Imposible de callar. Javier Milei, o cómo La Libertad Avanza en busca de una masculinidad perdida
El candidato libertario busca producir un show de hombría, pero, a diferencia de Menem, en él lo masculino nunca pasa por la seducción: su vehículo es la violencia
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Hay que admitir que Javier Milei pone un show completo: a un punto tal que volver visible la teatralidad ya es parte de su marca. Lo vemos en el maquillaje notorio de su papada (una raya oscura que busca degollar la grasa del cuello), en la motosierra de utilería, en la gente que se disfraza de león en sus actos. En LLA, el disfraz es la forma más auténtica del ser: por eso la cosplayer a cargo del maquillaje y el retoque del “Peluca” también funciona como ideóloga y candidata a diputada. Cuidadoso al posar ante la cámara (siempre está tapándose el cuerpo con algo), Milei ha mostrado un rango de voz digno de una soprano spinto: puede ir del grito desaforado (contra JxC, el Papa, o los medios) a la voz susurrada, casi melosa, cuando le preguntan por la casta sindical de Moyano y Barrionuevo. También es parte del show que, como una diva de tevé, Milei pretenda elegir con quién comparte o no un programa de tele. Es lo que haría una señora establecida del medio, como Mirtha. No se le ocurre que, en un candidato liberal, la posición liberal es aceptar que cada cual tenga su idea sobre las cosas, y que lo normal sea discutirlas. Porque es precisamente en el show donde Milei exhibe su verdad: él no es liberal, es un autócrata. Para Milei, como para Cristina Kirchner, el mundo se divide entre enemigos y súbditos. El show Milei también sigue un guion: copar la agenda pública a fuerza de escándalos, como prescribe Steve Bannon, el gurú de medios de Trump.
Pero por debajo de la obviedad del show tiene lugar la parte más interesante del fenómeno Milei. El bramido subterráneo, subliminal, que conecta las bases juveniles de LLA: el lugar donde Milei las refleja, las acaricia y las eleva. Mirémoslo de cerca: todo en Milei busca producir un show de hombría, de una masculinidad desatada, salvaje, rústica. Es Milei agitando la motosierra, como Bolsonaro había agitado una ametralladora ante una multitud. Pero los Bolsonaro eran un emporio de testosterona: además de papá Bolsonaro y sus hijos varones (todos políticos), estaba el apuesto Eduardo, récord histórico de votos en San Pablo, que no paraba de filmarse entrenando en el gimnasio. En una selfie especialmente polémica, Eduardo sonríe con una camiseta ceñida que aludía a la dictadura brasilera, que había torturado a Dilma. Fierros, músculos y ditadura: la marca Bolsonaro impostaba al macho brasileño que soñaba con resurgir y aplastar a la decadencia del PT. El joven chongo muscular de derecha, que frena y castiga a la debilidad y la corrupción “zurda”.
Por supuesto, Milei tiene sus limitaciones, y así como Argentina no es Brasil, los pichichos Murray y Lucas están muy lejos de generar el torrente de masculinidad pura y dura de los Bolso boys. Lejos de reproducir el ideal físico del macho contemporáneo, hasta ahora Milei se concentró en que la fantasía de la testosterona fluya de su violencia verbal (en Brasil, Milei hubiera tenido que resignarse a seguir armándole los excels a Eurnekian). Con elementos más pobres, Milei produce escenas cavernarias, que son el ersatz de un despliegue de testosterona: ante una bomba sexy como Sol Pérez, un hombre seguro de sí mismo hubiera buscado crear una complicidad, caerle en gracia, no se hubiera puesto a gritarle hasta hacerla llorar. A diferencia de Menem, en Milei lo masculino nunca pasa por la seducción: su vehículo es la violencia. Si lo macho es corto, bienvenido sea el machismo.
Por eso fue muy interesante la foto que Fátima Florez publicó en su Instagram. Un acolchado violeta con dos manchas que se rozan: casi un test de Rorscharch de la psicología de Milei. Recapitulemos: Fátima es, según las declaraciones esporádicas de ambos en los medios, la novia de Javier. La noche de las PASO, Milei habló de “540″; “ya van a ver”, dijo, relamiéndose en su misterio. Días después, mientras exponía en un foro económico y como quien no quiere la cosa, diría que “540″ quiere decir 180 grados por tres, porque él quiere dar un giro de 180 grados al país, en tres generaciones (su aritmética elemental es otro test de nivel). El 17 de agosto Milei se declaró enamorado, y fue su debut en la prensa rosa: el segmento de la atención que le es más esquivo, las señoras que miran tele a la tarde. Ese mismo día circuló incluso una nota de que su hermana Karina estaba “celosa” y “furiosa”; laberinto de pasiones a la Milei. Pero luego pasó un mes, y nunca se vio a los tortolitos juntos. Ni sonriendo junto a una pizza con champán (flash de menemato), ni una cerveza al atardecer.
Lo que sí hubo fue otro tipo de foto, característica de la estrategia de redes de Milei. Se ve un acolchado violeta con dos manchas, con una mano recortada: no llega a ser una puesta en escena, es una anti-escena. Diligente, el militante twittero “Traductor” pasó a traducir la foto: “chicos, no saben lo que es un squirt?”. Los seguidores lo saben: “squirt” es una categoría muy popular de la pornografía online. Según la traducción militante, “Vaca Mala” habría entrado en acción y Fátima habría aportado sus secreciones al catálogo porno-subliminal de la campaña de Milei. Como establece el manual de Bannon, lo que pasa en las redes luego se expande en la televisión abierta. En efecto, al día siguiente Fátima fue a Showmatch, para decir que se derramó té inglés sobre el acolchado; como establece la post verdad, poco importa que algo sea verdad o mentira, sólo que hablen. Los jurados la miran circunspectos, Ángel de Brito baja la vista; sólo Moria Casán, la suegra de Massa, sonríe embelesada. En un momento hace un chiste y dice “a mí me gusta Milei”, pero para decirlo lo hace disfrazada de otra (de Marixa Balli). En el mondo Milei, la única verdad es la realidad, pero del disfraz.
Milei no busca establecer una narración coherente: actúa con golpes de rating. Que exista o no el amorío no es la cuestión: lo interesante es que Milei necesita narrar el romance no tanto para convencer a las mujeres de que él es un tipo normal; lo necesita para contener a la tropa propia. Para asegurarles que no hay nada “raro” en él, como los “medios enemigos” parecen deslizar al preguntarse por los altibajos bizarros de su personalidad. Que los perros sean sus hijos, ok; que sean sus mejores consejeros, vaya y pase; que los perros muertos le hablen, en fin. Pero Milei sabe que “la normalidad” de su sexualidad es lo que no puede ponerse en duda jamás: porque su proyecto (y su campaña) se organizan como la restauración del “orden macho”. Qué pasaría si los muchachos que lo siguen llegan a hacerse preguntas cándidas: ¿cómo puede ser que un hombre tan genial, tan inteligente como Milei, no tenga mil minas? ¿O por lo menos una de verdad?
Lo subliminal es la clave de una campaña que se basa en instalar cosas (dolarización, casta, etc), sin importar si son reales o practicables. Una estrategia de martillo que es interesante comparar con la estrategia digital, derrotada, de Horacio Rodríguez Larreta. La campaña de Horacio presentaba una serie infinita de Horacios: Horacio surfer, Horacio swiftie, Horacio folklórico. Un catálogo de Horacios, donde Horacio buscaba replicar a cada persona, como si él mismo fuera un Aleph capaz de contenerlos a todos. Horacio como una superficie cuidada, amigable: un Horacio que es pura positividad, user friendly como un iPhone. Por el contrario, Milei conquistó las redes porque se monta sobre todo lo trash, el clickbait, las fuerzas oscuras de lo viral: lo cavernario, lo pornográfico, los videos editados con muchas mayúsculas, que sólo presentan ediciones amigables al líder. Todo tiene un aspecto rugoso, que viene a ser “más real” en tanto desagradable y sórdido: como el acolchado manchado.
Lo que genera cohesión en las bases juveniles de LLA es una promesa de restauración de un orden viril, en el que sean protagonistas. Contra el gobierno de Alberto, que los encerró, los mató a impuestos y cepo, para poner el DNI no binario, hacer talleres para hablar con la “e”, y que las Victorias Dondas del mundo sean las capitanas de un feminismo corrupto y partidario. Es el pacto tribal que establece con sus seguidores: y Milei quiere ser ese músculo de esa venganza. Una venganza fantasmal, que no es de clase, si no de humillados en contra de los últimos beneficiados por el sistema (la comunidad LGTBQ, las mujeres, etc). Su voto es transversal porque la venganza lo es. Milei quiere ser la cabeza priápica de una supuesta revolución peneana, que nunca “afloja”: quiere liderar un liberalismo gonadal que restablezca los valores de una masculinidad amenazada por el avance de la diversidad y el feminismo percibidos como una agresión a las leyes naturales. Son las piruetas que enfrenta un supuesto liberal que, si fuera realmente liberal, no tendría problema en “respetar el proyecto de vida” del prójimo y abrazar la diversidad.
O acaso, esa revolución peneana sólo sea la máscara de otra verdad, y detrás de la arenga macha lo que haya sea una mujer, Victoria Villarruel, que sí está dispuesta a encarar una revancha. Que no necesita ponerse camisetas ajustadas para juguetear con la libido de la dictadura, como hacía Eduardo Bolsonaro, porque ella sí se siente avalada por décadas de resentimiento contra todos y cada uno de esos triunfos simbólicos de “izquierda”, de un liberalismo que considera despreciable, porque los ve inextricablemente unidos a las victorias pírricas de la subversión.