Leonor Benedetto: “Escapé toda mi vida de ese modelo de sensualidad y femineidad”
La actriz reconoce que ha hecho cosas que prefiere no recordar; hoy, aunque en realidad tiene 82 años, disfruta del placer que le da subir al escenario, escribir y reflexionar sobre la vida misma
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“Hoy me aterroriza cada vez que el Canal Volver dice que va a pasar tal o cual película. Deseo que haya un corte de luz en toda la Argentina. Son una porquería”, lo dice enérgicamente. Gesticula sin apartar la mirada, profunda, amable. Pero es su voz, su particular y encantadora voz, la que denota esa búsqueda por querer separarse de aquella imagen de “mujer come hombres”, como un hechizo que no pudo romper.
La llegada de Leonor al lugar elegido para la entrevista y las fotos pusieron a prueba la permanencia de ese hechizo. Los susurros, las miradas y el avance de quienes buscaban una foto con la mujer que despertó miles de fantasías dieron cuenta de la “maldición”. Pero no solo esta búsqueda se limitó a los hombres.
Ya en uno de los rincones del lugar, separados del resto, una mujer de unos cuarenta y tantos se acercó, estiró su mano y saludó –a pesar de la aclaración de que estábamos en el medio de una entrevista–: “solo quería decirte que sos mi modelo de sensualidad y femineidad”, le confesó de manera efusiva.
“Escuchaste lo ella dijo: ‘modelo de sensualidad, de femineidad’”, señala Leonor articulando cada palabra. “No voy a decir si tiene bien o mal colocado el concepto. Justamente es precisamente de esto, de lo que he escapado toda mi vida. A los 80 años (tiene 82) sigo siendo un modelo de sensualidad y femineidad, está bien, lo tendré que escribir…”, hace referencias a las reflexiones que publica todos los domingos en su cuenta de Instagram (@leonorbenedetto_ok). “Me fui, huyendo de la fama. ‘Yo no quiero esto, no lo quiero nunca más’. Ahora lo puedo manejar, pero en ese momento no. Agarré a mis hijos y me fui”.
Con Rosa de lejos, en 1980, la telenovela suceso de los mediodías de ATC, conoció la popularidad absoluta. Las luces y también las sombras de la fama.
–Y te fuiste a España, decidida a tomarte un tiempo…
–Mi idea era dejar de trabajar. Había tomado la decisión de no seguir por lo que había vivido, esos terribles personajes, incluso Rosa Ramos [la mujer empoderada que se casa con el maestro Esteban Pasciarotti y alcanzó los 60 puntos de rating diarios] que fue la que me llevó hasta ahí.
–¿En serio pensaste en abandonarlo todo?
–Sí, nunca me espantó la idea de dejar de actuar. Nunca fui de esos actores, actrices que dicen ‘yo quiero morir sobre el escenario’. Primero de todo, ¡no quiero morirme todavía! y el escenario… está tan sacralizada esa idea, no me interesa. Hoy, siento una felicidad plena porque estoy haciendo lo que quiero, porque elijo, no me siento atada, no me debo a nada.
–Al comienzo hiciste referencia a esas películas que preferís que se pierdan, que se quemen …Es frecuente leer, escuchar entrevistas donde las actrices tienen que justificar por qué hizo tal u otro trabajo…
–Claro, eso no le van a preguntar a un hombre. Seguimos igual. Yo debo ser la única persona por lo menos acá, en Argentina, que reconoce que hizo dos o tres películas de mierda. Si se quemara la Filmoteca y desaparecieran yo no tengo problemas [El gordo de América, con Porcel, Atrapadas, Las lobas podrían ser las elegidas]. Tuve a mi primera hija cuando todavía estaba en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, era muy joven, y por un montón de situaciones de la vida, yo tenía que bancar la casa. Así que era, lo que venga, hice cosas que no me gustaban nada y algunas otras que prefiero no recordar.
Como aquel día que cantó ante 80 mil personas en el Madison Square Garden, de Nueva York, donde presentó los temas de su único disco, el que llevaba su nombre y que fue editado por Tonodisc en 1981. Alejandro Romay la llevó a la Gran Manzana para ser parte del festival que The New York Times tituló en sus páginas: “Pop ‘Gran fiesta’, Galaxy of Spanish-Speaking Starts” y destacaba: “Tito Puente, el rey de la sala, representa a Puerto Rico; Leonor Benedetto una cantante de Argentina; Astor Piazzolla...”
“¡Uno de los papelones de mi vida!”, dispara.
–En una época decir “objeto” o “símbolo” sexual era una marca indiscutida de éxito.
–Fue el peor momento de mi vida. Obligada a hacer eso que otros esperan de vos.
–¿Es frecuente “deberse al público” ?
–Yo me debo a mi público (hace una pausa). Una exigencia implícita en el mundo artístico. Este esperar a que vos hagas, digas o actúes de tal manera. Ese hacer fue un abismo para mí.
De Argentina a España y después de varios años volver, esta vez a San Luis a filmar Un lugar en el mundo, la película de Adolfo Aristarain y poner el cuerpo a Nelda, la monja.
–”No uso hábito porque siento que pone distancia. Es como decirle a la gente ¡ojo, porque yo no soy igual a ustedes! y eso no tiene nada que ver con lo que yo pienso”, le dice Nelda a Hans (José Sacristán)
–”Ah, sí es novicia todavía tengo una oportunidad”, contraataca Hans.
–”Soy monja, hecha y derecha”, cierra la discusión.
“Me conmueve mucho ese recuerdo. Es una gran película. Le agradeceré toda la vida a Adolfo, porque es un personaje que no cualquiera me lo hubiera dado a mí. Bueno, yo sabía también –y vuelvo a lo que dijo esa mujer recién– lo de la sensualidad y se lo comenté a Adolfo: ‘la gente tiene otra imagen mía’. Él no se rindió y me insistió: ‘me va a costar muchísimo encontrar una reemplazante si vos me decís que no’. Esa misma noche terminé de leer el guion. Estábamos en la cama los dos [se refiere al actor y su pareja en ese momento, José Sacristán], cada uno leyendo el guion y cuando terminé no lo dudé: ‘José voy a hacer esto’”.
–Volver en todos los sentidos.
–Estaba totalmente segura. Él en ese momento me respondió “no es lo que habíamos convenido” y era verdad, yo le había dicho a José que no iba a trabajar más. Pero después de leer esa historia no tenía dudas: “tengo que cambiar de idea porque yo quiero hacer esto”. Esta mujer tiene mucho más de mí que las otras mujeres que hice, esas fatales, sensuales... Es uno de los papeles favoritos de mi vida.
Lejos de frases hechas, Leonor es feminista, una mujer que siempre ha invitado a reflexionar, a dialogar, a debatir porque para ella el movimiento feminista es como un árbol “con infinitas ramas y ramitas” con las que concuerda y con las que no. En España estudió cine con Pilar Miró, trabajó en Madrid con diferentes mujeres en grupos feministas. A su regreso al país editó la revista La mitad del cielo (en 1995, junto a Victoria, la segunda de las tres hermanas Benedetto. Era la directora de arte).
Viajó a China, en 1995, a la Cuarta Convención Mundial sobre la Mujer [encuentro que marcó un importante punto de inflexión para la agenda de igualdad de género] y fue metiéndose cada vez más en el terreno. “Los extremos siempre son malos y la radicalización contra los hombres no es el camino –comenta la actriz que nació en Paraná, Entre Ríos, hija de Honoria Leonor Cardozo Sánchez, una soñadora que ideaba vestidos y Victorio Benedetto, quien arreglaba autos y en su juventud fue piloto de TC–. Falta mucho por conseguir y hay temas urgentes a tratar. Creo que, en Argentina, el feminismo existe más intelectualmente que en la práctica”.
–Recuerdo escuchar una frase tuya que, en su momento me impactó: “yo me puse primera siempre”.
–Es así, si vos no estás bien... Necesitaba estar bien para avanzar, para ganar dinero, para estar feliz y que eso repercutiera en ellos, mis hijos.
–No hay autoestima si no hay egoísmo. La autoestima tiene buena prensa, hay montones de libros, de frases que alientan la autoestima…
–Tiene mala prensa decir que uno se pone en primer lugar, sobre todo en lo que se refiere a la maternidad.
–Claro que sí, egoísmo. Hay que correrse, salir del lugar edulcorado.
–Por eso con el humor que te caracteriza, bien ácido, no dudas en decir : “fui una mala madre”.
–Salir de esos modelos, de esas imágenes que venden revistas y suplementos dominicales.
–En estos últimos años se intentó romper con esta “romantización” y hablar abiertamente sobre poder elegir entre ser madre y no serlo.
–Es histórico el tema. Por mandato muchas mujeres han tenido hijos, ese era el mandato, eso es lo que se repite entre los feminismos, pero a nadie se le ocurrió pensar que tener hijos es un privilegio que los hombres no tienen. Yo puedo tener un hijo, y deliberadamente puedo decidir no tenerlo. Es una elección. Para mí la experiencia de parir es algo extraordinario y no estoy hablando “ay, el nacimiento de mi hijo fue el mejor momento de mi vida”. Amo a mis tres hijos, a mis nietas, pero no santifico la maternidad, tuve momentos en que la he padecido. Hay veces que tu bebé puede ser un hdp y tenés ganas de tirarlo por el balcón. Hay que quitarle esa cosa edulcorada, esa mirada como si todo fuera perfecto. Ves a esas mujeres esplendidas que recién dieron a luz, con su bebé en brazos, pesando 50 kilos. Esos “modelos a seguir”. Así se construyen esos modelos que nada tienen que ver con la realidad. Una amiga mía, Patricia, una terapeuta, el otro día me mostró una revista que tenía por ahí, de pasada. En la tapa estaba Pampita y el título decía algo así: “40 años y espléndida”. ¡Carajo! Por favor. 40 años…y espléndida. Déjense de joder. Es un juego perverso. Cómo batallar con todo eso, con esos modelos que imponen, que construyen. Supongo que en mi caso tuve un poco de suerte porque siempre tuve en claro hacia dónde ir.
–A pesar de los obstáculos que aparecen en todos los caminos
–Sí, la vida misma. Incluso cuando tuve que doblar a la izquierda cuando el camino era para el lado derecho.
–Hay un recuerdo que compartiste en otra oportunidad. Eras muy niña cuando te preguntaron “¿qué querés ser cuando seas grande?” Y tu respuesta fue: “No tengo idea, pero sé que tendré un buen destino”.
–Sabía que quizá me tenía que quedar un rato más en un camino que no era. Siempre lo tuve claro, no me preguntes por qué y creo que fue suerte…
“Tres tipos de maternidades” son los que Leonor dice que atravesó: una hija, María Antonieta Tuozzo, un hijo, Nicolás Tuozzo y Marcos Benedetto, a quien adoptó.
–Sin duda, la adopción es uno de los mayores actos de amor.
–Nobleza obliga, tengo que decir que él me adoptó a mí. Yo no andaba buscando un chico, yo ya tenía dos [en los años 80, la actriz se enroló en el voluntariado del Hospital General de Niños Pedro de Elizalde]. Eso es lo maravilloso de esta historia y la que le conté al juez. Él fue el que me eligió. Imagínate un enano de este tamaño (las manos tratan de definir la altura) que se abrazó a mis rodillas y me dijo “llévame con vos”... No lo dudé. Al día siguiente me presenté ante un juez y lo primero que le dije es que no me mandara a la fila de espera. “Yo no estoy buscando un chico. Ya tengo hijos, dos, estoy divorciada, soy actriz. Con esto quiero decir que no tengo un sueldo fijo, que hay momentos mejores que otros. Todo mal conmigo, pero pasa algo entre él y yo. No estoy buscando otro. Lo mío es con este niño. Es él y yo, o nada. Si usted me dice que no, es, no, pero no me ponga en la fila”. Hasta a veces me da vergüenza…
–¿Por qué?
–Cuando la gente cuenta su experiencia tan dificultosa para adoptar. Yo soy amiga de Marcelo Polino y es terrible, no sé si es porque es hombre, no sé si es porque es gay, no sé por qué, pero es un tipo que, incluso no quiere bebés, quiere adoptar un chico crecido y no lo ha logrado. Yo tuve mucha suerte con este hombre se lo deberé por el resto de mis días. Me firmó la autorización para sacarlo del país y llevarlo a España cuando yo viajé y cuando volví se dio la adopción plena. Él tiene mi apellido. Vos decías que es un acto de amor, yo creo que es un acto maternal, tengas o no hijos. Le ofreces a otro la posibilidad de que crezca, de que se eduque, de que sea amado.
“Leonor fue una de las personas más empáticas y amorosas no solo conmigo, sino con Lucio. Me ayudó muchísimo –reconoció el director José María Muscari el apoyo que recibió de la actriz durante todo el proceso de adopción–. Viajamos a Mar del Plata para verla a ella. Leonor es una mujer que tiene mucha sabiduría y como ella le contó a Lucio que también fue mamá adoptiva, se generó un vínculo”.
Le digo a Leonor, a la mujer que interpretó a Lola Mora, en el film de Javier Torre, lo importante que fue ella para Muscari. Hace silencio. Sonríe. Y deja que la mirada se pierda.
Una mujer decidida, podría ser el título de la película de su vida, de su autobiografía. Su rostro en blanco y negro o por qué no desdibujado por una luz tenue o estridente serviría de afiche o de portada del libro que revelaría en sus páginas los momentos claves de su vida, como los días en que se movía por la facultad de Medicina o como una estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras que en secreto se inscribió en el Conservatorio de Arte Dramático desafiando a su padre. El hombre que quería una hija médica o farmacéutica.
–Tu paso por la facultad fue un momento muy Simone de Beauvoir.
–Se ríe. Viví un año con una falda gris de franela y un suéter de mi padre también. Me acuerdo que las conversaciones con las chicas de la facultad era la de criticar a las que se maquillaban. Como si no estuviese permitido ser inteligente y maquillarte. ¿Cómo alguien podía pretender ser bonita? No estaba bien visto.
–Un estereotipo muy clásico
–Con lo que todavía convivimos, no es posible combinar todo (vuelve a reír). Me acuerdo una vez en la que hice una cena en casa a la que invité a cinco, seis amigos y uno de ellos, que nunca había estado en mi casa, empezó a dar vueltas y se detuvo en mi biblioteca. Agarró un libro. Yo estaba en la cocina –debo reconocer que me asombró mucho– y se acercó con un libro de San Agustín. “¿Vos leíste a San Agustín?”, me preguntó como si eso no fuera posible. La puta madre, voy a tener que poner cuadritos, como los de los médicos, para que certifiquen que una lee…Me lo tomo en broma, con el tiempo aparecen en el recuerdo varias situaciones así…
–Ser linda e inteligente no estaba permitido.
–Umm. A veces en el feminismo nos quedamos con frases y nos olvidamos un poco de lo real. Muchas de las ideas, discursos vienen de mujeres de la Quinta Avenida de Nueva York, de un piso 78, repleto de maniquíes que deciden los pelos y la ropa y hasta la manera de actuar. En Argentina, no en las capitales, tampoco hay que irse muy lejos, para imaginar lo que sucede si una mujer le llega a decir a su marido cuando vuelve de trabajar, “ahí está la comida servite”. El feminismo no puede ser la realidad vertical que manejan desde Nueva York. Lo mismo ocurre cuando hablamos de natalidad, de preservativos. Justamente, ahora pienso en Un lugar en el mundo, para distintas escenas había muchos extras y siempre estaba una chica, muy embarazada, muy joven. Una vez me puse a hablar con ella y me explicó que en la panza tenía a su octavo hijo y yo le pregunté si pensaba tener más hijos, le pregunté si se cuidaba. No tenía idea de cómo cuidarse, de un buen método anticonceptivo. El preservativo era una mala palabra, no había ningún hombre que pudiera soportar que su mujer le sugiriera usarlo.
–Aún hoy muchos se aferran a esta idea de falta de placer o la quita de “hombría”
–No está bien visto, no exagero cuando digo que es una mala palabra. Ni lo pienses. Una de las cosas que más me ha conmovido fue un documental, no recuerdo el nombre, de una monja en África. El Papa la había mandado a trabajar, ojalá hubiera hecho yo ese documental (deja escapar su otra faceta). Le escribió una carta al Papa en la que le decía: “Santo Padre estoy pecando. Yo sé que nuestra iglesia no está a favor de los anticonceptivos…” estoy parafraseando. No sé muy bien como es el tema del dinero de las monjas, pero ella decía que se lo gastaba en preservativos y lo repartía entre los hombres, no por una cuestión de natalidad, sino por las enfermedades venéreas, el VIH. “pido perdón… pero lo voy a seguir haciendo”, le escribió en otra parte de la carta. (hace una pausa). Yo no quiero igualdad.
–¿No?
–No, hay que reconocer que somos diferentes y está bueno que seamos diferentes entre hombres y mujeres. Claro que sí, somos iguales desde los merecimientos, los derechos, incluso desde los castigos que indica la ley. Nuestros deseos son distintos. Por ejemplo, lo que pasa con el fútbol.
–¿El fútbol femenino?
–Está bien, por mí las mujeres pueden ser lo que quieran, bomberas, jugar al fútbol, claro que me parece bien, es un deporte, pero… hay un universo masculino al que no tenemos acceso, el relato, ese relato en que los hombres entran en la locura, en un éxtasis por el que se dejan llevar. No sé qué pasa por esas cabezas, se van al carajo relatando, a mí me divierte mucho, pero nosotras… no podemos, no llegamos a esa locura. Cuando escucho una voz femenina relatando un partido, digo salí de ahí, nunca en la vida vamos a lograr esa energía loca y violenta que tienen los hombres en esos momentos.
–Recién dijiste “me hubiera gustado dirigirlo” esa es otra veta que no muchos conocen [en 2006 filmó El buen destino, con guion propio. En teatro estuvo al frente de las puestas Otros de nosotros y Negro y Rosa].
–Nunca hago cosas por publicitarlas, no es lo que busco. Estoy convencida que la gente que quiere enterarse de algo lo hace. Son búsquedas, inquietudes.
–El año pasado dirigiste ¿Todo bien?, la pieza de Carlos Ares, una reflexión sobre estos tiempos que tiene como protagonistas a dos hackers, un hombre y una mujer, que desconfían el uno del otro.
–La desconfianza desde la virtualidad, ver lo qué pasa cuando se encuentran, lo presencial.
–Y obviamente el título que, ya es una frase común.
–Un lugar común. “Hola, ¿todo bien?” [repite a modo de saludo]. Al decir esto, me desentiendo, nadie espera una respuesta a esa pregunta.
–En Instagram encontraste un aliado. Todos los domingos publicás un texto que invita a reflexionar
–La idea de escribir en este espacio nació en pandemia, en contra de la opinión de todo el mundo. Me decían “la gente no lee, sacá fotos divinas y publícalas. Instagram es el lugar de está todo bien”. Yo solo dije “déjenme probar, quiero ver qué pasa” y lo hice. Claro que no tengo una gran cantidad de seguidores (supera los 40 mil) pero me leen, comentan lo que escribo. Llega a dónde tiene que llegar.
– ¿Te preocupa el avance de la inteligencia artificial?
–La humanidad siempre tuvo mucho temor a los nuevos adelantos. Yo no le temo, pero yo soy una mujer que no tiene miedos. Tampoco soy nostálgica, sí intento quedarme con lo mejor de cada momento de mi vida. Y busco dar.
Pronto comenzará una gira por distintas provincias del país con Perdida Mente, la obra de Muscari y Mariela Asensio. En el escenario Leonor es una jueza de la Nación que siente que su cabeza no funciona muy bien últimamente, por lo que decide juntar a las mujeres más importantes de su vida para solicitarles su ayuda. “Cuando me llegó la obra, creo que la leí tres veces y dije la voy a hacer porque era, es un desafío. Es un personaje que por momentos está ido y por otros tiene una lucidez extraordinaria –reconoce-. En un momento pensamos si pronunciar la palabra Alzheimer, desde el primer momento tuve en claro que sí. Mucha gente se acerca después de la función para hablarme del personaje. Lo que más me llamó la atención, en todo este tiempo, es que me preguntaron con cuántos enfermos con Alzheimer hablé para interpretar a esta mujer. Yo les digo: “con ninguno”, eso es lo que más me cuesta explicar”.
El 20 de junio de 1973, Juan Domingo Perón retornó a la Argentina desde Madrid tras 18 años de exilio. Leonor militaba en la Juventud Peronista y fue una de las dos millones de personas que aguardaban su llegada. “Fue el momento que dije hasta acá. Tuve que caminar más de 10 kilómetros para llegar, porque era una locura y los tuve que caminar de vuelta cuando decidí irme de ahí. No voy a compartir esto. Cuando reviso la historia y veo las fotos, los videos… Hay una frase de Perón que dice: “al amigo todo; al enemigo ni justicia”, cuando la escucho me pone los pelos de puntas –reflexiona–. No hace mucho la pesqué en televisión, sin desearlo, ni buscarla, ahí estaba el general diciendo la frase, riéndose. Creo que entendí la verdadera envergadura de lo que estaba enseñando. No está bien. Todos tenemos derechos, todos somos iguales ante la ley”.
–No volviste a militar para ningún partido, pero sí militas por tus ideas, decir con libertad lo que pensás.
–No volví a militar ni volveré a ningún partido político, pero como decís buscó decir lo que pienso, el humanismo y la libertad son mis motores ideológicos. Hoy pareciera que la herramienta de pensar está tan sobrevalorada. Había un militante del peronismo John William Cooke [ideólogo de la izquierda peronista] que escribió un manifiesto para que se tuviera un pensamiento crítico y se discutieran hasta las propias bases del partido, de construcción social [se refiere a Apuntes para la militancia] Pensar y no seguir como un caballo con gríngolas.
–Sos testigo de varios cambios políticos en Argentina. ¿Qué opinión te merece nuestra la actualidad?
–Me resulta casi imposible pensar en Argentina sin repasar su historia. Como si tuviera una cámara y abro el objetivo. Si el mundo es mi patria yo no puedo pensar en Argentina así sola. Esto me transporta a Marguerite Yourcenar cuando encontró el borrador de Memorias de Adriano [novela publicada en 1951] y ella no recordaba exactamente lo que había escrito. Empezó a leer una carta, perdón estoy siendo desordenada al contarlo, un texto que decía “Cuando ya no estaban los Dioses y Cristo aún no estaba, hubo, desde Cicerón a Marco Aurelio, un momento único en el que solo estuvo ‘el hombre” [fragmento de la carta que Gustave Flaubert escribió a Edna Roger des Genettes y que despertó en Yourcenar la idea que fraguó en su novela más conocida]. El hombre está solo y este es un momento. Tengo muchos años ya y como vos decís he pasado de todo y nunca, yo no lo conozco, a lo mejor existió antes, pero no conozco a ese político que de verdad se haya puesto al servicio de los demás. Nuestra historia es un entretejido de intrigas, traiciones…el asesinato de Facundo Quiroga [ejemplifica]. El hombre está solo, mi lucha por una vida mejor está en lo que escribo, en lo que actúo, en las decisiones que tomo. En el tiempo compartido con mis hijos, con mis nietas.
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