La nostalgia por el adiós a la magia de los porches
Este símbolo “tan americano como el pastel de manzanas” se encuentra en vías de extinción
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SOUTHAMPTON.- No hay mayor privilegio que tener momentos en que todos los males del universo se alejan por un instante. A esta cronista le pasa cuando empieza a caer el sol y está en la mecedora en el porche de la casa, viendo a la gente pasar, una brisa gentil sacudiendo las hortensias y agapanthus de rigor de los balnearios del noreste americano, las primeras estrellas (¿o es un satélite, o son los drones de los vecinos?) iluminando un cielo que se niega a oscurecer del todo. “Los porches son espacios semimágicos”, declaró la revista New Yorker de esta semana, en lo que fue considerado una elegía. Porque, aunque el porche en el frente de la casa es considerado “tan americano como el pastel de manzanas”, un símbolo por excelencia de la arquitectura local, e incluso clave para la democracia al fomentar el contacto con la comunidad en un país fuertemente individualista, éste se encuentra en vías de extinción.
El aire acondicionado le quitó buena parte de su atractivo como espacio de frescura en el verano, y –donde no está protegido por leyes urbanísticas– el incremento en el valor del metro cuadrado hizo que tuviera más sentido cerrarlo y convertirlo en una habitación extra, un living más grande y demás. Encima, si por la calle pasan autos en vez de personas a pie, también se elimina parte de su razón de ser como contacto –distante, pero a la vez cercano– con los desconocidos.
Leer sobre esto, aun para los culpables de éstos “crímenes” contra el encanto de las ciudades donde las casas son centrales a la arquitectura, trajo un dejo de melancolía importante al verano. Aunque la desaparición del porche no es una novedad, se estableció como un tema de discusión ineludible mucho más allá de la gente culturalmente comprometida que típicamente lee el semanario.
Encima, tras el Covid, sirvió como recordatorio sobre cómo los porches fueron tan importantes en el imaginario popular –y también en la práctica– para la salud. Todo se retrotrae a Florence Nightingale (1820-1910). Ella insistió en colocar las camas en los hospitales de los británicos frente a las ventanas para recibir la luz del sol, pero principalmente para aumentar el flujo del aire del exterior y evitar contagios.
En EE.UU. esta idea caló profundo y desde que ella publicara sus escritos sobre la enfermería hasta la irrupción de drogas contra la tuberculosis, el dormir al aire libre fue una de las terapias más recomendadas para dolencias pulmonares, y los porches resultaron ideales. Hubo hospitales en el norte del estado de Nueva York, ya cerca de Canadá, donde se envolvía en gruesas mantas a los enfermos y se los instalaba en los llamados sleeping porches, aun si nevaba. Hay al menos un colegio tradicional de la zona donde hasta el día de hoy los alumnos duermen afuera, en porches también.
Pero el porche es, sobre todo, para estar sentado. Algunas de las grandes personalidades de la cultura fueron famosos por cómo usaron esos espacios para sus obras cumbre, fuese ficción, como Flannery O’Connor, Eudora Welty o Carson McCullers, o filosofía, como John Dewey. La teoría es que el porche es el lugar donde uno puede volcarse a su interior manteniéndose a la vez en el exterior, y que esa dualidad podría inspirar a los autores a llegar a lo más profundo, pero a la vez que recordarles que se debe dar accesibilidad a lo escrito.
Claro que porche es también el mejor lugar para no hacer nada y mirar pasar el mundo y la vida. Esta actividad hasta tiene una entrada en el diccionario, porche sitting. En un especial sobre el porche de la NPR, la radio nacional pública, descubrieron que existe la irónicamente llamada Profesional Porche Sitters Union, un “sindicato” de quienes se sientan en los porches “profesionalmente” porque, ¿qué puede haber mejor en la vida, al menos por un rato? Su lema –extraoficial como todo lo que hacen– es: “para que salga bien el no hacer nada, la clave es hacerlo despacio”. Esta cronista está viendo cómo asociarse, pero ya lista para adoptar su ethos, se está tomando su buen tiempo para hacerlo.
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