Maritchu Seitún: “Para ser buenos padres tenemos que tolerar que nos vean malos”
La psicóloga infantil más leída del país y especialista en crianza analiza la importancia de los límites y de la autoestima en los hijos, y la mal llamada “crianza respetuosa”
- 20 minutos de lectura'
Su profesión es conocida: licenciada en psicología, especialista en crianza, escritora de un best seller. Lo que no dice en ninguna línea su curriculum es que, cuando descubrió las teorías que cambiarían el rumbo de su carrera, también se daría cuenta de que no le gustaba tanto la forma en que había criado a sus hijos. Así fue como Maritchu Seitún, hasta entonces dedicada a terapias de niños y adolescentes, comenzó a enfocarse en los padres, para orientarlos y ayudarlos a tener otra mirada de sus hijos. Luego siguieron las conferencias, las charlas en los colegios y, claro, la publicación de sus libros.
¿Cuál era esa mirada? “De mucho más respeto hacia el chico, y de mucha más confianza, para que pueda prosperar solo. Quiero que otros papás sepan lo que a mí me hubiera gustado saber cuándo empecé a criar a mis hijos”, dice.
Mientras comenzaba a poner el foco sistemático más en los papás que en los niños, en paralelo descubrió otros autores y teorías: “Me dieron vuelta la cabeza. El pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés Donald Winnicott; el psicoanalista austríaco Heinz Kohut; la teoría del narcisismo sano; el doctor José Valeros, un médico argentino psicoanalista con el que tuve el honor de aprender durante muchos años. Y realmente me dije ‘esto es lo mío, esto es lo que quiero hacer’, que va muy en sintonía con lo que hoy llamamos mindfulness, neurociencias, todo eso era una visión psicoanalítica de lo que hoy la ciencia confirma”.
–¿De qué forma habías criado a tus hijos (un varón y dos mujeres)?
–Los crie de chiquitos como había sido criada yo, con una línea más bien autoritaria, firme, tranquila y contenta de lo que estaba haciendo, que respondía también a la primera manera en la que trabajé, que se llama Psicoanálisis del yo.
–¿Qué te generó esa mirada retrospectiva de cómo habías criado a tus hijos?
–Si yo puedo perdonar a mamá, que ella me crio también de la manera como la criaron a ella... Me parece que no podemos juzgar con los conocimientos de hoy en función de lo que hizo alguien hace 40 o 60 años, con los conocimientos que tenía en ese momento. Supongo que mis hijos me van a perdonar [ríe], que me quieren igual, los estoy ayudando a ellos, con todo lo que sé, para criar a sus propios hijos, y mi reparación es esa.
–¿Cuál es el feedback de los padres? ¿Qué perciben como novedoso de lo que compartís con ellos?
–Creo que lo más novedoso hoy es la postura intermedia, que no es autoritaria solamente, pero tampoco es permisiva. Hoy los colegios están muy preocupados con lo que la gente llama, mal, “crianza respetuosa”, porque creen que es preguntarle al niño todo, qué quiere comer, dónde quiere dormir, cuándo quiere dejar los pañales. Y en realidad es respetar la ‘persona niño’, pero no convalidar todas sus decisiones.
–¿Cómo se logra?
–Por ejemplo, si la madre le pregunta al niño si prefiere ir al cumpleaños de su amigo o a la primera comunión de su hermana, que es la única vez que tomará la primera comunión. Hay decisiones que no pueden tomar los chicos, que las deben tomar la mamá o el papá. Claro que el chico se va a enojar, pero son los padres que saben y toman la decisión. La crianza respetuosa está mal entendida, supone que respetar es que no le duela, que no sufra, que no se esfuerce, que no espere. En cambio, es “respeto tu persona”, pero te conduzco, porque no puedo no conducir a un chico chiquito. Le tengo que dar la mano para cruzar la calle, le puedo dar a elegir si me da la derecha o la izquierda.
–¿En qué posición quedan los colegios ante la ‘crianza respetuosa’ mal interpretada?
–En los colegios están preocupados, especialmente después de la pandemia, aunque ya se veía antes. Los papás vienen muy millennials, por decirlo de alguna manera, todo yo, lo que yo quiero, lo que a mí me gusta, y esto lo trasladan al hijo. Si mi hijo quiere, que haga; si quiere faltar, que falte; si no quiere estudiar, que no estudie. Siempre tiene razón mi hijo y la maestra siempre está equivocada.
–¿Qué complicaciones genera a los colegios?
–No solo resta autoridad al colegio, sino también confianza. Los papás eligen una escuela, trasladan su confianza a esa institución y así transmiten su confianza al hijo. Ahora, si no les gusta lo que la maestra dice al hijo, los padres protestan sin pensar, sin ver qué pasó, cómo fue, sin escuchar lo que dice la maestra. Entonces, el alumno tampoco confía en la maestra. Si no confía en la maestra, no la respeta, y si no la respeta, no le obedece.
–¿Cómo se educa en ese contexto?
–Para la maestra es muy difícil enseñar así. Se desarma el equipo colegio-familia por ese egocentrismo de las generaciones nuevas. De la mano, pasa algo que también me impresiona mucho. La sociedad de consumo se sumó al movimiento permisivo para decirle a los papás: si ustedes quieren que sus hijos sean felices, denle todo lo que piden, hagan todo lo que ellos quieren y sus hijos van a ser felices. Sin darse cuenta de que no es así.
–Que la felicidad no se logra así
–La felicidad no tiene que ver con eso, es al revés. Los chicos serán felices si pueden esperar, si pueden frustrarse, si pueden esforzarse, e incluso si saben sufrir. Porque una mamá que le evita el dolor al hijo, no lo podrá evitar cuando él esté en el recreo. O cuando la novia lo deje porque no lo quiere más. La tarea de los papás es acompañarlos para que se hagan fuertes. Cuando sean fuertes podrán ser felices de a ratos.
–¿Debería ser siempre el objetivo de los padres?
–Me gusta como objetivo que sean felices. El tema es cuál es el camino para que lo sean. No es que tengan todo lo que quieran, o lo que yo quiero. La sociedad de consumo confunde a los papás: creen que los chicos necesitan lo que en realidad desean. A veces desean y necesitan, pero otro montón de veces desean porque lo vieron en la propaganda, porque lo tiene el amigo, y creen que sin eso no pueden vivir. Si le das al chico lo que desea y eso no es lo que necesita, no podrá ni ser feliz ni prosperar, lamentablemente.
"Está bueno abrir la cabeza, escucharlos y elegir la batallas. Eligiendo las batallas, sosteniendo el “no” sin enojarnos, pero la clave es no repetir las cosas mil veces"
–En la actualidad, ¿cuáles son las consultas más habituales o recurrentes?
–Me consultan mucho por el tema límites. Los papás quieren ser buenos y no ser malos con sus hijos, entonces les cuesta mucho poner límites. Mi frase de cabecera en ese tema es padres buenos o padres malos. Para ser buenos padres y cuidarlos tenemos que tolerar que se enojen con nosotros y nos vean malos. Porque cuando los mandás a la cama, cuando les decís que se laven los dientes, que no lleguen tarde al colegio, desde el punto de vista del hijo sos malo. Vos sabés que sos bueno, para ser un buen papá hay que tolerar que los hijos nos miren feo, y esa es una de mis claves.
–¿En qué edades?
–En todas las edades, los límites comienzan cuando el bebé es chico. Si a los 7 meses gatea y pone el dedo en el enchufe, se lo sacás. Cuando lo tenés que meter en la bañadera lo hacés igual, porque sabés que se tiene que bañar. La vacuna se la ponés igual, aunque no quiera. Los límites vienen desde el comienzo, y también tienen que ver con el colecho, el control de esfínteres, con la comida. Hay muchas dificultades que no son de límites, pero terminan siendo de límites.
–¿Y en la alimentación?
–Se arman unos líos tremendos y esos papás, con todo el amor y la buena voluntad del mundo, terminan muy fastidiados. Hace unos años, una paciente me contaba que su hija se quejaba porque quería ravioles de ricota, pero la mamá había comprado ravioles de espinaca, e hizo un berrinche. “Okey, te hago de ricota”, dijo la madre. Tampoco los comió, y el enojo de la madre fue cada vez peor.
–¿Cuál es el límite en ese caso?
–Es decirle Ay, qué mala suerte, no preparé tus preferidos. O si la mamá se equivocó porque la chiquita no come de espinacas, los hace de vuelta, pero sin enojarse. Los papás y mamás están diciendo demasiado que sí y, al mismo tiempo, están trabajando y llegan al borde de sus fuerzas. Quieren consentir a sus hijos, pero sienten que no les da el físico. Otra cosa que les explico a los papás es que tenemos que cuidarnos nosotros. Es muy repetida la frase, pero es tal cual, en el avión te dicen: primero ponete vos la máscara. Cuidate, aprendé a decir que no, para decir que no sonriendo y no para decir que sí y después enojarte. El gran tema es ese, estos papás pseudo respetuosos o estos papás permisivos dicen que sí, que sí, que sí, y al final se enojan igual o más que los autoritarios.
–¿Cuál es la diferencia?
–El padre autoritario, por lo menos, tiene un camino, será angosto, no será el mejor, quizás gritará de más y hará cosas que no están bien, pero tiene un camino y no se enoja. Los padres permisivos son muy cíclicos, y al final tampoco está bueno. Terminan enojados con los hijos porque “por tu culpa me enojé, yo te dejé dar siete vueltas de calesita y cuando te saqué en la octava, vos te volviste loco. Pero no entendés que habíamos dicho dos vueltas y diste siete. ¿No podés agradecer que diste siete vueltas en la calesita?” No, no va a agradecer ni nada.
–La repetición del reto genera enojo.
–Claro, si la situación continúa, le digo 14 veces que se bañe, que ya está la comida, y todavía no se bañó y empiezo a montar en cólera... Cuánto mejor sería que a las 7.30 me acerque y le diga, sí, te tenés que bañar, ya sé que es una fiaca, que estás divertidísimo, pero ayer no te bañaste, así que hoy sí.
–¿Cómo se evita el desgaste?
–En esos casos hay dos maneras de poner el límite. Para los más chiquitos o cuando el yo no es lo suficientemente fuerte, le digo lo que tiene que hacer y me ocupo de que lo haga. Vení a la cama, te llevo a la cama; andá a la mesa, te llevo a la mesa. Línea uno, te digo y te presto mi fortaleza para que hagas lo que me parece correcto y yo pueda seguir sonriendo. Línea dos, cuando van creciendo es “te digo, te aviso qué pasa cuando no lo hacés”. Por ejemplo, a la mañana tu hijo nunca está preparado para ir al colegio, dos hermanos se enojan porque el tercero nunca está listo.
Los padres deberían decir: “A las 7.30 me voy, el que no está listo irá al colegio, pero en remise (por supuesto con un adulto), y lo pagará él con su plata. Además, a la noche se acostará un rato más temprano, porque si no estuvo listo a la mañana es porque tenía sueño. En dos o tres días de adelantar la hora de sueño y hacerlo pagar el remise con su plata, el chico empieza a levantarse de buen humor. Hay pautas que son claras y tienen que ver con esto: Te digo que a las 7.30 me voy, te aviso que si no estás listo igual irás al colegio, pero pagándolo vos.
Pongo las pautas claras, comprendo lo que le pasa. Por ejemplo, a las 19.30 tienen que apagar la tele, se enojan y les contesto, sí, qué pena que ya es la hora, pero te tenés que bañar, o decir qué rápido se hicieron las 19.30, pero la apagás o la apago yo. Vos enojate todo lo que quieras, que yo, como padre, no me voy a enojar. La autoestima del hijo y que ellos estén bien se relaciona con eso. Voy a sonreír cuando pueda ocuparme de que hagan las cosas bien, como me parece que es correcto. Tampoco puedo ser una pesada que pone reglas para todo, me refiero a reglas básicas e importantes.
–¿Hay que elegir las batallas?
–Siempre que podamos decir que sí, hay que decir que sí. Otro paciente, de 12 años, se peleó con la madre y conmigo en el consultorio. Estaba furioso porque la madre quería que fuera a un cumpleaños con jean, el chico quería ir de jogging. Cuando llegan al cumpleaños, estaban todos con jogging. Me parece que está bueno que abramos la cabeza, escucharlos y elegir la batallas. Eligiendo las batallas, sosteniendo el “no” sin enojarnos, pero para eso la clave es no decir las cosas mil veces. La consulta clásica es hasta que no digo las cosas 10 veces y me enojo no me hacen caso. Y ese es el problema. La primera vez, no lo digo con enojo. La segunda, me levanto y me ocupo de que apague la tele, o de que se vaya a bañar. A veces les digo a los padres, enojate de mentira antes de enojarte de verdad. Así saben que las pautas que dan papá y mamá hay que cumplirlas, se acostumbran y después las hacen.
–Con los adolescentes, ¿cómo se marcan los límites?
–Si el chico está acostumbrado a hacer lo que él quiere, entonces cuando los papás le pongan pautas porque no quieren que vaya a tal lugar, que no tome alcohol, o que no se acueste tan tarde, es muy difícil. ¿Por qué voy a acatar normas ahora, que no acaté en los 10 años anteriores? El límite se va construyendo. Quizás la gran diferencia de hoy es que los chicos obedezcan por amor y por confianza. Las generaciones anteriores obedecieron por miedo, y por miedo a la pérdida del amor. Les decían: te voy a poner pupilo en Córdoba [se ríe].
–Ante un enojo o un berrinche, ¿se recomienda cambiar al niño o al adolescente de lugar o de ambiente?
–Cuando estamos muy enredados en una situación no está mal. Muchos autores recomiendan salir a la calle a caminar, y eso sí tiene una razón neurobiológica, cuando sentís enojo, estás como poseído por lo que te pasa. Cuando salís a la calle caminás, te oxigenás y ese oxígeno te va a devolver a la calma. Lo de cambiar de ambiente también, porque en este lugar nos peleamos porque vos querés ver la tele, vayamos al lugar donde no hay tele y quizás te interesas por otra cosa.
–¿Cómo darnos cuenta de que una elección es la acertada?
–Es una decisión. En la medida en la que yo lo puedo dejar elegir, lo tengo que dejar elegir. Pero hay excepciones, no lo puedo dejar elegir si se va a dar o no la vacuna de la hepatitis; no lo dejo elegir manejar sin registro para conducir, ni tomar alcohol antes de los 18. Y si lo hacen, que puede pasar, lo hacen a escondidas, pero sabiendo que a papá y a mamá no solo les parece mal, sino que me explicaron que le hace mal a mi cerebro, a mi hígado, y por eso no quieren que tome. Eso los protege.
–Hay padres que ante el alcohol se hacen los distraídos.
–Existen muchos y yo no estoy de acuerdo. En cuanto el pediatra dice: le hace mal a tu cerebro, que todavía está creciendo, y le hace mal a tu hígado, porque no tiene las enzimas que necesita para metabolizarlo, es no. Punto. No me parece que sea negociable eso. De todas maneras, como lo hicieron generaciones anteriores, algo va a ocurrir, pero la cuestión es que no sea encima con el permiso de mi mamá y de mi papá.
Y otra cosa súper importante que tenemos que ver cuando van creciendo: por la banquina no se maneja, o que se respeta la rotonda. Veamos lo que hacemos nosotros para que, cuando nuestros hijos manejen, no se crean unos vivos bárbaros porque van por la banquina, o patotean. No es solamente el límite que pongo, sino el ejemplo que doy. Cómo tratar a gente, si yo saludo, si yo no interrumpo al otro cuando habla. Todo eso también son pautas.
–¿Aprenden más con lo que dicen o con lo que hacen los padres?
–Los chicos aprenden un 80 o 90% con lo que ven, y solo un 10 o 20% con lo que les dicen. Tenemos que ser muy consistentes. Cuando tienen 8 o 9 años les decís que no mientan, pero cuando llamó la abuela les hiciste decir que no estabas, y sí estabas. En ese momento le hace ruido y no la lleva a mentir, pero cuando tenga 12 o 13 ya piensa que es un buen camino. Te aseguro que lo aprendieron de nosotros.
–¿Cómo se logra el equilibrio entre necesidades, expectativas y posibilidades de los chicos?
–Los papás también tenemos que hacer un duelo, o sea, como crecer duele, tener hijos también duele. Yo me imaginaba que mi hijo varón iba a ser un gran científico y resultó que le gusta el fútbol. O al revés, creí que sería un gran deportista y resultó que le gusta el ajedrez y la física cuántica. Cuando los chicos van creciendo, por un lado, tenemos que ayudarlos a ser buenas personas y hacer las cosas bien. Pero tenemos que aceptarlos.
–Entonces, ¿cómo se hace para evitar las expectativas?
–Un poco de expectativas hay que tener, porque si no es como decirles no espero nada de vos. Las expectativas no tienen que ser ni demasiado altas, para que ellos no se desanimen, ni demasiado bajas, para que sientan que no valen nada. Tenemos que celebrar este hijo que me tocó, que le gusta la música; esta hija que me tocó, que habla más de lo que a mí me da la paciencia. Es una tarea muy importante, que es despedirnos del hijo deseado y del hijo imaginado para aceptar al hijo real.
–¿Qué pasa con ese chico que finalmente considera que no está a la altura de las expectativas?
–Es muy difícil que tenga la autoestima alta. De hecho, vemos muchas veces que el chico más sensible de la casa es el que la pasa peor, porque siempre se acomoda. Lo llamamos sobre adaptado, e convierten en el hijo que papá y mamá quieren tener y listo, “no tengo problemas, estudio, hago las cosa bien, obedezco, perfecto. Están recontra contentos conmigo, pero estoy vendiendo un producto, hago lo que ellos quieren, no necesariamente lo que quiero”. Como el caso de un médico que, a los 50 años, salió del entierro de su padre y se puso un restaurante. Había seguido medicina para agradar o complacer a su papá. Ese chico es muy sensible, pero su sensibilidad lo lleva a adaptarse y a no desplegar su verdadera esencia.
Mil veces me consultan por el difícil y yo le digo: a mí el que me preocupa es el fácil, no el difícil. El difícil está diciendo yo quiero que me acepten, a pesar de que quiero estudiar tal cosa que a ustedes no les parece importante. Yo quiero eso para mi vida y me banco que no estén contentos. Es más sólido que el que se sobre adapta.
–El vínculo cambia cuando están consolidadas las pautas
–En ese vínculo seguro, los hijos se dan cuenta que cuando mamá me sacó de la pileta tenía razón, porque yo estaba helado y estaba tan divertido en el agua que no me daba cuenta de que tenía frío. Con muchas de esas experiencias los chicos se dan cuenta. Entonces, si llegamos a la adolescencia obviamente se van a enojar igual frente al límite, pero la diferencia es que el adolescente revolea los ojos, te dice sos insoportable, la peor de todas las madres, y otras cosas horribles, pega portazos, y ahí está el adulto que puede, sin enojarse, decir esas son las pautas de casa. Con papá decidimos esto, ya sé que te da rabia.
–Sin caer en el cuando tengas tu propia casa…
–Esa es la verdad. ¿Por qué nos fuimos de nuestra casa? Porque había reglas que no nos gustaban y queríamos tener nuestras propias reglas. ¿Por qué hoy los chicos no se van de sus casas? Porque son príncipes, del hotel cinco estrellas gratuito no se va nadie. Vengo con mi novia, no te aviso si vengo a comer o no. Las mamás y los papás terminan enojados porque sienten que los chicos abusan de ellos, y un poco de razón tienen. Ahora, ellos no se dan cuenta de que lo provocaron; hicieron sentir a los hijos que los papás eran esclavos y que los hijos mandaban.
–¿Qué papel juega la autoestima cuando se trata de poner límites?
–En el chico chiquito la autoestima va a depender principalmente de la mirada de su mamá. Entonces, si yo consigo que entre y salga del agua cuando lo considero, voy a seguir sonriendo. El hijo sentirá mi mamá me mira bien, está contenta conmigo. Luego van creciendo y ya empieza a pesar un poquito más la mirada del otro: quiero la cartuchera de tres pisos, tal celular.
–¿Y si en esos casos los padres también concentran su mirada en los otros?
–En esos casos se trata de la autoestima de los padres. Si ellos no tienen la autoestima alta van a necesitar que su hijo sea igual a los demás, y por ahí le dan cosas que no necesita, sino que desea. Ojo, porque esos papás también pueden enojarse si no saluda a la abuela, porque quieren que su hijo los haga lucirse. Y, si no la saluda, no nos lucimos como papás. Es súper importante que los papás y mamás tengamos la autoestima alta antes de criar a nuestros chicos
–¿Cuánto perjudica a los hijos que los padres intervengan en problemas entre chicos?
–Me puedo meter de dos maneras equivocadas y una adecuada. Equivocadamente diciendo pobrecita mi nena, cómo no la invitaron al cumple. O llamo a esa mamá y le digo de todo, y hablo con el colegio. Con eso aumento las ideas persecutorias de mi hija: ella siente que no la eligieron y yo le digo: tenés razón, no te eligieron y es terrible que no te hayan elegido. También puedo hacer lo contrario y decirle, ves, vos siempre estás molestando, ahora las chicas no te eligen. .
–¿Y cuál sería la forma adecuada?
–Le puedo decir, uy, no te invitaron. ¿Quién fue que no te invitó? ¿Por qué te parece? Pero yo conservo la calma, no me caigo a la pileta junto con mi hija.
–Es que a veces ni siquiera el hijo se está cayendo la pileta.
–Cuando la madre aumenta las ideas persecutorias, seguramente tenga que ver con lo que le pasó de chica, o con lo que teme que le pase a ella. Y sí, efectivamente la empujo a la pileta conmigo, cuando ella ni siquiera estaba en el agua. De todos modos, si mi hija me dice no me invitaron, no necesita que yo le diga no te preocupes o no importa, porque no le sirve que le diga eso. Porque dolerle le dolió, no sé cuánto, si para ahogarse o no ahogarse.
–”Crecer significa separarse y elegir”, uno de tus temas favoritos.
–Crecer duele, y los papás no quieren que sus hijos sufran. Entonces, o no los ayudan a crecer o los ayudan a crecer evitando el dolor. Está bueno entender que la vida duele, que crecer duele, y que papá y mamá no están ahí para evitar el dolor, sino para acompañar el sufrimiento de los chicos, hacerlos fuertes para cuando estén solos y puedan progresar. Porque la gran diferencia hoy es que los hijos actúen por amor y por confianza.
Otras noticias de Conversaciones
Más leídas
Advertencia. El CEO de una cadena francesa de supermercados no quiere comprar carne del Mercosur
40 segundos de horror. El violento ataque a cuchillazos de un hombre a una mujer en una pizzería de Núñez
¿Cuáles son? El Gobierno adelantó las fechas de los días no laborales con fines turísticos de 2025
Tensión con la vicepresidenta. Javier Milei dijo que Victoria Villarruel está cerca de la “casta” y que no tiene injerencia en el Gobierno