Fuerza Bruta en Londres, en el mismo escenario donde tocaron Jimi Hendrix, Led Zeppelin y Pink Floyd
Diqui James presentará el “show más feliz del mundo” en el célebre Roundhouse de Londres: “Tratamos de ir más rápido que la mente del espectador”
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A los 18 se inscribió en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático para estudiar teatro. Duró seis meses. Lo que Diqui James buscaba, salirse de los límites, confrontar las técnicas de actuación, dudar de la idea estática del escenario, no estaba ahí. Experimentó a sus anchas con La Organización Negra, aquel grupo inspirado en La Fura dels Baus que combinaba teatro de guerrilla al asalto, en las calles, y teatro de operaciones, para el público punkie y rebelde que allá por los 80 bajaba al under de la disco Cemento. Se pulió con De la Guarda, la compañía teatral con la que lentamente, pero no del todo, empezó a alejarse de lo dark y lo opresivo, y se animó a la escalada y el trabajo en altura.
Hoy, a años luz de todo eso, cómodamente instalado en Fuerza Bruta desde hace dos décadas, está haciendo, dice, el show más feliz del mundo. Se refiere a Aven, el espectáculo estrenado en Buenos Aires en diciembre de 2022 y reestrenado el mes pasado, paso previo al viaje del elenco a hacer temporada en el Roundhouse de Londres, un antiguo depósito ferroviario de locomotoras devenido en mítico escenario en el que se presentaron artistas como Jimi Hendrix, Led Zeppelin, Lady Gaga o Pink Floyd.
Desde la sala “sin piso”, oficina y taller creativo, todo junto, que el grupo tiene en un predio del club GEBA, a metros de Figueroa Alcorta y Julio Argentino Noble, le cuenta a la nacion de qué va eso que él llama felicidad: “Alegría desde el primer momento en que arranca el show. Es algo que surge por un deseo propio. El espectáculo anterior, Wayra, arrancaba desde lugares un poco opresivos, o de tensión. Para liberarnos de eso íbamos hacia un lugar feliz. Todo el show tenía que ver con explosiones de liberación. En este nos propusimos hacer algo que tuviera que ver más con lo festivo, lo eufórico y lo emocional, transmitir que esa sensación de felicidad es posible. Es como muy naif lo que digo”.
–¿Costó empezar desde un lugar tan alegre?
–Sí, porque, ¿no necesitás estar mal para poder estar bien? No sabía cómo no atravesar eso. A veces, dentro de lo que es el lenguaje nuestro, lograr momentos de tensión es más fácil que lograr momentos de felicidad. Pero bueno, hicimos el show más feliz que pudimos hacer, una celebración total pero con mucho impacto, con mucha fuerza, o sea, sin perder la potencia por el hecho de ir a buscar la alegría, la sensación de euforia, de fiesta. Aven es una palabra abstracta, inventada, una mezcla de aventura y paraíso. Lo que buscamos fue ser libres recreando elementos y efectos de la naturaleza. Naturaleza artificial en una obra lúdica que busca recobrar una belleza que lamentablemente nos es extraña a los que vivimos en grandes ciudades.
–Sin seguir nunca ningún guion.
–El show no cuenta una historia ni transmite un mensaje, tampoco es una metáfora. Nosotros hacemos un show que va dirigido al cuerpo, a las emociones. Tratamos de ir más rápido que la mente del espectador. Que el análisis venga después y si alguien quiere interpretarlo, todas las interpretaciones son válidas. Nunca nos guiamos por conceptos. Si yo veo que me estoy poniendo a pensar mucho un hecho, a tratar de justificar algo, me escapo rápido de ese pensamiento. Creo que el público entiende eso, fluye con el show y lo disfruta muchísimo, o por lo menos esa es la experiencia que sentimos que sienten.
–¿Se llegará algún día a lo que buscabas cuando creaste Fuerza Bruta?
–Me parece que no. Con Aven seguimos trabajando. Siempre queremos más. No hay una escena perfecta todavía, yo siempre veo lo que falta. Más allá de que el teatro tiene algo diferente a hacer cine, en donde se filma y listo, acá tenés que hacerlo cada vez. Es un reto que cada escena tenga que salir lo mejor posible esa noche, y que todo el tiempo creas que lo podés hacer mejor. Es muy frustrante cuando se te ocurre cómo mejorar algo que ya está funcionando. Así que no, no existe el show perfecto. Trato de verlos lo menos posible, porque me afecta mucho. Es muy complicado ser director y autor al mismo tiempo, porque como director puedo venir y ver que todo se esté haciendo bien, que las luces caigan en el lugar correcto, que el actor esté bien, pero si me surge alguna duda con respecto al resultado, como autor no siempre tengo la respuesta de cómo mejorar una escena.
–¿Y estudiás de cerca la reacción de público?
–Claro, a diferencia de un espectáculo que se hace arriba de un escenario, acá el público forma parte del show. Cuando la gente está en un teatro, sentada en una butaca, gritando o riéndose, puede volver una función más caliente. Pero en el caso de Fuerza Bruta realmente interviene, es un elemento más. Pero además, en cierta forma tengo que lograr que hagan lo que yo quiero que hagan y lo tengo que lograr de la manera que sea. Si yo quiero que estén todos quietos, callados, mirando la cara de una actriz que los está mirando desde el aire y no lo consigo, tengo que cambiar la escena inmediatamente. No me importa hacerlo hasta lograr eso que quiero lograr. Sino, lo que viene después tampoco va a funcionar. Tengo que tener la cabeza abierta y no solo mirar la obra, y hasta que no lo logro, no paro.
–Pero también llegará un punto en que decís bueno, tengo que parar de torturarme.
–Sí, con Wayra, el show anterior, estuvimos 15 años dando vueltas por el mundo. Los primeros tres años lo cambié todo el tiempo. En un momento dije “ya está, basta”, y no me quedó otra que soltarlo. Aunque también es frustrante decir “lo suelto porque no se me ocurre nada para mejorarlo”.
–¿Es un desafío crear pensando en que el público ya vio todos los shows y cada vez espera sorprenderse más?
–No, yo no pienso así en el público. Lo que tengo que hacer es superarme a mí mismo, o a nosotros mismos. El público disfruta y no está pensando en si es un show superador o no. Le gusta o no le gusta, se aburre o no se aburre, se emociona o se va a tomar un café. ¿Qué importa lo demás? Somos nosotros los que más nos exigimos en ese sentido, nosotros sí tenemos el problema de querer ser diferentes, de abrir cada vez más la cabeza para crear. Y después, bueno, que salga lo que tenga que salir. No nos estamos diciendo “ay, esto es parecido a una escena que hice en el 2000″. Si no lográs el ejercicio de dejar de torturarte por todo lo que hacés similar a otro espectáculo, no vas a poder crear nunca nada. O si no, vas a terminar creando lo que vos suponés que la gente quiere que hagas y seguramente sea aburridísimo.
–¿Hay metas que técnicamente aún no pueden concretar?
–No sé. No estamos en la pregunta. Cuando quiero crear algo no pienso tan abstractamente como para no saber cómo resolverlo después. Es como el escultor que esculpe un mármol, no creo que se le ocurra algo que luego en el mármol no pueda hacer. Es todo junto, pienso una idea y ahí mismo pienso en cómo concretarla. Tenemos un equipo técnico espectacular que forma parte de todo el proceso creativo. Más allá de eso, hay momentos en que obviamente tenés que descubrir un material, pero nunca nos pasó de no poder con él. Yo estudié para todo eso, era actor, dejé de actuar, después quise inventar las cosas que quería actuar y tuve que producirlas. De alguna manera, nuestra forma de crear está toda mezclada: qué hacer con cómo hacerlo y cómo producirlo. Es un pensamiento en conjunto todo el tiempo.
–El de Fuerza Bruta es un caso curioso de un equipo técnico conformado por la misma gente desde hace 30 años.
–Sí, son los mismos desde hace 30 años. Lo que es increíble es que todavía me aguanten. Somos un equipo técnico y creativo de cinco personas. Con Gaby Kerpel trabajamos desde 1987. Con Fabio D’Aquila, desde el 93. Cuando Alex García, que es el director técnico, entró a De la Guarda tenía que salir de gira con un permiso firmado por los padres, porque era menor. Todavía trabajamos juntos, y crecimos juntos, eso es lo bueno.
–Tenés 58, ¿la edad te fue llevando a ver todo mucho menos sombrío?
–Lo que pasa es que en el 87, cuando entré en La Organización Negra, teníamos otra realidad. Veníamos de mucha violencia, de vivir toda la dictadura, todo lo que se hablaba de política era súper intelectual, la calle era un espacio que había que tomar y reconquistar. Pero también fueron cambiando los momentos y las necesidades de mi vida. Yo ahora veo a la gente disfrutando del show y estoy feliz. Y hay algo que me apasiona mucho, que es mezclar a la gente, ver grupos de pibes de 20 o de 30 años mezclados con familias con chicos o con los abuelos, y que estén saltando todos juntos, disfrutando como en un carnaval. Me inspira mucho eso de las fiestas populares, salir a festejar cada uno a su manera, pero todos juntos. Y me re emociona cuando una persona de 80 años me dice: “Pensé que ya no me iba a sorprender nunca más. Gracias. Me encantó. Me volví a sentir de 20″. ¿Viste que es una sensación bastante angustiante o triste para la vejez sentir que ya está todo inventado? Se dan situaciones todas mezcladas. El Time Out de Nueva York nos eligió como el mejor lugar para una primera cita. Me encanta, me parece insuperable.
–La gente está en general irascible, cargan con muchos problemas, ¿se nota eso en el show?
–No, no me fijo en esa cuarta pared. Pero hicimos muchísimas funciones para cientos de miles de personas. Imaginate, fueron muchas noches y nunca tuvimos ningún mal rollo. Pensá que hay mucha interacción, todo el tiempo la gente está libre caminando por el espacio, algunos quieren estar más cerca, pero para lo que es la Argentina y para los problemas que tenemos todos, el show igual es una celebración. Creo que todos tenemos una necesidad de disfrutar, de pasarla bien y de emocionarnos.
Desde que Fuerza Bruta cuenta con sala propia, el público tiene la posibilidad de llegar una hora antes y esperar el comienzo de la función consumiendo bebidas en una barra. “Hay un lobby con bar, música, una muestra de arte. Es la forma de darle la bienvenida a la gente en un espacio relajado y festivo. Aven te transporta tan lejos de tu cotidianidad que sería muy duro llegar directo de la calle y de tus problemas, y meterte directamente en la sala. Esta previa es importantísima”.
Pero la gente también puede quedarse después de la presentación a escuchar música y bailar con un DJ en vivo. Es una celebrada consideración que surgió a partir de una propia frustración de Diqui: “Lo que pasa con las producciones es que termina el show, echan a la gente y cierran. Yo empecé a pelear contra esto en Nueva York. Estuvimos nueve años haciendo seis funciones por semana, todas seguidas. Y cuando terminaba el show los tipos te prendían la luz, empezaban a barrer y si no te ibas te barrían hasta los zapatos. Yo me decía ‘¡No puede ser, estás haciendo algo que es una felicidad total, la gente se pone pletórica y, de golpe, la estamos echando!’. En la Argentina somos mucho más amables en ese sentido. Pero ahí empecé a darme cuenta de que si yo ponía adentro del guion, al final, una canción de cinco minutos y les decía a los productores que por contrato el show sí o sí terminaba después de esa canción, no podían discutirme ¡porque el show no había terminado! Así que descubrí el truco y empecé a presentar un show en el que todo el mundo se tenía que aguantar esos cinco minutos y hasta entonces no podían apagar nada. Tenían que dejar las luces del show y la gente podía hacer lo que quisiera, sacarse fotos, jugar con los papelitos. El personal de sala estaba desesperado, porque es muy estricto todo. Ahí me dije: ‘Cuando haga un show nuevo le meto 30 minutos y que se jodan. Si el show dura 60 minutos, lo hacemos durar 90′. En GEBA se queda todo el mundo. Tiramos una pelota gigante, ponemos proyecciones, nadie se va. La que creamos es una experiencia muy intensa, muy feliz, necesitás hablar, sacarte fotos, bailar, necesitás que eso que te pasó decante en tu cuerpo, ¡no te pueden echar a la calle a patadas!”.
–Las entradas son relativamente accesibles, ¿perder rentabilidad es algo deliberado?
–Sí, es una decisión. Es importante para nosotros. Hay un montón de gente que de otro modo no vendría. Es algo que evaluamos constantemente y con lo que jugamos todo el tiempo porque, obviamente, la nuestra es una producción muy grande. Pero bueno, sí, la decisión es que sea lo más accesible posible. Forma parte del espíritu de lo que es Fuerza Bruta. Hay gente que alucina, te dice que pagó más por un stand up en un teatro de la avenida Corrientes que por venir a vernos a nosotros.
–Tenés hoy tres compañías diferentes –dos con Wayra y una con Aven, que es la que en breve sale de gira hacia Londres, Seúl y luego Sudamérica–. ¿Cómo es la logística?
–Todo el material, la ballena, la pelota gigante con la que juega el público, las luces, todo viaja en barco, en cuatro contenedores que pueden tardar hasta dos meses en llegar a destino. Salimos siempre con actores argentinos, la fábrica de talento está acá. Pero después nos gusta entrenar actores y técnicos de los lugares a los que vamos porque está buena la mezcla de culturas.
–¿Llegás a Seúl y convocás un casting local?
–En Seúl entrenamos a un montón de técnicos. Hay unos personajes divinos que nacieron en la Argentina e hicieron el colegio acá, pero sus padres son coreanos y volvieron a Corea con ellos, entonces son como argentos re-coreanos, una mezcla hermosa. En los Estados Unidos y en Londres entraba gente de cualquier lugar del mundo.
–Los managers internacionales que ponen el dinero, ¿te pueden pedir cambiar algo?
–Cambiar cosas en este espectáculo es muy difícil. Ni siquiera intentan sugerirlo, aunque sea por una cuestión de respeto. Por ahí, no sé, a un coreano una vez se le ocurrió cambiar un vestido. Me dijo que había visto una foto de una actriz haciendo una escena similar pero con otro vestuario que le gustó más, entonces fui y le puse ese vestuario. Fue solo un detalle.
–¿Te contactan mucho para hacer shows temáticos?
–Con respecto a la temático, lo primero que hicimos fue el desfile del Bicentenario, en 2010. Fue la primera vez que trabajamos sobre cosas concretas que no fueran abstractas. Se trató de un desafío muy grande que me dio mucho miedo, pero que después me terminó encantando. Trabajar sobre cosas específicas como la guerra de Malvinas, la democracia, San Martín, el cruce de los Andes… Eran 19 escenas que todo el mundo tenía que entender pero que podíamos resolver cada una de una manera bastante libre, sin texto ni explicaciones, con el impacto de la impronta de Fuerza Bruta. Fue súper copado, lo más lindo de todo fue hacerlo en la calle. Nosotros construimos nuestra propia sala con todos los elementos que necesitamos y con muchísima libertad, pero la calle nos volvió locos. Además fue un boom, hasta entonces éramos como raros, pero a partir de ahí todo el mundo se dio cuenta de que, por supuesto, se entendía lo que hacíamos, y le gustó. Me acuerdo que hubo políticos que dijeron: “Pongan un cartel adelante de cada escena para que se entienda”. Yo respondía: “Si tengo que poner un cartel para que se entienda lo que hago, es que fue un fracaso. Si no es evidente que esas son las Malvinas, me jubilo para siempre”.
–Han ido renovando elencos a lo largo de todos estos años. ¿Cómo son los artistas jóvenes?
–Los actores y los bailarines cambiaron cada vez para mejor, están muy bien preparados. Hace unos años era muy difícil encontrar buenos actores que tuvieran además ese manejo del cuerpo y ese estado atlético que exige Fuerza Bruta. Hoy es muy poco probable que un actor no tome el cuerpo como un instrumento y lo elabore, o que no baile, no cante, no corra ni entrene. Antes actor era el que se paraba a hablar; el bailarín, solo bailaba; el cantante, solo cantaba. Por eso, yo me fui corriendo del Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Hoy los chicos, además, tienen otra cabeza y otra libertad para disfrutar. Cada uno hace lo que le toca sin cuestionarse las cosas, sino sintiéndolas y atravesándolas.
–Louta, tu hijo –Jaime Martín James, cantante, actor, uno de los creadores de la fiesta Bresh–, fue telonero de Taylor Swift en Buenos Aires, tiene su propio vuelo, encontró su propio camino. ¿Te metés en su carrera?
–No, lo que tenemos son muchas conversaciones artísticas. Imaginate, él hace todo lo que hace porque se crio de gira, viendo los shows. Tenía seis meses y ya estaba en el Maracaná. Cuando tenía dos, tres, cuatro años se venía seis meses con nosotros. Siempre hablamos de teatro, de escenas, de ideas, de locura, de arte callejero, de festivales. Yo fui malísimo para la música, no tengo oído, a él se le dio por ahí –su madre es la directora y bailarina Ana Frenkel, creadora de la compañía El Descueve; su tío es Diego Frenkel, cantante de La Portuaria– y a partir de la música empezó también a actuar, a dirigir, a hacer todo.
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