Las voces de las mujeres coreanas que fueron esclavas sexuales del ejército japonés vuelven a ser escuchadas
El testimonio de Kim Bok-dong, la primera sobreviviente que denunció lo ocurrido, impulsó a la directora argentina Cecilia Kang a filmar el documental “Partió de mí un barco llevándome”
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“No le conté a nadie mi pasado porque estaba totalmente avergonzada de mí misma”, lee frente a la cámara Melanie Chong, una joven actriz argentino-coreana, el testimonio de Hwang Kum Joo, traducido del libro Comfort women: an unfinished ordeal. Report of a Mission publicado por la Comisión Internacional de Juristas, en 1994. El texto late en Partió de mí un barco llevándome, la película de Cecilia Kang que tuvo su estreno mundial en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata [ganó el Premio Astor Piazzolla Especial del Jurado y el Premio del Público] y que se exhibirá todos los sábados de julio en el Malba y en la sala Leopoldo Lugones [del 4 al 12 de julio].
“Vi a mi madre en una ocasión, pero no pude decirle nada. Algunas personas de mi pueblo me habían visto en Seúl y se lo dijeron a mi madre y ella vino a verme. No la vi más después de esa vez. Mi madre me pidió que me casara, pero yo no quise. Me pidió una explicación, pero no pude darle ninguna porque sentía mucha vergüenza por mi pasado (…) Después de mi calvario durante la Segunda Guerra Mundial, la sociedad me trató con total desprecio porque no tenía marido”. Melanie lee las palabras escritas en una hoja arrugada, las que repasa en voz alta, en su cabeza, mientras cepilla sus dientes, en el local de ropa donde trabaja junto a su mamá, en una clase de expresión corporal; lee ese testimonio una y otra vez en su vida cotidiana. Palabras que pronuncia y que la oprimen, palabras que resuenan como una arista, como ese segmento donde se encuentran dos caras y la empuja a revisitar su historia e indagar en su identidad.
“Mi nombre es Hwang Kum Joo. Nací en 1922, en Buyo-Kun, provincia de Chungchong Nam. Yo era la hija mayor de la familia y era responsable de cuidar de todos. No fui a la escuela porque no había dinero. Cuando tenía doce años me fui a trabajar como criada a la casa de una familia rica. Los oficiales japoneses le exigían a cada familia que enviara al menos una hija a la fábrica de municiones del ejército. La casa en la que yo trabajaba estaba formada por una familia de tres hijas que estudiaban en la escuela o en la universidad. La esposa de mi empleador estaba preocupada. Entonces me ofrecí a sustituir a esas chicas. Me sentí obligada a devolver la amabilidad demostrada por mi empleador hacia mí. La señora me dijo que, si yo trabajaba en esta fábrica de municiones en lugar de sus propias hijas, ella arreglaría mi matrimonio en una buena familia. Con la esperanza de mejorar mi situación económica, decidí ir”.
La historia de Hwang Kum Joo es como la de tantas otras mujeres asiáticas que fueron llamadas “comfort women”. “mujeres de consuelo” o “mujeres de solaz” eufemismo usado para describir a las mujeres que fueron forzadas a la esclavitud sexual por parte del ejército japonés –antes y durante la Segunda Guerra Mundial– desde principios de la década de 1930 hasta 1945. Los supervivientes y activistas abrieron la discusión para encontrar un término respetuoso de las experiencias dolorosas de las mujeres, sus historias de vida y su llamado a justicia. “Esclavitud sexual militar por parte de Japón” surgió como el término para reflejar la situación de las víctimas que fueron forzadas a la esclavitud sexual sistémica.
“La práctica de las ‘mujeres de solaz’ debe considerarse un claro caso de esclavitud sexual y una práctica análoga a la esclavitud de conformidad con el enfoque adoptado por las normas internacionales de derechos humanos”, señaló Radhika Coomaraswamy en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en febrero de 1996.
“El sistema militar de esclavitud sexual entró en pleno funcionamiento después del estallido de la Segunda Guerra Sino-japonesa [enfrentamiento con China] en 1937 –detalla la publicación A to Z Guide for Just Resolution of the Japanese Military Sexual Slavery Issue, editado por The Korean Council –. Mujeres de varios países de la región, colonizada u ocupada por Japón, incluidas Corea, China, Taiwán, Filipinas, Indonesia, Timor Oriental, Malasia y Tailandia, fueron tomadas como ‘mujeres de solaz’.
Si bien se desconoce el número exacto –el gobierno japonés se niega a revelar documentos oficiales– los investigadores estiman que aproximadamente entre 16.000 y 410.000 mujeres fueron forzadas a ingresar en el sistema de esclavitud sexual. En 2019, un documento oficial reveló que el ejército japonés instalado en China había solicitó una ‘mujer de consuelo’ por cada 70 soldados”.
Cuando terminó la guerra, las “mujeres de solaz” fueron abandonadas o asesinadas por el ejército japonés para ocultar los crímenes de guerra. Aquellas que lograron sobrevivir no pudieron encontrar ni costear la forma de volver a casa. “Las pocas que pudieron regresar a su hogar tuvieron que enfrentar el estigma social –describe el informe de The Korean Council– y fueron silenciadas durante casi 50 años”.
Hwang Kum Joo llegó a la estación de Seúl llena de piojos. No podía volver con su familia en esas condiciones, eso pensaba, por lo que se quedó en Seúl. “Allí descubrí que tenía una enfermedad venérea grave –lee Melanie el testimonio–. Solía sangrar continuamente. Me operaron y me quitaron el útero. Todavía tengo las cicatrices de esa operación. No me casé porque había desarrollado una aversión muy fuerte hacia los hombres y el sexo”.
El 14 de agosto de 1991, Kim Bok-dong se convirtió en la primera superviviente en testificar públicamente el horror vivido. Su coraje animó a que otras sobrevivientes de todo el mundo se presentaran y exigieran justicia. Fue Kim, la misma mujer que Cecilia Kang escuchó en 2013 en una charla, en Corea del Sur.
“Había viajado para filmar escenas de mi película anterior [Mi último fracaso, 2017] –recuerda la directora argentina de ascendencia coreana– cuando tuve la oportunidad de conocer a esta mujer con rasgos tan similares a los míos, una mujer anciana que contó cómo a sus 15 años la subieron a un barco que emprendió́ un viaje a un destino no elegido. Nos habló de cómo la violaban más de 20 veces al día. Habló de otras mujeres que vio morir a su lado. De la culpa que sintió́ cuando finalmente pudo regresar a su casa, pero otras no. Y de la vergüenza infligida por una sociedad hacia ella, que la hizo callar hasta los 60 años”.
Este testimonio fue demoledor para Kang. “Me rompió, me quebró –confiesa con total franqueza–. Hasta ese momento, desconocía completamente esa porción de la historia, tan atroz. Fue tan fuerte escucharlo en la voz de Kim, escucharlo directamente de la persona que tuvo que soportar esa experiencia. Después de eso me dieron ganas de hacer una película, pero no creía tener todas las herramientas para contar ese hecho histórico, era un tema inabarcable. Durante muchos años me autocensuré. Sentía que no podía hacer una película sobre esto, porque no tenía las herramientas. Pero la imagen de Kim, sus historia, seguía muy presente en mí”.
–¿Por qué decís que te autocensuraste?
–Porque yo también sentía vergüenza. Vergüenza de no conocer esa historia. Cuando la escuché tenía… nací en 1985, sí tenía 28 años y no sabía nada acerca de este tema. Estaba en ese Congreso de Mujeres siguiendo a una de las protagonistas de mi película anterior y la escuché… y generó en mí un impacto, un sinfín de preguntas… Me partió, no podía creer lo que estaba viendo, no podía creer que esa señora estuviera contando todo lo que había vivido y que yo no supiera nada. Lo primero que sentí fue vergüenza, que aquel testimonio sea parte de mi historia, del lugar de donde vengo. Fue algo muy complejo de entender, de pensar, de analizar cómo la historia es contada, silenciada. Preguntarme por qué razones no hablaron, por qué no se escucharon sus voces…Después leí los otros testimonios y todos coincidían y señalaban la censura que vivieron por parte de la misma sociedad. Las hicieron callar.
A través de la mirada de Melanie, de esta joven estudiante de actuación, de 26 años, de ascendencia coreana que vive en Argentina, Kang encontró el punto de vista para narrar las complejidades históricas y transgeneracionales. En este devenir, el pasado y el presente traza un puente entre dos países y la violencia de ayer y hoy.
“Quedé embarazada en tres ocasiones. La primera vez me di cuenta cuando estaba en el tercer mes de embarazo –cuenta Hwang Kum Joo. Esas palabras están en el papel que tiene Melanie–. Nos dieron una inyección llamada 606 para prevenir enfermedades venéreas. Supongo que esa inyección debe haber sido fuerte porque tuve un aborto espontáneo. La segunda vez tuve que ser llevada al hospital del ejército para abortar cuando estaba embarazada de dos meses. La tercera vez también me llevaron al hospital del ejército y me hicieron un aborto”.
–¿Cómo surge este puntapié, este punto de vista para contar la historia de aquellas mujeres y también la de Melanie en Partió de mí un barco llevándome?
–Con mi amiga y guionista, Virginia Roffo, pensamos cómo hablar sobre este tema, pero desde acá, siendo quiénes somos y donde estamos. Poder contar desde nuestro lugar, como integrantes de la comunidad coreana en Argentina. Eso fue un poco el punto de partida, el que me dio la posibilidad de poder pensar la película, la posibilidad de encarar el tema. Tengo esa idea de que a las películas uno nunca las elige, son las películas la que nos eligen. La voz de Kim, desde que la escuché, estuvo siempre conmigo. Y así empecé a investigar, a conectar, a hacerlo como una necesidad, a no dejar de buscar. Entonces aparece este planteo, cómo hablar de lo ocurrido, pero desde acá, como parte de la comunidad. Qué pasa cuando lo contás, cuando das a leer estos testimonios a otras chicas de la comunidad coreana. Qué pasa cuando escuchas esa voz y ves a esa mujer que podría haber sido mi abuela, con esos rasgos tan similares a los míos que me interpela…la dualidad cultural. Así comenzamos con la investigación, a conocer un poco más, a dar con los testimonios recopilados en un libro.
La segunda parte del film transcurre en Corea del Sur. Melanie va a ver a su hermano y a su cuñada. Regalos, alfajores, chocolates, golosinas que recuerdan la infancia en Buenos Aires. Melanie recorre Corea y la voz de la mujer, la de esas palabras en la hoja arrugada, tiene rostro. En su visita a The War and Women’s Human Rights Museum de Seúl y a House of Sharing, casa de reposo –creada en 1992– para las mujeres que fueron víctimas de esclavitud sexual, Melanie arma el rompecabezas histórico, allí encuentra las voces de todas esas mujeres y, por qué no decirlo, también su identidad.
El rompecabezas se completa en Corea del Sur, uno de los momentos claves, es cuando Melanie puede ponerle rostro a Hwang Kum Joo. “En internet no había fotos de ella, las dos buscamos, pero no había información específica de esta mujer, más allá del testimonio del libro. Así que cuando la vi...Yo viajé una semana antes a Corea para preparar el rodaje. Cuando entré por primera vez al museo y pude ver esas imágenes, los objetos, los dibujos, fue muy fuerte –cuenta Cecilia Kang sin ocultar la emoción–. Una cosa es leer un testimonio y construir la narrativa. pero ahí estaban los rostros de todas esas mujeres, sus pertenencias”.
Otro instante clave de Partió de mí un barco llevándome es cuando Melanie participa de la manifestación que se realiza todos los miércoles frente a la Embajada de Japón, en Seúl. “Fue muy conmovedor –reconoce Kang–, porque la mayoría de los que forman parte y se suman son jóvenes”.
El 8 de enero de 1992, supervivientes y activistas se reunieron frente a la Embajada japonesa en Seúl. Desde aquel día, todos los miércoles se reúnen en busca de justicia y solidaridad con las sobrevivientes.
“He desafiado todas estas circunstancias y situaciones adversas –dice Hwang Kum Joo–. Ahora dirijo un restaurante. No sirvo alcohol allí porque me acuerdo de la conducta de los soldados japoneses cuando se emborrachaban y llegaban a la estación de confort”.
Cecilia espera exhibir su película en Corea del Sur, la que lleva por título el poema que Alejandra Pizarnik escribió en 1962: “Explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome”, y así volver a dar voz a aquellas mujeres y a las que hoy sufren en silencio.
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