”Las mujeres no traerán sujetos felices al mundo si solo cumplen la maternidad como mandato”
Entre los mandatos y el deseo -o no- de tener hijos: las miradas que analiza la psicoanalista Diana Paris en su libro
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Lo que me consta, por experiencia propia y porque lo he visto en otras personas, es que el hecho de ser madre no es la experiencia esencial y constitutiva de la existencia femenina”, señala la escritora y periodista española Rosa Montero, citada por Diana Paris en las primeras páginas de Mujeres sin hijos.
El libro aborda la maternidad desde tres ejes: el de la imposición social y cultural que experimentan las mujeres desde siempre; el de la imposibilidad de ser madres a causa de memorias transgeneracionales; a la vez que hace foco en la importancia de la bioética y la necesidad de respetar el misterio de la vida.
Paris asegura que una parte de su obra está dirigida a esas mujeres, entre las que se incluye, que tenían en claro desde muy jóvenes que su proyecto de vida no era tener hijos biológicos. “Somos mujeres que ahijamos a la vida, ahijamos alumnos, animales, ahijados. Somos mujeres que protegemos el medioambiente, hacemos otras experiencias vitales relacionadas con el maternar, pero decidimos no tener hijos biológicos”, explica.
La autora considera que hay una habilitación para poder plantear otras posibilidades en la experiencia femenina por fuera de lo que llama “el mito instalado del famoso instinto maternal que no existe”, señala.
“Venimos con órganos en el aparato reproductor que nos predisponen a llevar durante nueve meses a un bebé en nuestro cuerpo. Pero esto no debería ser una obligación para que, de lo contrario, te miren como incompleta. Yo sostengo que, como otras elecciones en la vida, la maternidad debería ser una vocación y esto nos ahorraría en los consultorios mucha gente traumatizada, herida y abandonada”, dice desde su experiencia personal como psicoanalista especializada en psicogenealogía y psicoterapia integrativa y arteterapia.
En uno de los capítulos ahonda en su propia experiencia con el hecho de decidir no ser madre. “Fui una rara avis entre mis compañeras de bachillerato y seguí sintiendo esa misma obligación de responder a los representantes de la ‘policía de la maternidad’, como dice la socióloga Orna Donath. Yo no formaba parte del esperable grupo que recitaba el repertorio edulcorado del ‘deseo propio de toda señorita domesticada’ en los años ‘70: la búsqueda eficaz del novio adecuado y la emoción ante las publicidades de pañales, juguetes de peluche y ropita de bebé. Nada de esto entraba en mi horizonte de expectativas. Me emocionaba con el cine, el arte, los viajes y la lectura. Ya había comprendido que se avecinaba una lucha para hacerme respetar en mi derecho a transgredir el uso político de los sentimientos, el cuerpo y el destino de las mujeres”.
"No se considera que una vida creativa sea más que procrear, reproducir. Se niegan otras formas de realización"
Sin embargo, los años no han cambiado la mirada hacia las mujeres que deciden no cumplir con las expectativas sociales de tener un hijo biológico. “Mucha agua ha corrido bajo el puente sobre los mandatos del ideal femenino, pero sin embargo, en cuanto a la libertad para elegir la opción de la no-maternidad, seguimos en pañales. Como sociedad, para aceptar la diferencia, estamos en fase ‘embrionaria’. Las mujeres sin hijos son los patitos feos de la comunidad que pretende hacerlas cautivas del mandato social y domesticar sus deseos. No se considera que una vida creativa sea más que procrear, reproducir. Se niegan otras formas de realización. La ceguera institucional repele lo diferente. Otras maneras de crear y producir se corporizan en las mujeres sin hijos, pero hacerlas visibles implica aceptar tempranas heridas. Ser castigadas por desafiantes, inapropiadas, atrevidas contra el sistema hace de estas mujeres unas exiliadas, desterradas, refugiadas sin papeles, ciudadanas de segunda”, detalla Paris en su libro.
Pero sostiene que su propuesta no es una argumentación en contra de los niños, los hijos, la descendencia o el linaje. Tampoco contra las mujeres que deciden concebir, gestar, parir, criar y volver a concebir una y otra vez, es decir, ser madres. “Me mueve la ilusión de hacer eje en la necesidad de una mirada con el mismo respeto a otras opciones de vida tan valederas como la anterior. Sin embargo, aún la sociedad no está exenta de una excesiva carga de prejuicios, machismo, impertinencia, mitos y malentendidos”, enfatiza.
El hijo instrumento
La autora asegura que una pregunta clave que hace a sus pacientes en el consultorio es simple: “Para qué quieren tener un hijo”. Asegura que no siempre se formula y que es importante porque de allí surge la finalidad. “Un hijo es buscado para reconciliarme con mis padres que no me hablan, para que mi marido reciba una herencia que no le están dando, para que mi marido no se vaya con la amante, para poder irme de la casa de mis padres que me agobian”, dice.
Y advierte que cuando un hijo no es un fin en sí mismo y sino un para, un instrumento para lograr otra cosa, ese chico viene con un programa de herida primal o inicial porque no fue concebido por sí mismo, sino para ser la solución de un problema de los adultos. Paris considera que en la adultez de esos niños se evidencian conflictos de ansiedad, anorexia, dificultades en el aprendizaje, porque en el origen esta criatura no fue percibida en el ámbito familiar como sujeto en sí mismo.
“Por ejemplo, una pareja tiene un hijo con una enfermedad como puede ser el cáncer de médula y el médico les dice que vuelvan a embarazarse porque ese otro bebé va a ser el futuro donante del hermano que está enfermo. Entonces este hermanito es un para, no viene al mundo por una alegría, sino para ser el remedio de su hermano mayor. Entonces, no hay que asustarse cuando este llega al consultorio a los 30 o 40 años debilitado y sin vocación”, explica.
La especialista invita a las parejas a revisar el para qué van a traer un hijo al mundo, “también es necesario revisar si tienen disponibilidad de tiempo y espacio o quieren tener un bebé y a los 30 días salir corriendo a la oficina de nuevo”, enfatiza. E invita a hacerse estas preguntas antes de iniciar el camino de la maternidad y escribir las respuestas a mano:
- ¿Para qué quiero ser madre?
- ¿Cómo cambiará mi vida si tengo un bebé en el próximo año? ¿Y si ocurre en los siguientes cinco?
- ¿Me veo madre sola o creo que es indispensable contar con el apoyo de un padre para mi hijo?
- ¿Hay algo en mi vida que necesite cambiar antes de sentirme lista para tener un bebé?
- ¿Qué creo que se necesita para ser una buena madre?
- ¿Espero recibir apoyo de mi familia para la crianza?
- ¿Qué pasaría si no logro el deseado embarazo?
- ¿Cómo me siento cuando acepto la imposibilidad de ser madre?
- ¿La presión externa puede estar afectando lo que siento?
- ¿Cómo te definirías: hijo deseado, buscado, llave de escape de la casa familiar de uno de tus progenitores, accidente, “de enganche”, o para “salvar” la crisis matrimonial de tus padres o la honra social de la familia?
Por otra parte, sostiene que los primeros 1000 días de oro en la vida de un ser humano son los que forman la base de su auto seguridad. En este momento, la mamá tiene que ser constante, previsible y presente. “Entonces, está bueno frenar y hacerse estas preguntas: ¿tengo disponibilidad amorosa o me pregunto a cada rato cuándo viene mi hermana para cuidarme al bebé porque tengo ganas de ir al gimnasio o salir con mis amigas? Eso hay que pensarlo antes porque el bebé no puede esperar y está formando su personalidad”, dice.
La doctora en Letras (UBA) reconoce que uno de los propósitos de su libro es habilitar a que las mujeres se descarguen de precepto porque no traerán sujetos felices al mundo si solo cumplen la maternidad como mandato.
“La maternidad tiene que ser una vocación, como cuando tenemos vocación por el arte, por la economía, por los deportes. Deberíamos maternar cuando la vocación del latín ‘vocare’ o llamado es fuerte y es apasionado. No porque mi mamá dice que no se quiere morir sin ser abuela. Un hijo no puede venir a cubrir la depresión de una anciana o a ser un enganche para que el marido no se vaya”, enfatiza.
Y analiza: “cuando el niño crece, finalmente pasa lo que tiene que pasar, la pareja se separa y el niño pierde la función de pegamento entre los padres para la que fue concebido. Ese niño carga toda la vida con la responsabilidad de no haber hecho bien su tarea”.
Herida transgeneracional
Otro eje de Mujeres sin hijos se dirige a las parejas que no pueden ser padres. “Lo que me mueve es darle respuesta a estas parejas que no consiguen un embarazo muy anhelado. Aquellas que deciden pasar de la pareja a la familia, pero el embarazo se les niega. Entonces, el médico les dice que no hay razones médicas y les sugiere que sigan probando. El libro intenta algo diferente a lo que les dan como respuesta la medicina y las técnicas de reproducción asistida, ahí está la novedad de la propuesta”, asegura.
Producto de muchos años de experiencia como psicoanalista y de trabajo en la indagación transgeneracional, Paris sostiene que muchas veces, cuando el especialista dice que todo está bien pero el embarazo no llega, es necesario indagar qué tiene el inconsciente guardado como un programa que impide ese embarazo.
“La pregunta es qué les pasó a las mujeres de tu clan para que el inconsciente haya registrado que para cuidarte, para salvarte, para que no vivas una amenaza, no te da la posibilidad de ser madre. Es necesario ir a la memoria guardada en tu árbol genealógico en relación con niños no reconocidos, deshonra familiar, muertes de bebés. ¿Qué hay guardado como secreto en tu historia familiar que obstaculiza ese deseo de tener un hijo? Ese hijo podría ser, a nivel inconsciente, el registro de una situación vivida de manera traumática, conflictiva en lo social, lo económico, la honra familiar, desde embarazos no deseados, abusos, incestos”, sostiene la psicoanalista.
Afirma que, si logramos sanar esa herida presente en el inconsciente familiar, esa deuda ancestral, a lo mejor, naturalmente, puesto en la conciencia un drama vivido hace cincuenta o cien años por otros miembros del clan, ese impedimento se desbloquea y el bebé llega.
Para este análisis, la autora se apoya en la psicogenealogía y sugiere que la persona debe conocer dónde está el agujero de la información en su familia. Es necesario buscar en los datos del árbol genealógico, por ejemplo, aquellas situaciones de amenazas, complicaciones, abandonos, personas excluidas; en estos casos, el cerebro nos protege de repetir el mismo patrón de nuestro linaje.
“Esto no sale en el espermograma o en la ecografía que pueden resultar bien, pero, ¿dónde queda la situación de abuso que vivió una abuela, por ejemplo? Estas historias transgeneracionales piden ser vistas y puestas a la conciencia, a la luz, sanadas para que se desbloquee el trauma. Desde la experiencia clínica, puedo garantizar que una gran cantidad de embarazos llegaron a buen puerto cuando se pudo sanar una herida transgeneracional”, advierte. De tal manera, las parejas que no pueden concebir tienen que ir a buscar en esa memoria ancestral que les bloquea la posibilidad de maternar y paternar. “Es necesario sanar eso pendiente porque cuando eso se reconoce el inconsciente afloja, tira la toalla, se desbloquea”, señala.
El misterio de la vida
El último eje que trata el libro se centra en la bioética que aborda las tecnologías para la concepción y para la gestación. La autora toma postura y asegura que las tecnologías de reproducción asistida no cumplen los estándares de cuidado humano desde el punto de vista bioético.
“Desde ahí focalizo mi perspectiva: ‘la maternidad a cualquier precio, no’. Entiendo por bioética, la ética aplicada a la vida humana, fuente de principios y comportamientos que iluminan la conciencia y orientan a actuar siempre de forma respetuosa ante la vida y la dignidad del sujeto”, escribe la psicoanalista.
Por otra parte, analiza que cuando la bioética no respeta el misterio sagrado de la vida y experimentamos con embriones “no falta mucho para ser el famoso doctor nazi Josef Mengele”, advierte. Y sostiene que un hijo no se tiene por catálogo, “por catálogo compro zapatillas o muebles, pero no puedo comprar un hijo por catálogo en internet. Esto hay que debatirlo o, por lo menos, ponerlo en la conciencia”, señala.
Refiere que, recientemente, fueron descongelados dos embriones que se habían preservado hace cuarenta años, cuando el mundo era algo completamente distinto. Paris se pregunta, “¿qué es lo que aparece congelado y se descongela? ¿Qué sucede con el mundo que nos rodea, con el contexto histórico, político, social, cultural? Ese producto humano está en el túnel del tiempo. ¿Qué sujeto nace, crece y evoluciona a partir de ese origen?”, plantea.
En ese capítulo analiza el papel de la tecnología en la concepción humana: “Digo, con el escritor israelí Yuval Noah Harari, que ‘poner toda la experiencia humana en manos de la tecnología es una forma segura de acabar siendo esclavos de ella’. Efectivamente, con la prepotente revolución tecnológica, las nuevas identidades sexuales, la dificultad para aceptar la neurodivergencia de las identidades personales y sociales, así como el ‘desmadre’ ético de las intervenciones en la genética humana y el gran repertorio que se ofrece para ‘fabricar’ bebés, podemos hipotetizar un pronóstico alarmante: en pocos años habrá que redefinir incluso qué es lo que nos hace humanos. Por todo esto sostengo que se impone la ampliación de la conciencia y la noción de trascendencia a la hora de pensar/sentir la necesidad de un hijo. Atravesar los momentos sagrados de la concepción y de la gestación con la mayor humanización posible”, sugiere.
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