Los conquistadores gráficos están de vuelta: imperdible muestra sobre viejos oficios en tiempos industriales
La exposición abrió el espacio a proyectos novedosos
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Antes de quedar retratada para siempre, una mujer joven posa para una foto así: sentada de cuerpo entero –a tres cuartos de perfil izquierdo–, con ropa y peinado como de musa griega. Seria y concentrada frente a la cámara, su vestuario rosa y celeste pastel contrastará, más tarde, con el negro pleno del fondo sobre el que se recortará su silueta, una vez editada la foto. Ese juego de tonos la dejará como suspendida sobre el fondo pleno que la sostiene. La decisión estética de la imagen no la produce ningún filtro de Instagram; es la resultante de un recurso gráfico que más bien podría pensarse como el antecedente de las redes de hoy. Algo así como si esa imagen fuera la abuela de todas las selfies. Al pie de la foto ya editada, se lee: “París”; en el reglón siguiente “Cigarrillos - Habanos”. Sí, el retrato de la mujer es el frente de una caja de cigarrillos. Y al lado de ese hay otro, y otro; todos apoyados sobre unos soportes amarillos que resaltan, aún más, el arte de esas cajitas de tabacos. Porque ese es el sentido: darlo a conocer, exhibiéndolo. Destinarlo a un público. Así fue pensada la muestra Las conquistas de lo efímero. Gráfica e industria en tiempos de Caras y Caretas, que puede verse en el Museo Nacional del Grabado, hasta el hoy.
Este arco trabaja sobre las diferentes etapas de las producciones gráficas, y sus transformaciones, “en el campo de la cultura gráfica a fines del siglo XIX y los comienzos del XX”. Abarca un período aproximado de cien años de la historia gráfica nacional; hay objetos desde 1835 hasta 1935. Darse una vuelta por el museo significa acercarse a un momento clave del desarrollo y el crecimiento del mapa que tejió un perfil de las artes y oficios, eso que le dio forma a la industria gráfica.
Apelando al nombre de la muestra, se entiende que se exponen esas materialidades que nacieron en los días en que Caras y Caretas circulaba y marcaba tendencia. Para ese tramo temporal aparecen, también, periódicos como el Museo Americano, La Ilustración Argentina, Correo del Domingo, El Mosquito o El Sudamericano. Postales. Partituras de tango. Un momento muy particular de la edición de libros de textos escolares como El universal, El niño, y un clásico de clásicos de época, ¡Upa! La muestra “evidencia los procesos de masificación en la producción y el consumo, los efectos en los propios dispositivos (o en los propios objetos impresos) y cómo las tecnologías de producción de impresos –pero también la educación, el comercio y la expansión de la prensa– estimularon esas transformaciones y diseminaron miles de imágenes que fueron consumidas por todo tipo de públicos”.
Para Cristina Blanco, directora del Museo, licenciada en Artes (UBA) y docente en la Unsam, es un proyecto significativo por distintas razones. “Nos interesaba exhibir y problematizar aquellas producciones gráficas que, por su carácter industrial, han quedado fuera de los relatos historiográficos y de los circuitos legitimados del arte. Hablamos de objetos gráficos de consumo efímero que formaron parte de la vida cotidiana del pasado: publicaciones periódicas, libros escolares, postales, marquillas de cigarrillos, figuritas, revistas ilustradas”. Pero los alcances de la muestra no quedan ahí. Además, el objetivo es ver de cerca qué pasó en ese período. Sobre esto, Blanco señala: “Esta exhibición nos transporta a un período histórico que no había tenido lugar hasta el momento en nuestro museo. A fines del siglo XIX y comienzos del XX, comienza una etapa de grandes transformaciones en el campo de la cultura gráfica, que dio paso a la industrialización de la cultura visual. Por eso nos parece fundamental darle relevancia y visibilidad”. Esas piezas formaron parte de un proceso de industrialización y, como tal, con una llegada de mayor alcance. “Se produjeron y circularon –resalta Blanco– miles de imágenes que fueron consumidas por todo tipo de público, gracias a nuevos procedimientos tecnológicos de reproducción”. Entonces, se hablaba de ilustradores, diseñadores, editores, los oficios de la imprenta.
La puesta en valor
Recorrer la muestra implica detenerse en los tres núcleos propuestos; donde cada uno exhibe la fuerza de los distintos oficios. En la primera parte, los periódicos ilustrados del siglo XIX. De interés cultural o satíricos, con imágenes en blanco y negro. ¿Hechos cómo? De la mano de los litógrafos, que usaban una matriz de piedra y desde ahí estampaban el papel. El segundo tramo, la producción –quizá– de la revista más conocida, Caras y caretas, del período 1989-1939. Con ella, las fotografías de actualidad –gran cantidad, muchos sociales– para un gran número de lectores. El último núcleo es el que cubre al de los objetos impresos, ya con técnicas más avanzadas y procesos tecnológicos para la reproducción de imágenes: la antesala de la cultura visual como industria. Ahí entran las marquillas de cigarrillos, las postales. Las partituras. Figuritas. Los libros escolares que tenían ilustraciones bien coloridas en todas las páginas. Sandra Szir, historiadora del arte y docente (Unsam, UBA), especialista en historia de la cultura gráfica, es la curadora de esta muestra. Precisamente, sobre los textos escolares, dice: “Acá empiezan a producirse textos escolares propios a fines del XXI. En la educación estaban puestas muchas cosas, como del control del estado a partir del Consejo Nacional de Educación. Los textos se llenan de imágenes, impactan en esta posibilidad de imprimir a color, compiten entre sí”. Hay un sentido político y social de esos contenidos escolares. Sobre esto, destaca: “Se ven muchas cuestiones de género. Por ejemplo, la mujer en el espacio doméstico. En la muestra, dejamos esos libros abiertos porque aparecen los roles de la niña haciendo diferentes tareas domésticas, estudiando. Es un momento de consolidación del estado nación. La idea de progreso, del adelanto material; una nación que se quería mostrar a la altura de otras naciones”.
En relación al título, Las conquistas de lo efímero, la curadora resalta dos sentidos centrales que refieren a la historia de la gráfica, al lugar de los oficios. “La idea de conquistas tiene que ver con que hay un momento en que a fines del XIX y principios del XX se producen una serie de cambios importante en la cultura gráfica en cuanto a la cuestión de impresos y la reproducción de imágenes. Procesos que se industrializan en ese momento: bajan los costos, que influye en las publicaciones periódicas”. Y en relación a lo efímero: “Porque tienen una obsolescencia muy grande: una entrada de teatro, un menú, una etiqueta, un tícket de algo. Ninguna tecnología cambia por sí sola prácticas culturales, si no que acompaña también otros procesos culturales, comerciales. Todo ese conjunto de elementos hizo que esa posibilidad de multiplicar esos objetos se expanda muchísimo, por eso la conquista: un tipo de objeto que conquistó los consumos”.
Hubo un desarrollo y esplendor de los oficios. ¿Cuáles? Por caso, en Caras y caretas se podían enumerar: a quienes coordinaban y daban forma al organigrama de producción de la revista, ilustradores, litógrafos, coloristas, fotógrafos. También, a quienes llevaban adelante las partes técnicas. Szir los describe: “Los que permanecieron en el anonimato y sin embargo ponían parte de su gusto estético. La reproducción de un objeto es un hacer colaborativo. Está quien pone las hojas, quien las retira. De los más visibles: el ilustrador. Muchas veces firma; otras, no. Había técnicos que ayudaban en ese proceso, participaban de la estética, de algunas decisiones”. Entonces, si había firma, había nombres. La curadora resalta a algunos ilustradores: José María Cao, Francisco Fortuny, Manuel Mayol. Y a Alejandro Sirio, que editó, además, tapas de libros.
Dentro de los oficios, uno en particular renovó la paleta: la litografía, que Sandra Szir resume como un proceso muy particular. “Inventado por un alemán, totalmente distinto a los procesos anteriores, que lo hacían con un taco de madera que la imagen quedaba en relieve o una plancha de cobre que quedaba hueco. La litografía se produce en plano. Permitía reproducir cualquier tipo de imagen, incluso textos. Se usaba también para hacer facturas, boletas, diplomas. A partir de 1830, el uso se masificó”. La incorporación de esta técnica a los medios gráficos renovó los parámetros. “Es la innovación esencial en Caras y caretas –dice Szir–, se da a través del color. Hay tres innovaciones: la introducción masiva de la fotografía, la introducción del color y la publicidad ilustrada. La tecnología de la litografía posibilita la inclusión del color. Esa es la fuerza y el atractivo que se van a producir en Caras y caretas”.
Valorar las herencias
Una luz pareja entra por los ventanales del Museo que dan a calle y actúa como un filtro. En la sala contigua a la de la muestra, ahí donde también están algunas viejas máquinas de oficios gráficos que aún se usan, además de las mesas para evaluar propuestas, un grupo de estudiantes de la Diplomatura Procesos editoriales como práctica artística (Unsam) debate sobre lo que ve. La docente a cargo del curso es también la directora de la diplomatura. Se trata de la artista, investigadora y editora Agustina Triquell, que brinda su mirada sobre la convivencia entre artes, oficios y tiempo. “La propuesta de trabajar en el espacio de taller del Museo Nacional de Grabado tiene que ver con uno de los pilares que sostiene el proyecto de la diplomatura, que es pensar el hacer editorial como una práctica artística en sí misma. Y hacerlo recuperando ciertas técnicas y tecnologías que para la industria editorial pueden resultar obsoletas. No pensamos la edición como una práctica artesanal, sino en intersección con otras prácticas y oficios”.
Esas piezas condensan el paso de las manos y subjetividades que trabajaron desde un modo artesanal, en un período del desarrollo tecnológico de la industria gráfica. Y si bien los medios y soportes de la contemporaneidad laten en lo digital, muchas de esas técnicas y saberes siguen circulando. Son traídas al presente de la mano de artistas y de prácticas académicas que las revitalizan. Cristina Blanco, la directora del Museo, lo expresa así: “Muchos proyectos gráficos priorizan la producción artesanal. Recuperan viejos oficios y revitalizan procedimientos y dispositivos de reproducción que parecían obsoletos. Es visible el interés por la autogestión, las escalas pequeñas y posibles de producción, así como el vínculo con los consumidores, públicos, lectores”. En ese ida y vuelta entre prácticas, hacedores y destinatarios, se suele dar la combinación de saberes y de épocas. “Objetos y modos de hacer tradicionales –destaca– como la impresión de tipos móviles, la xilografía y la serigrafía, conviven con otros más contemporáneos, como la risografía y el offset. En ese cruce siempre hay lugar para la experimentación”. Y refiriéndose puntualmente a quienes a circulan con firma, ella destaca proyectos que levantan la bandera de la vuelta a los oficios gráficos y siempre dicen presente en las cada vez más multitudinarias ferias: Imprenta Cumbre, Prensa La Libertad, Fábrica de Estampas, Imprenta Rescate, Capitana, Estampa Feminista, Ediciones El Fuerte, Chocho y Rodrigo Cuberas, “entre tantísimos otros”.
En los días en que circulan preguntas sobre el derecho de autor frente a los avances de la inteligencia artificial en su apropiación por sobre el lugar de la firma, una muestra que condensa la evolución y el lugar de la creación gráfica permite incorporar aristas al debate. ¿De qué manera la evolución de la tecnología dialoga –o no– con los procesos creativos y el lugar de la autoría? Por lo pronto, la revisión de este patrimonio gráfico quizá contribuya a pensarlo.
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