La historia de superación del exnadador olímpico Facundo Miguelena, que dejó el agua por la aviación
Luego de ser campeón sudamericano y romper marcas, el deportista dice: “La pasión y la motivación no se negocian”; en 12 días se casará con la influencer y personal trainer Julieta Puente
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Es un día caluroso y se siente en las calles vacías de San Isidro. Desde el living de su casa, el exnadador olímpico Facundo Miguelena hace un recorrido por su carrera a diez años de alcanzar un récord argentino, y recuerda su decisión de abandonar el alto rendimiento para convertirse en piloto. Una historia de resiliencia y superación.
Todo comenzó en el agua. Desde que tenía tres años y su padre era guardavidas en un balneario de Mar del Plata, se pasaba los días de verano en la playa, fanático de los deportes acuáticos, el surf y las olas. Cuando su papá competía, más bien como hobby, él pataleaba si no lo dejaban entrar al agua. Antes de ser campeón sudamericano, romper récords nacionales y triunfar por más de 10 años con la Selección Argentina de Natación, su primera competencia fue en la categoría Chupete del Club Atlético Kimberley, allá por 1996, cuando aún estaba en el jardín.
Hoy, ya hace cinco años que el torpedo marplatense colgó la gorra y las antiparras por una vestimenta más acorde a su nueva profesión, aquella que logró costearse gracias al deporte. Pero la pandemia, las dificultades económicas y más de un obstáculo retrasaron ese ansiado deseo de ser piloto. Rechazar las negativas es marca registrada de Miguelena, nunca perdió de vista sus metas. Además, en doce días dará el “sí” junto a Julieta Puente, periodista, influencer y personal trainer, con quien comparte un proyecto y desempeña su faceta de mánager y productor.
–¿Era tu objetivo convertirte en un deportista de alto rendimiento?
–Hoy, reflexionando, no puedo entender que cuando uno está en el deporte no hace más que comer, dormir y entrenar. No pensás hacia dónde vas o hacia dónde querés llegar. Siempre buscás lo mejor del momento, para hacerlo mejor mañana, y luego en un mes. Uno tiene estrategias y objetivos a largo plazo, como los Juegos Olímpicos o Panamericanos, pero la realidad es que se vive día a día. He llegado a caminar desde la pieza al baño pensando en no cansar las piernas. No pensé que ese sería mi trabajo.
–¿Cuáles son las exigencias de un deportista de élite?
–Uno se exige en todo. Por ejemplo, la primera vez que me emborraché, que uno suele hacerlo en la adolescencia, fue a mis 27 años. Las exigencias son tan altas que no salía a bailar, me perdía navidades, cumpleaños, viajes familiares. Iba al colegio, pero me la pasaba viajando y compitiendo. Mis compañeros me decían “Ayudín” [la lavandina] porque entrenaba a la cinco de la mañana y luego iba a la escuela con un olor a cloro terrible. Después del colegio volvía a entrenar. Mis compañeros mucho no entendían por qué, me invitaban todos los fines de semana a los asaltos, a tomar algo y no estaba nunca.
–¿Cuántas horas por día entrenabas?
–Entre cinco y seis horas por día durante toda mi vida. La exigencia era muy grande. Como dije, mi vida era dormir, comer y entrenar. Los sábados el entrenamiento era más fuerte y, los domingos, aunque más suave, tenía que ir sí o sí. Lo que tiene la natación es que si un día no nadás, perdés la sensibilidad. Para mí es el deporte más estricto de todos.
–Hay un gran trabajo cuerpo-mente detrás de eso.
–Lo mental es fundamental. Ahí entramos en un campo en el que quizás fallé por no salir del deporte para poder alimentar la parte mental. Cuando mejor me iba era cuando estaba relajado mentalmente. Representaba a marcas muy fuertes a nivel mundial, pero cuando competía no me iba bien, o no como yo esperaba. Con el tiempo entendí que me faltaba relajar la cabeza, hacer yoga o meditación.
–¿Lo has practicado?
–Sí, lo he hecho. Más adelante, cuando entendí que la cabeza lo es todo. En el deporte de alto rendimiento a nivel de selección nacional, de diez torneos, en ocho te va mal, uno te va bien y el otro más o menos. Uno tiene que estar preparado para eso. Se cree que al deportista le va bien siempre, pero son más las veces que no. Eso es parte del deporte, el error está en pensar que el deportista es perfecto y, sobre todo, en el deporte individual, porque en los de equipo no se nota tanto. Y en la natación por diez centésimas –lo que dura un aplauso– te podes quedar afuera de una final. Ahí se involucra la cabeza y tu preparación.
–¿Cuándo comenzaste a representar a la Selección Argentina?
–Ese es el mejor momento de la historia. A los 12 años me federaron y ya empezaba a tener el nivel para codearme en torneos nacionales con los juveniles del país. De ahí, los mejores iban a la Selección Argentina. Justo mi primer nacional era selectivo para el Torneo [Infanto Juvenil] Mococa Brasil, el más importante. Fui con mi entrenador de Mar del Plata sin expectativas, con todos los nervios del mundo y quedé cuarto de Argentina. Estaban todos re contentos y yo con cara de c..., no me importaba haber quedado cuarto: quería estar en el podio. Así que no me tomé vacaciones y me preparé para el próximo torneo nacional. En esa última chance para clasificar a la selección argentina, no solo me anoté en los 100 metros pecho, sino también en los 50 y en los 200. Quedé campeón argentino en los tres.
–¿Cómo viviste ese primer triunfo?
–No entendía. Lloraba y, a la vez, no lo podía terminar de disfrutar porque sentía que al día siguiente tenía que volver a entrenar para ser mejor.
–Imagino que recibiste el ansiado llamado de la selección nacional.
–Lo normal era que me llamaran, pero pasaban las semanas y nada. Habían mandado una lista inicial de los mejores del nacional anterior [donde había quedado cuarto] pero no me habían puesto. Todavía no habían ubicado a nadie en pecho, así que seguía abierta la posibilidad. Hasta que un día, mientras estaba en la clase de Ciencias Naturales con el famoso Nokia 1100 –no me olvido más– me llega un mensaje de mi entrenador: “Prepará la valija porque nos vamos a Mococa Brasil”. Tiré el celular y me puse a llorar, todos se dieron vuelta y vinieron a abrazarme; fue un momento re lindo. Ese fue mi primer torneo con la Selección Argentina, a los 12 años y con una medalla de bronce; a partir de ahí empecé a escalar.
–¿Qué torneos destacás de tu paso por juveniles?
–Hubo un montón. A los 17 años quedé campeón sudamericano y tengo un récord nacional de juveniles en 200 metros pecho [a los 15 años] y actualmente nadie me bajó. Siendo juvenil, con 17 años, me presenté a mi primer torneo nacional [2018] de primera, donde hay eliminatorias por la mañana y entran a la final solo los ocho mejores de la Argentina. Para mí era una locura porque vería en vivo y en directo a grandes, como José Meolans, y competir contra ellos. En los 200 metros pecho lo di todo, con una lesión en el aductor, y pasé entre los mejores cinco a la final. Como eran 200 metros y la pileta olímpica es de 50, hay que hacer ida y vuelta, ida y vuelta.
En el primer ida y vuelta pasé séptimo y no me olvido más como mi cuerpo, de repente, se descansó por completo. No me dolía nada y empecé a nadar cada vez más fuerte. Pasé al sexto, quinto, cuarto, tercero y para los últimos 50 metros estaba entre los mejores tres. ¡Pum! Quedé campeón argentino de primera siendo juvenil. Me acuerdo que estaba Virginia Bardach, hermana de Georgina Bardach, que también tenía 17 años, y quedó campeona argentina en el mismo torneo. Fuimos los nadadores del momento, nos destacaron por ser juveniles y haber quedado campeones argentinos. Fue una locura porque venía de nadar juvenil a nadar con los mejores de Argentina y ya era el mejor del país.
–¿Lograste competir contra tu referente en el deporte?
–Me pasó con un nadador de Gran Bretaña, Adam Peaty [actualmente récord del mundo en 100m pecho]. Con él competí más adelante en mi carrera, intercambiamos gorras, me la firmó, y hasta hablamos por Instagram. Muy flash todo. Otro ídolo era Michael Phelps, pero no nadaba el mismo estilo que yo.
–¿Cuáles fueron las competencias más difíciles?
–El Open de France [2018] porque se juntaban muchas cosas: había fallecido mi abuela, venía con un mal rendimiento todo ese año después de 10 récords argentinos en primera categoría y tampoco clasifiqué a los Juegos Olímpicos. Los Juegos Panamericanos de Toronto 2015 también fueron complicados por cuestiones personales, tuve una enfermedad muy grande a fines de 2013. Me habían encontrado úlceras, consecuencia del estrés, e incluso me dijeron que no podría seguir en el alto rendimiento. Pensaron que era cáncer de colon y casi me practican una colostomía. Toda mi vida se desmoronó. De la nada tenía que decirle chau a todo, de ser el mejor de la Argentina a nivel primera categoría y juvenil, a que todos mis sueños se tiraran a la basura.
–¿Cuánto tiempo estuviste sin nadar?
–Cuatro meses, que es un montón. Para ese entonces yo estaba encerrado viviendo en el Cenard, con 23 años, en mi mejor momento deportivo. La joda mía era salir los domingos a tomar un helado. Eso me afectó en el deporte y en la salud. Estuve internado catorce días y, al salir, me esperaban los psicólogos porque sabían sería una situación difícil de superar.
–Aun con ese diagnóstico volviste al alto rendimiento.
–Bueno, después de la internación cambié de médico porque no me gustaba su trato y pasé a atenderme con Federico Tonn [gastroenterólogo de Mar del Plata], que hasta el día de hoy lo amo y hablo casi todas las semanas. Me dijo: “Facu, yo no te voy a prohibir nadar, vas a poder competir, pero haciendo un cambio enorme en tu cabeza y en tu vida”. No había parado nunca. Fue él quien me dijo que arrancara con terapia, meditación y yoga para bajar a tierra. En ese entonces había empezado a estudiar [para piloto], que también era mi cable a tierra. Volví con mi entrenador de Mar del Plata, a disfrutar sin presiones ni exigencias extra. Hasta que en 2014 decidí volver a competir. De estar tirado en la cama, el primer día rompí el récord argentino de primera en los 50 metros pecho. Al día siguiente eran los 100 metros pecho en pileta olímpica: el récord argentino era mío pero me lo había sacado Gabriel Morelli, santafesino, cuando había dejado de nadar. Si bien tenía bronca, no me presioné. Al final lo maté, le bajé más de un segundo y la marca [1:01,42] pasó a estar entre las mejores 18 del mundo de ese momento. Veía las cosas de otra manera.
–Disfrutaste de un récord sin presionarte.
–Antes era pura presión. No tenía una familia que me ayudara en lo económico y el deporte es bastante complejo en la Argentina porque no hay mucho apoyo. Pero tocaba las puertas de las empresas y buscaba sponsors. Una vez en la Selección Argentina, el Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) y la Secretaría de Deporte de la Nación te pagan una beca siempre que demuestres resultados. Entonces, al deportista le generás una presión, no le das posibilidad de que se lesione o que tenga un problema porque te sacan la beca. Eso en lo psicológico afecta un montón.
–Ahora se cumplen diez años de ese récord.
–Bueno, uno se va haciendo viejo, tengo 32 años y es como si hubiese vivido 60. He pasado cosas desafiantes y en el medio la conocí a Juli, que me hizo ser quien soy hoy. Si bien ese récord marca que soy el más rápido de la historia de la Argentina, lo más importante es quién soy gracias a todo lo que viví: a la autosuperación, a todos los palos en la rueda, a una enfermedad. Diez años después digo: “Qué lindo es el deporte, te da todo y me dio la fuerza para nunca caer”. Para mí realmente no existen los problemas; el más fuerte es perder la salud. Después, he estado pobre a nivel de no tener para comer, me han sacado la oportunidad de trabajar como piloto y, si bien la pasaba mal, sabía que venía algo mejor. Este récord argentino me recuerda lo que logré gracias al esfuerzo, lo que me da aún orgullo. Un entrenador una vez me dijo: “Los récords están para romperlos”. Es eso lo que marca el progreso de la Argentina, y como exnadador de la selección nacional, no hay nada más lindo que verla mejorar. Entonces, 10 años son un montón, me marcan que he sido bueno en natación, pero también me gustaría que pronto me lo saquen.
–¿Cómo ves actualmente a la Selección Argentina?
–Con muchos juveniles, con mucho talento y eso está bárbaro. Pero no se entiende porqué llegado el momento de estar en primera no tienen la fortaleza mental para seguir mejorando. No sé si es por falta de apoyo económico o por otros factores, lo económico, la familia, estudiar una carrera a la par, que es fundamental para cuando se termina el deporte. Todo eso se tiene que reunir para que el deportista siga avanzando. Tiene que haber nadadores de 20 años que estén entre los mejores del mundo. Como todo lo político en la Argentina, siguen los mismos dirigentes, siguen las mismas becas –o menos–, entonces uno acude a las redes sociales para obtener sponsors. Lo veo hoy y no entiendo la fuerza que tuve para soportarlo. Competir, representar a tu país y encima salir a buscar plata; no va. Si volviera a nacer no lo haría, de última ocuparía mi tiempo en algo sano.
–La fuerza es la que te hizo ser quien sos.
–¡Obvio! Yo me recibí de piloto comercial en Mar del Plata y me vine a Buenos Aires para ser instructor con el sueño de ser piloto de línea aérea. Mi mundial de natación pasó a ser la línea aérea. Si bien no es un esfuerzo físico, sí lo es en otros factores donde el rubro es muy cruel, te cierran la puerta en la cara por no tener experiencia, mientras que otros entran por contactos. Soñador, me vine a Buenos Aires con 28 años sin plata, renunciando a mi trabajo para apostar a un futuro en la aviación. De tenerlo todo, con ingresos económicos de la selección, los sponsors y de mi trabajo como guardavidas para juntar las horas de piloto, perdí todo. He dormido en el colchón de Juli, que en ese momento vivía con su hermano, y me abrieron las puertas de su departamento porque yo no tenía un mango. Estaba dispuesto a lo que sea para apostar a la aviación, di clases de natación y hasta pensé en ser Rappi, pero llegó la cuarentena. Fue el esfuerzo del deporte que me mantuvo en pie, el que me permitió seguir estudiando para el día de mañana, cuando me sentara con diez pilotos, ser el número uno. Mientras yo estudiaba, ella pagaba la comida. Juli y su familia me empujaron para salir adelante, les debo la vida y hoy sus papás son los míos.
–¿Cómo decidiste dejar el deporte?
–El parate me lo di yo, aunque la pandemia fue un antes y un después. Ya venía pensando en dejar el deporte y con la pandemia se terminó. Como muchos han perdido familiares, trabajos, sueños, yo perdí el rumbo. Tenía una carrera muy linda por delante, que era la aviación, pero a la vez tenía que darle un cierre a la natación. Gracias a yoga, meditación y terapia tuve la fuerza para hacerlo. Dejaba una pasión por otra pasión.
–¿Por qué piloto?
–Mi viejo era paracaidista –soy como una versión mejorada de mi viejo– y me enloquecía ir a verlo. Desde chiquito el sueño de piloto estaba ahí, pero lo veía muy complicado. Cuando viajaba con la selección quedaba tonto de mirar a los tripulantes, de pensar en volar un avión tan grande y llevar a más de 180 pasajeros. Cuando quería empezar a estudiar, mi novia de entonces descubrió que podía hacer la parte inicial de la carrera en Mar del Plata y continuarla en Buenos Aires. Era la carrera más cara de todas, lo que pasó a ser otra preocupación, porque si me iba mal, me sacaban la beca y así no podía estudiar. Así me mantuve entre los mejores de Sudamérica durante más de 10 años; lo que me mantuvo los sponsors. Mientras mis compañeros compraban autos y motos, yo juntaba plata para pagar la carrera. Nadie me lo podía bancar, y en un futuro no me veía como profesor de aquagym. Quería volar.
–¿Cuándo se cumplió el sueño?
–Pasó la cuarentena y Juli la empezó a romper en las redes sociales con el “Cardio de la Felicidad” [Entrenamientos gratuitos en vivo]. La gente enloqueció con ella y no podíamos salir a la calle. Era foto acá, foto allá. Se generó tanto alboroto que organizamos eventos en todo el país a pedido de la gente. Hasta que conocí a Sergio Visceglie, una persona que creyó en mí y le interesó la disciplina que traía ligada al deporte. En un show en Cariló, en la previa había una nena muy fan de Juli que se acercó a sacarse una foto. Mientras yo preparaba todo el set, Juli me dijo que el papá de esa fan era dueño de una empresa de aviones y que quería conocerme. Me dijo que conocía mi historia a través de su hija y que me quería en su empresa. Desde ahí [2022] me tomó y empecé a volar jet privados internacionalmente. Hacíamos vuelos sanitarios, llevaba o traía gente enferma, y también a empresarios o famosos. Muy loco, en la cuarentena comencé a crecer en lo personal con Juli, y en lo profesional se fue dando todo solo. Y vuelvo a lo de siempre: está en no bajar los brazos, en sacar el foco de lo que uno quiere o sueña, es decir, no agotarlo. En vez de agotar ese sueño, dejé que fluya. Después de un año y medio de volar jets privados, tuve un llamado para trabajar en la línea aérea donde estoy actualmente, como piloto de un Airbus 320.
–¿Cómo recibiste esa propuesta?
–Hay videos en todas las redes sociales, llorando porque no podía creer que se me diera ese sueño tan grande. Y es el día de hoy que lo agradezco, no hay nada más lindo que volar. Cuando me decían “no”, iba a la reja de Aeroparque a ver los aviones. Me apasiona escuchar sus motores, ver cómo despegan, cómo aterrizan, y me visualizaba ahí.
–Tu trayectoria profesional está marcada por un dúo agua-aire ¿qué similitudes encontrás entre ambas?
–La libertad de fluir, ahora en el aire, y en su momento en el agua. La libertad de mirar por la ventana, pasar cerca de tormentas. Para mí no hay nada más fuerte y destructivo en la naturaleza que una tormenta, y esquivarla.
–A la mayoría le cuesta encontrar una pasión y vos tenés dos.
–Dos pasiones. Hoy, cuando salgo a volar, veo compañeros que se la pasan renegando, y yo no paro de decir gracias todos los días. Si me tengo que levantar a las dos de la mañana para ir a volar, me pongo el traje de piloto y me voy feliz. Volar no es un trabajo para mí, lo hago con tanta pasión que es mi cable a tierra. Volver a casa después de haber volado un avionazo, con salud y verla a Juli, me alimenta para seguir. La motivación y la pasión no se negocian. No puedo creer que sin un peso partido al medio, el deporte y la cabeza me hayan permitido pagar esta carrera. Además, me apasiona ser productor, hice la producción completa de un Luna Park, armé el equipo, las ideas, las visuales, con 110 personas a cargo y con una artista –que en este caso es Juli– a la que no le podía transferir nada de lo malo. Hoy lo hago porque el cuerpo me da.
–¿En la producción empezaste con ella o ya tenías experiencia?
–Fui director de Política Deportiva en Mar del Plata, un cargo político que me ofrecieron para aportar al deporte de mi ciudad y, a la vez, generar otro ingreso para la aviación. Todo lo que es gestión y lo que me dio el deporte de juntarme con los dueños de las marcas, lo pude trasladar para ser mánager. No me cuesta nada salir a hablar, me nace y me encanta.
–¿Cuáles son los proyectos para este año?
–Acabo de llegar de los Estados Unidos para convalidar la licencia de piloto. Como todo en mi vida, me podría haber conformado con ser piloto de la línea aérea, pero, sin embargo, quiero seguir creciendo y obteniendo títulos. El año próximo quiero aprovechar y hacer lo mismo con la convalidación europea. Respecto a los proyectos con Juli, ella presentará un canal de entrenamiento vía YouTube, donde la idea es llevar la calidad de los videos a otro nivel, con entrenamientos más cortos para mantener la motivación y terminar el año con otro mega show.
–¿Y respecto al casamiento?
–El civil es el 23 de febrero en Mar del Plata y la fiesta, el 9 de marzo en zona norte. Con mi cabeza de productor me cuesta hacer el chip de dejar todo lo demás porque me estoy casando. Será una celebración increíble, compartida con la gente que queremos. Será muy distendido como somos nosotros. Vamos a celebrar nuestro amor.
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