Héctor Olivera: “Me duele el país porque no lo voy a ver mejor”
El cineasta se volcó a la literatura para narrar su vida y abordar temas polémicos que desnudan a la Argentina a través de la ficción
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Tras una vida de títulos trascendentales de la cinematografía nacional, como director y productor, al pasar la barrera de los noventa años, Héctor Olivera, lejos de retirarse a cuarteles de invierno, encontró un nuevo filón en la literatura: primero con su novelada autobiografía, llena de revelaciones audaces, que tituló Fabricante de sueños y, recientemente, con su primera novela propiamente dicha, La conquista de Carmen y las quince mil leguas, una obra de ficción que también se las trae ya que se mete con temas polémicos, como la sexualidad femenina en medio de los malones y fortines en la segunda mitad del siglo XIX y, colateralmente, con el papel de Julio Argentino Roca y los prolegómenos de lo que dio en llamarse la “Conquista del desierto”.
Director de títulos políticamente jugados como La Patagonia rebelde, La noche de los lápices y El caso María Soledad, su retiro del cine no fue debido a su avanzada edad ni por sus problemas oculares –sufre actualmente maculopatía y fotofobia, que le han reducido sensiblemente la visión–, sino mucho antes por problemas financieros y de variado tenor que determinaron el cierre de Aries, el célebre sello con el que, junto a Fernando Ayala durante medio siglo, surtieron al cine argentino de films memorables y éxitos muy taquilleros como los protagonizados por Jorge Porcel y Alberto Olmedo.
–Pasaste de un trabajo muy visual y con mucha gente a cargo, a uno solitario y ligado a la escritura, que tampoco te era del todo ajeno porque para tus películas trabajaste mucho en los guiones, pero ¿cómo fue esa transformación en cierto sentido dramática al estar vos solo con tu pluma?
–Los rodajes eran algo deseable para mí porque me encantaba filmar como director, pero eran dos meses al año. Por lo tanto, mi mundo tampoco era entonces de mucha gente. Preparar una película es imaginarla, desarrollar la idea en un par de carillas; luego viene escribir el argumento en unas 30 para terminar en un guion de entre 120 y 150 páginas. Era un trabajo muy parecido a escribir una novela, con la diferencia que esta es mucho más descriptiva y en los guiones las situaciones se definen con dos o tres palabras.
–Todo lo que antes disponías para decorados y utilería ahora lo convertís en palabras...
–Claro.
–Ya vamos a hablar de La conquista de Carmen y las quince mil leguas, pero antes contame cuándo empezaste a escribir Fabricante de sueños, tu autobiografía.
–Nació un día en que estaba con mis tres hijos varones y yo les decía que tenía una anécdota para contarles y uno me dijo casi como un reproche: “¿¿¿Otra anécdota, papá???”. Les conté entonces que un hijo de Gabriel García Márquez había hecho un comentario similar, como marcándole que era una cosa de viejos y él dijo: “Si yo no fuera anecdotista no hubiera escrito Cien años de soledad”. Salvando las distancias, yo no hubiese escrito la cantidad de guiones que escribí.
–Y sin anécdotas, ¿de qué hablaríamos?
–¡Además!
–Fabricante de sueños es una autobiografía particular, muy novelada.
–Sí, mucha gente me lo ha comentado. Transmito mis experiencias desde 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. A los argentinos no les importó mucho cuando Hitler invadió Polonia, pero sí cuando entró en París el 13 de julio de 1940. Vivía en una casa grande en Olivos con mi abuela y mis tíos. Tenía nueve años y al llegar del colegio, los encontré al lado del combinado escuchando en la radio que las tropas nazis habían entrado en París. Ese día, esa sociedad que no se había alarmado con el ataque a Polonia sufrió muchísimo y en mi casa en particular, porque mi abuela era hija de una francesa. Ahí nació el antifascismo, el antiperonismo, el antimenemismo y el antikirchnerismo (se ríe). Ahí quedaron los genes marcados.
–Ya que vos mismo hiciste varios saltos temporales aprovecho para preguntarte ¿cómo ves a la Argentina de hoy?
–Desastrosa. Mal, muy mal. Me duele porque a mi edad no la voy a ver mejor, que es lo que más deseo.
–Pero eso de “desastrosa” lo debés haber dicho varias veces en tu vida. No sería una novedad...
–Hemos tenido momentos críticos, pero no eran sucios, roñosos como son ahora. El cristinismo ha sido terrible y las alternativas son, por lo menos, desconcertantes.
–Volviendo a Fabricante de sueños, podrías haber ido por un lado más retórico y formal. Sin embargo, le diste a tu biografía una impronta metiéndote en lugares sorprendentes de mayor intimidad, no solo dando cuenta de la cantidad de parejas que tuviste, sino también por tu relación inicial, tan especial, con Fernando Ayala.
–Tal cual. Si yo oculto algo ya no me creo nada. Un buen día mamá me dice: “Creo que no sos hijo de Emilio”. Yo tenía ya 24 años y a Emilio Olivera y a la familia Olivera los había visto muy pocas veces en mi vida. Jamás volví a hablar del tema con mamá. No voy a escribir dos veces mi biografía ni vivir dos veces para publicar el tomo 2. Entonces me dije que tenía que decir las cosas tal como fueron y estar seguro de que todo lo que se dice en esta biografía es sincera. Que el lector sepa que está leyendo una confesión de vida.
–Ese “algo” inicial con Fernando Ayala, con el cual te unió después una relación entrañable para toda la vida y que te marcó tanto, porque fue tu mentor y amigo, también sorprende por ser tan único que no se repitió, porque te volviste bastante mujeriego...
–Ja, ja, ¿lo decís porque me casé dos veces y tuve muchas aventuras femeninas? Yo era el ayudante y después él era el director y yo, el asistente de producción. Había una relación de trabajo y de dos que nos gustaban las mismas cosas. Cuando me encontré con una invitación a tomar el té en su casa era evidente y para zafar le dije que tenía un compromiso. Pero después de un par de semanas de meditarlo me dije: ¿por qué no? Era, además, como una ayuda a un solitario, que lo era. No quiero hablar más del tema por él.
–¿Lo viviste con culpa?
–Jamás con culpa.
–¿Lo compartiste con alguien entonces?
–Absolutamente con nadie.
–¿Y en nada afectó en la larga relación posterior hasta el fin de sus días que tuviste con Ayala?
–La amistad se convirtió en una relación profesional y societaria. Se convirtió en mi hermano mayor.
–¡Cuántos cambios de roles! Hasta terminaste convirtiéndote en su padre, cuidándolo en su última etapa de vida.
–Exacto. Veo que leíste muy bien las memorias.
–Ahora que tenés 92 años publicás tu primera novela. ¿No iba a ser una película?
–Así es. Se llamaba Carmen, cautiva y fortinera. Pero no se pudo hacer. Todo el siglo que vivimos fue negativo para mí.
–Contame a vuelo de pájaro: ¿qué pasó con Aries?
–Cuando fundamos Aries, la primera película de Ayala fue El jefe. Yo hacía propuestas mínimas, muy respetuoso. De entrada ya la segunda película. El candidato, fue muy costosa por cuestiones de filmación y el tema político, que no atrajo. Y aunque hicimos muy buenas películas, como Paula Cautiva, la empresa empezó a andar mal y a endeudarse. En un momento teníamos 33 juicios por cuestiones financieras. Un día, caminando por la zona sur, veo un cartelito que decía “Hotel Alojamiento”, que es el nombre que la Municipalidad le había dado a lo que antes llamaban “la amueblada”. Daniel Tinayre había hecho La cigarra no es un bicho que fue un éxito tremendo, fundamentalmente porque la cigarra era “una amueblada” donde quedan todos encerrados al declararse una epidemia. Entonces, le digo a Fernando: “Te propongo que te mires al espejo y te digas ‘yo a vos no te conozco’. Olvidate de tu familia, de tus amigos y, sobre todo, de los críticos de cine”. Con cada frase que pronunciaba, Fernando abría más grandes los ojos y ya estaba por decirme como, cuando nos iba mal: “¿No ves que sos un botarate?”. Entonces le digo: “Hagamos una película reidera de cabo a rabo”. El día anterior, casualmente, yo había leído una nota de Horacio de Dios en el diario El Mundo sobre hoteles alojamiento. Le compramos los derechos de su trabajo y le encargamos un guion en base a algo que yo había escrito en torno a una historia de 24 horas en la vida de uno de estos lugares. Hotel Alojamiento fue un éxito espectacular. Estuvo 22 semanas en cartel. A partir de ahí nos quedó claro que además de hacer las películas que nos gustaban teníamos que tener una línea de producción comercial: las películas con Luis Sandrini (El profesor hippie, El profesor patagónico y El profesor tirabombas), la serie de Argentinísima 1 y 2, y después los 15 años en que hicimos 36 largometrajes con Porcel y Olmedo.
–¿Qué es lo que determina finalmente el cierre de Aries?
–La muerte de Olmedo, la ida del Gordo Porcel a Miami, el ingreso de Adrián Suar a Canal 13 con Polka que copó toda la producción de ficción local [Aries había producido antes para esa emisora un programa muy exitoso como Nueve lunas y a continuación, De Poeta y de loco] y el fallecimiento de Fernando. Me quedé solo y ya con una situación del país mucho más compleja. En lugar de cinco películas por año, hacíamos una cada cinco. La empresa no podía sobrevivir y lo último que hicimos fue El mural. En 2010 cerramos sin deber un centavo a ningún técnico ni actor. El catálogo de Aries lo tiene en Madrid el productor español Enrique Cerezo.
"Votaría a Milei, que hace tres meses me hubiese parecido imposible y lo más insólito del mundo. Pero no puede ser que siga el cristinismo a través de Massa, que es un personaje peligrosísimo"
–La historia de Carmen, que ahora es novela escrita, iba a ser película, pero no se pudo por todas estas razones. Pero también hay algo más que lo impidió, ¿no?
–Llegué a hacer un estudio profundo: viajé a San Rafael (Mendoza) en donde había habido un fuerte. Por esa zona entraban los mapuches que venían del sur y desde Chile. Con el tema de Santiago Maldonado, la idea de hacer un film con un ejército bueno y mapuches malos al parecer no resultaba muy oportuno y un funcionario me lo hizo saber.
–¿Cuándo empezás a escribir la novela propiamente dicha?
–La escribí en la pandemia en el campo de Azul de mi mujer, Dolores Bengolea, durante los ocho meses de cuarentena. Yo estaba muy fastidiado con que uno de nuestros próceres fuera tan maltratado por los tendenciosos de izquierda y los ignorantes, que califican a Roca de genocida, que no lo fue, y lo incorporé como un personaje secundario al argumento, enriqueciendo, ampliando y dándole cuerpo al que había nacido como libro cinematográfico.
–¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en el libro?
–No numeré los capítulos, sino que llevan por títulos años, de 1871 hasta 1880. El primero alude a la epidemia de fiebre amarilla. Después incorporo a Roca como pariente lejano del protagonista, que queda entusiasmado con la carrera militar, se enrola y conoce a la cautiva Carmen cuando ya es capitán. Respeté todo lo histórico. Cada evento importante de Roca y del país marcaron las adaptaciones que fui haciendo al guion cinematográfico original: las distintas situaciones políticas que se van dando, las presidencias de Sarmiento y Avellaneda, la actuación de Roca en distintas batallas. En los diez años que abarca el libro nunca combate con los indios. Y cuando llega el momento de la expedición al desierto, Roca comanda la primera división que sale de Carhué y llega a Choele-Choel sin disparar un solo tiro. Es que los caciques estaban más informados que los jefes de los fuertes porque les llegaba antes el diario El Nacional, de Buenos Aires, y se iban moviendo porque sabían que la expedición tenía el objetivo de barrer los indios hasta el Río Negro. Roca, como ministro de Guerra, les da piedra libre a los comandantes de zona para perseguirlos. La política de Roca era defender y no atacar. Hay un libro de Carlos Martínez Sarasola, que es un historiador proindígena, llamado La Argentina de los caciques, en el que da cuenta de los 23 más renombrados. El único fusilado se registró dos años antes de la conquista del desierto, y no fue Roca quien dio la orden. Y después, los otros 22 caciques murieron de enfermedades o de muerte natural. ¿Cuál fue el pecado, que no lo era en esa época y que es hoy sí lo sería? La liquidación de las tolderías y el desmembramiento de las familias, que consistía en mandar al hombre a Martín García, a la mujer de sirvienta a Rosario, a Córdoba los chiquitos y los preadolescentes y adolescentes, a estancias a hacerse guachitos.
–¿Cuándo se crea entonces el mito del “genocidio” de Roca?
–Hablar de genocidio es la Shoa. Después de la Segunda Guerra, empieza a tallar más el tema de los derechos humanos. Pero la obsesión con Roca empieza en los últimos años.
-Inclusive es Perón, en 1948, el que le pone Roca a uno de los ferrocarriles nacionalizados y a los otros San Martín, Sarmiento, Mitre y Belgrano.
–¡Por Dios! En esa época no se discutía ni a Roca ni a Sarmiento.
–Y a la primera “conquista del desierto” a cargo de Juan Manuel de Rosas, de la que tan poco se habla, ¿qué le asignás?
–Tres mil muertos porque hubo batallas en la expedición de Rosas al sur. Tuvo más muertes que la conquista del desierto. Detrás de la frontera, que estaba demarcada por fuertes y fortines, eran tierras espectaculares, pero desérticas de civilización.
–Hay dos cosas que me llamaron la atención en tu novela. La primera es el tema de la mujer como botín sexual del indio, que en los malones se llevaban cautivas como trofeos. Pero me sorprendió que vos narrás que en los fortines pasaba algo parecido y son cautivas también de los superiores.
–Carmen Arrieta, la protagonista de la historia, se despierta y tiene enfrente la cara de un chinazo feo que la confunde con una india porque tiene una vincha y vestido de cautiva, tras escaparse de la tribu que la había capturado. Cuando se da cuenta que es la dueña de la finca, porque la ha heredado, le dice que tiene orden de llevarse a todos los cristianos porque se viene una “maloneada” tremenda. El chinazo la presenta a su tropa como su mujer para que no se la cogiera otro y no se casa con ella porque nunca más aparece el cura.
–Es la otra cosa que me llama la atención de tu relato: que tanto cuando es cautiva como cuando es fortinera accede, porque no le queda otra, a ser cautiva sexual primero de un cacique y después de un milico. Y ambas situaciones parece sobrellevarlas con cierta naturalidad. Al menos tu narración no nos cuenta que lo padezca demasiado ni que viva como una gran tragedia ambas violaciones y hasta las supera con cierta resignada naturalidad.
–Bueno, no te olvides que sufre las embestidas del capitanejo [así llamaban a los jerarcas indígenas] y otra amiga, Adoración, también cautiva, le dice: Tenés que tener tu primer orgasmo. Luego, cuando está en el fortín, ella va a contarle al comandante lo que sucede con el sargento y el tipo le dice: Mire, son cuestiones no escritas que son así.
–Pero, al mismo tiempo que toma con cierta naturalidad ambos episodios, Carmen es feminista, quizás sin saberlo, porque es una mujer de armas tomar y se hace valer, es guerrera. No es una chica dócil. Se le había rebelado al padre y quería irse de la casa ya de jovencita. Tiene una personalidad fuerte y, sin embargo, se amanceba de un lado y del otro de cada bando.
–Y esos son los dos temas que hacen que un capitán no pueda ser pareja de una mujer que ha sido amancebada por un indio y después por un sargento.
–Pero ese capitán de tu historia, Martín Cabral, sí puede al mismo tiempo que le declara su amor a Carmen, en paralelo seguir intimando, por ejemplo, con una de las maestras que trajo Sarmiento de los Estados Unidos.
–Era muy común que por entonces los hombres pudieran tomarse esas licencias.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Mirá, los últimos 20 años, todo este siglo digamos, y, en particular, a partir de 2010, que es cuando se termina Aries, se me han pasado volando. Tener 92 me parece como inventado. ¿Cómo voy a tener 92 yo? Cuando escribí las memorias asociaba las distintas épocas de mi vida a las películas que estaba haciendo. Por eso, de estos últimos 20 años sin películas tengo un revoltijo. No hay hechos externos que sean mojones, digamos. La otra cosa terrible es que mis tres hijos varones se han ido yendo, el primero a Ibiza, el segundo se fue a Inglaterra y vive en un pueblo a unos cien kilómetros de Londres y el tercero, que acaba de hacer una serie para una plataforma, está en Cuenca. Y Serena se fue a Bonn, donde ella había estudiado economía agraria, a hacer el doctorado. Tengo otra hija extramatrimonial que hace muchos años que no veo por decisión de ella, no es que yo la haya abandonado, que vive a 20 cuadras.
-Y tu mujer instalada en el campo, en Azul, y se encuentran periódicamente. ¿Desde cuándo?
-Desde hace 12 o 13 años, cuando ella heredó el campo. Cuando la conocí era rediseñadora de ambientes. Ella sabe de carpintería, de albañilería. Iba a ese campo de chica. Por acá viene muy poco.
–¿Has sido una persona de ver mucho cine, además de hacerlo?
–Sí, veía mucho cine por placer. Obvio que si Argentina Sono Film hacía una película muy exitosa la veía un poco para ver qué hacía la competencia.
–¿Proyectos?
–Me quedó otro proyecto sin hacer, La bandolera inglesa, que es la historia de Elena Greenhill. Iba a ser una producción más norteamericana que argentina. Pero en 2008, cuando ya tenía más o menos armada la película, quebró Leman Brothers y se vino abajo todo. Viajé a Madrid y explotó la burbuja inmobiliaria en España y quedó todo en la nada.
–¿Algún guion que puedas reeditar para hacer en teatro?
–Nunca me interesó. Como espectador sí, pero como productor no, aunque con Fernando fuimos productores de Lisandro [sobre Lisandro de la Torre, con Pepe Soriano, en 1974], que fue un éxito formidable. Nunca pensé en dirigir teatro.
–Tenés 92 años y no estás obligado a votar. ¿Lo seguís haciendo de todos modos?
–Tengo 54 votaciones hechas.
–¿Vas a votar en el balotaje del 19?
–Me parece que esta vez no porque tengo programado un viaje y no voy a estar en Buenos Aires.
–¿Podés contarnos cuál sería tu voto?
–Es que no tengo. Ahora en tren de suponer que estuviera acá votaría a Milei, que hace tres meses me hubiese parecido imposible y lo más insólito del mundo. Pero no puede ser que siga el cristinismo a través de Massa, que es un personaje peligrosísimo.
–Igual Massa da la sensación de que inauguraría una nueva era dentro del peronismo...
–Sí, olvidate, pero la podredumbre está ahí.
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