Icono de los 90: una vida escondida entre el día y la noche
Durante el día, era un chico andrógino sumergido en los libros, que curaba caries en sus prácticas de odontólogo; al anochecer, Cris Miró se volvía chica estable de los boliches gays aledaños a la avenida Santa Fe
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De día era Gerardo, el hijo que estaba en los planes de Hilda y Esteban Virgues: un estudiante de Odontología que arreglaba sus primeras caries y tenía moldes de dentaduras en el escritorio de su cuarto. Cuando caía el sol, era Cris, una espigada Rita Hayworth de las Pampas, la sirena más intrigante que conoció la noche porteña de los 90. Fue ella quien llegó en bicicleta al Teatro Maipo, un jueves de 1994, y deslumbró en una audición a un jurado de notables revisteriles de la época. Así se convirtió oficialmente en Cris Miró, la primera vedette trans del teatro argentino y, poco tiempo más tarde, en una auténtica sex symbol.
Esa epopeya, en años en que la comunidad LGBT era estigmatizada y criminalizada, se narra en la serie Ella, que se estrenó el domingo pasado en TNT y Flow. La biopic se basa en una investigación luminosa, el libro Hembra. Cris Miró: vivir y morir en un país de machos, del periodista Carlos Sanzol.
Cuentan quienes conocieron a Cris Miró en persona que, al verla por primera vez, el impacto era inmediato. Alta e inalcanzable, dueña de un aura distinguida y sensual, encandiló a Martín Vatenberg –director de Ella– cuando tenía apenas ocho años.
Ya a esa edad, Vatenberg estaba rodeado de celebridades por ser nieto de Cipe Fridman, una legendaria productora y representante de artistas como Enrique Pinti, Nélida Lobato, Palito Ortega y Antonio Gasalla. El director evoca cenas interminables en el restaurante Edelweiss, en las que también estaba presente Juanito Belmonte, acaso el gran descubridor de Cris Miró.
El día que Vatenberg tuvo enfrente a Cris, en el hall del Maipo, quedó marcado para siempre. “Fue una imagen muy impactante”, dice. La recuerda altísima, lejana como una esfinge, etérea, con un vestido negro y largo hasta el suelo. No podía parar de mirarla. “Ese aura me quedó”, explica.
Pasaron los años e, incluso después de la muerte de Cris, ese aura siguió generando ecos en la cabeza de Vatenberg. Repasó sus apariciones en los medios, los inoxidables videos de YouTube y los relatos de su épica sufrida y tremendamente honesta. Como la vez que Mirtha Legrand la entrevistó en su programa y generó este diálogo (transcripto en el libro de Sanzol).
–Mirtha Legrand (ML): No sé, mi amor, cómo tratarte
–Cris Miró (CM): ¿Por qué?
–ML: Y no sé: señorita, señor... ¿Votaste, no?
–CM: Por supuesto
–ML: ¿Y en qué mesa? ¿Votaste en mesa de caballeros?
–CM: Sí
–ML: Claro... Y, ¿cuál es tu verdadero nombre? ¿Querés decirlo?
–CM: Mi verdadero nombre es el que siento. Y el que quiero, que es Cris Miró.
Pasó más tiempo hasta que, durante la pandemia, Vatenberg tuvo en sus manos el libro de Sanzol y un timbre sonó fuerte en su memoria, como si se hubiera abierto un portal que lo llevó directamente a ese encuentro en el hall del Maipo.
–¿Qué te decidió a filmar su historia?
–Creo que es una historia de superación, que puede inspirar a muchas personas. Pienso que esta serie va a permitirle a la gente conocer un poco más de Cris antes de que se convirtiera en Cris Miró, en una época en que las mujeres trans no podían circular libremente por la calle porque eran detenidas por la Policía.
–Ese desdoblamiento de su personalidad entre el día y la noche debe haber sido difícil de contar...
–Pasa que Cris no podía ser Cris Miró las 24 horas del día. Tenía que desdoblarse y llevar una vida separada o escondida entre el día y la noche. Porque era una diosa en el under, en los boliches de la escena porteña, pero tenía que ir con su bolsito, vestida con ropa masculina y cambiarse, y luego descambiarse otra vez.
–¿Cuál es para vos el legado de Cris Miró?
–Es algo de lo que he hablado mucho con Mina (la actriz Mina Serrano es quien interpreta a Cris Miró en la serie). Y en lo que coincidimos es que Cris se relacionó con el mundo desde una certeza, desde la inteligencia, desde la templanza. En una sociedad hostil hacia las personas trans, se vinculó desde la acción, con una actitud empática y revolucionaria que le abrió caminos a un montón de gente.
–¿Una abre caminos?
–Sin dudas. Pensemos en la cantidad de mujeres trans que trabajan hoy en el mundo del espectáculo y en otros ámbitos, desde artistas visuales hasta pilotos de avión. Hay personas trans ganando espacios y creo que Cris fue la primera en legitimar esos espacios, solo por ocuparlos, por el hecho de estar. En los 90 las mujeres trans eran tratadas en los medios como fenómenos de circo, siempre ligadas a cuestiones problemáticas, a la marginalidad. Entonces Cris apareció para decir: “yo puedo ocupar un espacio y lo puedo hacer bien. Yo no soy un fenómeno de circo, no soy una delincuente”.
Construir la identidad
“El país se preparaba para vivir una fiesta primermundista con el cotillón harapiento del subdesarrollo”. Así describe Sanzol a la década que vio brillar y morir a Cris Miró, en una carrera meteórica que duró solo cuatro años, desde su debut en el teatro, en 1995, hasta su temprana muerte en 1999.
Sanzol es periodista del diario la nacion. Nació en Bragado (provincia de Buenos Aires) y vivió en Cutral Co (Neuquén) y Mendoza. Se mudó varias veces porque su papá era piloto aéreo de YPF y transportaba al personal de la empresa. Pero fue en Mendoza, en plena adolescencia, cuando el periodista tuvo su primer encuentro con Cris Miró. Y le pasó algo parecido a lo que contó Vatenberg:
“Yo tenía 16 años cuando la vi por primera vez. No reparó en mí, un adolescente que estaba con unos amigos jugando a ser grandes en una discoteca de la ciudad de Mendoza. Pero yo sí, en ella. Recuerdo que llevaba un top y una minifalda negra y estaba montada sobre unas botas que la elevaban aún más de su metro ochenta y cinco. Quedé impactado. Abrumado. Desconcertado. Y sentí una admiración profunda, genuina. Admiré su valentía de poder ser ella misma en público y de vivir ese deseo que le quemaba por dentro”, escribe Sanzol en su investigación.
El periodista tenía 31 años cuando empezó a coquetear con la idea de escribir un libro. Estrenaba la crisis de los treinta y, en 2010, se interesó por el tema de la construcción de la identidad. “Todavía no se hablaba de la ley de identidad de género y recién se había aprobado la ley de matrimonio igualitario”, recuerda.
Estaba trabajando como redactor en el suplemento Espectáculos de LA NACION y propuso escribir una nota sobre “las vedettes de ahora y las de antes”, en un momento en que había pica entre una o varias de ellas. En el proceso de escritura del artículo, su editor de entonces le sugirió: “falta Cris Miró” (entre las vedettes “de antes”). “Ahí mismo decidí hacer un viaje a los noventa, a mi propia adolescencia; y de inmediato me vino Cris”, cuenta.
Ninguna vida se puede resumir en un par de párrafos, menos aún la insondable vida de Cris Miró. Pero si hubiera que hacer el intento, se podría decir algo así: fruto de la unión de una ama de casa santafesina y un mecánico de la Armada (que después fue guardia de seguridad y taxista), Gerardo Elías Virgues nació el 16 de septiembre de 1965 en una casa de clase media del barrio de Coghlan, en la Ciudad de Buenos Aires.
En la familia siempre resultaba inquietante, incluso peligroso, el hecho de que Cris no hiciera las mismas cosas que los chicos de su edad. Su hermano Esteban funcionaba como una suerte de vehículo para encauzar a Cris. Básicamente, lo llevó un par de veces a jugar al fútbol para que “se hiciera hombre”.
Años más tarde lo enviaron incluso a una sexóloga, para que le explicara a Cris qué era ser un hombre y que tenía que buscar a una mujer. El tiro les salió mal: la sexóloga le dijo a Cris que tenía que descubrir quién era realmente.
Como dice una canción del grupo de rock No te va a gustar: “La piel se cambia sola. No espera a nadie, ni a nada. La decisión equivocada puede transformarse en ley”.
Cris y Esteban fueron a la universidad. Esteban se recibió de médico oftalmólogo (actualmente es jefe del servicio de Oftalmología del Hospital Rivadavia) y Cris avanzó en la carrera de Odontología de la Universidad de Buenos Aires.
“En un momento, los padres dejaron fluir a Cris, porque ya habían intentado absolutamente todo. Y ella empezó a tener una doble vida”, afirma Sanzol. Durante el día, era un chico andrógino sumergido en los libros, que curaba caries en sus prácticas de odontólogo. Al anochecer, se volvía chica estable de los boliches gays aledaños a la avenida Santa Fe: Line, Contramano, Área o Bunker.
Hasta que una noche, los planetas se alinearon en la vida de Cris: en el boliche Gaysoline, de Moria Casán, un tal Juanito Belmonte –histórico representante de artistas– la vio bailar y quedó extasiado. Tal es así que la invitó a audicionar en el Maipo, el reducto que durante décadas vio pasar a las mujeres más exuberantes y plumíferas del país.
Cris llegó al Teatro Maipo en bicicleta, vestida como un chico, e hizo la audición tapándose solamente con una pequeña toalla. Sentado en el auditorio, al lado de Belmonte, el representante Lino Patalano también quedó en shock. Nacía una estrella. Era el bautismo de fuego. “Desde ese momento, en sus cuatro años de trayectoria pública, ella instauró un discurso muy adelantado a su época, una defensa de la identidad”, analiza Sanzol.
–Cuando Mirtha Legrand le pregunta si es “señorita o señor”, ella contesta que su verdadero nombre es el que siente. Es una respuesta totalmente disruptiva en plena década de los 90...
–Si te ponés a pensar, es el mismo discurso que se usa hoy, que aparece en la Ley de Identidad de Género, que es el concepto de “identidad autopercibida”. Treinta años atrás, sin haber leído nada sobre teoría de género, ella le respondía eso a Mirtha.
–¿Cuál es la virtud que más te emociona de Cris Miró?
–Lo que siempre valoré de la figura de Cris es su sentido de la libertad. Es decir: “yo hago lo que quiero, lo que deseo, sin molestar a nadie, a pesar de todo”; su valentía para salir a la calle, en un contexto en el que te detenían por ser un hombre vestido de mujer. De hecho, el inciso F del edicto policial “Escándalo” implicaba poder ser arrestado de seis a veintiún días por vestir ropas del sexo opuesto.
–¿Ella tuvo un gran amor?
–Cris era una persona completamente magnética, a la que le gustaba seducir. Los hombres caían rendidos a sus pies, en algún punto los doblegaba. Tuvo un gran amor que se llamó Pablo, que la acompañó durante un tiempo, hasta que rompieron y él se fue a vivir a Miami.
Tal vez una de las mejores anécdotas que narra Sanzol –y que pinta la faceta de seductora empedernida de Cris– es la que cuenta la actriz Esther Goris, que en la década de los 90 era un verdadero símbolo de belleza femenina.
Goris recuerda la vez que, al entrar a un restaurante, se vio abordada por un grupo de hombres que querían su autógrafo. Nada fuera de lo común, hasta que ingresó al lugar la mismísima Cris Miró. En solo unos segundos, todos fueron a su encuentro. Goris se quedó con la lapicera en la mano, firmando en el aire. Las abejas se habían mudado a un panal más fascinante.
Los últimos pasos de la vida de Cris, asediada y tomada por el HIV, pueden resumirse en una de las mejores frases del libro de Sanzol (y también una de las más tristes): “Era una cenicienta trans que empezaba a vivir un cuento de hadas heterosexual, pero que no iba a tener un final feliz...”.
Su legado, sin embargo, habrá servido para que muchas personas descubran y vivan libremente su propia identidad.
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