La asombrosa plasticidad del cerebro
Hay una palabra en francés que a la doctora Ana Inés Ansaldo le gusta especialmente: apprendre. Le agrada por su naturaleza anfibia, que la hace partícipe a la vez de dos especies simbióticas en el ecosistema del conocimiento; porque, además del casi obvio significado de “aprender”, un matiz le atribuye también el sentido de “enseñar”. “Me encanta –ha dicho Ansaldo en entrevista académica-. Es la misma palabra para el alumno y el profesor; representa bien los intercambios que tengo con mis estudiantes, ese espíritu de cocreación. Incesantemente me impulsan a refinar mis pensamientos, y el resultado es mucho mejor”.
El currículum de la doctora Ana Inés Ansaldo traza el recorrido de una pasión. Argentina instalada en Canadá, dirige el Laboratorio de Plasticidad Cerebral, Comunicación y Envejecimiento del Centro de Investigación del Instituto Universitario de Geriatría de Montreal y es profesora titular de la Escuela de Fonoaudiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de esa misma ciudad. Munida de esos saberes y de una curiosidad insaciable, ha emprendido un viaje desafiante al interior del cerebro de las personas que padecen severas dificultades para comunicarse (fruto, principalmente, de su condición neurológica), con la misión de conocer, comprender y, en la medida de lo posible, ayudar.
Ahora, la doctora Ansaldo suma su experiencia a los proyectos de la Asociación Civil Observatorio Social para mejorar la calidad de vida de los adultos mayores.
“Un cerebro tan maleable como uno quiera. O casi…” es la frase que sintetiza su tarea multifacética: en el estudio de la relación entre el cerebro y el lenguaje, y los procesos de comunicación (normal o patológica), Ansaldo aborda los beneficios del bilingüismo –una especie de potente antiage para el cerebro (ella misma habla cinco idiomas)-, analiza el impacto de la edad en los procesos de comunicación, explora la manera de inducir “plasticidad cerebral” a través de las terapias más eficaces en cada caso.
La tarea científica de Ansaldo nunca pierde de vista la dimensión emocional y fuertemente afectiva de su objeto de estudio: el acto de comunicarse como necesidad humana fundamental, como lazo indispensable, tanto en el vínculo con los otros como en la sujeción a un sentido esencial para la propia vida.
“Una apasionada de la comunicación”, acierta en definirla Michèle Sirois, exenfermera y conductora del podcast que ambas grabaron en 2021, todavía frescas en la experiencia colectiva las impresiones más traumáticas de la pandemia. En esos diálogos, la doctora Ansaldo repasa la historia de los procesos comunicativos y se detiene en uno de los aspectos nodales de su tarea: los modos en que el paso del tiempo afecta nuestra manera de comunicarnos. Los procesos se vuelven más lentos, tardamos más en elaborar la información y, en ese cuadro, el estrés –cuándo no- suma su gota corrosiva. “El estrés actúa como un acelerador de las dificultades -explica Ansaldo-, crea una especie de espiral negativa: cuanto más uno se estresa, menos será capaz de concentrarse y más errores cometerá. El estrés consume recursos. Los recursos no son ilimitados. De modo que, en la medida en que nos exponemos al estrés, una parte de nuestros recursos cognitivos irá a gestionar ese estrés. En tanto dicho estrés se resuelva o sea controlado, esos recursos serán liberados nuevamente; así que, si bien una situación de estrés puede hacer que nuestra performance cognitiva en la comunicación se degrade, cuando el estrés disminuye, nuestra performance debería mejorar”.
Lo más interesante es que aun en casos serios de procesos comunicativos minados por la vejez, Ansaldo filtra una luz de esperanza: no todo se deteriora de igual manera en la comunicación a causa del envejecimiento. “La comunicación tiene diferentes niveles, diferentes facetas –aclara-. Una es la que utilizamos habitualmente en la vida cotidiana, cuando trabajamos o deseamos comunicar ideas: se llama comunicación transaccional. Esa comunicación requiere muchos recursos cognitivos porque tiene por objetivo transmitir información, es necesario que esté bien organizada, que se ajuste a los interlocutores; por lo tanto es una forma de comunicación que se puede ver afectada cuando se envejece, por el hecho de que necesita muchos más recursos de atención, de acceso al léxico, etcétera. Pero otras formas de comunicación, que requieren menos recursos cognitivos, permanecen más sólidas”. Ansaldo se refiere a la comunicación no verbal: “toda la información, todos los mensajes que se pueden transmitir con pocas palabras pero con la expresión del rostro, el tono de la voz; la dimensión emocional de la comunicación, que está íntimamente ligada a la forma no verbal y que consiste en expresar las emociones, eso se hace casi automáticamente en el caso del envejecimiento normal sin problemas de salud. Las emociones son algo que permanece siempre accesible”. Desde ese sustrato emotivo “accesible” se puede tender nuevas vías que mantengan viva la comunicación. Lo que se pierde, entonces, transformando lo que queda en un nuevo punto de partida. Tal vez, en una nueva oportunidad.
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