial, “todas las mujeres estaban completamente entrenadas y equipadas para responder”.
La historia de las cinco leonas miembros del primer team –dos mecánicas, una encargada de suministros y dos especialistas en comunicaciones–, se contó en Lioness, no la serie, sino un documental de 2008. La producción narraba no sólo lo que vivieron en el frente como parte de un batallón de ingenieros que accidentalmente terminó en primera línea de fuego, sino qué pasó con ellas cuando volvieron a la vida civil para hacerse cargo de sus hijos, padres y parejas como miembros de esa primera generación de combatientes que, debido a su condición oficialmente no reconocida, se vieron privadas de los beneficios que sus demás colegas sí recibieron. Pero, especialmente, alertó a una sociedad harta de esa guerra tan impopular sobre el papel que deberían tener las mujeres en combate y cuál sería la mejor manera de atender sus necesidades de veteranas de guerra.
Una de ellas, Shannon Morgan, se había unido al ejército para pagar la universidad. Al volver de Irak tuvo que dedicarse a sus padres ya mayores mientras avanzaba con su carrera de enfermería. Lidiaba en el intento con depresión e insomnio, consecuencias del estrés postraumático. Así y todo, dijo, apoyaba “absolutamente” el hecho de que las mujeres asumieran roles de combate en guerras, pero siempre y cuando recibieran el mismo entrenamiento táctico que los hombres y gozaran de sus mismos beneficios: “Esto puede ser un shock para los Estados Unidos, pero la realidad es que fuimos a muchas más misiones de combate que las que se imaginan nuestros superiores del Departamento de Defensa. Estando allá improvisamos prácticamente todo. Pero si el gobierno nos va a mandar a jugar a la infantería, deberían empezar a entrenarnos para eso”.
El documental Lioness fue parte de una campaña estratégica realizada junto a organizaciones de defensa de veteranos y departamentos de servicios para excombatientes –hoy, en los Estados Unidos, la mayoría de los proveedores de atención médica de las instalaciones para veteranos de todo el país la exhiben como recurso educativo–. Se proyectó en bases militares y en distintas comisiones del Congreso ante nutridas audiencias de sorprendidos legisladores. Alertó a la Cámara de Representantes y a los senadores sobre la urgente necesidad de capacitación, programas militares que las reconozcan profesionalmente, atención médica y social adecuadas, mejoras en la legislación y cambios en la política. Y fue decisivo en la campaña de la que derivó la Ley de Mejora de la Atención Médica a Mujeres Veteranas, firmada en mayo de 2010 por el presidente Barack Obama. Ese mismo año, un informe de la Comisión de Diversidad de Liderazgo Militar del Pentágono indicó que las políticas norteamericanas que prohibían que las mujeres pudieran acceder a ciertas áreas, especialidades o misiones relacionadas con el combate, se basaban en la idea de una guerra convencional con líneas de batalla muy delimitadas, que no reflejan las realidades de la guerra contemporánea y que mantenían a las mujeres ajenas a asignaciones clave para su avance profesional”. Las autoridades escucharon y en 2013 el entonces Secretario de Defensa Leon Panetta anuló la histórica prohibición.
El cambio de política abrió cientos de miles de posiciones para ellas en tropas de tierra y unidades de infantería de marina, en puestos de elite y en el frente de combate. En cuanto a los equipos de leonas, en Afganistán fueron reemplazados por los llamados Equipos de Participación Femenina o Equipos de Compromiso Femenino –FET, en inglés–: grupos de personal militar compuestos por voluntarias, con rango, madurez y experiencia idóneos para desplegarse en la región y desarrollar acción cívica y relaciones basadas en la confianza con las mujeres y los niños que encontraban durante sus patrullas, además de redadas e inteligencia.
Aunque demostraron ser un gran activo que niveló mucho el tablero de juego, Estados Unidos suspendió sus grupos FET y CST –Equipos de Apoyo Cultural– con la retirada de las tropas de Oriente Medio. Sigue habiendo varios de ellos, en otros destinos y de otras nacionalidades. El equipo de compromiso femenino de Ghanbatt, formado por mujeres soldado de las Fuerzas Armadas de Ghana, se encarga de hacer inteligencia durante las operaciones de mantenimiento de la paz en República Democrática del Congo. Las FET de las Fuerzas de Defensa de Nueva Zelanda, que también estuvieron en Afganistán, hoy brindan apoyo operativo en su país para tratar con mujeres y adolescentes en situaciones en las que sería culturalmente inaceptable involucrar a militares hombres. El pelotón FET de Jordania fue creado en 2018. Está integrado por mujeres soldado capacitadas para respuestas rápidas en situaciones de riesgo. Recibieron entrenamiento de miembros femeninos de las Fuerzas Armadas Canadienses (CAF) y su misión es realizar registros físicos a lo largo de una frontera en la que cada día se intenta contener a parte del más de millón de refugiados sirios que ha llegado al país escapando de la violencia de la guerra civil y la lucha contra ISIS.
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