Katja Alemann: “No voy a permitir que me usurpen el concepto de libertad”
Símbolo de las vanguardias de los 80, la artista habla de los cánones de belleza, del peso del dinero en la sociedad, del gobierno y de su próximo espectáculo, que reúne “un poco de todo, hasta de política”
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La música fue lo primero. Hoy decir Katja Alemann es evocar el under de los 80, es pensar en performer, actriz, escritora; es situarse en una escena cultural variada donde la vanguardia manda; es asociar automática e indefectiblemente con la idea de belleza, de seducción y erotismo. Del desnudo en Playboy a la fundación de Cemento. Y todo comenzó en la música, por eso, allí vuelve cada vez. A los 66 años, Katja viene de actuar en una serie que se verá por la plataforma Flow y va hacia un espectáculo que la enciende de entusiasmo: le propone explorar nuevos paisajes y revisitar territorios iniciáticos, ahora con el equipaje de mucha vida intensamente vivida.
Es una tarde de verano. Ella llega a la costa del río con un andar de paseo. Viste un mono de bambula estampada, calza sandalias tejidas al crochet y lleva una carterita bandolera a juego. Apenas maquillada con una línea negra sobre cada párpado y el pelo suelto. En su melena volcánica se engarzan rulos voluminosos que huelen a champú. Así, luce sencilla y natural. Sin embargo, bastará que pose para las fotos o que hable sobre algo que la apasiona o que se enoje ante una realidad que la indigna, que se asuste con teorías conspirativas, que se emocione al escuchar a un guitarrista callejero o que interrumpa el discurso porque algún transeúnte pasa y la saluda. Cuando algo así ocurra, desplegará su sonrisa esplendorosa y los ojos azulísimos le brillarán con un fulgor especial que no tendrán simpleza alguna. Es una mujer compleja.
Elige una mesa bajo un árbol y se dispone allí a contar de qué se trata su nuevo proyecto artístico. Empieza por el proceso.
Resulta que de una palabra inventada nació una canción. En la canción, una idea. La idea congregó monólogos, melodías, actos. Así, a partir de un mantra espontáneo se gestó un espectáculo. “Sham sham shambhala, shambhala”, repetía Katja en una exploración sin meta que la llevó a tientas hacia un destino inesperado. “Estábamos con un amigo músico, Mintcho Garramone, y yo me puse a improvisar. No le daba un sentido a lo que decía, simplemente improvisaba: sham sham shambala. Él buscó información y encontró que Shambhala es el reino sagrado de la felicidad en Tíbet. Desde ahí concebí un espectáculo que habla de la felicidad. Son varios temas”.
–¿Es un musical?
–No exactamente. Es un espectáculo teatral con canciones. Hay un par que son nuevas. Y, bueno, claro, “La canción alemana” no puede faltar, la primera de todas. Ya la canté un millón de veces y a la gente le encanta.
–¿Y a vos?
–A mí también. La compuse a los 20 años y me acompaña desde entonces. La música fue lo primero para mí, después vino todo el resto. La actuación y todo. Este espectáculo reúne un poco de todo, hasta de política.
–¿Hablás de política?
–Sí, yo siempre publico lo que pienso en mis redes, no tengo ningún prurito y uno de los cinco actos del espectáculo es un monólogo político. El problema es que lo escribí hace como un año. Ya veo que lo voy a tener que actualizar todas las semanas. Voy a tener que escribir otra cosa cada vez porque en este país no te dejan en paz. Esto que estamos viviendo ahora nunca me lo imaginé. Te juro que jamás pensé que yo iba a vivir esto. Pasamos por situaciones peores en la historia, lo sé, pero ahora estamos en shock. La doctrina del shock, como dicen Naomi Klein y (Noam) Chomsky. Hay que recomponerse y ver cómo sigue la cosa.
–¿Qué ves de cómo “está la cosa”?
–Lo que veo es que el panorama geopolítico es complicado. La ultraderecha ha ganado mucho terreno. No solamente en la Argentina, pero acá estamos en esta especie de sainete ridículo que no podés creer. A veces pienso, Omar (Chabán), qué habría pensado de lo que está pasando. Y lo sé perfectamente: “¡pero qué vanguardia!”, habría dicho él.
–¿La política está hablando un lenguaje del espectáculo?
–Claro, sí, ¡la sociedad del espectáculo! Nuestro presidente actúa como un performer. Pero en serio, el primer espectáculo a (Javier) Milei se lo produjo Nito Artaza en el Picadilly. Usa unos latiguillos que son siempre los mismos. Es un delirio mesiánico que tiene en su cabeza, una especie de narrativa rara que tiene que ver con lo espectacular y no con la realidad de lo que se puede llevar a cabo, ¿entendés? Esto es como un laboratorio a cielo abierto, el mundo entero está mirando, a ver qué pasa en la Argentina. Es que tenemos un presidente que salió de TikTok, con 6 millones de seguidores. A la gente le gustó la perfo.
–Finalmente sería como un “¡el arte al poder!”, aunque de un modo impensado.
–Sí, es muy raro. El arte de lo bizarro. Lo que realmente me llama la atención es que yo siempre fui más de la vanguardia, de romper con el status quo; siempre he estado del lado de lo alternativo, fui muy disruptiva. Bueno, ¡ahora resulta que soy conservadora! Claro, estoy defendiendo el status quo.
–¿Cuál es el status quo que defendés?
–El que tenemos hoy e implicó mucha lucha. Porque llevó mucho laburo llegar a que consensuemos en los derechos humanos, en el aborto legal y gratuito, en ciertas cuestiones del feminismo, en una Ley Micaela para que la gente esté informada y capacitada. Yo creo que esta soberbia de pretender derogar décadas de trabajo colectivo nos está poniendo en jaque como sociedad.
–¿En qué sentido?
–En que nos está cuestionando a la sociedad entera, eso por lo que nosotros hemos luchado y conseguido. No tiene que ver con política partidaria, tiene más que ver con el espíritu de los tiempos. Venimos de 40 años de bonanza. Imagínate a mi mamá, ella vivió la Segunda Guerra Mundial. Yo misma viví la dictadura, donde desapareció gente que tiraron de los aviones. O sea, venimos de 40 años de democracia; ha sido una fiesta. Está bien, en lo económico la tuvimos complicada, porque están los de siempre que quieren desestabilizar el país para poder llevársela en pala, pero digamos que, dentro de todas estas contradicciones, tuvimos una época de bonanza en la que no hubo violencia, no hubo nadie que te persiguiera en la calle. Estábamos relajados, podíamos hacer lo que queríamos, decir lo que queríamos, bailar… a veces pienso que, si volviera la represión, te juro que no sé si me daría el cuero ya para resistir.
–Vos siempre te manejaste como una persona que valora la libertad. ¿Cómo te resuenan las consignas libertarias?
–Me gustó mucho un artículo que leí de Fernando Noy hace poquito en donde dice que no nos van a usurpar también esa palabra. Nosotros, los artistas durante la dictadura en especial, sabemos muy bien lo que significa la libertad. ¡Por favor! Imaginate que a mí ya me vienen usurpando hasta la inicial (ríe). Solo soy K de Katja... Así que la verdad no voy a permitir que me usurpen el concepto de libertad asociándolo con ideas que no están a la altura de algo tan grande como la libertad. Yo siempre defendí la libertad y eduqué a mis hijos así. Les decía: “Ustedes son libres para decidir, pero tienen que saber que las decisiones que van a tomar, tendrán consecuencias y ustedes son responsables de esas consecuencias”. Eso es el ejercicio de la libertad y no lo que nos vende este hombre. Él habla de la libertad para hacer negocios sin que el Estado regule nada. Libre mercado corporativo y financiero. Lo único que importa es la ganancia. No importa el buen vivir, no importa la felicidad. Ahí estamos, en la boca del infierno de la libre acumulación de dinero. Es preocupante lo que pasa. Acá y también en el mundo, no solo en la Argentina.
–Desde tu mirada, ¿qué es lo nuevo que define a la sociedad contemporánea?
–La artificialidad. Está en todos lados hoy. Para empezar, en las redes sociales, en su construcción artificial del comportamiento humano. Todos quieren ser como una máscara, como los filtros. Lo que más aparece como disruptivo es el artificio. Y hay tecnologías, figuras holográficas que son impresionantes, te pueden hacer creer cualquier cosa.
–La imagen ya no es prueba de veracidad.
–No. Inclusive pueden fakear un video de una persona que vos conocés y mostrar que está haciendo algo que nunca hizo. O sea que se puede construir una realidad completamente artificial con los medios tecnológicos que hoy tenemos. No sabemos cuál es la verdad.
–¿Dónde queda la verdad tal como la conocíamos? ¿No existe más?
–Sí que existe. Lo que pasa es que hay que trabajar y encontrarla. O sea, tenés que empezar a sacar todos los velos y todos los inventos y todo el fake que hay arriba. Hoy es un trabajo titánico encontrar la verdad. Además, está el bombardeo de información. No hay manera de que puedas realmente elaborar la cantidad de cosas que te están presentando. Te invado, te lleno de cosas y entonces te quedás en estado de shock y ya no sabés nada. Con lo artificial se busca construir otro mundo distinto al real. El avatar, el mundo 4D. Un mundo digitalizado en el que puedan controlar nuestros pensamientos y emociones. (George) Orwell ya lo vio, (Aldous) Houxley también.
–¿Cómo ves la crisis climática?
–Me permito el beneficio de la duda.
–¿De qué dudás?
–A ver, no dudo de que exista una crisis ambiental global, pero sí dudo de la emergencia tal como se la está presentando, dudo del marketing de la crisis en beneficio de la transición corporativa de matrices alimentarias, sanitarias y energéticas. Mirá, para gobernar el mundo siempre hace falta un enemigo letal. Es la única forma del poder real de controlar a la población. Los enemigos en términos de guerras –ya ves Rusia y Ucrania, Israel y Palestina–, en términos sanitarios, el enemigo es un virus: la pandemia y ya están preparando el ¡de la invasión extraterrestre! Es como que dicen “bueno, vamos, ya usamos la pandemia, ahora la guerra y, por si acaso, ya empezamos a preparar un poquito los ovnis; tenemos la realidad de hologramas con la que podemos hacer un fake bastante creíble como para que todo el mundo se espante”. Y la otra cosa que vienen construyendo es el cambio climático, que es la construcción más importante en donde se le genera culpa al ser humano: vos sos el culpable de destruir el planeta. Nosotros somos nuestro propio enemigo. Es la incorporación de ser vos el enemigo de la humanidad, de ser cada uno de nosotros. Por eso hay mucha gente que dice “nos merecemos extinguirnos”. Esto es un discurso de la agenda.
–¿Es una agenda que para vos alguien diseña?
–Sí, sí. Muchos creen que esto está fríamente calculado. Y ya deja de ser conspirativo. Nos lo dicen en la cara.
–¿Quién estaría detrás de esto?
–Los trillonarios teomegalómanos del WEF (World Economic Forum) que tienen delirios de catástrofes. Ellos ya hicieron sus búnkers, imaginate. No pagan impuestos por sus grandes fortunas. Encima pretenden imponernos la Agenda 2030, ¡como si alguien los hubiera votado…!
–¿En qué sí creés de la crisis climática?
–Sí creo en que hay un problema central y fundamental que es el extractivismo que no cuida el agua. Sin agua no hay vida. La minería a cielo abierto con los millones y millones de litros de agua contaminada que queda como pasivo ambiental, igual que el fracking. Los desmontes tienen consecuencias directas en las lluvias y en la sequía. Además, lo que pasa con los glaciares, los humedales. Yo participo en la Campaña plurinacional en defensa del agua para la vida, una multisectorial ambiental que está juntando firmas para presentar en el Congreso una ley reguladora del uso del agua: el agua como bien esencial de la vida es sujeto de derecho. Este gobierno propone un enorme retroceso en leyes ambientales.
–¿Cómo te informás habitualmente?
–Leo mucho. Bueno, sobre lo que a mí me interesa. Y cosas que me llegan. Tengo mi “algo ritmo” entrenado. El bot que hace el trabajo por mí ya me conoce bien y van apareciendo cosas. De una voy a otra, y de otra, a otra. Todo el tiempo busco material diverso, pienso… sobre todas las cosas, pienso.
–¿Por ahí también encontrás inspiración para crear?
–Sí. Cuando me pongo con un tema, me coopta y gira en mi cabeza 24/7. Es como un viaje en donde estás constantemente dándole vueltas. A mí me atraviesa. Y tiene mucho que ver el inconsciente, con la orbitación que tengo alrededor. Por eso todo va surgiendo un poco también azarosamente. Como me pasó con Shambhala y con el concepto de noosfera, que son los pilares del proyecto que estoy haciendo ahora. Me metí de lleno con la noosfera. Surgió del conjuro que estuve haciendo en los Encuentros Maximalistas de (Daniel) Melingo. En el conjuro de la conciencia.
–¿Qué es la noosfera?
–Es como la atmósfera, pero se trata de la capa del pensamiento colectivo, donde todos nuestros deseos y nuestros pensamientos vibran. Así generan un input, lo sepamos o no, lo busquemos o no. Es algo que ejercemos todos. Entonces, consiste en aplicar conciencia y reflexionar sobre qué queremos elevar a la noosfera, o sea, cuál es nuestro aporte al pensamiento colectivo. No es un invento mío, ¿eh? El concepto de la noosfera existe. Yo lo tomo y lo trabajo para conectarlo con otras cuestiones, pero no es de mi cosecha.
–Decías que la obra habla sobre la felicidad…
–Sí, puntualmente la pregunta es: ¿por qué no podemos ser felices? Intento desgranarlo en la dramaturgia del espectáculo. Cuánto nos determina el dinero en esta sociedad. Reflexiono sobre el tema desde el humor; no solo desde ahí, pero es importante sumarle un condimento humorístico.
–Ya que no podemos ser felices, por lo menos nos reímos poco, ¿no?
–¡Claro! Y yo siempre me río mucho de mí misma también, es importante poder alejarte un poco de las propias creencias y tomarte el pelo de vez en cuando.
–Estas ideas, ¿las trabajás artísticamente a partir de un enfoque filosófico?
–Bueno, sí. Tiene un poco que ver con el conocimiento más hermético del ser, una dimensión que nosotros no estamos tan acostumbrados a transitar. Seamos conscientes o no, estamos en conexión con una capa que tiene que ver con lo colectivo. Cuando uno es consciente, se pone más responsable con lo que piensa y con lo que siente. Entiende el impacto. De la misma manera, conectar con la felicidad. La felicidad es una frecuencia y está dentro nuestro. Nosotros podemos acceder a la felicidad en cualquier momento del día o de la noche. Porque es estar vivos. El espectáculo termina así.
–¿Me estás contando el final?
–Sí, ¡te spoilée! El amor a la vida, la alegría y el agradecimiento de tener esta experiencia, de eso se trata. Imagínate la maravilla de estar vivo. Escuchar un pájaro, conectar con lo sutil como forma de vida. Es cuestión de aprender a conectar y ejercitar esa conexión.
–¿Te lo dio la meditación a vos?
–Sí, la meditación me conectó con la posibilidad de viajar con el espíritu. A los 15 años yo tomé el conocimiento del gurú Maharaj Ji, que ahora se conoce como Prem Rawat. Aprendí con él, que tenía mi edad y empezó a impartir de muy niño. No es que yo medite con disciplina todos los días, pero medito porque me conecto permanentemente, en cualquier momento. Tengo esta capacidad muy desarrollada. Es maravilloso, es el goce de la existencia.
–¿Ser vegana tiene que ver con esto?
–Soy vegetariana, no vegana como dicen. Pero esto también, como todo, lo llevo a mi manera y con una versión propia. Lo que no me gusta a mí es la industrialización del consumo animal. Si de repente voy al campo de un amigo y hay una faena, como. Porque para mí el tema no es la carne en sí, creo que somos omnívoros y, de hecho, el consumo de carne animal ha desarrollado nuestro cerebro para ser lo que somos hoy, antropológicamente hablando. Fue lo que desarrolló la capacidad cognitiva. O sea, no soy una fundamentalista de estar en contra de comer carne. No soporto el sufrimiento animal, humanos incluidos.
–Además de lo espiritual y lo filosófico está lo material; el cuerpo es un aspecto muy fuerte de tu identidad. ¿Qué implica ser una mujer con tanta belleza física?
–Para mí fue mucho trabajo ser linda. En mi adolescencia era gorda, con granitos, lentes y aparatos…
–No me vas a decir que es producto de una búsqueda porque tu madre (Marie Louise Alemann) era bellísima.
–Sí, realmente era tan hermosa mi mamá...
–Pero no mucho más que vos. No te creo que saltees la genética y pienses que es una conquista tuya.
–Créemelo, en serio. No reniego del ADN pero, aun así, yo podría no haber sido bella, pero me lo propuse. Como soy muy esteta, fue una búsqueda.
–¿El paso del tiempo te modifica la mirada sobre el propio cuerpo?
–El paso del tiempo es muy fuerte. Hoy en día me miro en el espejo y digo: “¡¿qué pasó acá?!”. Los años te transforman de una manera contundente; de golpe te achicaste, perdiste la cintura, se te aflojó por acá, se te cayó por allá. Eso me provoca y me pongo a hacer gimnasia todos los días. Si yo no laburo, me gana el tiempo. Entonces, laburo. También tiene que ver con este menosprecio de la edad. ¿Viste que hoy en día todo el mundo dice “qué bien que estás” o “qué mal estás” para tu edad…? Es muy difícil soportar. Digamos que no es sencillo desconstruir –la famosa palabrita– el modelo de belleza que tenemos incorporado y es un constructo social. Yo siempre he sido crítica al respecto. Si hay algo que realmente no me gusta, ni en los demás ni en mí misma, es la vanidad. Tiene que ver con una sobreidentificación egoica de determinado atributo. Entonces, para mí la belleza siempre ha sido un trabajo, en el sentido de ser lo mejor que puedo ser, independientemente de si soy hegemónica. Y sí, yo tengo la genética de mi mamá y una imagen que podría cuadrar con el estereotipo dominante, pero antes era más hedonista, ahora por más que no me sea indiferente mirarme al espejo y ver los cambios, para mí lo más importante es la salud. Si no hago gimnasia todos los días, a los dos minutos ya me empieza a doler todo. No me puedo levantar bien. Así que para mantenerme flexible y ágil, sé que el único remedio es el ejercicio, aunque me dé una fiaca tremenda.
–Junto al de la belleza, siempre tuviste muy desarrollado tu costado erótico. ¿Qué te pasa con la sensualidad en esta etapa de la vida?
–Directamente ya no existe. Sensualidad sí. Pero hoy para mí sensual es una charla, estar en la naturaleza, qué sé yo... Lo erótico en el sentido de la seducción ya fue. Por suerte con la menopausia se termina la hormona loca. Bueno, no sé si a todas, tampoco quiero generalizar porque no lo sé, pero a mí sí. Ya no me pasa.
–¿Extrañás?
–No, nada. Estoy feliz así. Por primera vez en mi vida estoy chocha. Porque yo he sido tremendamente enamoradiza. Ahora ya no me sucede, me he liberado del yugo de los hombres. Y anda todo perfecto, digo, cuando se da se da, y me lo paso divino, pero no es una latencia permanente. Hace mil años que no estoy en pareja.
–Más allá de lo sexual, ¿te gustaría estar en pareja?
–No, como te digo, no me preocupa estar en pareja. Va más allá de lo sexual. Me tendría que gustar realmente muchísimo alguien para querer formar una pareja en este momento de mi vida, y eso no me estaría ocurriendo. Lo paso muy bien conmigo. Hago lo que quiero. Hago todo lo que se me ocurre, tengo una parte social activa, muy activa. Entonces es como que no hay necesidad, ni expectativa.
–Decías que fuiste muy enamoradiza. ¿Sufriste por amor?
–Muchísimo, como una loca.
–¿Te arrepentís de no haber podido o querido evitarlo?
–No, creo que son procesos que uno tiene que hacer en la vida, hay que comprender eso y es parte de mí. El amor y la belleza… son los arquetipos que yo encarno, ¿no? En mis redes juego mucho con eso. Me gusta exponerme completamente sin maquillaje. Horrible. Así, totalmente al borde del espanto, y ver la reacción.
–¿Cómo reacciona la gente al verte “horrible”?
–¡Le encanta! Bueno, yo escribo determinadas cosas y me di cuenta de que, si yo quiero que me lean un texto, tengo que poner mi cara. Es lo que quiere la gente, la cara.
–¿Qué te pasa con eso de lo que la gente quiere de vos?
–Trato de ser lo más receptiva posible a eso porque a mí me cuesta, ¿viste? Yo vivo tan en mi mundo a veces...
–Bueno, ¡es que tenés mucho mundo propio!
–Jajajaja. Sí. Vivo ahí. Entonces trato realmente de mirar afuera y comprender qué será lo que sueña la gente, lo que quieren, lo que anhelan de mí. No para complacerlos sino para hacerlos felices. Me hace feliz hacer feliz a la gente. Y como no puedo con mi genio, además es importante porque yo sé que, así como los voy a hacer felices, les voy a embocar todo el resto de lo mío también (ríe).
–¿Qué es “todo el resto” tuyo?
–Bueno, mi sobrecarga de información, todo lo que hago, las cosas que comunico. Yo soy intensa y barroca. Tengo mucha carga simbólica, imaginaria, intelectual, todo junto. Entonces, claro, la gente dice “pará, pará”. Hay que aprender a dosificar o a compensar de alguna manera. A mí me atraviesa mucho lo que pienso, lo que siento, lo que hago. Le pongo mucha pasión. Ahora tengo todas las fichas en mi canción. La producción musical es de Piru Sáez y Gonzalo Caparrós. Estoy terminando de editar el videoclip mientras redondeo el espectáculo y defino dónde y cuándo se va a presentar. ¿Querés escucharla? te la voy a mostrar, pero apagá el grabador.
Katja Alemann pone el celular en altavoz y pulsa play. “Escúchala”, ofrece dulcemente como quien entrega un regalo.
Cierra los ojos y se va. Pareciera que Katja ahora está en un lugar apacible que le convoca alegría. Sonríe. Baila con los hombros. Canta. “Esa luz que ves, es solo el brillo de tus ojos. Para amanecer con toda tu sombra iluminada”. La voz se conjuga con el disfrute que transmite su expresión. “Shambhala Shambhala”, repite con una entonación muy suave.
Abre los ojos y vuelve al aquí y ahora del bar del Tigre Boating Club donde retoma la punta del hilo extenso de la charla que mantuvimos. “Es el tema con el que empieza y termina mi espectáculo”, dice.
También nuestra conversación de hoy.
El sol no se refleja más en la superficie del río. El tránsito de las lanchas colectivas apaciguó. Katja se despide y vuelve a su casa a pie, tarareando bajito y, probablemente, pensando en algunas de las cuestiones que reverberan en su cabeza ya despeinada.
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