“Hablar con los muertos”. La misteriosa espiritista que llena teatros y convoca multitudes como una estrella mediática
Noelia Pace realiza giras por el país con su espectáculo de espiritismo, no da abasto para responder en las redes y se debe a un público que la adora
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En la foto del anuncio parece una cantante melódica. Mirada al horizonte y un paisaje arrebolado y bucólico que la encuadra. Su nombre y su apodo están en letras blancas con fondo de cielo pastel y el título del espectáculo, más abajo, en la misma gama: Mediumnidad. A minutos de su inicio, el público forma una cola de casi una cuadra para entrar al teatro pero nadie –la mayoría mujeres– espera oír melodías sino que ella, la del anuncio, hable con los muertos.
Noelia Pace se presenta como médium y en el último tiempo, tras sus intervenciones en la tele y el Martín Fierro Federal que acaba de ganar con su programa de radio en Vorterix Mar del Plata, pasó a ser además un fenómeno que llena teatros aquí y fronteras afuera. Hace poco, en marzo, desembarcó por primera vez en Uruguay para presentarse en Montevideo y debió agregar tres funciones con entradas agotadas.
"A Noelia Pace no le molesta que le digan bruja y, sin que tampoco le importen las suspicacias, dice trabajar con su talento desde mucho tiempo antes de poner su nombre en la cartelera de un teatro"
Esta noche el fenómeno no es distinto. Falta nada para la función y en la sala del Teatro Metro de La Plata –ahora con su capacidad para trescientos espectadores a pleno- hay mujeres de varias edades y una minoría notable y curiosa de hombres que decidió ir sola o acompañar a su pareja. Hay señoras mayores con sus hijas o con amigas y madres que rondan los treinta. También algunos pocos chicos y de los parlantes sale la voz de Gloria Stefan cantando hoy voy a verte de nuevo/voy a alegrar tu tristeza/vamos a hacer una fiesta/pa’ que este amor crezca más. Ya están todos en sus butacas y, por razones e historias distintas, esperan todos lo mismo: que ella, la médium, hable con los muertos.
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Un día antes de salir a escena, a las tres y cuarto de la tarde, la mujer a la que todos quieren oír está sentada en una de las mesas de reunión de la recepción del Sheraton de Buenos Aires –donde se aloja tras llegar de Uruguay- y se parece bastante a la del anuncio. Lleva un jean y una blusa rosa y, a primera vista, la mayor diferencia es esa vivacidad que ya no mira al horizonte campestre sino directo a los ojos. Tiene cuarenta y tres años, un marido que la acompaña desde hace dieciséis, dos hijos adolescentes y el recuerdo de haberse contactado por primera vez con un muerto cuando tenía seis años.
-Lo veía y hablaba con él como te veo y hablo con vos ahora.
Lo dice con repetida naturalidad y en un tono suave y bonachón que figura el de una maestra de escuela primaria. El muerto que veía de chica, recuerda, era un señor mayor al que reconoció una vez que su madre, al oír la descripción, se lo mostró en una vieja foto familiar que jamás había visto.
-Ahí estaba –dice-, vestido de marinero como lo veía siempre. Mi mamá me contó que era el hermano de su abuela. Recién en ese momento entendí que podía ver y hablar con los muertos. Al principio no fue fácil: tenía miedo. Las apariciones continuaban y me pasaba lo contrario que al resto de los chicos: no podía dormir con la luz prendida.
El don de contactarse, explica, lo desarrolló con los años pero se animó a hacerlo público ya cumplidos los treinta, en 2014, luego de recurrir a un médico casi convencida de que sufría un ACV.
-Me atendió porque yo sentía un calor en la cabeza, una opresión –recuerda-, pero cuando le mencioné la persona que veía a su lado y le transmití lo que me estaba diciendo, ahí nomás cerró la cortinita del box donde estaba la camilla y me preguntó cómo podía ser que yo supiera esas cosas. Le dije la verdad: lo que veía. Después de eso, continué sin molestias y decidí compartir mi capacidad.
"Lleva una blusa verde coral y su andar -mientras predica sobre la evolución de las almas, la transmutación y las distintas etapas de duelo de quienes quedan en este plano- es ahora un ir y venir pausado al que el halo del reflector sigue por la sala"
Vivió en distintas zonas del Gran Buenos Aires pero fue en Mar del Plata, ya en 2020 y radicada allí con su familia, donde germinó el proyecto de realizar sesiones de espiritismo en la sala de un teatro.
-Era plena cuarentena y yo notaba cada vez más desesperación en la gente –apunta-. Les conté la idea a los dueños del Teatro Victoria y el 20 de marzo del 2021 hice mi primera sesión abierta en un escenario.
Aquella vez fueron cerca de cuarenta espectadores, poco menos de lo que permitían por entonces los aforos de la pandemia. Pero el boca a boca fue tan fuerte que debió empezar a sumar funciones y, apenas un año después, ya sin tantas limitaciones sanitarias, estaba haciendo una sesión abierta para más de trescientas personas en Rosario.
-El año pasado terminamos con seiscientas por noche en el Centro Cultural del Mar –precisa-. Los encargados me cedieron el hall para que siga atendiendo después de cada función. Imaginate que es imposible dar respuesta a todos. Puedo quedarme hasta dos horas atendiendo consultas y nunca me cansa. Al contrario: termino espléndida.
Tanta demanda y popularidad la obligó a delegarle hace poco la organización de sus giras a Pablo Pérez Iglesias –ex productor de Facundo Cabral y Pilar Sordo y quien ya le tiene agendadas algunas fechas en Latinoamérica- y a contratar a la periodista Majo Garufi para que le maneje la prensa y unas redes explotadas de seguidores. Si uno escribe a su WhatsApp, el mensaje que responde es un agradecimiento por la comunicación pero la imposibilidad de poder atender el más mínimo caso.
-Para las consultas privadas ya no puedo tomar turnos –dice-. Tengo la agenda completa hasta agosto del 2024.
Lo confirma cuando chequea el celular y muestra, a pedido, que aún tiene sin leer algo más de 3 mil mensajes.
-Es una tarea que no se puede delegar –asume-. Son consultas personales, muy íntimas, y tengo que leerlas a todas para saber a cuál doy prioridad.
Si bien la fascinación por contactar con el más allá no es nueva y encuentra parte de sus orígenes en el filósofo francés Allan Kardec –quien en 1857 escribió El libro de los espíritus y fundó así las bases de la doctrina espiritista-, el caso de Noelia Pace recrea un fenómeno que no sólo parecía anclado en otro tiempo sino, sobre todo, marginado a un ámbito de silencio masónico que nada tiene que ver con sus teatros anunciados en la agenda de espectáculos.
-Kardec fue un gran maestro que supo poner en escritura lo que se veía en las sesiones –dice-. Pero el espiritismo va más allá: es entregar tu capacidad energética. Y no es el único medio. El tarot, las constelaciones, las runas; no hay un único elemento que permita contactar con las almas. Es una pena que haya tanto prejuicio. Al espiritismo se lo suele ver como algo oscuro, misterioso, cuando en realidad debería ser todo lo contrario: es algo natural. Es lo que somos: energía.
A Noelia Pace no le molesta que le digan bruja y, sin que tampoco le importen las suspicacias, dice trabajar con su talento desde mucho tiempo antes de poner su nombre en la cartelera de un teatro. Y está convencida, además, de que el recelo que rodea al culto se debe a que muchos de sus representantes creen manejar un saber superior.
-Piensan que son una élite –asegura-. Y yo creo lo contrario: creo que el espiritismo es una capacidad que cualquiera puede desarrollar y que debemos compartir. Yo veo almas. Hablo con las almas. ¿Cómo no lo voy a compartir?
Le brillan los ojos cuando habla de las almas y la pregunta no la sorprende:
-¿Siempre ves muertos?
-Los veo todo el tiempo.
-¿Y cómo son?
-Se ven de distintas maneras –dice, muy natural-. A veces rozagantes, como en sus mejores épocas en este plano; otras mantienen su último aspecto, ya más decrépitos. Hay situaciones donde no los veo pero sí los escucho. Reconozco su energía y puedo oír lo que dicen. Las voces tienen un color especial. Hablo mucho con ellos. Y en cualquier lado. En casa mis hijos ya están acostumbrados.
-¿Ellos nunca dudan?
La mirada de la médium es ahora una mezcla de curiosidad y regocijo.
-Nunca –asegura-. Mi hija, a veces, hasta me pregunta a quién le estoy hablando. ‘¿A mí o a los otros?’, me dice. Pobres, ellos sufren porque no me pueden mentir ni con la tarea del colegio. Les tocó vivir con una madre que es bruja.
***
Si bien las cifras sobre la doctrina se vuelven borrosas al tener puntos de contacto con otros cultos tradicionales –la piedra angular y los axiomas morales del espiritismo descansan en principios como la existencia de Dios y la inmortalidad del alma-, algunas pruebas demuestran que, aunque sin el esplendor de las primeras épocas, cuando los médiums llenaban teatros con sus voces de ultratumba y las mesas giratorias eran promovidas por figuras como Arthur Conan Doyle, el espiritismo está lejos de ser en nuestro país una práctica en desuso y, menos, de raíces recientes.
En la actualidad, lejos de teatros y auditorios, la vigencia del culto mantiene su representación institucional a través de la Escuela Científica Basilio, fundada en 1917 y cuya prédica en Argentina, según los registros de la entidad, alcanza un total de 191 escuelas distribuidas en casi todas las provincias del país. Bajo un hermetismo respetado a rajatabla, sólo en CABA y el Gran Buenos Aires funcionan hoy día más de 80 asociaciones que dicen cultivar con método científico y espiritual la disciplina de contactar con el más allá.
"En la silla de al lado una mujer de la edad de Sara también consulta por su marido y, al igual que su compañera de escenario, la respuesta que recibe la sume en un llanto de confirmación. “Está perfecto –le asegura la médium-, pero quiere saber si te acordás de él cuando mirás un hornero. El hornero del patio, me dice, el que se ve desde la pieza”"
En la Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina, presentada hace dos años por el Conicet, se explora el universo de quienes no practican ninguna religión y se revela que, entre ellos, la creencia elegida en primer lugar es la energía, una entidad en la que deposita su fe el 71,6% de los consultados.
-Ahí podría entrar yo –confirma María Kazem, risueña-. Tengo formación católica desde muy chica pero en el 2017, a mis treinta y seis años, empecé a practicar la mediumnidad.
María es una de las tantas seguidoras que Noelia Pace mantiene desde antes de llenar teatros, en días en que las reuniones con la médium se hacían en lugares pequeños.
-Éramos pocos pero todas las sesiones siempre fueron muy intensas –asegura-. Y no era sugestión. Al contrario: Noelia es súper tranquila. Trata de no dramatizar ni darle aire tenebroso a ninguno de los encuentros. No me sorprende que las sesiones ahora sean masivas. A mí me pasó con mi madre. Y no fue la única vez.
En seis años de participar de varias sesiones, según cuenta, hizo contacto con seres que partieron al otro plano unas cuatro veces y siempre bajo la premisa de resolver con ellos sus asuntos pendientes.
-Cuando le pedí contactar con mi madre –recuerda-, al principio Noelia la describía físicamente, como encorvada, enjuta. Incluso comenzó a cruzarse los brazos del mismo modo que ella, el mismo gesto. Pero lo más impactante fue lo que dijo. Me preguntó por qué estaba enterrada ahí si ella quería otra cosa. Y era cierto: mi madre había comprado dos parcelas en un cementerio de Comodoro Rivadavia pero estaba enterrada en otro lugar.
***
De no ser por el humo artificial que relumbra bajo los tonos violáceos de los reflectores, el escenario con sus sillas vacías y su fondo negro podría ser el de una charla TED sobre liderazgo o felicidad. Pero no: la mujer a la que todos fueron a oír, la médium, luego de salir a escena y de avivar ella misma para que el público grite fuerte –”¡más fuerte!”- su voluntad de participar en la sesión, camina por el pasillo que divide las filas de butacas y va tanteando espectadores con el micrófono en la mano y una sonrisa que oscila entre la picardía y la sorpresa.
Lleva una blusa verde coral y su andar -mientras predica sobre la evolución de las almas, la transmutación y las distintas etapas de duelo de quienes quedan en este plano- es ahora un ir y venir pausado al que el halo del reflector sigue por la sala. “Vos ya sé que no querés subir, quedate tranquilo”, le dice al pasar a un cincuentón de la tercera fila, algo burlona, y despierta un reguero de comentarios y de risas. “Vos sí, mamí”, le marca a una mujer, ya más seria. “Andá arriba que a tu chiquita le vamos a preguntar lo que quieras”.
La sesión abierta –cuyas entradas se agotaron a un precio de entre 4 mil y 5 mil pesos- comenzó hace media hora y la médium cuenta ya una docena de contactos. En su primera ronda, intercalando ocurrencias graciosas con silencios que tensan el ambiente al punto de la angustia, hizo subir al escenario y sentar en las sillas a siete mujeres con pedidos y preguntas puntuales para sus muertos, desde una madre que perdió a su beba recién nacida hasta una mujer joven que soltó el tiempo sin su pareja como en una letanía desesperada: “dos años, un mes y ocho días”.
Ahora hay otras siete mujeres sentadas en el escenario y la médium les habla de a una por vez. Se para a su lado y, de tanto en tanto, les acaricia el pelo y las anima a levantar el micrófono y preguntar lo que quieran y a quien quieran. Una de ellas, Sara, de sesenta y pico y chal oscuro, dice entre sollozos que necesita saber cómo está su marido, Rubén, al que por culpa de las restricciones del covid no pudo despedir. “Rubén está bien pero vos no podés sentirte así de culpable”, le dice la médium, y la respuesta es un lagrimeo que viene con un hilito de congoja en la voz. “Es que yo lo contagié –lloriquea-, yo lo contagié”. La médium niega y aprovecha el caso de Sara para comentar el rosario de historias parecidas y tristes que dejó la pandemia, y unos segundos después, como si recordara algo, se vuelve unos pasos y le dice en tono cómplice que su marido pregunta por qué no arregló la pérdida del inodoro que tiene desde hace meses. La respuesta es ahora una descarga de llanto y risa a la vez. “Es cierto, es cierto –repite Sara-. Siempre pienso que él la hubiese arreglado enseguida”. Hay aplausos y la médium suelta otra vez con lozanía y complicidad: “Y bueno, querida. Vos querías saber y ya sabés: Rubén sigue rompiendo aunque esté del otro lado”. De la risa a la emoción y de la emoción al silencio. En la silla de al lado una mujer de la edad de Sara también consulta por su marido y, al igual que su compañera de escenario, la respuesta que recibe la sume en un llanto de confirmación. “Está perfecto –le asegura la médium-, pero quiere saber si te acordás de él cuando mirás un hornero. El hornero del patio, me dice, el que se ve desde la pieza”.
A lo largo de la noche la médium atiende más de medio centenar de pedidos. Un hombre prefiere no subir pero consulta desde la butaca por su madre muerta hace catorce años. Una mujer de cuarenta y pico quiere saber si su hermano aún vive y otra recibe de la médium un mensaje que no esperaba: “me pregunta tu abuela por qué vendieron su casa: es lo último que hubiera querido”. Entre quienes buscan su intervención hay varios con padres y madres suicidas y una única adolescente que necesita hablar con el abuelo que perdió hace dos días. Hay dolores actuales y otros que se remontan a la más lejana infancia. Hay respuestas dadas con precisión de detalles y otras que orbitan en la ambigüedad. Y hay, además de preguntas para el más allá, pedidos de certeza médica para el más acá, a los que la médium antepone siempre la aclaración de ir a consultar en todos los casos con un profesional.
Para cuando el espectáculo termina, dos horas después de comenzado, baja del escenario de manera definitiva y en la sala quedan unas doscientas personas que no pudieron preguntar. Muchas hacen un último intento y, ya con las luces encendidas, tratan de acercarse a ella como pueden, apretujadas entre las butacas. La médium calma el aluvión de consultas y de abrazos y promete continuar en el hall. “Tranquilos, amores, tranquilos –dice, invariable-. Tranquilos que me quedo para que me pregunten lo que quieran”.
Aún sin poder abandonar la sala, pidiendo a la gente que forme una fila, escucha a cada una de las personas y a todas les dice algo. A veces una palabra, un nombre. Otras, una confesión que susurra al oído y con la boca tapada.
A esa hora, recién terminada la función, la fila surca el pasillo de la sala y llega hasta el hall repleto del teatro. Es una retahíla incansable. Decenas y decenas de personas que buscan su lugar y que, como si el espectáculo fuese a comenzar otra vez, aún esperan que Noelia Pace, la médium, hable con los muertos y diga lo que ve. Aunque ellos, ya lo saben, nunca lo vean.
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