La rivalidad entre dos genios de la cardiocirugía que benefició a miles de personas
En los años 60, Michael DeBakey y Denton Cooley revolucionaron el campo de la medicina mientras competían para demostrar cuál de los dos realizaba la mayor proeza técnica
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En el final de la década del 60 el mundo fue testigo de notables avances en el campo de la cirugía de corazón, que eran noticia frecuente en los diarios de la época. Términos como trasplante, corazón artificial y apellidos como Barnard, Cooley, DeBakey, Liotta y Favaloro formaban parte del diálogo cotidiano en los hogares y los titulares sobre grandes proezas en el quirófano eran compartidos con otros logros científicos notables, como la conquista espacial, en la que estaban empeñados, en plena Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética. Y en cierta manera existe un cierto paralelismo, porque en muchas áreas del saber humano se corrían los límites y se traspasaban fronteras.
Y fue en aquellos años 60 cuando estalló en los EE.UU. una enconada rivalidad entre dos eminentes cirujanos cardiovasculares que desarrollaban sus tareas en la ciudad de Houston, Texas, uno de los centros de excelencia mundial en la especialidad (el otro era Cleveland, Ohio). Fue un choque de inteligencias, pero también una encarnizada lucha de egos que tardaría años en cicatrizarse: la que mantuvieron Michael DeBakey y Denton Cooley. Una competencia que en realidad benefició a miles de personas que pudieron salvar sus vidas gracias a sus proezas técnicas.
"Fue un choque de inteligencias, pero también una encarnizada lucha de egos que tardaría años en cicatrizarse: la que mantuvieron Michael DeBakey y Denton Cooley. Una competencia que en realidad benefició a miles de personas que pudieron salvar sus vidas gracias a sus proezas técnicas"
“Sí, fue la época dorada de la cardiología. La rivalidad entre DeBakey y Cooley impulsó enormes innovaciones y convirtió a Houston en una meca tanto para médicos como para pacientes”, dijo a LA NACION Mimi Swartz, autora del libro Ticker, the quest to create the artificial heart (Ticker, la búsqueda para crear el corazón artificial), que recrea esa relación tormentosa. Y que para comprender bien es imprescindible considerar el contexto: si bien –como ahora- las enfermedades cardíacas eran la principal causa de muerte, en aquellos años su origen y tratamiento, y más específicamente los ataques cardíacos, seguían siendo un misterio. Fumar era considerado glamoroso (no hay más que ver las películas de los 60 o comienzos de los 70 o las series actuales que reflejan aquellos años para comprobarlo), no se tenía tanta conciencia sobre el colesterol y salir a correr para mantenerse en forma aún no se había popularizado.
Pero para ir al motivo del enfrentamiento entre dos viejos colaboradores hay que ir al comienzo. DeBakey, hijo de inmigrantes libaneses, había llegado a Baylor College of Medicine y, por extensión, al Hospital Metodista, su entidad afiliada. Ya se había forjado un nombre como cirujano vascular y era un portavoz nacional en salud pública. Cooley, nacido en Houston, se había formado en el Johns Hopkins de Baltimore y con algunos de los mejores cirujanos en el Hospital Brompton de Londres. Sus virtudes máximas eran la velocidad y la precisión en el quirófano. Realizaba tantas operaciones por día que lo suyo –se decía- era como la línea de montaje de una fábrica de automóviles. Con humor –pero con una base claramente real- se solía decir que si su esposa deseaba verlo “debía fingir estar enferma”.
“Los dos hombres eran opuestos física y temperamentalmente”, recuerda Swartz en The Smithsonian Magazine. “DeBakey era pequeño e imperioso con subordinados pero encantador y erudito entre sus compañeros y patrocinadores. Cooley era tan alto y carismático que los sucesivos programas de televisión médicos pasarían décadas tratando de imitar lo real. Las diferencias entre los dos hombres a menudo oscurecían una profunda similitud: una ambición imponente e implacable”.
Si bien DeBakey tenía olfato para detectar talentos y llevó a Cooley a Baylor en 1951, no tenía tanta habilidad para retenerlos (muchos de sus discípulos, se afirma, lo pagaron con sus sistemas nerviosos). Irritado y con el objetivo de continuar su propio estudio de las lesiones cardíacas, Cooley abandonó el Hospital Metodista de Debakey para fundar, en 1962, el Texas Heart Institute, con la ayuda de varios amigos petroleros.
Ambos ya eran cirujanos de renombre mundial cuando una noticia proveniente del otro lado del planeta pareció tomarlos por sorpresa. En el Hospital Groote Schuur de Ciudad del Cabo, el 3 de diciembre de 1967, el sudafricano Christian Barnard había trasplantado el corazón de una mujer de 25 años a un hombre de 55, Louis Washkansky. El paciente sobrevivió 18 días. Un hito que quedó para siempre en los libros de historia. Cooley reaccionó con desdén, acaso en un intento por ocultar el malestar que le produjo el saber que se le habían adelantado. “Felicitaciones por tu primer trasplante, Chris. Pronto informaré mis primeros cien”, le escribió a Barnard, que un mes después repetiría la experiencia. En esa segunda oportunidad el receptor vivió 563 días.
El mojón logrado por Barnard hizo que DeBakey, el gran desarrollador del corazón artificial, se interesara más por ese tipo de operaciones y designara un comité para analizar si Baylor debía hacerlas. Cooley, que no fue invitado a integrar el comité, realizó el 3 de mayo de 1968 el primer trasplante de corazón humano en los EE.UU. Si bien luego en el mundo se harían muchos más, no siempre había corazones disponibles para ser implantados.
Al mes siguiente Cooley debió enfrentar, con otro paciente, un dilema de vida o muerte: tras un difícil reemplazo de una válvula aórtica calcificada, el paciente desarrolló una cardiopatía isquémica. En un intento desesperado por ganar tiempo hasta la aparición de un órgano compatible, Cooley le colocó en el pecho el corazón de una oveja. El paciente experimentó un rechazo agudo y falleció. Resultó claro entonces para Cooley y su equipo que había que buscar una alternativa, y si bien al principio había desdeñado la posibilidad de utilizar un corazón artificial total, ahora parecía ser una solución temporal hasta la aparición del dador. (Los dispositivos de asistencia mecánica extracorpóreos ya estaban en desarrollo y constituían otro paso hacia adelante en la materia).
El detonante que hizo que la competencia entre Cooley y DeBakey se tornara en franca enemistad ocurrió al año siguiente. Hay muchas historias y diferentes versiones en torno a lo ocurrido. Para ese entonces Cooley ya estaba trabajando junto con el argentino Domingo Liotta en el rediseño de un corazón artificial en el Texas Heart Institute. Liotta había sido contratado inicialmente por DeBakey para tal fin, pero se sintió de alguna manera frustrado por la aparente falta de interés del cardiólogo de origen libanés en insistir por esa vía y decidió marcharse. Los experimentos realizados con terneros no habían resultado satisfactorios para DeBakey, porque morían poco después.
El 4 de abril de 1969, Haskell Karp, empleado de una imprenta de Skokie, Illinois, de 47 años, se enfrentaba a una muerte segura cuando llegó a Houston. Necesitaba un corazón nuevo, pero no había ninguno. Impulsado por la emergencia, Cooley no dudó en utilizar el corazón artificial (luego conocido como Cooley-Liotta) para mantener vivo al paciente. El dispositivo latió durante tres días en el pecho de Karp, hasta que éste recibió un corazón humano. Murió dos menos de dos días después, de una infección pulmonar aguda.
"La reconciliación llegó solo en 2007, un año después de que DeBakey se recuperara, paradójicamente, de una delicada operación de corazón en las que se utilizaron técnicas que él mismo había creado"
Para Swartz, la postura de DeBakey, como se comprobó después, resultó la correcta, por los riesgos que implicaba el corazón artificial. “Creo que DeBakey se sintió traicionado, porque Cooley y Liotta tomaron el corazón que se había desarrollado en el laboratorio de DeBakey y lo usaron para sus propios fines. DeBakey sintió que no estaba listo y su interés en el proyecto estaba disminuyendo; Cooley creía en el corazón artificial y pensó que DeBakey nunca lo lograría, así que se asoció con Liotta para ir un poco más allá con esa iniciativa. Pero no lo hicieron de la mejor forma. Por otro lado, DeBakey podía ser un hombre difícil, muy prepotente y, para entonces, Cooley había desarrollado una antipatía bastante fuerte hacia él y no soportaba ser tratado de mala manera”.
En el Tesauro Internacional, el boletín digital que publica la Universidad de Morón, Liotta recordó que había estado trabajando en los laboratorios del Baylor College of Medicine con bombas sanguíneas por lo menos desde 1964, y en el diseño y la fabricación del corazón artificial total en julio de 1968, y que todo indicaba que DeBakey estaba al tanto de todo esto. Además de lamentar el malentendido, Liotta aporta un dato clave: que estando en el quirófano el 4 de abril de 1969 operando a Karp, Cooley le pidió a un colaborador que llamara a Debakey para informarle lo que estaba sucediendo. “Lamentablemente, Mike ya estaba volando hacia Washington, y lo peor fue el hecho de que a la mañana siguiente entró en la sala de los NIH (Institutos Nacionales de Salud) en Washington y recibió las cálidas felicitaciones por la implementación del corazón artificial de parte de los miembros del NIH”.
El cardiólogo argentino señala luego que en su visita a la Argentina de 1996, DeBakey, al ser consultado por los periodistas por la implantación del primer corazón artificial de 1969, mirándolo a Liotta, dijo: “en realidad, el concepto de la asistencia circulatoria fue creado en el Baylor College of Medicine. Y esa fue una instancia crucial: el reconocimiento de Mike y su homenaje al intelecto creativo”.
Tras la intervención de Karp, y durante muchos años, Cooley y DeBakey ambos apenas de hablaron. La reconciliación llegó solo en 2007, un año después de que DeBakey se recuperara, paradójicamente, de una delicada operación de corazón en las que se utilizaron técnicas que él mismo había creado. Falleció al año siguiente. Cooley, el cirujano más admirado por Favaloro, murió en 2016.
Los trasplantes realizados a fines de los 60 tuvieron, en líneas generales, una escasa tasa de sobrevivencia. Faltaba más de una década para la llegada del fármaco ciclosporina, que suprimía el sistema inmunitario y permitía que el cuerpo aceptara un nuevo corazón. El primer corazón artificial diseñado para uso permanente, el Jarvik 7, se le implantó al doctor Barney B. Clark, en 1982. Sobrevivió 112 días. Desde entonces, se ha utilizado el dispositivo en solo algunas ocasiones.
Mientras tanto, en la Argentina...
¿Cómo se vivió en la Argentina aquella época pionera en la cirugía cardiovascular? Héctor De la Fuente, periodista de salud e hijo del prestigioso cardiólogo Luis de La Fuente, recuerda las décadas del 60 y el 70 como la de “grandes cirugías, grandes incisiones y grandes cirujanos”. Esta modalidad se fue diluyendo con el tiempo para dar lugar a los cardiólogos intervencionistas, con técnicas como la angioplastia y los stents. En los EE.UU. la angioplastia surgió en 1978, lo cual hizo perder muchos millones de dólares a la fundación privada de Cooley.
“DeBakey era el jefe inicial de Cooley en Houston”, recuerda Luis De la Fuente, por entonces director asistente del Departamento Cardiopulmonar del General Rose Memorial Hospital, en Denver, Colorado quien llegó a atender en ese país, con su maestro Abe Ravin, al expresidente Dwight Eisenhower y al por entonces príncipe Carlos, hoy rey de Inglaterra, en Europa, entre otras celebridades mundiales. “Debakey tenía mucho peso, era médico de consulta de la Casa Blanca y el cirujano de todos los presidentes estadounidenses”, agrega el cardiólogo argentino que formó equipo como socio médico con Favaloro en el Sanatorio Güemes, y el que trajo al país al desarrollador del bypass en 1971.
Cooley visitó la Argentina en 1995 (lo hizo también en los 60) y De Bakey en 1994, invitados por la Secretaría de Ciencia y Técnica, que era conducida por Domingo Liotta.”Liotta era un caballero, le cedió la conducción de las entrevistas que les realizaron a ambos en el canal de cable VCC a mi padre, Luis De la Fuente. Allí, DeBakey contó al aire la anécdota de cuando incendió una Ferrari regalada por Enzo Ferrari tras ser operado. Inmediatamente, Il Commendatore le mandó otra”, señala Héctor de la Fuente.
Luis De la Fuente (pionero también del cateterismo coronario y creador de la angioplastia con stent liberador de medicamento) también ofició de traductor, a pedido de la Sociedad Argentina de Cardiología, durante la visita que hizo Christian Barnard al país en 1968, y de la que aún se recuerda el entusiasmo del cirujano sudafricano por las damas locales y la noche porteña.
El destacado profesional argentino Juan Carlos Parodi, (creador de la prótesis aórtica, profesor de las universidades de Washington y Miami y docente invitado en las Cleveland Clinic y en la Mayo Clinic, entre otras entidades del mundo) señala que “en la segunda mitad de los ‘60 el debate era tratamiento médico o quirúrgico de la enfermedad coronaria sintomática. Barnard convulsionó al mundo con el trasplante cardíaco. La convulsión no tuvo mucha intensidad y duración, por el pequeño grupo de potenciales pacientes y la morbimortalidad del procedimiento”.
Parodi (que en 1990 realizó aquí la primera cirugía mínimamente invasiva de un aneurisma de aorta en el mundo y en 1980 operó al entonces sacerdote Jorge Bergoglio de un una colecistitis gangrenosa de la vesícula biliar, hecho que el papa Francisco recordó en 2014 porque eso le salvó la vida) destaca también que la labor de DeBakey y Cooley en el desarrollo del corazón artificial debió enfrentar muchos problemas, “entre ellos trauma a los eritrocitos y hemólisis y trombogenicidad de la superficie interna del dispositivo. Todavía no se pudo resolver completamente”. Por tal razón, en los mejores establecimientos del mundo solo se lo utiliza en determinados casos, como “puente” para el trasplante.
En la Argentina, el primer trasplante de corazón lo realizó el doctor Miguel Bellizi. Fue en la Clínica Modelo de Lanús, el 31 de mayo de 1968. El paciente falleció cuatro días después de una embolia cerebral. “El otorrinonaringólogo y amigo Vicente Gorrini, que participó en esa cirugía como rasurador del tórax, fue llamado de urgencia, y me contó que los fotógrafos se querían colar en el quirófano a como dé lugar. Fue una conmoción”, cuenta Héctor De la Fuente.
Sin embargo, el primer trasplante considerado realmente exitoso tuvo lugar el 25 de mayo de 1980, porque el paciente vivió seis meses más. ¿El cirujano? René Favaloro.
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