Interpretó a Fito Páez en su serie y, sin dejar la actuación, explora su costado literario
Iván Hochman reconoce que el músico rosarino es un ejemplo de vida y que, durante el rodaje de El amor después del amor, le entregó su libro
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Cabello con rulos, fisonomía delgada, anteojos redondos y habla pausada y pensante. A primera vista el parecido con Fito Páez es sorprendente. Iván Hochman (29) lo sabe y sonríe cuando se lo dicen. Es el joven que encarnó al músico rosarino en la serie El amor después del amor, que explotó la plataforma de la N en 2023.
Sin duda, a nivel personal, esa interpretación fue la conquista de su propia Copa del mundo. Pero ponderar solo eso sería algo injusto en un currículum extenso, donde se conoce que también participó de una gran cantidad de obras de teatro y se lo destaca como dramaturgo, director de cine, docente y escritor.
“Ivos” –así le gusta que lo llamen– en 2020 publicó su primera novela, ¿Por qué te vas? con la editorial Milena Caserola. En ese libro experimentó una especie de autoficción, a través de un narrador que quiere irse a vivir solo, pero las dudas, los lazos que lo atan a su familia, a su propia historia y sus amigos, sumadas las dificultades económicas, hacen que florezcan algunas inquietudes que el protagonista busca resolver incorporando otras voces de su generación que viven (o vivieron) situaciones similares.
Sin perder el sentido del humor ni el trazo de una escritura honesta, donde asoma la reflexión (El tiempo es un pelotazo en la nariz; Las galletas se me empastan al paladar; Trago té con miel, misericordioso dios de mi cena insignificante; Migas y sorbitos, la soledad) Hochman dio su primer paso como escritor. La novela tuvo buen recorrido, recibió críticas de voces consagradas –Mauricio Kartun, Julián López, entre otros– y distintas lecturas que armaron el camino de esta nueva voz de la literatura argentina que se fue de casa para tocar rocanrol.
“Una vez me leyó un periodista de izquierda y me dijo que era una novela contra los alquileres. No sé si quise escribir eso, pero está buenísimo que aparezcan esas lecturas. Una gran pregunta es cómo irse de la casa de los padres, pero sobre todo cómo empezar a ser uno. Circulan las preguntas sobre la conformación de uno mismo, la configuración de volverse adulto y las elecciones de qué haces con tu tiempo: trabajar, tener amigos, pareja –reconoce–. Aparecen un montón de cosas que se permiten cuando no hay nadie decidiendo por vos”.
El paso del tiempo hizo que el texto llegara a manos de Alfaguara, y a principios de diciembre último salió bajo su sello. Esa escalada de editorial under a una mainstream le dio mayor envión, tanto que fue elegida como parte del Mapa de las Lenguas, una colección que se dedica a descubrir algunos de los mejores autores latinoamericanos contemporáneos. Hochman aún precisa algunos detalles de esta noticia que recibió, mientras intenta que la emoción no lo asalte por completo. “Va a salir en todos los países de habla hispana –anticipa–. Va a ser un lanzamiento transversal que tiene fecha para septiembre”.
Al hablar de literatura se compenetra con algunos autores que lo influenciaron. Va hasta su biblioteca, trae algunos libros e intenta hacer un listado de los nombres más importantes. Reconoce que leer y escribir le cambió la vida. Este presente de escritura, más allá de las diferencias, lo entusiasma al igual que el boom que vivió con la serie de Fito, en la que se le presentó una fama inesperada: un día fue al kiosco de la vuelta de su casa a comprar yerba y el reconocimiento no se hizo esperar.
“Antes que nada, fui lector. Empecé a leer desde muy chico y eso cambió mi configuración del mundo, mi creatividad. Empecé a tener pesadillas, fue muy transformador. También asistí a muchos talleres de escritura en el colegio y siempre escribí –detalla–. Pero cuando terminé el colegio, empecé a estudiar actuación y dirección de cine al mismo tiempo. Me metí más en eso y retomé la escritura cuando terminé la carrera de actuación”.
Centrado en la construcción de la novela y los métodos de trabajo, lo que se configura es la aparición de un narrador que se alimenta de otras voces y de otras experiencias. La operatoria se parece más a una investigación que luego se mueve hacia la ficción. “Aunque después se convirtió en una cosa ficcional, cuando estaba desgrabando dejé todos los errores coloquiales y eso le dio una fluidez bastante viva –describe el proceso–. Es verdad que, al cambiar algunas cosas de lugar, operó como una escritura de ficción, pero el material es de la vida”.
–¿Cómo se transitan los momentos de soledad a los que te lleva la escritura?
–Esa cosa solitaria tiene su contracara en los espacios colectivos que siempre me estimulan mucho. Participar de talleres, clínicas o intercambios o plantear textos en común con otros amigos creadores. También está ese momento más solitario de escritura, pero simplemente porque tal vez es más difícil hacerlo con otras personas. Te podés sentar a escribir en un café o con tu pareja en home office, pero detrás de todos esos pensamientos que van apareciendo se necesita un momento de condensación. Quizás esa parte sea la más difícil y angustiante. La mayoría de los escritores se enfrentan a ese tipo de cosas. Muchas veces estás sentado una hora frente a la compu sin que salga nada. Eso da mucha angustia y ansiedad. La tarea es cómo enfrentarse a eso y poder seguir escribiendo.
Si bien la adolescencia de Hochman transcurrió entre lecturas y escrituras, cuando empezó a estudiar actuación y dirección de cine, su pasión por la literatura quedó en estado de reposo. El regreso a ese mundo fue por un tío interesado en estudiar la Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes (UNA).
“Mi tía me comentó que había una carrera que se llama artes de la escritura y primero le dije que no me iba a anotar, que ya había pasado por varias instituciones. Me contestó que en realidad no era para que la hiciera yo, sino para acompañar a mi tío, Beto (63 años), al que sí le interesaba anotarse, pero le daba pudor ser el único viejo entre todos jóvenes. No quería ir solo. La idea era acompañarlo hasta que se copara y después dejarlo, pero al final me re copé y este año terminamos la carrera los dos –explica–. Así como en su momento, la lectura de Harry Potter me abrió la cabeza, en esta carrera empecé a leer mucha literatura argentina y entendí todo lo que se pierde en las traducciones o lo que aparece nuevo en las traducciones y la urgencia de la lengua castellana”.
Durante la cursada tuvo como profesora a Ana Laura Pérez (editora de Penguin Random House) y tiempo después, ese fue su contacto para tocar las puertas de las grandes editoriales y que se abriera la chance de Alfaguara. Su deseo de conquistar ese terreno fue impulsado por los títulos de su colección, algo que terminó siendo un mapa de lecturas para Hochman. “Es una editorial referente y siempre tuve el deseo de publicar con ellos. En realidad, no me acerqué con este libro, me acerqué con una segunda novela que se llama Años luz que no brillamos –adelanta que puede llegar a salir este año–, es de ciencia ficción. Trata de un viaje intergaláctico de 100 años hacia un planeta que no se sabe si existe, pero que es la única escapatoria posible. Es una historia de un lenguaje roto, simple, más extrañado”.
Pero Hochman, además de conectarse con la escritura, toca la guitarra y el piano, aunque no se considera músico, pero sí destaca la importancia de la música en su vida. Tiene una tía violinista y un tío director de orquesta. En su ecosistema familiar, destaca la influencia de su papá, Gerardo Hochman, quien es director de circo.
“Siempre fue una referencia en el sentido de la puesta en escena –dice–. Mi viejo fue el que inventó el nuevo circo en Argentina, algo que está más ligado a la danza y al teatro. No es un circo clásico –aclara–. No había animales ni payasos”.
Parte de su infancia la pasó colgado de trapecios, haciendo malabares, equilibrio, caminando sobre pelotas. “Era divertidísimo”, dice. Pero nunca terminó de entrar en ese mundo por completo. A pesar de haber estudiado clown y participar de algunos espectáculos que lo llevaron de gira por Latinoamérica, lo suyo no iba por ahí. “No me dediqué a eso porque hay que entrenar el cuerpo como un deportista, pero sí tomé clases de acrobacia y lo usé en muchas obras de teatro”.
Durante los encuentros que Hochman mantuvo con Fito Páez, en los tiempos que se llevaba adelante la filmación de la serie, además de las charlas extendidas que compartieron, aprovechó para llevarle su primera novela, aunque confiesa que nunca recibió una devolución: “Si está leyendo esta nota, ojalá me diga si le gustó”, comenta sonriente. “Fito es una persona muy culta. Tiene mucho conocimiento de música, libros, cine. Siempre entraba la literatura en la charla. Incursionó en todas las áreas como creador”, agrega y reconoce en la figura del autor de El amor después del amor una influencia en todo lo que es su campo creativo.
“A través de los años supo armarse una constelación alrededor, una familia de amor, de amigos, con la que pudo atravesar todo. Porque fue así, le pasó de todo. Para mí eso es un ejemplo de vida –reflexiona acerca del universo Páez–. No alejar a las personas, no distanciarlas, sino permitir que estén ahí para vos y estar ahí para ellos”.
Rodar la serie para Netflix e interpretar al mismísimo Fito fue para Iván un camino de aprendizaje. “Cuando terminé de filmar la serie, antes de que salga, hablando con una de mis maestras de actuación, le dije que haberla hecho me había cambiado la vida y ni siquiera me importaba que se estrenara. Todo eso fue más que nada por atravesar el proceso de filmación, por hacer a una persona real, estudiarlo y encarnar ese dolor que atravesó con tanta luz. Tuve que aprender mucho”.
–¿Para qué te sirvió la literatura?
–Es vital para la existencia placentera en el mundo.
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