“Quiero que mis hijos sean empáticos, que miren al otro”, dice la actriz de Envidiosa y de División Palermo
Con el colectivo Piel de Lava, Pilar Gamboa sube al escenario con dos obras; está filmando una serie con Malena Pichot y ya tiene aseguradas las nuevas temporadas de las comedias de Netflix
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“Festejo que una mujer sea la protagonista de una serie, de una historia donde no hay buenos ni malos, donde la heroína no es re buena y deja pasar todas –analiza Pilar Gamboa el éxito y el debate que generó Envidiosa, la producción de Netflix en la que interpreta a Carolina, la hermana de Victoria Mori [Griselda Siciliani]–. La protagonista tiene un cuerpo real, un cuerpo que expone, un personaje que está interpretado como los dioses por Griselda. Es descomunal lo que hace, se puso al hombro la serie. El de ella es un personaje que internamente está roto, completamente roto”.
Desde su estreno en la plataforma, Envidiosa se convirtió en una de las series más vistas y generó, además, un debate encendido en las redes, del que participaron diferentes colectivos feministas. “Me parece fascinante que se generen estos debates, estas críticas, estas miradas –reconoce la actriz–. Es una serie con la que podés identificarte, ya sea con algunos momentos, con los personajes, con la historia, con diversas situaciones, con los cuerpos con panzas y sin panzas”.
“Todas tenemos contradicciones y en este sentido podemos debatir un montón de cosas y me encanta que así sea, que podamos escuchar opiniones bien diferentes. Te lo digo genuinamente, me encanta escuchar que también ‘maten’ a la serie, para mí es riquísimo que pase eso porque el de Griselda es un personaje humano y no es común ver, en este tipo de comedias, si querés llámala ‘comedia romántica’, en el que las heroínas sean tan humanas, que sientan envidia, celos, miedos, bronca. Le pusimos un montón de amor al trabajo”.
“Nos juntábamos, leíamos el guion y debatíamos, ‘vamos por acá’. Como el tema de continuar con el embarazo de mi personaje. Hay razones, un arco. Me parece muy interesante que el personaje de Griselda esté tan roto por dentro y que quede expuesto en sus acciones, pero por sobre todo en esas terapias con Lorena [Vega], otra actriz increíble. Hay un punto que resulta muy interesante y es el de tomar a la terapeuta como la narradora de la historia”.
–Para anunciar la segunda temporada se eligió, justamente una escena de terapia.
–La psicóloga como narradora, también mi personaje, el de la hermana lo es. Junto al de Lorena, vamos más profundo y le preguntamos ¿para qué querés eso? Ella es una especie de papelito frágil que va por la vida queriendo tachar lo que le falta de la lista, porque esa lista de mandatos todavía está instalada, existe. Cambiaron un montón de cosas, es cierto, pero todavía se pregunta: “¿Cuántos años tenés? ¿Ya te casaste? ¿Te separaste? ¿Estás en pareja? ¿Cuántos hijos tenés? ¿Uno solo? ¿No querés la parejita?”. Me pasó. Yo me separé de un novio a los 36 años y viví la crisis de preguntarme a mí misma ¿sí iba a ser madre o no? Empecé a calcular…”primero tengo que conocer a alguien, enamorarme, hablar si queremos o no tener hijos”. Para ellos, los hombres, el tiempo “biológico” no pasa, pero para nosotras, sí.
–¿Considerás que “ser madre” es una presión que se mantiene?
–Conozco casos, creo que muchas tenemos una amiga o una conocida a la que le pasó… una chica de 35 va a la ginecóloga y la médica le pregunta si está de novia… si le dice que no o que está en pareja, pero que por el momento no piensa en tener hijos, o tiene decidido no tener hijos, es casi seguro que la médica le sugiera congelar óvulos “por las dudas”. Eso está, es un mandato que todavía se mantiene “por las dudas”. Cuando en su momento me separé de mi novio, dije “ahora qué hago”, me planteé muchas cosas. Hice terapia, hice un trabajo muy interno que me llevó a decir “no voy a congelar, que pase lo que tenga que pasar”. Después conocí a un chabón [Ignacio Sánchez Mestre, actor, guionista, dramaturgo y director de teatro] me enamoré y tuve dos hijos: uno a los 40 [Manuel] y otro a los 42 [Ana]. Hay algo también de la ansiedad, ¿no? Recuerdo también haber dicho “mi vida está re buena así, tengo unas amigas espectaculares, unos sobrinos divinos que puedo maternar”. Nunca fui de esas nenas que desde chiquita soñaba con la familia “ay quiero la casa, mi marido”… nunca fui de esas, pero sí hubo un momento en que se despertó, pasó, lo cajoneé… Y después fui madre.
–Y en pandemia, tu hijo nació en pleno encierro.
–Sí, fui mamá de Manuel en el momento más crítico de la pandemia, la ciudad vacía, para movernos teníamos que pedir permisos; a la semana cumplí 40. Atravesé todo el puerperio encerrada, fue durísimo. Después, cuando nació Ana, comparé los puerperios y fueron tan diferentes. Me acuerdo que le decía a mi hermana: “Manuel duerme muy mal”. Yo estaba sacada porque dormía mal y ella me decía: “dejá de mirarlo”, pero cómo iba a dejar de mirarlo. “No puedo, no puedo hacer otra cosa, no puedo salir a tomar un café con una amiga”. Sin poder hacer otra y teniendo un bebé, lo miraba, estaba atenta a todo lo que le pasaba... En un futuro vamos a ver cómo impactó la pandemia en el mundo.
–¿Te referís a la salud mental?
–En mi vida me topé varias veces con problemas psiquiátricos, amigos, familiares, siempre sufrí mucho. La salud mental es fundamental, todos estamos atravesados. En la sociedad tenemos problemas de ansiedad, de depresión, hay un desgano crónico en todo el mundo. Vivimos en una sociedad enferma, producto, yo creo que es así, del capitalismo salvaje en el que vivimos. Muchos de mis amigos tienen 80 laburos para poder vivir, pagar un alquiler, ir al supermercado, por algún lado te va a trastocar, hay mucha gente tomando medicación para dormir, para controlar la ansiedad.
–Con Adrián Suar filmaste 30 noches con mi ex, una comedia donde interpretaste a una mujer con problemas de salud mental.
–Las cosas cambiaron, hoy se habla y al “loco” no se lo oculta. Yo tuve una abuela psicótica, entonces por eso te decía que a mí la locura me golpeó bastante de cerca, desde muy chiquita. Adrián me dio total libertad para componer a esta mujer, “La loba”. Es una comedia, no un documental, tenés que reírte, pero también sentir la empatía y el respeto. Fue muy difícil para mí hacer este personaje. También fue el primer trabajo que encaré después de la pandemia. Adrián es bárbaro, él es un fanático de la actuación, te puede gustar más o menos lo que hace, pero es una persona que se compromete, que trabaja y mucho. “Es tu película, yo te voy a acompañar”, me decía. “Quiero llegar con vos a las zonas emocionales”. Fue un trabajo bastante bisagra para mí [la semana del estreno falleció su mamá. Un golpe muy duro]. La calle, además, es un termómetro. Sucedió que la gente me paraba y me agradecía por el personaje. Qué importante que hablemos de esto, en un momento donde se habla de cerrar un hospital dedicado a la salud mental como el Bonaparte [Hospital Nacional en Red “Lic. Laura Bonaparte”] o se discute la capacidad, los presupuestos de instituciones como el Garrahan, un hospital de prestigio como el Garrahan.
“Mi familia de parte de mi mamá es vasca –me comentó en otra entrevista publicada en La Nacion–. Mi abuela sufrió en plena Guerra Civil Española que le prohibieran hablar en euskera. Si lo hablaba, la mataban. ¿Qué tratamiento de psicoanálisis iba a hacer? Recién volvió a decir unas palabras antes de morir. Viste que, por esas cosas, antes de morir te vuelve lo materno. Recuerdo el nombre de su médico: el doctor Ibarra. Crecí con eso”.
“Siempre y desde muy chica me sorprendió la degradación de los cuerpos en la política. Ves las imágenes de cómo arranca un presidente y cómo termina. ¿Qué pasa con esos cuerpos en esos cuatro años?’. Son cuerpos que se degradan”, invita a la reflexión Pilar Gamboa [Buenos Aires, 1980] y rápidamente las imágenes de hombres y mujeres en el poder, no solo en la Argentina, tiene su antes y después. El deterioro como una anticampaña publicitaria en el universo de la política. “Bastante inquietante ¿no?”, pregunta la actriz, dramaturga integrante del colectivo Piel de Lava, que conforma junto a Valeria Correa, Laura Paredes y Elisa Carricajo, con el que está presentando todos los martes, en el Teatro el Picadero, Parlamento.
“Todo se mira desde la estratosfera porque justamente la distopía de este parlamento es que sucede en un universo donde ya no se puede parlamentar en la tierra –describe Pilar–. Legislan en otro lado porque en la tierra la gente prende fuego los parlamentos cada vez que quieren legislar. Pero arriba las representantes del Parlamento en Órbita Global no hablan de eso, de lo que ocurre, de las llamas que arrasan con la Tierra, la muerte, las guerras, la destrucción. La falta de empatía… hay que seguir órdenes”.
Con Piel de Lava empezaron a investigar los discursos políticos, los cuerpos políticos. “Nos llamaron del espacio Arthaus [donde actualmente presenta junto a la compañía El silencio, otro de los colectivos que integra, Sombras, por supuesto] para que hiciéramos lo que quisiéramos –desliza Gamboa–. Empezamos a mirar los discursos de mujeres, los de las españolas de Vox, a Giorgia Meloni, de Italia. Algo que nos llamaba la atención era ver a estas mujeres empoderadas por el feminismo, pero con discursos antiderechos. Resultaba fascinante ese cruce en los parlamentos como si fuera un escenario, teatro de acción.
–La política siempre tomó elementos “teatrales”, pero en los últimos años la puesta se convirtió en un show.
–Un universo que nos llevó a investigar, a bucear aún más. La política siempre tuvo ese terreno teatral, lo ves en un debate presidencial no solo acá, sino en el mundo. Creo que la televisación de la política, la entrada de las cámaras al Congreso generó una fractura, algo cambió. Estábamos trabajando, armando esa puesta sin pensar en la Argentina que se nos vino encima, aparecieron los videos como los de Milei destruyendo el Banco Central, una especie de obra filmada... la realidad nos superó. En Parlamento las llamas arrasan con la Tierra, abajo hay fuego, guerra, muerte, destrucción. En lo que hacemos está reflejada la distancia entre el poder y sus representados. A estas mujeres que están ahí arriba lo que les preocupa son los protocolos legislativos.
–Todo se transforma en un gran show, entre cruces, rosca, chicanas, corrupción.
–Morderse la cola. Cuando estábamos preparando la obra leímos ¿La rebeldía se volvió de derecha? [Pablo Stefanoni, Siglo XXI] que es muy interesante para tener una visión de lo que ocurre en todo el mundo, no solo en la Argentina, habla de cómo el antiprogresismo y la anticorrección política construyeron un nuevo sentido común. En Parlamento la burocracia está por encima de todo, se votan y se dictan leyes que no funcionan para que haya un sistema ordenado. Todo sucede en un recinto antiguo que se puede ver en vivo por redes, en TikTok... El otro día alguien me dijo que Parlamento es una obra pesimista.
–¿Lo es?
–Si miramos a los políticos, hoy no es un momento muy optimista.
–¿Vos sos pesimista?
–Soy optimista con otras cosas, soy optimista con el arte, con los artistas… pero cuando veo el mundo de la política, sí me siento un poco pesimista y me parece bien sentirme así, porque de esa manera puede surgir otra cosa. ¿Qué vamos a hacer? Hay que reconstruir. Desde mi lugar, hacemos una comedia pesimista. Nos reímos de los que nos duele. La única manera de afrontar lo que te duele es riéndote. En tiempos de crisis, el arte parece resurgir desde lugares impensados y a pesar de todo.
–En nuestra historia podemos hacer un repaso de lo ocurrido en plena dictadura militar, en el comienzo de la democracia, en 2001 y lo que sucede hoy, donde el arte se convirtió en el “blanco” favorito de muchos y a pesar de todo se siguen haciendo.
–La gente se sigue juntando, siempre creí que es por ahí, tengo la sensación de que pueden llevarse todo, pero no eso de juntarse, de armar algo, eso no se puede desarmar tan fácilmente, sobre todo en esta ciudad, en Buenos Aires. Siempre hay un sótano donde hay gente trabajando y eso es lo que veo cuando voy a una obra de teatro independiente y la gente que la hace te cuenta que la ensayaron en la casa de tal, o se juntaron en “X” lugar. El hacer no se va a cortar.
“Para mí el problema más grave, en este momento, el más triste en realidad, es cómo se empezó a deformar, a instalar la idea, ese sentido de que si el arte no es productivo, no genera plata, no sirve. Esa idea de que los artistas son vagos. “Agarrá la pala”, dicen. “La hacen con la mía”, esa es la zona que me entristece y mucho. Me preocupa que este pensamiento se vuelva un “sentido común”. Me pasa, y lo digo desde mi experiencia personal, que termino de ver obras donde quedo recontra mega conmovida y veo que la gente también está conmovida y eso es bueno. Y hay algo que pasa puntualmente con el teatro, tanto con las obras independientes como con las del circuito comercial. Hay mucha gente que se acerca por una necesidad de compartir en comunidad, de ser parte de la experiencia colectiva que puede ofrecerte un vivo. Hace poco con la obra de Romina Paula [Sombras, por supuesto, donde actúa junto a Esteban Bigliardi, Esteban Lamothe y Susana Pampín] nos presentamos en una cárcel de mujeres. La experiencia fue muy conmovedora. Llevamos los objetos, nos pusimos el vestuario y la hicimos con la luz del día. Puro teatro”.
–¿Cuál fue la respuesta?
– [Hace una pausa] Cuando terminó la función, una mujer dijo “gracias por sacarme de acá”. Ella, que está encerrada, por una hora pudo estar en otro lado. Nos pasa a todos, cuando vos estás viviendo en este sistema voraz y vas a ver algo tan ancestral como es el teatro, que alguien te cuente algo, un cuento, es mágico. Es la magia que se produce cuando alguien te dice: “voy a contarte algo”. Lo que me ocurrió en ese lugar fue una de las cosas más lindas que me pasaron en mi vida. Es la misma magia, la que aparece cuando le cuento una historia a mi hijo y sus ojos se abren y él se va un rato a otro lado. Por eso, lo que más me preocupa y me entristece es que se empiece a creer que eso no existe. Tenemos la necesidad de ir a otro lado, de imaginar, de viajar. Obviamente si alguien dijera en un teatro: “todo esto es una mentira”, tendría razón, porque el teatro es un acto de fe, donde todos en ese lugar decidimos creer y esa creencia hace que esté presente la magia, que aparezca la ficción y que uno se pueda ir un rato. Es parte de nuestro gen, de la esencia, el problema es que si creés que eso no sirve o que eso no es productivo o que eso no es vital... No todo se puede mirar, analizar en esos términos. Con violencia. Esos dichos: “la hacen con la nuestra, son unos vagos”.
–¿Te preocupa lo que genera esta violencia verbal?
–Sí, por supuesto. Si alguien grita en la calle, el otro se pone violento, es el modus operandi del momento. El otro día pensaba “¿qué es lo que quiero para mis hijos?”. Cuando estás criando, sentís una responsabilidad muy grande. Es el momento en el que decís “acá, en este punto, se cocina la cosa, ¿no?”.
–¿Y qué es lo que querés para tus hijos?
–Quiero que mis hijos sean empáticos, que puedan mirar al otro con empatía y hay algo de eso, en la empatía que te da la capacidad de sorprenderte. Porque podés entrar en el mundo del otro. En este momento siento que está muy bastardeada la empatía, todo se llevó a un grado de polarización tan grande que no te permite acercarte a la otra persona que piensa distinto. Es realmente un desafío, por supuesto, sobre todo con gente que está parada en veredas muy opuestas, pero el arte es humanamente empático. El otro día leía una poesía, eran cuatro renglones que me dejaron turulata todo el día y dije OK. Preguntemos: ¿Esto es productivo? ¿Qué es lo productivo? Si no es productivo a nivel dinero, ¿no lo es? ¿Quién decide? Para mí fue muy productiva, me dejó todo el día tecleando, pensando. Yo puedo decir esto y pensar que vamos a salir de la crisis, para no ser tan derrotista porque las crisis siempre generaron movimiento.
–Pero quienes la pasan mal, no piensan en el movimiento artístico, cultural.
–Claro que no, yo lo estoy diciendo desde un lugar de privilegio. Tengo dos hijos a los que puedo llevar a la escuela, a los que les puedo comprar lo que necesitan, les puedo dar de comer. Tengo trabajo y trabajo de lo que me gusta, aunque cada vez se hace más difícil hacer una película, editar un libro, hacer una obra de teatro…Tengo la sensación de que nos van desangrando de a poquito, que te van hartando, pero siempre hay llamitas que no se van a apagar, que van a hacer un fuego y esto es lo importante de lo colectivo, desde el lugar que a mí me gusta trabajar. Hay que juntarse para crear, para armar, para pensar. Siempre me moví así, en grupo, en equipo. Yo empecé a vivir de la actuación a los 30 años, o sea, desde los 18 hasta los 30 trabajé de lo que se te ocurra, hice cosas que nada tenían que ver con la actuación para vivir [en un Serviclub de YPF, entregó licuadoras y cremas a la gente que había ganado diferentes beneficios, entre otros tantos trabajos]. Soy muy fan de los grupos de trabajo y de la mayoría de la gente con la que trabajo; con los que armamos Piel de Lava y la compañía El silencio los conocí en los años que estudié y di los primeros pasos en el teatro.
–Con las chicas de Piel de Lava estás presentando en simultáneo dos espectáculos: Parlamento y el fenómeno del grupo, Petróleo [miércoles en el Metropolitan].
–Que Petróleo haya tenido esta respuesta es porque la trabajamos y la presentamos en el momento, en el contexto en el que estaban las preguntas que nos hicimos en cada ensayo:”¿qué es hacer de hombre, de chabones?”, “¿hay solo una forma de ser varón?” No hay una manera, están los mandatos y nosotras, vestidas de hombres, nos metimos con ellos. Somos cuatro hombres que convivimos en un yacimiento petrolero en la Patagonia. Fue muy revelador habitar la masculinidad. Observamos. Es una obra empática. Ojo, no es que subimos al escenario y decimos “ustedes son unos soretes”, “estuvimos calladitas y ahora decimos todo esto”. ¡No! Se muestran varias caras de la masculinidad, hay una deconstrucción de los protagonistas. Lo primero que nos propusimos fue actuar de varones, el grupo es una especie de laboratorio, siempre pensamos qué nos gustaría actuar y las obras surgen desde ese deseo. El petróleo vino después, porque queríamos un mundo que fuera puramente masculino, y en el mundo del petróleo no hay mujeres.
–Pero sí hubo en dos oportunidades un hombre embarazado en el escenario.
–[Ríe] Panza cervecera.
–El Carli, tu personaje, a este hombre le pusiste el cuerpo atravesando tus dos embarazos.
–La primera vez fue hasta los 8 meses de Manuel, después vino la pandemia y lo que sabemos. Volvimos y después hice un parate para el nacimiento de Ana. Es muy revelador y también empático todo lo que sucedió y sucede con Petróleo [la quinta obra que estrenaron luego de hacer una retrospectiva de sus puestas anteriores Colores verdaderos, Neblina, Tren y Museo, además de protagonizar La flor, la película de Mariano Llinás]. Ya la estamos soltando… tenemos que dejarla ir.
–Recién hablábamos de mandatos, de estereotipos, de la importancia del humor y, claramente, División Palermo, la serie creada por Santiago Korovsky, es el cóctel perfecto.
–Todo lo que sucedió con esta serie es de no creer. Arrancamos con un piloto para una serie web y terminó en Netflix. Después todo empezó a ser como un delirio. Yo me formé con el humor de los años 90, que era reírte de lo distinto, del otro, de los bloopers, de la tragedia de hacer cámaras ocultas. Yo me reía con todo esto, que era el denominador común. Santiago corre el eje, se ríe de los que no pueden con la diferencia, se ríe de los supuestamente normales, se ríe de la torpeza de la normalidad ante lo distinto. Santi es brillante. Me presentó a Lucrecia Gómez [la escritora cordobesa que es una de las tres colaboradoras autorales de la serie], mi coach actoral para poder interpretar a Sofía, un personaje con discapacidad motriz. Ella me hizo conocer ese mundo. Es una de las personas más ácidas y cínicas que conozco. Para mí fue importantísimo trabajar con ella, que me diga: “no porque estoy en esta silla soy un ser de luz, buena gente, soy tan humana como vos, tengo mis miserias, tengo sexo, hago todo, pero desde acá”. Por eso digo que Santi se ríe de lo normal, no de lo distinto y además muestra lo forzado muchas veces de lo “políticamente correcto”, lo “inclusivo”.
“Bueno, en la segunda temporada hay una gran escalada de la Ministra de Seguridad con aspiraciones presidenciales [el personaje de Valeria Lois], se suma un actor increíble con síndrome de Down. Un equipazo, se trabaja muchísimo, porque Korovsky filma una escena diez veces, con suerte, repite todo... él dice que yo lo critico en las notas, pero siempre, le juro que lo digo con amor y es cierto, porque yo lo quiero, pero es un neurótico [se ríe y mucho], es muy exigente. Se armó una dinámica espectacular.
–Un trabajo en equipo, como te gusta, con gente con la que disfrutás trabajar. De hecho, Daniel Hendler te dirigió este año en su tercera película, Un cabo suelto.
–Fue hermoso, es una película re linda. A mí me gusta el cine de Dani, esas películas chiquitas como le dicen, pero que son enormes como Norberto apenas tarde y El candidato. Además, es un actor descomunal, pensar que lo conocimos por una publicidad. ¡Daniel era Walter!
Esta semana, Pilar comenzó a grabar Viudas negras, una serie de TNT y Flow que escribió Malena Pichot. “Es muy divertida, son ocho capítulos –anticipa–. Es un cruce entre comedia y thriller que protagonizo con ella. Va a ser un rodaje intenso, de siete semanas. Tiene mucho humor y suspenso, nunca había trabajado con ella. Además, la dirige Nano Garay [Finde] y Coca Novick, una amiga [con quien ya trabajó en El futuro que viene]. Es un año muy poderoso para mí, en este contexto tan hostil y triste como éste, aparecen todos estos laburos re interesantes, de armar equipos, de pensar, de trabajar con esta gente. Siempre desde lo colectivo y cuando laburo los chicos se quedan con el papá –aclara en broma–. Es una pregunta que suele aparecer: ‘¿cómo hacés con los chicos? ¿los llevás al trabajo?’ No, no los llevo, se quedan con el papá y te juro que están bien cuidados, tan bien como si me quedara yo, porque tengo un compañero espectacular. Él es el padre y yo la madre”.
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