La tesis de Sir Geoff Mulgan postula que sufrimos una alarmante falta de imaginación política y que los humanos la tenemos difícil para imaginar un futuro mejor
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Hace rato que la imaginación no estaba en el centro del debate público. Tal vez su último hit fue en los 70 con la canción de John Lennon. En los últimos tiempos parecía un concepto ingenuo, demodé, relegado a las clases de plástica.
La imaginación como aspiración, como sueño, fue desplazada por la más prosaica “creatividad”. Pero el auge de la inteligencia artificial puso a la imaginación otra vez en medio de la escena, entre las huelgas de los guionistas de Hollywood y los temores existenciales por la capacidad de las máquinas para soñar nuestro futuro.
Tal vez lo más novedoso, sin embargo, no es que la tecnología empiece a imaginar, sino que los humanos dejemos de hacerlo. La semana última conocí a Sir Geoff Mulgan, ex director de políticas del gobierno de Tony Blair y de NESTA, la organización dedicada a la innovación pública en Gran Bretaña.
Lo entrevisté para el podcast Meet the Influectuals que producimos en Sociopúblico. Mulgan está presentando su último libro, Another World is Possible, aún no traducido al español, en el que plantea que nuestra imaginación está frita, muerta, caput: sufrimos una alarmante falta de imaginación política.
Acechados por las guerras, el desastre climático, las distopías tecnológicas y los escenarios electorales que asustan –como es el caso de la Argentina–, los humanos la tenemos difícil para imaginar un futuro mejor.
La tesis de Mulgan está basada en muchas evidencias, pero una es especialmente escalofriante. Una investigación de lingüistas y científicos cognitivos estudió 14 millones de libros publicados en los últimos 125 años en inglés, español y alemán, en busca de formulaciones que la ciencia considera síntomas de depresión, como las magnificaciones o el catastrofismo.
Estas señales se mantuvieron estables en los textos publicados durante décadas, incluso durante las guerras y los cracks financieros (con la excepción de un aumento en las señales negativas en los libros en alemán luego de la Segunda Guerra Mundial) Sin embargo, aumentaron al unísono, en todos los idiomas y de forma empinada, a partir del 2000. Esa es la crisis de imaginación que señala Mulgan: un profundo tinte negativo en las historias que nos contamos.
Un paper publicado hace tres semanas en Frontiers mostró que cuando un robot nos secunda, los humanos tendemos a bajar la guardia, relajarnos y hacer peor nuestro trabajo.
A los humanos siempre nos costó imaginar cambios sociales y políticos. Es mucho más fácil profetizar sobre cosas que sobre personas. Por eso, el futuro siempre se pensó con autos voladores antes que con diversidad de género u otras transformaciones en los vínculos personales.
Mulgan señala que, sin embargo, a lo largo de la historia los humanos demostramos tener una imaginación política fructífera. Un buen ejemplo es el concepto de derechos humanos, que nació en el siglo XVII, se consagró en la declaración de las Naciones Unidas, y se fue expandiendo con el tiempo a los derechos de los niños, los animales y, tal vez pronto, los robots.
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— sociopúblico (@sociopublico) October 18, 2023
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Mulgan llama a estos casos “ideas generativas”, por lo prolíficas que resultan. Algunas que intuye para el futuro son la asignación de una cuota de carbono para que cada uno administre su contaminación permitida. O una nueva forma de propiedad de la información personal que nos permita decidir (y comerciar) con cada dato o imagen sobre nosotros.
La inteligencia artificial puede ayudarnos a despertar la imaginación. Después de todo, muchos investigadores y artistas dialogan con asistentes virtuales para expandir sus horizontes. Pero, a la vez, un paper publicado hace tres semanas en Frontiers mostró que cuando un robot nos secunda, los humanos tendemos a bajar la guardia, relajarnos y hacer peor nuestro trabajo.
Es probable que la imaginación nos necesite más alertas. Las buenas ideas escasean; hay que estar despiertos para cazarlas.
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