La mesa que inmortalizó Robert De Niro en Balvanera y su cara frente al mate: Gastón Duprat y Mariano Cohn cuentan sabrosos detalles de “Nada”
Siempre contra la corriente, los cineastas cuestionan el mundo del arte, se ríen de la crítica y le rinden tributo a una época dorada de Buenos Aires
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Ya desde el comienzo, en una casa de impronta racionalista en la frontera de los barrios Saavedra y Nuñez, los integrantes de la dupla creativa Gaston Duprat–Mariano Cohn lucen serios, entusiastas y con ánimo de conversar. Como siempre desde que irrumpieron en el universo audiovisual, no se satisfacen con “promocionar su trabajo más reciente” sino que emprenden una o varias batallas culturales más amplias, hasta defender sus ideas y conceptos, su modo de trabajo y su legado. Responsables ya de una filmografía y una carrera de alto nivel internacional (de El artista en 2008 a la reciente Competencia oficial o más de una decena de producciones para Disney), con roles disímiles (de showrunners a creadores y directores de cine y TV), lograron en Nada, la serie con Luis Brandoni que se convirtió en su primera semana en la más vista en streaming, uno de los puntos más altos de su producción. Más audaces que cínicos o autoindulgentes, van a profundizar hasta lo ínfimo de la anécdota el valor que representa haber logrado tentar y convencer a Robert De Niro de filmar la primera serie en su carrera pero también rescatarán la tenacidad de hacer “infinitas” (Narda Lepes dixit) tomas y retomas hasta que el bife de chorizo televisivo, cortado con cuchara, transmita el punto justo de cocción. En la grandilocuencia y en los detalles, en las obsesiones y la precisión del guion parece encontrarse la fórmula para estos dos artistas visuales. O parte de ella. También en el contraste entre las máximas (como las del protagonista, el crítico Tamayo Prats representado magistralmente por Brandoni, cuando habla de “paladares de hormigón”) y en el orden minucioso con el que pone a prueba a su luego entrañable empleada doméstica recién llegada de Paraguay.
–Mariano Cohn: Desde el inicio del plan, cuando hablábamos de la serie con Brandoni, coincidíamos en la idea de mostrar la ciudad de una manera particular, real. Pero no el costado más lúgubre, el que se muestra en el cine. Tampoco la postal turística: en la serie está La Boca y Florida, pero se ven a nuestro estilo: el trasbordador se ve desde una ventana de la casa del protagonista, en la peatonal cruza una media res colgada. Es un homenaje. Como darle cierto valor a ese Buenos Aires más lujoso, europeo y sofisticado, sin caer en un lugar común. Lo bueno es que somos como locales en esta serie. No es que tenemos que impostar la mirada.
–Gastón Duprat: Es el lugar que uno elige para vivir. Porque nosotros podríamos estar viviendo afuera, filmando. Vivimos y producimos y creamos desde acá. Era una premisa estética usar a la ciudad, narrativamente, como si fuese casi un personaje más. Brandoni y De Niro cruzan Diagonal Sur, parece todo natural y tranquilo, y es una fuga de cuatro cuadras de autos, taxis, peatones, diarieros, gente falsa. Fue un verdadero desafío filmar eso con cientos o miles de personas intentando verlos. La serie también es un homenaje a Brandoni, a lo que él representa. Está muy ligado a la ciudad. Porque él es la cosa porteña, vive en la calle, vive en la ciudad, yendo a comer, en los bares, en las veredas, en todos lados. Nos gustaba ese homenaje también, como a esa época esplendorosa, donde Buenos Aires era la meca. Al nivel de Nueva York o más.
–Hay algo de eso en el personaje de De Niro también que se muestra un entusiasta de la ciudad, de sus personajes, sus lugares, su comida… El mismo la compara con París, con Nueva York…
–Duprat: La serie tiene una suerte de espejo con la relación verdadera de ellos. El personaje de Brandoni tiene algunos aspectos de Brandoni y el personaje de De Niro también tiene unos aspectos de De Niro. Nos contó De Niro que cuando vino la primera vez se recontra deslumbró. Era una ciudad que tenía más cines que Nueva York, más teatros que París.
–Cohn: Y había mucha efervescencia intelectual también, en esa generación de Brandoni. Es como te decía Gastón, hay como cierto homenaje a esa generación. De artistas o intelectuales. Eran como multifacéticos, no eran ni escritores, ni cocineros, pero eran todo a la vez. Pienso en Manuel Peralta Ramos, Gato Dumas, Miguel Brascó...
–En eso también se ven varios hilos conductores de la obra de ustedes, que son recurrentes ya. La reflexión sobre el arte y sus discursos, la gastronomía y la comida, los intelectuales, cierta bohemia, y en cada una sus contradicciones, sus matices… El protagonista es un crítico gastronómico con sus rituales, la charla, la amistad…
–Cohn: …la cocina. Eso es también un homenaje. Una cosa que nosotros tenemos muy naturalizada es la comida. La cocina de Buenos Aires es como una afluencia de cocina italiana, de cocina española, la peruana ahora, criolla. Es un mix que tiene mucho desparpajo. El personaje lo dice, nosotros lo tenemos incorporado, los vermicelli con tuco y pesto, vas a Italia y te los tiran por la cabeza. Nos ayudaron mucho (Francis) Mallman –que también prestó la locación de la casa de La Boca, que es donde él vive cuando viene a Buenos Aires–, Narda Lepes, Federico Oldenburg… Por ejemplo, yo te decía antes lo del gato Dumas. Él no era un intelectual. Pero cocinando era un intelectual, un súper artista. Un tipo que había sido hippie, drogón, rugbier, una vida totalmente alocada, y al momento de crear era espectacular. Entonces, yo creo que eso sí, de alguna manera, lo transitamos en las pelis nuestras anteriores. El acto de la creación artística, que no necesariamente está conectado con la intelectualidad o con el bagaje intelectual que tenga.
–Duprat: Sí, el protagonista es un crítico con sus dificultades… pero también es muy arrogante al decir “No soy nada”.
–Son temas recurrentes, el acto creativo, las profesiones artísticas o vinculadas con el arte. En este caso en el personaje de Brandoni, su colección, su casa, su savoir faire, pero también en El artista, o Ciudadano ilustre, en Mi obra maestra, y en los actores de Competencia oficial… ¿Son genios creativos, son pobres tipos, son porteños que hacen lo que pueden? Me interesa la opinión de ustedes sobre los personajes…
–Duprat: Lo que interpreto de lo que decís es que tal vez nosotros tampoco tenemos una profesión, porque no somos cineastas con carnet habilitante. Somos súper paracaidistas, nuestra historia es rara, porque Mariano es prácticamente abogado, y yo soy prácticamente arquitecto. O sea, te podemos hacer una casa y un divorcio. Y después, el rumbo fue siempre como muy extraño, desde el videoarte cuando empezamos en los 90, la televisión, y recién después llegamos al cine, que para nosotros era como para viejas directamente, al lado del disparate salvaje que hacíamos y a lo que estábamos acostumbrados. Entonces, siempre fuimos cuerpos extraños. En la televisión, por no tener nada que ver con un producto de televisión y lo que es el clásico productor de TV o creador de TV. Ni hablar mucho menos que ver con un director de cine, que es una de las figuras más opacas que hay. Entonces, tal vez sí, somos muchas cosas, y ninguna en particular. Aprendimos a escribir también. De no saber aprendimos a hacer guiones. Aprendimos a filmar también. A diseñar una puesta en escena. Aparte, yo no tengo ningún respeto por el artista como entidad superior, que pretende serlo todo el tiempo. No me parece el sector más lúcido de la sociedad, realmente. Entonces, bueno, en nuestras películas aparece un poco ese retrato de crítico o la distancia entre lo que pretenden ser y lo que en definitiva son. Pero también pertenecemos a eso.
–Cohn: Es un universo que nos queda cómodo, porque no lo tenemos que impostar, no hay que estudiarlo, lo vemos. Esto que te decía Gastón: hicimos videoarte, en ese circuito, que era el mundo del arte, es un universo que nos queda cómodo, el de la literatura, de las artes plásticas. No hay que impostar. Ahí también creo que en varias de esas películas sí hay un tipo de dilema en el que uno tiene que tomar posición. Contrastes. Y uno tiene que llegar a la verdadera ideología de lo que se está hablando. Porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace, esto le pasa mucho al personaje de Manuel. Entonces, ahí hay un dilema humano, más allá de la ideología política.
–¿Y cómo funciona una dupla creativa para llevar adelante esas intenciones? No es para nada común una sociedad artística de este tipo, el complemento, los egos, las decisiones…
–Duprat: Claro. En el caso del cine es el director solitario. Y una estructura del tipo militar. De roles fijos, verticales. Que muchas veces puede llevar al aislamiento del director. Con actores como Brandoni o Banderas o Penelope no podés no saber lo que estás haciendo y a veces es muy difícil entender los verdaderos sentidos de un director que está solo, al que nadie lo debate. Nosotros tenemos un método: se habla todo.
–También hay un rol clave, no sólo en esta serie sino en muchas otras producciones del guion de tu hermano Andrés, que además es director del Museo Nacional de Bellas Artes… Casi un equipo de tres.
–Duprat: Es mi hermano y amigo de Mariano, y escribió la mayoría de nuestros guiones. Nos complementamos los tres, y nosotros tenemos potestad en los guiones como él puede influir en la dirección o producción. Lo más importante es que hacemos en grupo la construcción del concepto. Andrés es un escritor muy sofisticado y profesional. En Nada es productor ejecutivo y asesor artístico. A Robert De Niro le interesa mucho la pintura, su padre era pintor. Cuando vino hicimos una visita guiada de arte argentino por el museo y cuando fuimos al festival de Tribeca, Robert nos llevó, muy emocionado, al atelier de su padre.
La producción audiovisual de Duprat-Cohn, los casi treinta años de aquel videoarte experimental a Nada (Star+, 2023) puede narrarse también como un largo experimento, no lineal, en busca de aquella precisión, de esas grandes máximas y de un método. Un tono, también. Los títulos de los episodios de esta miniserie que puede ser vista como una película larga (2 horas y media), narrados en la voz de De Niro, se ofrecen como una síntesis de porteñidad y cultura gastronómica, expresiones y metáforas tan coloquiales como profundas, auténticas: Estar en el horno, Remar en dulce de leche, La verdad de la milanesa, Comerse un garrón y Tirar manteca al techo. Con la misma lógica se pueden encontrar en su trayectoria algunos hitos posibles para descifrar ese tono, ese estilo: el ciclo Televisión Abierta (una precuela de YouTube en la modalidad casera broadcast yourself), los originales formatos en las programaciones de MuchMusic y el primer Canal de la Ciudad (que es rescatado en la entrevista-con-beboteo que le hacen a Brandoni), la casa como espacio protagónico en El hombre de al lado; los documentales Yo, Presidente (2004) y Todo sobre el asado (2016) o, más acá, el registro también porteñísimo de El encargado (con un genial Guillermo Francella, que está nominada a los Emmy y tendrá su segunda temporada en estos meses). Allí, también, uno no sabe cómo o cuanto empatizar con el protagonista.
–Duprat: Todas las películas tienen esa tensión y le proponen al espectador ese juego de tomar partido, tomar posición. Competencia oficial también: era una película súper experimental y un artefacto carísimo, enorme, con los actores número uno, al servicio de una idea bastante disparatada. La verdadera libertad está ahí. En estos lugares que a veces son vistos como con las plataformas, como el enemigo. Nosotros en Disney tenemos una libertad absoluta, pero no a los codazos, es lo natural. Cada película, cada serie, son artefactos muy caros. Hay debates, discusiones, por supuesto, pero la libertad es absoluta. Nosotros realmente trabajamos de manera democrática, un guion o una filmación…
–Cohn: Una de las cosas que también debatimos bastante era cómo manejar la tensión sexual entre Antonia, la empleada, y Manuel. Los personajes. Porque Manuel es un tipo como un viejecillo picante. Porque lo bebotean sin parar. Y, bueno, entonces, eso era un dilema a discutir, cómo trabajar eso de manera sutil.
–Duprat: Los actores de esta categoría tienen su impronta personal. Tienen su expresividad determinada. Brandoni es un actor sumamente expresivo y emocional. Hasta en las películas más secas que ha hecho, siempre está a flor de piel, de emoción. Es increíblemente emotivo, porque él lo es en la vida real y eso era algo para aprovechar en la serie. Entonces, esta serie tiene mayor emotividad que otras cosas que hemos hecho. Lo mismo pasa con otros grandes actores que hemos trabajado como Oscar (Martínez) o Guillermo (Francella).
La Buenos Aires de los 80, una efervescencia cultural, una mirada cosmopolita, la que percibió De Niro en sus dos viajes (en 1981 y en 1987, con Lito Cruz y el propio Brandoni como anfitriones). Sus edificios, sus personajes, sus calles, sus arboledas, su bohemia. Su música, representada en los acordes de piano inequívocamente asociados a la edad de oro de Charly García. Su arte, representado en Torre, el cuadro de Bobby Aizenberg, quien estuvo, también durante esa década, exiliado en París. El edificio Kavanagh, la imponente 9 de Julio, un corredor que el propio Brandoni recorre en su vida diaria. “La idea fue tomando forma, como en el Club Gourmet de la serie, cenando en su casa, el tiene su estética con la comida también: tortilla babpe, soda en jarra y una señora con roles parecidos a los de la serie”.
–Duprat: Beto un día nos mostró la foto de él con De Niro, y Lito Cruz, en el living de su casa. Ese fue el primer o segundo viaje de De Niro, en el ochenta y pico, ese fue un poco el disparador. Dijimos: vamos a hacer una serie pero cortita. En Disney estaban encantados con que Brandoni protagonice. Entonces, cuando empezamos a escribir, había un juego espejo con la realidad entre ellos, su amistad. Y Mariano decía: “Tiene que ser De Niro”. Lo cierto es que yo sabía y él también que en sesenta años de profesión nunca había aceptado hacer una serie.
–¿Y quién lo llamó?
–Cohn: Bueno, empezó un juego, muy difícil, de varios meses, porque tiene círculos concéntricos, de abogados, de publicistas, de agencias, de agentes, había que romper eso. Estamos hablando de un tipo que debe recibir diez películas por día. Mínimo. Teníamos confianza: cuando lea guion le va a gustar. Lo que había que evitar era que diga ¿una serie? Y la tire. ¡Una serie donde no es protagónico! Pudimos hacérselo llegar en mano. Junto con una carta de puño y letra de Beto Brandoni: “Querido amigo. Voy a hacer una serie, quiero que vengas a compartir este momento”. También a De Niro le encanta la cocina, tiene restaurantes, le gusta comer. En general, aparte de que le gustó la serie, le gustaba que tenga ese toque cálido y humanista entre ellos dos, de la amistad.
–Duprat: Pensá que hacía varias décadas que no se hablaban. Porque además está el idioma. Uno habla inglés, el otro español, hablan en italiano, medio cocoliche. Pero con esas personalidades, esos niveles de intensidad y de manejo astral que tienen, realmente el idioma es sumamente menor.
–Cohn: En las charlas previas De Niro también nos contó que le encantaban los insultos argentinos, por cómo sonaban musicalmente, por eso también quedó en la serie.
–¡Y ahora De Niro diciendo “boludo” y “pelotudo” se convirtieron en virales de TikTok! La relación real entre ellos, la amistad, la distancia, va armando también el relato hasta llegar a Buenos Aires…
–Duprat-Cohn: Es el centro, pero también hay una parafernalia de producción administrativa, de contención profesional, que hay que darle a una persona así. Cuando el tipo dice que sí, bueno, faltaba que se den las condiciones para traerlo. Era tres veces el valor de la serie. Entonces, bueno, ahí fue fundamental y determinante Disney, también la gestión de Diego Lerner, que fue quien ofició para traerlo él en persona. No es sólo una cuestión de honorarios, eso es una cosa más, sino también de logística.
–También hay algo interesante en la edad de los actores, de 80 y más, o Brascó. Hay algo sin nostalgia pero old-fashioned, una cultura, ahora que se habla de “viejos meados”.
-Duprat: Nos gusta mucho que una serie de esta envergadura esté protagonizada por personas de esa edad. No es para nada usual, lo sabemos perfectamente. En general a los de arriba de 80 se los llama para hacer de abuelos o de viejito gagá. Pero no se podría haber narrado esta historia con actores jóvenes, no existiría la evocación a la época de oro de Buenos Aires, ni una amistad tan consolidada por décadas como la que se muestra en la serie. En definitiva, eran los dos actores ideales soñados por nosotros para hacer la serie, y se dio. Respecto al concepto que citás me parece muy troglodita calificar a la gente por la edad; Brandoni y De Niro tienen más de 80 y son dos genios totales.
Detalles porteños de una obra memorable
1. EL RECETARIO Y EL GATO DUMAS
◗ “Hay algunas cosas de guerrilla en la serie. Por ejemplo, el recetario se escribió a mano, completo. Con recetas reales. Pero tampoco trabajamos con respeto ancestral y formal de la comida porteña. La chica le dice: vamos a comer un pancho. Y pone en el mismo lugar un pancho de excelencia, que la alta cocina. Pero después hace el lomo Clarks, que en realidad es un lomo Wellington, pero el Gato Dumas lo llamaba Clarks. Esa era la impronta del Gato: trabajamos con él en una época, en producción, cuando competía con Susana, un delirio, y él era así. También es un homenaje a él, a esa estirpe”. Al protagonista, erudito, obsesivo, la emocionalidad le llega con los platos que Antonia, la empleada, hace con su receta casera de Paraguay “de manera absolutamente básica: agua, perejil, cebolla y huevos”.
2. LA CASA DE LA BOCA Y FRANCIS MALLMAN
◗ Parte de la serie está filmada en la casa de Francis Malmann en La Boca, donde tuvo Patagonia Sur, y también se ven esas vitrinas en su episodio de la serie Chef’s Table. “Él vive en esa casa. Y muchas cosas se dejaron tal cual. La vajilla, que es irremplazable. Si se rompía un plato de esos… Su cocina era más bien industrial, porque ahí también tenían una suerte de restaurant a veces en el piso de abajo, que es donde filmamos. Le hicimos una reconstrucción, yo (Cohn) llevé utensilios, se tuneó un poquito. El vestidor es real. Las paredes son de cuero. Y la habitación es en el piso de arriba, es la habitación de Mallmann, es donde despierta Manuel y todo tiene un look irrepetible. No se podría recrear”.
3. EL PRIMER MATE Y LA PARRILLA DE ROBERT DE NIRO
◗ “La escena del primer mate es totalmente genuina. Él quería probar y armamos toda esa puesta con las facturas, el cañoncito de dulce de leche. Su cara, su expresión de sorpresa, es única, corporal. Pero todo el rodaje estuvo repleto de curiosidades: la parrilla que buscamos, en Balvanera, es real; queríamos una que tuviera la parrilla dentro del salón. Se llamaba de otra manera, pero le pusimos El Rebenque de Omar, y quedó. Esas escenas fueron difíciles, por la gente, como todas, pero tienen algo muy especial. Cuando Robert pide “chimichurri”. Y la mesa ahora quedó inmortalizada”.
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