Hace mates que no tienen la forma tradicional, piezas con las que busca cambiar el momento del encuentro
Alejandro “Sasha” Gats apuesta por la experimentación, la combinación de procesos, lenguajes y técnicas para lograr resultados inéditos
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Maderas como el algarrobo o el anchico que parecen esculturas con laqueados inesperados son los materiales incomprensibles que utiliza Alejandro Gats para hacer mates de un modo que no parezca que lo son.
Nació en Palomar. En ese tiempo era un barrio de muchos talleres y baldíos con forma de canchas. En casa tenía un cruce de culturas: la metafísica santiagueña de su madre y la previsión eslava de su padre. Mantones típicos del noroeste argentino y perenas realizadas por sus abuelas poblaban la casa racionalista construida por las manos de sus padres, con rejas forjadas y soldadas que superaban la mera función.
“En los distintos ambientes había puertas, mesas, banquetas hechas por mi viejo –cuenta Gats–. Hacer era un valor necesario y la casa con el tiempo resultó ser nuestro monumento a la voluntad”.
En la escuela fue un alumno promedio, salvo en historia. Le habría gustado tener clases de plástica, pero lo incitaron a prepararse para el industrial. Mientras tanto hacía algo parecido a gimnasia deportiva. “Un amigo apareció caminando con las manos y lo viví como un hecho plástico –rememora–. Supongo que tenía una obsesión en ese momento porque me la pasaba contra la pared equilibrándome y caminando por todos lados con las manos”.
Aprendió a hacer trenzados y soguería en un círculo criollo llamado El Rodeo. Leznas, tientos, cueros, sobado. El atletismo lo siguió capturando. Incluso pudo representar al país en unos Juegos Sudamericanos y logró un récord nacional juvenil en salto triple. Se recibió de técnico mecánico y se metió en la carrera de publicidad.
Un día decidió retomar el apodo de su niñez, “Sasha”, y bajo él reconvertir su pasado en objetos de arte. “Creo en las ideas con fuerza y sensibilidad –dice a modo de manifiesto–. Ideas que encuentren respuestas en donde ni siquiera existían preguntas. Creo en el arduo oficio de la experimentación y en esa búsqueda incansable de descubrir formas, combinar procesos, lenguajes y técnicas con resultados inéditos. Creo en los objetos que generen sorpresa, que proponen otra mirada”.
En sus piezas hay una revalorización de la forma y el material. Según sugiere, su trabajo creativo se desarrolla a partir de un aspecto fundamental: la experimentación. “Me gusta mucho cruzar técnicas, oficios, procesos de producción –explica Alejandro Gats–. Estoy convencido que para formas diferentes hacen falta procesos distintos. Mirar rápido y confundirme también me da ideas, no es un ejercicio, es lo que me pasa. Lo que intento hacer obedece a técnicas de producción diversas. No son objetos torneados, ni repujados. Me sumerjo en viajes muy diferentes con los materiales y logro objetos que son irregulares”.
¿Por qué hacer diseños de mates sin que se vean como los tradicionales? “Supongo que si consultaba al sentido común lo que pensaba hacer, hubiese puesto sobre la mesa la duda de a quién le iba a vender mates que no tienen forma de tales –analiza–. Pero cuando empezaron a circular noté que eran muy bien recibidos y la pregunta que apareció fue por qué en al menos 200 años todas las formas y materiales remitieron necesariamente a la calabaza. Hay una serie de paradigmas que están agotados. Existe un espacio de reformulación y una necesidad de objetos e ideas fuera de la caja en todos los órdenes. Mis propuestas se originan como un reflejo del presente”.
Lo tientan todos los materiales, y no se queda solo en los amigos de la yerba. “Empecé a producir bombillas en alpaca –destaca–, estoy desarrollando prototipos de nuevos mates experimentando con acero inoxidable, aluminio, bronce y porcelana. Estoy dándole continuidad a prototipos de termos y pavas eléctricas, además de mesas en distintos materiales: vidrio, madera y acero”.
En sus piezas hay melodía, formas que parecen los pasos de un ballet que desde su contemplación y uso sacuden las emociones y ofrecen experiencias memorables, “resguardando la tradición del mate pero, a la vez, reinterpretando su contenido –completa–. Soy admirador del diseño industrial pre y post Segunda Guerra Mundial que estaba influenciado por las formas aerodinámicas. La actual productividad en serie exige alta rentabilidad lanzando objetos fáciles de hacer: cuadrados, redondos... Para mí son artículos predecibles o anónimos que no agregan experiencia a nuestra vida. El arquitecto, pintor y escultor Max Bill propone la belleza como función y yo quiero explorar ese concepto”.
Otra característica en sus obras es el tacto. Hay algo de acariciar la pieza. En el arte es el espectador el que termina la obra de alguna forma. El usuario suma a las piezas de Gats estupor. “Tengo el registro de asombro en algunas personas que recibieron el mate en ronda y se percataban al tacto de la diferencia –indica el artista–. Se preguntaban qué era eso. Me encantaría que surgiese la idea de que si un mate puede ser diferente muchas otras cosas podrían serlo, que funcione como un prisma de cristal que descompone la luz. Como pienso las piezas para que vivan largo, me gusta la idea de que puedan ser una compañía transferible y heredable. Como un legado de familia”.
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