Fue su hobby, pinta en bares históricos y ahora dará talleres en Londres y en Berlín
Gustavo Ferrari, especialista en el arte del fileteado, revaloriza las técnicas de un oficio bien local
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La fascinación de Gustavo Ferrari por el fileteado porteño comenzó frente a una pintura en la estación Carlos Gardel del subte. Él era un niño y no sabía que el artista que lo había cautivado se llamaba León Untroib, uno de los grandes maestros fileteadores que tuvo nuestro país. Si bien dibujó durante toda su vida, su interés por el fileteado había quedado latente hasta que comenzó a estudiar Historia en la Universidad de Buenos Aires. Buscó un hobby para “salir un poco de los libros” y, en 2001, se contactó con el maestro Alfredo Genovese con quien hizo unos cursos y fue elegido, más tarde, como su aprendiz.
“Ayudé a Alfredo durante casi dos años. Lo primero que hicimos fue pintar juntos un carro y ese fue mi primer trabajo pago. Después, de a poquito, empecé a conseguir encargos particulares, fui mostrándome y participando en ferias. Ya para 2004 estaba trabajando y, en 2007, cuando terminé la carrera, me metí de forma permanente en el oficio”.
Actualmente, algunas de sus pinturas pueden encontrarse en bares históricos, como El banderín, La flor de Barracas, El hipopótamo y El colonial. “Una de las cosas del oficio que más me gusta es trabajar en la vía pública, porque esos diseños quedan a la vista de cualquier persona que pasa. Y una forma de volver al origen del fileteado, que es el arte callejero”.
Esta forma de pintar surgió en nuestro país a fines del siglo XIX como una decoración muy sencilla de los carros que transportaban alimentos hacia los mercados de abasto. “Cuando hablamos de los iniciadores de este estilo siempre aparece el nombre de tres inmigrantes italianos: Cecilio Pascarelli, Vicente Brunetti y Salvador Venturo. Prácticamente no hay fotos de sus obras porque, en esa época, no era algo que se registrara tanto. Lo que sí podemos decir es que empezó en la Argentina, y que no es algo que se trasladó de Italia. Mucha de su inspiración vino de la arquitectura de la Ciudad y de la ornamentación de los grandes edificios, como las rejas de los balcones, los dinteles y los herrajes de las puertas”.
En 1970, se produjo un hecho que cambió la valoración del filete porteño: “El 14 de septiembre de ese año, los artistas Esther Barugel y Nicolás Rubió organizaron la primera muestra en una galería. Ellos discutían cómo podía ser que nadie le diera importancia a este arte argentino. La exhibición se llamó Los maestros fileteadores de Buenos Aires y marcó la historia porque por primera vez el filete se independizó del soporte ‘vehículo’ (carros, colectivos y camiones) y se trasladó a cuadros y obras”. Ahora, en esa fecha se celebra el Día del Fileteado Porteño.
Dando más detalles sobre el precedente que marcaron Barugel y Rubió, Ferrari cuenta: “Ellos investigaron sobre quiénes estaban detrás del fileteado y sacaron fotos. Al ser algo tan popular, no había registros anteriores. Así generaron el acervo más grande que tenemos de fotos de camiones históricos con fileteado que, actualmente, forma parte de la colección del Museo de la Ciudad”.
Una de las particularidades de esta técnica es que, al tratarse de un arte tradicional, hay reglas y patrones que deben respetarse al momento de pintar. “Hay una serie de elementos específicos que deben utilizarse, como las hojas de acanto, las cintas, diferentes tipos de flores, pájaros, dragones y animales fantásticos. También las banderas, que se pueden presentar de distintos modos: enrolladas, extendidas, en escarapelas o moños. Son los elementos tradicionales y con ellos uno debe componer su obra. Ahí es donde después entra en juego la creatividad de cada uno. Hay que plantearse qué hacer con ese bagaje tradicional que te llega: si lo repetís tal cual lo haría un viejo maestro o si, a partir de eso, tratás de generar algo nuevo”.
En cuando a la forma de pintar, Ferrari señala que hay pasos a seguir. “Hay un procedimiento específico que indica qué hacer. Primero, preparar el color de base. Después, las sombras, que se arman con barniz y color negro. Esta mezcla se llama Yapán y es algo muy particular de la técnica del fileteado. Lo que hace es teñir el color, pero sin pintarlo. Es como una transparencia que oscurece. De esta manera, se hacen las sombras que se proyectan contra el fondo y se genera que los distintos elementos se despeguen del plano (dando un efecto 3D). El último paso, es pintar las luces y los brillos. Todo esto se plasma con un pincel especial más largo, confeccionado con pelos de oreja de vaca”.
Desde su estudio, en el barrio de Caballito, Ferrari trabaja codo a codo con Nina Gilmizyanova, su esposa, socia y también artista. Desde allí, ambos buscan difundir el fileteado, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2015. Por eso, viajarán durante los próximos meses a Londres y Berlín para dar talleres y también participarán de una feria en Francia vinculada al mundo del tango.
Combinando su interés por la historia y su pasión por el fileteado, el artista cuenta que trabaja en un libro que contará la vida y obra del maestro polaco León Untroib, a quien admiraba de niño en el subte. “Estoy juntando datos, bocetos, cartas, fotos. Tengo algunos archivos familiares que me dejaron en préstamo”. Su gran proyecto.
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