A los 85 años, el productor Fernando Marín es el protagonista de una docuserie sobre su vida y su extensa trayectoria en los medios que, por primera vez, lo ubica delante de la cámara
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“Viví de los que firmaban autógrafos, pero ahora una productora se interesó en mi vida, multiplicada en las distintas disciplinas que abordé en sesenta años dentro del mundo de la comunicación en todos sus géneros”.
Podría decirse que Fernando Marín lo hizo todo. Y más. Al menos en el vasto universo de los medios, el periodismo, el entretenimiento, el espectáculo y el deporte. Una vida atípica, sin dudas, ahora compendiada en La máquina de mirar, docuserie -de seis episodios-, dirigida por Julio Panno, que se estrenará el 9 de noviembre y se podrá ver por la pantalla de Crónica TV y la plataforma de Infobae. Un merecido reconocimiento para sus mil y una vidas.
Definirlo como “productor” no sería errado, pero, a este hombre que consagró la existencia a su quehacer, también le cabe el mote de “creador” y, casi en un diálogo con la antropología, un curioso profesional que excavó y, casi siempre, encontró. Un constructor de hitos notables. Un mentor de nuevos talentos.
“Por ser creyente, siempre digo que el punto de llegada es la vida eterna. Partiendo de mi fe, en primer lugar, trato de soñar despierto y, luego, de concretar mis sueños. No es que no viva el presente, ya que el hoy siempre es muy rico y, cada vez que uno se despierta, suceden cosas, pero, inmediatamente, estoy pensando en el mañana”, sostiene este joven de 85 años que recibe a LA NACION en su apacible refugio en Escobar, donde la naturaleza explota henchida de colores y sonidos. Otros matices a los tan urbanos que caracterizaron su vida. Aquí anidó su propia “Zona Azul”, porque nada hace entrever la edad que marca su calendario.
“¿No ves tú que el tesoro no honra a su acumulador, después de su vida, como hace la ciencia, que atestigua y proclama a su creador, porque es hija de quien la genera y no hijastra como la pecunia?”. La frase, atribuida a Leonardo da Vinci, bien le cabe a Fernando Marín, fundante de hitos en el universo del periodismo y el entretenimiento como los programas Video Show -el que impulsó “la máquina de mirar”-, Mesa de noticias, Calabromas, Juana y sus hermanas, El Chavo o Cantaniño.
Fue el hacedor -desde su productora Hit- de fenómenos mediáticos como la radio FM Horizonte -la que proclamaba “mientras tanto aquí en Buenos Aires, una nueva hora comienza” en la voz inmaculada de Martín Wullich. Y no se privó de arengar nombres que se convirtieron en marcas ya que impulsó carreras periodísticas como las de los entonces novatos Nelson Castro y Marcelo Longobardi.
Bajo sus órdenes trabajaron profesionales como Cacho Fontana, Alejandro Dolina -a quien convenció de hacer radio en la trasnoche y llevar la audición al teatro-, Graciela Borges, Juan Carlos Mesa, Juan Carlos Altavista, Pinky, Juan Carlos Calabró, Antonio Carrizo, Juan Alberto Mateyko, Ana María Campoy, Andrés Percivale y tantos más.
Pareciera ser que nada lo amedrenta. Ni antes ni ahora. En ese impulso creativo de su oficio, fue quien presentó en sociedad a esa “máquina de mirar” -que hoy bautiza la docuserie sobre su vida- que no era otra cosa que la novedosa utilización de las cámaras portátiles que permitían grabar con una simplificación tecnológica y registrar entrevistas e informes desde cualquier lugar del mundo.
Una usina de ideas. Quizás ese mote sea el que mejor lo defina a un profesional que fue el encargado de traer al país a la cantante italiana Iva Zanicchi, producir encuentros de la Copa Davis y peleas de Carlos Monzón; dar a conocer a Roberto Gómez Bolaños y a su troupe de estupendos comediantes de la mano de los personajes El Chavo y El Chapulín Colorado, a quienes, cuando llegaron a Buenos Aires por primera vez, los hizo caminar por la calle Florida para despertar el comentario de la gente.
Sabe de récords, como el que logró con el show de chicos cantores Cantaniño que ganó cinco Discos de Oro y tres de Platino, más que lo que generaba, en ese momento, un astro como Julio Iglesias. Quién no cantó o escuchó aquello de “tengo un hermanito, chiquito”. “Recuerdo cuando traje a Barry White, Fred Bongusto y Ornella Vanoni”, remarca. “Muchas de las ideas pueden resultar osadas o de difícil concreción, pero, una vez que las sueño, luego las intento. Como decía Calderón, ´los sueños, sueños son´”.
Hace dos años fue nombrado Personalidad Destacada de la Cultura por parte de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí pudo testearse de primera mano el reconocimiento de tanta gente hacia su trabajo.
-A lo largo de seis décadas de trabajo, jamás se detuvo. Su labor acompañó las diversas etapas de la vida política de nuestro país con los vaivenes de cada gobierno.
-Creo que los poderes político y empresarial se acercan al espectáculo, no es a la inversa. Cuando un productor de mi perfil tiene todas esas proximidades, es porque a los distintos presidentes les halagó estar presentes en esos shows business que uno producía.
-Estar a su lado implicaba no poca repercusión masiva.
-Eran los personajes del poder los que se acercaban. Uno los recibía y, sin darse cuenta, se entrelazaba con ese mundo. Eso no quiere decir que ejercía el poder, sino que lo conocía de cerca. En ese sentido, siempre traté de ser lo más pluralista posible, en un país que, en los últimos sesenta años, tuvo tanto sube y bajo de gobiernos de distintas ideologías, de factos y militares, y hasta con una guerra ridícula que se cruzó en el medio. Digo ridícula porque no merecía haber tantas muertes, cuando se podría haber arreglado en un escritorio. Todas esas cosas las viví muy de cerca a través de mi profesión de productor.
Más que una agenda
-Con el transcurrir del tiempo, ¿se modificó el rol de productor?
-Ante era más estricto. No quiero ser peyorativo, pero una tarjeta puede decir “productor” y eso implica solamente que se trata de una persona con buena agenda, pero ser productor no es hacer llamados por teléfono.
-Indudablemente, el rol es mucho más abarcador.
-Antes, el productor era el hombre que pensaba la idea, supervisaba a los conductores o al periodista y marcaba el derrotero, como lo era el editor o el jefe editorial de un diario.
La virtud creativa de Fernando Marín acaso sea lo que mejor define a su tarea, pero también el rótulo de “mentor” cobija buena parte de su trabajo. Él siempre vio antes que los demás.
-¿Cómo accionaba ese “olfato” previo ante alguien desconocido para el gran público? ¿Qué características tenía que tener un profesional para que usted depositara su confianza y su deseo de potenciarlo y permitirle el acceso a la masividad?
-Hay un músculo invisible que se llama “intuición” que lo tengo bastante desarrollado, es innato en mí. Hay personas que son intuitivas y otras que están formadas dentro de un gabinete.
-Está claro dónde se para usted.
-Jamás podría estar adentro de un laboratorio, aunque reconozco el valor que tiene el trabajo en esos ámbitos.
-¿Qué otros nombres “descubrió” a pura intuición?
-Cuando, por primera vez, me crucé con Rolando Hanglin, estaba vestido con una especie de túnica y llevaba el pelo hasta la cintura, pero me lo imaginé con camisa y saco.
-Para imaginar “nuevas realidades” no se andaba con chiquitas.
-Le dije a Hanglin “¿por qué no te sacás la túnica, te cortás el pelo y venís a trabajar a Video Show?”. Es un periodista extraordinario y, más allá de los idiomas que habla y de su cultura, lo pude mezclar con Minguito.
-No fue el único cóctel con ingredientes a primera vista “incompatibles”. Recuerdo cuando llevó al periodista Alberto Muney a Supershow infantil.
-También mezclé a Mariano Grondona con Juan Carlos Mesa.
-A arriesgado no le ganó nadie.
-Es cierto, pero esas mezclas que pude lograr con mis producciones a la gente la gratificaban. Siempre trataba de hacer lo que a mí me divertía en un living con familia y amigos y lo trasladaba a la radio o a la televisión con la mayor naturalidad posible.
-Para llevar a cabo todo lo que usted hizo, se requiere tomar riesgos. En su argot, las palabras “miedo” y “temor”, ¿existen?
-El miedo lo tengo ahora dando una entrevista.
-¿Para tanto?
-El miedo existe siempre, nunca he sido un irresponsable. El que no siente el temor al hacer una entrevista o al salir al aire es un irrespetuoso. El temor tiene que ver con la responsabilidad. Pude equivocarme, pero siempre me manejé con verdad y de una manera transparente.
El programa inolvidable
-En una trayectoria tan nutrida y tan elogiosa, ¿cuál fue el éxito que lo sorprendió y cuál fue el fracaso que más lo atravesó?
-Comienzo por el final de tu pregunta, al fracaso no lo voy a contar, dejo que lo descubran los demás.
-Como “buen fracaso” nadie se debe acordar, dejémoslo pasar.
-Me parece bien.
-¿Cuál fue aquel gol de media cancha que lo marcó especialmente?
-Fue el Video Show de once de la noche a una de la mañana, un horario marginal para la época, que era, habitualmente, la llamada “hora de cierre y meditación” donde solían hablar curas y rabinos.
-Su liturgia era otra.
-Nosotros aterrizamos con un programa de dos horas con Cacho Fontana, que fue el conductor durante el primer año, y luego contamos, a través del tiempo, con la conducción de Andrés Percivale, Alberto Closas, Bernardo Neustadt, Enrique Llamas de Madariaga y, finalmente, Antonio Carrizo. No sé si el éxito de ese programa me sorprendió, pero fue el impacto que me catapultó a la notoriedad.
Aquel ciclo periodístico marcó una bisagra en la forma de abordar la actualidad. Era una suerte de revista de interés general donde no faltaba nada. Hasta su cortina, el leitmotiv musical, aún resuenan en las generaciones mayores que se acuerdan de aquella letra que espetaba “quédate a ver una historia real, el hecho increíble de un héroe casual, personajes y protagonistas de la realidad”. Nostálgicos abstenerse de lagrimear.
-Video Show fue un espacio que introdujo nuevas tecnologías y acortó las distancias con el resto del mundo.
-Nos animamos a tener equipos periodísticos dando vueltas, con cinco cámaras que llamamos “la máquina de mirar”.
Esos “crew” que conformaban “la máquina de mirar” estaban integrados por un camarógrafo que llevaba su mochila (cámara), un periodista y un ayudante.
-¿Cómo llegaban las notas a Buenos Aires para salir al aire sin grandes demoras temporales?
-Habíamos organizado un “network” con las azafatas de diversas líneas aéreas que nos traían los materiales. Cada cobertura era editada y luego era presentada como un “falso vivo”. En aquel momento, fue un programa que marcó un antes y un después en la televisión argentina. Hoy lo veo y lo encuentro con una lentitud enorme.
-Hay que ubicarse en el contexto de la dinámica de la televisión de ese tiempo.
-No se puede pensarlo con los tiempos de hoy.
-De los conductores de Video Show, ¿cuál fue el que tuvo más aceptación de parte de las audiencias?
-El mejor rating lo logró Andrés Percivale y luego lo equipararon Bernardo Neustadt y Enrique Llamas de Madariaga.
Oscuridades del poder
En 2001, bajo su gerenciamiento, Fernando Marín logró coronar campeón a Racing Club, luego de 35 años de no obtener tal cucarda. Aún hoy, los hinchas reverencian a este hombre de la casaca celeste que, curiosamente, se crio entre Núñez y Belgrano, bastante lejos de la sureña Avellaneda.
-Hace un momento, conversábamos sobre la injerencia de la política, pero usted ha sido también un empresario del fútbol. ¿Cuál de los dos ámbitos es más intrincado?
-Lo más difícil que existe en el mundo, y hoy más que nunca, por cómo ha subido en su escala exponencial, es el fútbol. Hasta hace poco tiempo, a la política la signaba una ideología o una tendencia, pero, al fútbol lo signa la pasión.
-¿Está mal?
-Es muy lindo sentir pasión, se puede amar con pasión, pero el fútbol es difícil porque, dentro de esa pasión, aparece el fanatismo y, debajo de su paraguas, se esconden cosas que son más que sucias, resultan violentas, eso es lo feo que tiene el fanatismo cuando se traslada al fútbol y al deporte.
-Y que también tiñe a la política.
-No soy político y traté siempre de esquivar a la política.
-Usted trabajó durante los aciagos años de la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983.
-En esa época, parecía que todo el mundo estaba exiliado, pero yo seguí trabajando, como el noventa por ciento de la gente que no estaba exiliada. Tenía en mis equipos a nombres como Pepe Eliaschev, un hombre de neta ideología de izquierda. Puedo hablar de un montón de conductores que comenzaron en ese sector. Antonio Carrizo, cuando era joven, simpatizaba con el Partido Comunista, pero, además, era un hombre de una cultura enorme; en el mismo piso donde vivía tenía otro departamento lleno de libros. Por su cultura, con el sexto grado de entonces, equivalía a lo que hoy podría ser un posgrado de Harvard.
-Usted vivió una situación violenta en torno a Pepe Eliaschev.
-Video Show ya salía en horario central, de ocho a nueve de la noche, y el interventor militar de Canal 9 me pidió que sacara del aire a una persona que “no estaba en la línea ideológica correspondiente”, según me explicó.
-¿Cómo reaccionó?
-Me hice el gil, le respondí “¿a qué se refiere, coronel?”. No me trató muy bien. Así que mandé a Pepe (Eliaschev) a Estados Unidos, le alquilé un departamento y lo hacía salir al aire con la voz impostada.
-El coronel, ¿se dio cuenta?
-Algún “valiente” se lo sopló en la oreja y me volvió a llamar. Me dijo que la Itaka que tenía en su oficina me la iba a meter en un determinado lugar del cuerpo sino sacaba a esa persona del aire. Pasé momentos muy difíciles.
-No habrá sido sencillo producir televisión en aquellos tiempos.
-Para nada. Además, había una disputa entre las tres Fuerzas, ya que se habían repartido los canales y nosotros teníamos programas en el aire en casi todas las señales de televisión y radio, así que se nos hacía muy difícil hacer equilibrio.
Nuevos lenguajes
-Usted ha roto paradigmas con algunas de sus creaciones. Hoy, los canales de streaming se multiplican, aunque no siempre es muy novedoso lo que proponen. ¿Entiende que la dinámica de las plataformas de streaming rompe con algo preestablecido en torno a los lenguajes de la radio y la televisión, como sí ha sucedido con sus programas?
-Argentina es un país muy particular, porque aún sobreviven las radios AM, siendo que, en muchas partes del mundo, ya no existen más. Con respecto al streaming, la evolución tecnológica ha ayudado mucho, pero también ha abreviado, sintetizado, de alguna manera, la información a un título o una línea. Eso no le hace bien a la investigación ni al desarrollo de la noticia. En ese sentido, hay una evolución tecnológica que te acerca al mundo y, por otro lado, te sintetiza la manera de una forma extrema.
-¿Qué otro “riesgo” encuentra en los modos actuales de la comunicación?
-Hoy, detrás de ciertas plataformas, se esconde bajo seudónimos gente con poca valentía que puede decir barbaridades. Esto es lo malo de la evolución tecnológica.
-Hace pocos días, la actriz Graciela Borges cerró sus redes por los ataques recibidos luego de la entrega del Premio Marín Fierro al cine. ¿Cómo se podría modificar esa impunidad?
-En algún momento, cuando alguien se encubra en X, o en otra red social o plataforma, bajo un nombre cualquiera, saldrá a la luz la verdadera identidad de esa persona y tendrá que bancarse con valentía las barbaridades que dijo. También es cierto que el streaming y el mundo de la comunicación ha convertido el mundo en un pañuelo.
-¿La televisión abierta tiene futuro o estamos ante una etapa terminal del medio?
-La televisión abierta se entrelazó mucho con las señales de noticias, está todo mezclado, pero creo que es un medio que tiene vida para rato.
Un abrazo fundamental
El caballo ha sido, y es, una de las pasiones de Fernando Marín. Amor que se funda en su infancia de manera casi azarosa y debido a que se crio en una zona porteña de impronta equina: “De chico vivía en Maure y Avenida del Libertador, un lugar con muchísimos stud; como le había caído muy bien a un capataz, me permitía acercarme y tener contacto con los caballos. El primero que monté no fue un petiso en el zoológico, sino un puro de carrera. Me acuerdo que iban en fila por Olleros para comenzar el entrenamiento a las seis de la mañana y yo me levantaba temprano para poder estar ahí”.
-¿Qué edad tenía?
-Seis o siete años.
-¿Cómo lograba, siendo tan chico, ingresar a ese mundo?
-Les caía bien a todos y, sobre todo, a ese capataz que mencioné. Llegaba al stud, me sacaba el guardapolvo y me subía al puro más manso, mientras ese hombre me llevaba de la brida.
-En su casa, ¿le permitían mantener esa rutina?
-Mi mamá me preguntaba por qué me levantaba tan temprano y yo le respondía que quería izar la bandera de la escuela.
Aquel niño -que ya mostraba su atrevimiento precozmente- cursó su escuela primera en un colegio público que contaba con una subvención del Jockey Club dado que se encontraba ubicado a la vera del hipódromo de Palermo. “Teníamos unos maestros fabulosos”. Con los años, aquella pasión inicial por lo ecuestre, lo llevó a practicar salto.
Para un hombre, cuya vida es un anecdotario tan fructífero, esta disciplina le permitió un acercamiento con su padre. “Desde chico, andar caballo era, para mí, lo mismo que caminar, pero, como no tenía los medios para practicar el deporte, recién con veintipico de años, comencé a saltar”.
-¿Se acuerda de su primer caballo?
-Sí, pero fue una estafa, me dieron uno que estaba medio roto, aunque lo pude curar. Luego, el coronel Villafañe, padre de Chunchuna y abuelo de Juana Molina, fue el que comenzó a darme caballos de segunda línea para que pudiera saltar.
Finalmente, Marín ganó un campeonato nacional gracias a aquel tordillo que logró salvar de su muerte. Así como el salto marcó su vida, tampoco se privó de practicar los más diversos deportes: “Si me daban una raqueta, jugaba al tenis; jugué al polo de grande y me gustaba mucho el fútbol. El entusiasmo y la cuota de suerte necesaria me llevaron a ganar torneos que no esperaba, pero, más que ganar, lo que me encantaba era la competencia”. Quizás tanto como el rating.
El empresario no se priva de trazar una metáfora: “El deporte es una alcancía verde donde está la familia y la economía es una alcancía gris, porque el dinero termina arruinando muchas cosas”.
-¿Qué sucedió cuando su padre lo vio, por primera vez, saltando a caballo en una demostración en el predio de la Sociedad Rural?
-Él nunca me iba a ver, pero, apareció en una final que se llevó a cabo en la pista central. Eran tres días de competencia y yo había ganado en los dos primeros, si lograba una nueva victoria, ascendía de categoría. En plena demostración, giré y observé, entre la multitud que estaba en la cabecera que daba a la avenida Sarmiento, la cara de mi padre.
-¿Cómo reaccionó?
-Me faltaban dos vallas y tenía miedo de no lograrlo por la emoción, pero el tordillo rindió.
-¿Qué sucedió después?
-Me confundí en un abrazo con mi viejo que fue inolvidable. A partir de esa oportunidad, jamás dejó de ir a verme cuando competía en algún deporte.
-Hasta ese momento, ¿el vínculo con su padre no era bueno?
-Era otra época, de menos demostración de afecto. Por otra parte, él trabajó en un mismo banco toda su vida, fueron cuarenta años dedicados a esa actividad, vivía para eso. Desgraciadamente, se lo llevó muy joven el cigarrillo, algo que me hizo reflexionar mucho y decirme para mis adentros “esto no lo voy a repetir, seré la antítesis”. Más allá de eso, mi padre era de una cultura superior, muy lector, gran orador. Una persona extremadamente trabajadora y honesta.
-¿Se siente parecido en esos aspectos?
-Genéticamente, pude transmitirles a mis cinco hijos y siete nietos esos valores. Todos mis nietos están recibidos y ya tengo un bisnieto de tres años.
-Podría decirse que usted ha sido un empecinado defensor del matrimonio. Tuvo tres esposas que, además, mantienen un excelente vínculo entre ellas.
-Eso quiere decir que me gusta el casamiento, porque con las tres me casé por Registro Civil. Tienen diferentes edades y se llevan muy bien. Con la última, hace más de treinta años que estamos juntos. Si me echa, me ataré a un árbol.
-No es habitual que tres ex se relacionen así.
-Tuve la enorme suerte de haberme cruzado con tres grandes señoras.
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