“Hay que evitar el uso de pantallas hasta los 16 años”, dice el científico argentino experto en adicciones en EE.UU.
El científico argentino Rubén Baler, experto en salud pública y neurociencia de las adicciones en los EE.UU., es militante de la prevención y dice: “Nos ocupamos de lo urgente, no de lo importante”
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“Nos ocupamos de lo urgente, y lo importante lo dejamos para después. Ese es el gran problema de la vida moderna, gravísimo no solo para la sociedad sino para la economía. La epidemia de opioides que hay en Estados Unidos y que se está expandiendo por todo el mundo tiene un costo anual, según los equipos de investigación del Congreso, de ¡1,5 billones de dólares! Es urgente, sí, ¿pero no sería más inteligente tratar de entender las cuestiones de fondo y cómo prevenir estas bolas de nieve incalculablemente costosas?”, dice apasionadamente Rubén Baler, científico y experto en salud pública y neurociencia de las adicciones del Instituto Nacional de Abuso de drogas de Estados Unidos (NIDA).
“Pero ocurre que la prevención no es sexy, no conlleva grandes titulares. No terminamos de entender que son semillas que se plantan hoy y llevan años en crecer, pero son las que pueden tener un impacto trascendente en la salud física y mental del ser humano”, agrega Baler, que fue uno de los disertantes centrales del Congreso Mundial de Patologías Duales que tuvo lugar hace unos días en esta ciudad, y en cuyo transcurso charló con LA NACION.
Hoy, fervoroso militante de la prevención, emigró de la Argentina al terminar el secundario, se graduó en Biología e hizo una maestría en Microbiología e Inmunología en Israel. Volvió al país en el ‘83, pero en vuelo rasante: se casó, tuvo un hijo y partieron hacia los Estados Unidos: “Ya veníamos medio desarraigados, porque mi esposa, que es artista plástica, también había estado estudiando en Israel, y a la primera posibilidad que encontramos, nos fuimos. Todo era muy difícil en el país”. Tras siete años como investigador principal en el Instituto Nacional de Salud Mental, en Washington, desde el 2000 está en el NIDA, donde es health science administrator.
–En un presente ya atormentado por las adicciones, se dice que hay una nueva, la de las redes sociales.
–Bueno, todavía no se las llama adicciones per se. Sí a los videojuegos y a las apuestas por internet, que están más estudiadas y con más evidencias científicas. La adicción a las redes se denomina uso abusivo o uso problemático. Pero sabemos que las tecnologías detrás de las redes las diseñan para hacerlas cada vez más adictivas. Porque los algoritmos son adictivos.
–¿Cómo se hace ese diseño?
–Saben cómo funciona el sistema de recompensa, saben que provoca un hábito, y trabajan sobre las necesidades afectivas de los seres humanos. Básicamente saben lo mismo que nosotros, los científicos, y lo aplican al negocio. La industria alimentaria también lo sabe. Activan los gatillos para que uno vuelva una y otra vez a un estímulo que es placentero y produce recompensa.
–¿Por qué lo conocen tan bien?
–Bueno, tienen laboratorios de dopamina y saben cómo programar esos algoritmos para que sean lo más adictivos posibles. Hoy lo que se compra y vende es nuestra atención. El gran commodity, un bien rentable. Y cuanto más jóvenes son los clientes, más posibilidades de que queden atrapados de por vida en el circuito. Ese es el modelo del negocio.
–¿Puede precisar cuál es la trampita para que las redes sean tan hipnóticas, no importa la edad?
–Básicamente todas las plataformas tienen un diseño arquitectónico muy similar, que está basado en lo que se llama los insider, el gancho. El gancho tiene cuatro loops (bucles o rulos). El primero es el que identifica cuál es tu gatillo afectivo, qué tipo de hambre afectivo tenés o necesitás apagar o apaciguar. Las redes lo captan rápido.
–¿Con el like?
–Claro, porque todo el tiempo uno está ‘me gusta, no me gusta’. Ese es el primer rulo. Gatillos internos conscientes o inconscientes. Y para apaciguar o tacklear esos gatillos está el segundo rulito, que es la acción que tiene que hacer el usuario para obtener la recompensa, que es el tercer rulito. La acción puede ser ir a una página o hacer scrolling hasta encontrar lo que te gusta. Es una acción.
–En el medio aparecen avisos comerciales.
–Todo el tiempo, pero esto ya es old fashioned, como pasado de moda. Lo que se vende es nuestra atención. La data que se obtiene con estos rulitos, información personal, se vende. Un tesoro.
–Habíamos quedado en el tercer rulito…
–Es la recompensa. Está calibrada en la justa medida para que uno quiera volver y seguir enganchado. Y el último rulito es la inversión. Uno tiene que invertir algo. Postear una foto, compartir algo, dejar una marca, para chequear luego qué pasó con esa inversión. Cuántos like tuve, si alguien postea o mira lo que hice. En los chicos, que necesitan compararse con otros y en los cuales el cerebro está en desarrollo, esto tiene una influencia enorme. Vuelven y vuelven. Porque querés ver qué dijeron, si gustó, si no gustó.
–¿Sería ese el circuito de la adicción?
–Claro, es el mecanismo de esos cuatro rulos o ganchos, que son la arquitectura básica de todas las adicciones. Esto está probado y publicado. Incluso hay un libro que se llama Hooked de Nir Eyal, de 2004, que inventó el término ‘enganchado’ para designar esto que es la base de todas las plataformas.
–En su conferencia dijo que quienes manejan los gigantes tech no permiten a sus hijos el uso de pantallas.
–Esto se sabe, se comenta, y tiene todo el sentido. Se sabe que lo hizo Bill Gates, y el propio Steve Jobs en una entrevista que dio en 2010 a The New York Times admitió que prohibía a sus hijos el uso de su recién creado IPad. Tiene lógica. Quien conoce estos mecanismos de los que estamos hablando claramente querrá proteger a sus chicos, porque saben cómo funcionan los algoritmos. Sí, son realmente peligrosos. Si vamos a esperar que la ciencia nos salve o la ciencia nos dé el veredicto final diciendo que son adicciones, ya será tarde.
–¿Entonces?
–Tenemos que apelar al sentido común. Hoy por hoy creo que deberíamos evitar la pantalla en los chicos hasta los 16 años. O al menos frenar su uso cuando van a la cama porque afecta el sueño, y no hay cerebro sano si no duerme lo que necesita.
–¿Qué sentido común usó usted con sus dos hijos?
–Ya son grandes, son millennials y, por lo tanto, no nacieron con un teléfono. También depende mucho del temperamento del chico. Mi hijo desde chiquito fue un diplomático. Mi hija, en cambio, fue un desafío más grande y tuve que activar ciertos mecanismos de crianza, separarla de influencias claramente negativas y ser más estricto. Nada grave, estuvimos atentos y aplicando sentido común.
–Está diciendo que no todos los chicos son iguales…
–Totalmente. Hay diferencias de un chico a otro, ya sea por genes o por el medio donde está, y la crianza, como la terapia, la recuperación y los diagnósticos, siempre tienen que estar diseñados en forma individualizada.
–¿Y los celulares en los colegios?
–En USA, donde yo vivo, no se hace nada. Van con el celular al colegio. Puede haber diferentes regulaciones regionales, pero los chicos están constantemente con el celular. ¿Qué impide que una escuela prohíba el uso de artefactos telefónicos en clase, algo que debería ser obligatorio? Evidentemente no hay una decisión política para hacerlo. Y los que deben tomar esa decisión son los adultos responsables de esas instituciones, a ellos hay que pedirles que protejan a los chicos. A ellos y a los padres. Yo lo denomino como un experimento de dimensiones épicas, si no bíblicas, porque nadie sabe cuál será el resultado. Pero hay mucho peligro.
–¿Consecuencias palpables en los chicos?
–Ejemplo: el de la pornografía bizarra. Antes no se veían disfunciones sexuales en adolescentes y ahora, sí. En los adultos es una cosa, son conscientes de que lo que están viendo no es normal. Pero a los 12, 13 o 14 años, cuando se están formando los circuitos de la función sexual, esas escenas se incorporan a la programación en calidad de hábito. El impacto a futuro más o menos lejano, quizá no en todos, pueden ser disfunciones muy serias para establecer relaciones sanas con otras personas. Es muy probable que tiendan a repetir lo que ven, más de las muchas patologías que pueden estar asociadas a las adicciones y que se han tratado en este Congreso Mundial de Patologías Duales.
–¿A qué se llama patología dual?
–Es una adicción acompañada de una enfermedad mental, psicosis, trastorno de la personalidad, esquizofrenia, depresión, ansiedad. Parece que esto es ya más regla que excepción. El 50% de individuos con enfermedades mentales tiene una adicción, y casi el 100% de los ludópatas tienen un trastorno mental. A veces la droga causa una enfermedad mental, y a veces a la inversa, recurren a la droga como vía de escape, o al tabaco o al alcohol.
–Usted trabaja en el NIDA (Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas) y se ocupa de pregonar y difundir la prevención, ¿cómo lo hace?
–Lo hago como científico difundiendo el valor de la prevención, empoderando no solo a los científicos sino también al público, a chicos y adolescentes, padres y maestros. Pregono invertir en prevención y conocer mejor el cerebro.
–¿Lo conocemos poco?
–Pienso que todos deberíamos ser un poco más curiosos para entender y manejar este órgano que es responsable de todo lo que hacemos y sentimos. Si aprendiéramos cómo funciona y cuáles son los factores estaríamos mejor plantados para recuperar la calidad de vida de nuestros chicos.
–¿Evolucionó a lo largo de los siglos? ¿Cambió?
–El cerebro está congelado en el tiempo, apenas ha cambiado desde la prehistoria, pero el medioambiente, no. Ejemplo: los prehistóricos desarrollaban mecanismos digestivos para acumular grasa porque la hambruna estaba a la vuelta de la esquina. Hoy a la vuelta de la esquina hay un almacén de donuts y tenemos epidemia de obesidad. El cerebro de hoy no está preparado para soportar la cantidad de estímulos de la vida moderna. No está diseñado para eso. Está preparado para aprender lo que le da una recompensa natural y sana.
–Hablábamos de dopamina, ¿qué rol juega?
–Es el neurotransmisor encargado de regular la recompensa y el aprendizaje por recompensa. En los neandertales indicaba lo importante para sobrevivir: donde está la comida más nutritiva, los hombres más fuertes, las zonas más peligrosas. Es un mecanismo muy delicado que funciona como un termostato, con sus valores mínimos y máximos. Esto regula el aprendizaje por recompensa.
–¿Cómo funciona exactamente?
–Normalmente está relacionado con comida para alimentarse o sexo para reproducirse, o para sobrevivir. Nos dice, por ejemplo, que la carne es buena subiendo el termostato de uno a diez, lo que indica que en el futuro hay que repetir. O el sexo, en valores similares. Pero la metanfetamina lo lleva a mil. Y si se repite diez veces, el termostato se puede romper porque el cerebro del hombre no está preparado para eso. El termostato empieza a moverse en valores que ni conoce. Las drogas llevan la dopamina de la zona robusta a la frágil, está relacionado con el aprendizaje por euforia. Si fue placentero, querrá repetirlo, y el termostato estalla.
–¿Ahí empieza la adicción?
–Empieza en la zona de recompensa, pero es una onda expansiva que perturba la emoción, la memoria, la motivación e incluso el control, a medida que se repite el consumo. Y cada vez se adapta más y pide más. Entonces hay que consumir más para lograr el efecto del principio. Eso es la dependencia y la tolerancia. El termostato se adapta a una situación anormal y hace que el cerebro se vuelva dependiente para sentirse normal. Ya no se consume por euforia, sino para prevenir la abstinencia.
–¿Por qué es más grave en el cerebro adolescente?
–Porque su cerebro está en desarrollo, es un hardware que se programa desde los diez a los veinte años para ver cómo reacciona a los distintos estímulos. Si estas son conductas de alto riesgo será difícil desandar el camino, como ocurre con una programación. No es que sean rebeldes, ocurre que, en esa etapa adolescente, el cerebro los empuja a tomar decisiones sesgadas. Es una característica.
–¿En la práctica qué sucede?
–Es la construcción de autopistas de la información, los circuitos que me permiten decidir si me como una galleta más o paro, si difundo un secreto o me fumo un porro. Siguiendo con la metáfora, podríamos decir que el teclado serían todas las influencias tóxicas a las que se expone el cerebro mientras esto ocurre: bullying, acoso físico o emocional, dolor crónico… Si se toman seis cañas (cerveza) a los 25, la computadora puede dar error, pero si se hace cuando se lo está programando hay que reinstalar el programa. Por eso en la adolescencia empiezan la mayoría de los trastornos mentales, porque esos actos dejan una huella difícil de borrar, aunque el trastorno pueda surgir más tarde.
–Se habla en algunos ambientes científicos de la banalización del consumo de cannabis, droga que puede provocar psicosis en adolescentes.
–No se puede legalizar el cannabis terapéutico sin vigilar la percepción de riesgo en los adolescentes. El diablo está en los detalles. Es muy difícil neutralizar la percepción de que no es peligrosa cuando se están produciendo medicamentos con esa droga. Un medicamento no puede ser nunca malo, se piensa. Lo que hagan los adultos con su vida no es mi tema. A mí me preocupa cómo hacer un cerco de seguridad alrededor de los chicos, cuyas mentes son muy vulnerables. El tema es que hay siempre intereses económicos que son sumamente poderosos.
–¿Cuáles son las adicciones más peligrosas en este momento?
–Depende del país, del grupo etario. Acá, por ejemplo, me preocupa cuán normal es la bebida alcohólica en los chicos, incluso los preadolescentes toman cañitas todo el tiempo. Y se lo ve normal en edades muy tempranas. En la Argentina están las previas, las previas de las previas, donde se toma en presencia de los padres porque creen que es más seguro. Y toman bebidas duras, ginebra y vodka… Prefieren eso y estar presentes como una forma de reducción de daño, y tiene su lógica, pero es realmente aberrante que los chicos lleguen ya borrachos a las fiestas, a medianoche o a la madrugada. Esas cosas son preocupantes y por eso comencé un programa hace unos años de entrenar entrenadores, gente adolescente, para diseminar información sobre neurociencia y qué es un cerebro adolescente, que pasa ahí adentro durante el desarrollo. Si yo se lo cuento a los chicos no tiene impacto. Los chicos no escuchan adultos, menos si vienen del gobierno o la política, adultos en general.
–¿Dónde se han puesto en marcha estos programas?
–En la Argentina y en los Estados Unidos. En la Argentina trabajo desde hace varios años con la doctora Diana Gómez, que entrena adolescentes y jóvenes para que impartan charlas a pares sobre todo estos conocimientos.
Antes de la pandemia, el doctor Baler conoció a la doctora Diana Gómez, especialista en salud adolescente, en la Universidad de Córdoba, donde son profesores de posgrado. A partir de una experiencia que ella estaba desarrollando en el Servicio del Adolescente del Sistema de Salud de Carlos Casares, donde reside, y que consistía en capacitar a chicos del secundario para entrenar a pares a través de charlas y videos sobre educación sexual, Baler le propuso aunar esfuerzos y hace algo similar, pero en prevención de adicciones. Los chicos enseñan a otros chicos cómo funciona el cerebro ante las adicciones. Pusieron manos a la obra, aunque por ahora, dice Baler, “el resultado es más cualitativo que cuantitativo”.
"Pensar que lidiando con los traficantes se va a terminar el problema, es bastante miope. Hay que operar sobre las razones de la demanda, por qué la gente recurre a las drogas"
Los capacitados preparan charlas, videos interactivos y PowerPoint, e imparten estos conocimientos antes sus pares en colegios. Al mismo tiempo, dejan material, incluidos libros online e impresos, para que ellos repliquen la experiencia en otras instituciones. “Esto lo hacemos muy a pulmón –contó la doctora Gómez a la nacion, via telefónica–, más ahora que me jubilaron. Llevamos la experiencia a un congreso en Colombia, y los chicos vendieron pizzas para pagar el viaje. Aunque hubo colaboración del Rotary Club y la comuna local, el grueso fue a pulmón. Es duro hacerlo, pero para ellos fue una experiencia transformadora”.
–¿Conoce casos de éxito en prevención de adicciones?
–Finlandia. No debe sorprendernos. Son países más chicos, es más fácil implementar políticas serias, y por eso están muy avanzados. Trabajan en extraditar, digamos, el aburrimiento, excomulgarlo. Son muy serios con el tema de las actividades extracurriculares que hacen los chicos y en métodos para minimizar la frustración. Trabajan con diversos tipos de aprendizaje respetando las diferentes individualidades. Es sentido común, no hay mucha ciencia. Y decisión.
–¿Hay que trabajar en la reducción de la oferta?
–Sí, claro que sí, pero es una ecuación. Trabajar solamente y más que nada en la oferta, y pensar que lidiando con los traficantes se va a terminar el problema, es bastante miope. Hay que operar sobre las razones de la demanda, por qué la gente recurre a las drogas.
–¿Qué hay en materia de tratamientos?
–Hay desde hace décadas lo que se llama agonistas parciales como la metadona, que apagan los síntomas de abstinencia y permiten desintoxicarse, aunque sigue la dependencia a la metadona, pero nos mantiene funcionales sin la euforia y los altibajos. Hay medicación para la adicción a la nicotina y para la adicción al alcohol, pero no tenemos aún para marihuana, cocaína o anfetaminas. Hay muchas investigaciones, pero aún no han dado frutos. Pero, aunque haya o no fármacos, siempre se recomienda que estén acompañados de terapias conductuales que reprogramen al cerebro para enfrentar desafíos externos o internos.
–¿Sigue funcionando el sistema de los doce pasos?
–Por supuesto que funciona, pero les sirve a algunos, no a todos. El NIDA mismo reconoce que, sin ser científico, se puede incluir dentro de las terapias conductuales con un sesgo espiritual. La adicción está definida como un trastorno psicosocialespiritual.
–¿Mindfulness? ¿Meditación?
–También, todo lo que le dé espacio al cerebro para hacer introspección y entender lo que está pasando y no vivir como zombies corriendo atrás de lo último, de lo urgente y no de lo importante, vale. Todo lo que sea un entorno social sano y creativo, vale. Pasiones que hagan saltar la dopamina por un lado natural, que el cerebro entienda en valores normales y no haga saltar el termostato. El trabajo de los padres es identificar qué le gusta a sus hijos, qué los apasiona, qué los mueve. Todos los individuos tienen una veta de oro, hay que encontrarla, ese es el trabajo de los padres.
–¿Qué recomienda usted a alguien que tiene hijos consumiendo drogas?
–Lo primero, no confrontar. Hablar, informar y entender por qué proceso están pasando. Quizá sea la presión de pares, puede haber una situación de trastorno mental subyacente que los induce a eso, puede ser que sea simplemente la adolescencia y querer probar algo nuevo. O también puede ser simplemente ignorancia. Que no pasa nada, que todos usan. Por eso la educación es clave. Si no están los canales de comunicación abiertos no tienes ninguna posibilidad de revertir la situación. En el NIDA se ha agregado al menú de opciones una nueva filosofía, totalmente distinta a lo que hacíamos hace dos o tres años, es una cuarta pata al banquito de intervenciones. Hablamos de la fuerza policíaca para la lucha contra el crimen, hablamos de la prevención, hablamos de tratamiento y, la última, reducción de daño. De esto se habla hoy en los círculos científicos.
–¿Qué es reducción de daños?
–Por ejemplo, usar instrumentos como los strips de fentanilo para identificar trazas que son realmente tóxicas… En los Estados Unidos tenemos problemas muy específicos de sobredosis de opioides por el uso de drogas sintéticas, como el fentanilo. Uno de los métodos de reducción de daños más importantes es testear las drogas antes de usarlas. Pero, atención, en algún punto deberán intervenir profesionales.
–¿Es posible revertir la adicción?
–Curación no hay hoy por hoy. Se puede manejar, pero no curar. Hay que volver a ser una persona no dependiente y restablecer la fisiología normal de los termostatos. Es un proceso de reeducación.
–¿Cómo imagina el cerebro del futuro, o la sociedad que viene?
–Estoy especulando porque no tengo la bola mágica. Pero intuyo que habrá más desigualdad. Aquellos jóvenes que reciban una educación con sentido común por parte de sus padres y las escuelas, donde se hable de estos temas y de los peligros a los que están expuestos, estarán en una posición de más liderazgo. El resto será un ejército de sonámbulos, si puedo llamarlos así, y me preocupa. Porque tuve hijos y veo que se acelera el proceso de marketización para extraer más y más márgenes de rentabilidad al que estamos sometidos. Y eso es a costa de la salud mental.
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