Inovidable. Firpo vs. Dempsey: la pelea que estremeció a Nueva York
El libro “100 años de boxeo argentino en 12 combates legendarios” (Aguilar) repasa veladas históricas, como la que unió al argentino con el campeón mundial. Aquí, un extracto
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Las blancas lonas del ring recibieron primero a Firpo, con su bata a cuadros cubriendo esa monumental humanidad coronada por un jopo frondoso y enhiesto.
Dempsey subió después sin su amuleto preferido, un sweater marrón que siempre lo acompañaba. En su lugar vistió un cardigan blanco que solo le cubría los hombros.
Los casi diez centímetros (digamos que fueron nueve, para que el Dante sume otra analogía a su colección) que Firpo le sacaba a Dempsey eran más que visibles, pero aún más lo eran los casi doce kilogramos de ventaja del argentino por sobre el campeón.
Quedaba cada vez menos gente en el ring. Uno de los últimos en bajarse fue el veterano anunciador Joe Humphreys, quien pidiendo ilusamente silencio con gestos ampulosos a la multitud presente procedió a presentar a los boxeadores desde el centro del ring a grito pelado, porque según él, “los micrófonos son para los maricones”.
El rugir de la multitud ahogó el sonar del primer campanazo, y lo que sucedió inmediatamente después hizo que el volumen de ese rugido se multiplicase en un crescendo frenético y agobiante.
Fiel a su estilo, y desestimando la noción de que el campeón tiene que esperar a que el rival ataque primero, Dempsey se lanzó con furia sobre Firpo para inculcarle un temprano respeto al poder de sus puños.
La táctica no podría haber fallado más espectacularmente. Firpo lo recibió con un gesto que rara vez había usado hasta ese día: un paso al costado. Y tras él, un derechazo que le dobló las rodillas a Dempsey y lo divorció momentáneamente de su sentido del equilibrio.
A pesar de que Dempsey no cayó del todo, sus rodillas tocan la lona en lo que en cualquier otro momento de la historia del boxeo hubiese sido declarado una caída, y se transformó en la primera injusticia de la noche al no ser decretada como tal por el réferi Jack Gallagher.
Un grito de angustia se mezcló con el rugido de aliento de fondo ante el estupor del momento. Pero ese grito pronto se convertiría en un aullido de júbilo cuando Dempsey, ya de pie y recuperado luego de mantener amarrado a Firpo durante unos segundos, replicó con un derechazo al cuerpo y envió a Firpo a la lona por primera vez, en una pelea en la que el argentino pasaría casi igual cantidad de tiempo en ellas de bruces que de pie.
Los conteos de protección eran breves, sin la obligación actual de llegar hasta ocho. A la cuenta de tres, Dempsey ya estaba sobre Firpo renovando su castigo y enviándolo al piso nuevamente.
Dos caídas más se suceden rápidamente. Es Firpo ahora quien amarra a Dempsey para tratar de afianzarse y reiniciar su ataque, pero Dempsey se libera para seguir derribando al argentino una y otra vez.
Una cuarta caída pone a Firpo de espaldas en la lona para el conteo más largo hasta ese momento. Revolcándose dolorido y con los brazos extendidos, Firpo parece liquidado. La pelea no lleva mucho más de un minuto, y el deseo de Rickard de que el combate se extienda lo suficiente como para que la multitud se entretenga parece estar en peligro de no cumplirse.
A veces hay que cuidarse de pedir cosas que a la postre terminan cumpliéndose, mi estimado Tex.
Malherido, Firpo se reconcilia con la verticalidad y vuelve a ponerse de pie justo ante la cuenta de nueve, mientras Dempsey revolotea a centímetros de distancia, listo para hacer leña del árbol caído. La quinta caída es casi un accidente, con Firpo tocando la lona con sus guantes y recuperado de inmediato.
Es con ese envión de su salto hacia la posición erecta que Firpo conecta un par de manos potentes ante un Dempsey enceguecido por la posibilidad de terminar la faena de manera aplastante. El campeón no tarda en recuperar la iniciativa y vuelve a derribar a Firpo dos veces más con soberbios mazazos al mentón.
Con siete caídas en menos de dos minutos, este combate hubiese terminado dos veces en cualquier otra era de este deporte. Pero aquí estamos surfeando la ardiente sopa de hidrógeno caldeado inmediatamente posterior al big bang del boxeo. Territorio inexplorado, con reglas en pleno desarrollo, a falta de mayores referentes.
Una de esas reglas estaba a punto de ser puesta a prueba de manera categórica. Y aún hoy, con los planetas del universo boxístico ya formados y en predecible y prolija órbita, los ecos de aquella caída siguen reverberando en las olas gravitatorias de aquel tremendo e histórico momento.
* * *
La caída de Dempsey terminó sobre la máquina de escribir del periodista Jack Lawrence.
El estupor general dejó sin palabras a todas las demás máquinas de escribir, y ahogó un grito de pavor en la multitud.
El gran Jack Dempsey, campeón mundial indiscutido de peso completo, había salido volando por entre las cuerdas tras una serie de monstruosos derechazos de Firpo, que se fueron acumulando uno sobre otro con la potencia de un ariete abriendo un hueco en una muralla.
El golpe que depositó a Dempsey del otro lado de las sogas cumplió así, al menos parcialmente, con la profecía de su ejecutor de derribar al campeón aun con una sola mano sana, ayudado apenas por un par de zurdas tímidas y sin mayor efecto.
Junto a Perry Grogan, telegrafista de Western Union asignado a la transmisión del evento, Lawrence empujó a Dempsey nuevamente hacia la falda del ring. En el esfuerzo, el juez Kid McFarland se ligó un golpe accidental en el ojo que, en otro combate, le hubiese impedido hacer su trabajo.
El momento en que Dempsey salió despedido entre las cuerdas dio comienzo a un histórico debate en el que los cronómetros, la velocidad de la filmación en aquellos días, los conflictivos testimonios de los presentes y los mitos populares se entrelazaron para dar vida a una novela que trascendió, al igual que la humanidad de Dempsey en ese instante, los límites del ring en aquella noche neoyorquina y en el futuro.
Un argumento indica que los pies de Dempsey nunca dejaron de estar en contacto con la lona del ring, a pesar de que ese contacto fue en el lado externo del ensogado.
Otro argumento es que las sogas estaban flojas, algo común en la época, y que eso facilitó la salida de Dempsey hacia el ringside.
Hay quienes argumentan aún hoy, sin sustento comprobable alguno, que la versión final de la filmación difundida posteriormente fue editada para que los más de catorce segundos que pasó Dempsey fuera del ring se redujeran a nueve, en una versión que Alighieri y Barolo hubiesen aceptado de muy buen grado.
La regla de diez segundos para ponerse de pie estaba suplementada también por una regla que otorgaba veinte segundos para regresar al ring, en caso de una caída hacia el exterior. Dempsey no estuvo más de quince segundos fuera del ring, pero esa misma regla indicaba que el regreso debía realizarse sin asistencia externa alguna, lo cual no fue así en este caso.
El debate es fútil, pero la certeza es una sola: durante al menos nueve segundos, un argentino, el primero en calzarse los guantes para desafiar a un campeón mundial, se plantó solo sobre el ring, y fueron solamente unos breves momentos y la falta de reglas claras lo que lo separaron de la gloria eterna.
No sería la última vez en la historia que ese coqueteo con la inmortalidad quedaría inconcluso para un deportista argentino.
* * *
El regreso de Dempsey al cuadrilátero puso fin al primer asalto más salvaje de la historia.
Para cuando sonó la campana dando inicio al segundo round, un par de cosas más ya habían volado fuera del ring.
Las críticas a Dempsey por evitar ir a la guerra fue una de ellas. Pasarían muchos años antes de que sus coterráneos lo perdonaran por esa supuesta muestra de cobardía, pero la mayoría de ellos se lamentaron por no haberlo tenido a Dempsey en sus trincheras durante ese conflicto luego de verlo arremeter ante Firpo.
En el rincón de Firpo voló por los aires el prolijo libro de fotografías enviado por su amigo Félix Bunge desde Buenos Aires, en el que ilustraba a través del uso de dos actores los diferentes golpes y tácticas que Firpo debía usar ante Dempsey.
Las apuestas ya estaban cerradas, pero el favoritismo de tres a uno para Dempsey también voló por los aires, aun cuando la apuesta unánime era que la pelea jamás llegaría al final pactado a 15 asaltos.
Con las reglas actuales, Dempsey hubiese triunfado en menos de un minuto. Suspendiendo el uso de la regla de tres caídas, Dempsey hubiese quizás sufrido un descuento de un punto por ser ayudado a subir al ring, y luego hubiese ganado el combate. Las sales que se usaron para resucitar a Dempsey durante el único minuto de descanso del combate también serían ilegales con el tiempo.
Los escenarios posibles fueron muchos, y la combinación de reglas soslayadas, creadas u olvidadas para ese combate sigue siendo motivo de polémica, un siglo después.
Lo que nadie cuestiona es el arrojo de ambos contendientes, quienes entendieron como nadie todo lo que estaba en juego en esa noche bajo las estrellas neoyorquinas, y dejaron una actuación histórica que sigue dando que hablar.
Con la espalda cortada por las teclas de la máquina de escribir sobre la que aterrizó, con el cerebro sacudido por los golpes, y con su destino en juego, Dempsey puso en orden su cabeza y logró reordenar su ataque para derribar a Firpo un par de veces más, logrando defender su título mundial de la manera más contundente y sin dejar dudas.
Tras la última caída, y en un momento que emana cantidades similares de caballerosidad y de culpa, Dempsey se acerca a Firpo a ayudarlo a levantarse de la lona luego de que se decretara el nocaut.
Ausente en el cuadro del momento estuvo el réferi, Jack Gallagher, quien luego admitiría su favoritismo hacia Dempsey afirmando que “si por mí fuese, el título de peso pesado jamás saldría de los Estados Unidos”. Sus dichos le valieron la repulsa general de propios y ajenos, y ese rechazo sumado al sentimiento de culpa por las tropelías de esa noche le pesaría como un tormento insostenible para impulsarlo al suicidio unos años después.
Firpo regresaría luego a la Argentina cubierto de gloria aun en la derrota, transformándose en millonario hacendado, no sin antes inaugurar formalmente el boxeo profesional en su país al recibir la licencia número uno en la historia de ese deporte.
“Si hubiesen peleado en una balsa en medio del río, Luis Ángel Firpo hubiese derrotado a Jack Dempsey para transformarse en el campeón mundial de peso pesado”, observó años después el genial periodista Bert Randolph Sugar. Las pocas o muchas reglas, y las diferencias en su observación en aquel momento, conspiraron para que Firpo regrese a Argentina con el manto del “vencedor moral” como único premio.
Serían muchos los que lo sucederían en ocupar ese indeseado espacio a lo largo de los años.
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