Estela Canto. La mujer que enamoró a Borges, pero rechazó casarse con él si antes no tenían sexo
La reedición de “Borges a contraluz” desnuda la pasión del escritor, su relación con la autora que conoció en casa de los Bioy y por la que aceptó ir al psicólogo
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“Al fin del verano de 1945, en marzo, cuando yo acababa de llegar de Mar del Plata, salimos una noche. Al pasar ante una panadería de Constitución, aspiramos el perfume del pan caliente, recién horneado. Él habló. Me dijo que quería escribir un cuento sobre un lugar que encerraba «todos los lugares del mundo» y que quería dedicarme ese cuento. Fue la primera alusión a El Aleph (...) Él siguió escribiendo el cuento. Me telefoneaba todas las mañanas y me mandaba notas y postales anunciándome –redundantemente– que nos íbamos a ver esa noche. Me repetía que él era Dante, que yo era Beatrice y que habría de liberarlo del infierno, aunque yo no conociera la naturaleza de ese infierno”, narra Estela Canto en Borges a contraluz, el libro de memorias que publicó en 1989 y que Emecé relanzó esta semana.
Estela Canto fue una escritora, periodista y traductora argentina. Trabajó en un matutino del Partido Comunista junto a Juan Gelman y Andrés Rivera, publicó cuentos y diversos artículos en las revistas Sur y Los Anales. Su nombre remite a “la polémica versión de la biografía borgeana y de sus propios amores con el escritor –relata María Rosa Lojo en el análisis Estela Canto: sabotaje del género–. Pero fue también una considerable narradora por derecho propio. Pueden mencionarse, entre sus libros: El muro de mármol, El retrato y la imagen, Los espejos de la sombra, Los otros, las máscaras, Ronda nocturna”.
Hija de una familia oriunda del Uruguay, “un país liberal por tradición, donde aún ahora se encuentran rastros de la masonería, alguna vez muy influyente”, describe Canto. La familia de su madre había tenido tierras, pero ya en la época en la que se relacionó con Borges esa “era una historia vieja”.
Fue en el departamento de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, en agosto de 1944, donde Estela conoció a Georgie; así lo llamaba. “En medio de estas personas prominentes, yo me sentía envarada y joven. Ya roto el primer hielo, cuando las conversaciones se habían generalizado, aparecieron Borges y Bioy Casares, que hasta el último momento habían estado trabajando en la redacción de Seis problemas para Isidro Parodi, una saga de cuentos policiales que escribían juntos, en el piso bajo del tríplex. Yo había oído que Borges no era exactamente buen mozo, que ni siquiera tenía un físico agradable (...) Cuando Adolfito nos presentó, me tendió la mano con aire desatento e inmediatamente dirigió sus grandes ojos celestes en otra dirección. Era casi descortés. E inesperado. En aquellos días yo daba por supuesto que los hombres tenían que impresionarse conmigo”.
Se cruzaron durante varios meses, “en ese tríplex lleno de libros, con las paredes cubiertas de estantes que parecían tener todo lo que se había escrito en el mundo –cuenta–, escuchábamos a Brahms, Porgy and Bess, música popular. Silvina y yo solíamos bailar, creando en ocasiones nuevos pasos”.
Una noche de verano, Borges y Estela salieron juntos de aquella casa ubicada en la esquina de Santa Fe y Ecuador. “Me preguntó a dónde iba. Le contesté que a casa y que iba a tomar el subterráneo. Llegamos a la estación. Ya nos disponíamos a bajar la escalera cuando Georgie se detuvo y tartamudeó: «Eh… ¿no te gustaría que camináramos unas cuadras?». Acepté de buena gana. Echamos a andar, olvidados de las próximas estaciones y los horarios (…) «¿Puedo acompañarte hasta tu casa?», me preguntó. Y emprendimos la marcha hacia el sur, que él sentía como algo vasto y libre. No recuerdo exactamente de qué hablamos. Probablemente comentamos la situación política del país, que a los dos nos parecía ominosa. Pero había una diferencia: el peronismo era para él una pesadilla de la cual íbamos a despertar; para mí era ya algo real, que estaba a la vuelta de la esquina. Supongo que hablamos de nuestros amigos y de algunos escritores. Me acuerdo claramente de que yo mencioné mi admiración por Bernard Shaw. A él le gustó que yo pudiera citar en inglés y, a partir de entonces, el inglés se convirtió para nosotros en un segundo idioma, al cual él recurría en momentos de angustia o de exaltación lírica. Habíamos llegado a la Avenida de Mayo. Entramos a un bar. Yo pedí un café y él un vaso de leche. Al alejarse el mozo, él me escudriñó con la mirada, como si me estuviera viendo por primera vez y dijo en inglés: «La sonrisa de la Gioconda y los movimientos de un caballito de ajedrez». Me sentí halagada. Borges era un hombre a quien yo impresionaba, uno más, y –al parecer– no sólo por lo que veía. Y añadió: «Es la primera vez que encuentro a una mujer a quien le gusta Bernard Shaw. ¡Qué extraño!»”.
En Borges, vida y literatura (Emecé), Alejandro Vaccaro detalla que aquel encuentro despertó en Borges sensaciones nuevas, pocas veces experimentadas. “Estela era joven, hermosa, hablaba fluidamente su idioma preferido y además admiraba a George Bernard Shaw. Era desinhibida, comunista, buena lectora. La mujer ideal para pensar en compartir la vida y para, en un hombre como él, ganarse un sinfín de problemas. A la mañana siguiente, Borges volvió la casa de Estela [en Chile y Tacuarí] para dejarle de regalo Youth, de Joseph Conrad, sin verla ni preguntar por ella. A la noche regresó para ir juntos a casa de los Bioy”.
En 2013, con el título Borges por Piglia, el autor de Respiración artificial y Plata quemada ofreció cuatro clases dedicadas al genial escritor. En esas charlas no sólo recomendó el libro de Estela Canto, sino que destacó la importancia que tuvo en la vida de Georgie. “Borges a contraluz es lo mejor que se ha escrito biográfico sobre Borges –no ahorró en halagos–. Era una mujer extraordinaria, bellísima; estaba en Sur, y era del partido comunista; y su hermano Patricio Canto era una figura importantísima de vida cultural de izquierda argentina; gran traductor, muy amigo de Oscar Masotta. Ahí Borges entró en contacto con otro mundo, y esta muchacha lo empezó a poner en problemas, como ahí está contado en las cartas; tanto lo puso en problemas que un día le dijo: tienes que ir al psicoanalista. Porque Borges tenía ciertos problemas –cuenta Ricardo Piglia–. Efectivamente, Borges fue al psicoanalista [Miguel Cohen Miller]. Entonces, qué pasó, lo que pasa con el psicoanálisis: Borges no resolvió el problema al que iba, pero perdió la timidez, y pudo dar conferencias (…). Borges en realidad era muy tímido, tan tímido era que nunca había dado una conferencia, siempre las conferencias de Borges las leía otra persona, porque él estaba aterrado. Era incapaz de hablar en público. El análisis que hizo le ayudó muchísimo, nos ayudó muchísimo, porque Borges empezó a dar conferencias, creó un estilo de conferencias, que es un estilo extraordinario, parece que estuviera pensando con uno. Ese estilo que tiene siempre parece que estuviera hablando con alguien más inteligente. Eso tuvo un éxito maravilloso”.
Georgie se enamoró de Elena. Esta historia inspiró Un amor de Borges (2000), film de Javier Torre, con Jean Pierre Noher e Inés Sastre. “El amor de Borges era romántico, exaltado, tenía una especie de pureza juvenil (...). No era sentimental, sino lírico. Pero yo no podía amarlo –resalta Canto–. Yo tenía veintiocho años cuando encontré a Borges [él 45]. Del amor conocía «los arquetipos y los esplendores», también los desentendimientos, los errores, las fuerzas ciegas que se apoderan a veces de nosotros. En otro nivel, estaba al tanto de sus aspectos más ligeros. Había llevado una vida agitada y me sentía atraída por la aventura. Además, pertenecía a un medio social que no era el de las mujeres que conocía Borges (…) yo era una mujer que había estado trabajando desde los veinte años. Había pasado por oficinas, había hecho un poco de publicidad, corretajes, había pasado brevemente por estudios de cine y estaciones de radio y me había ganado la vida, bastante mal, a decir verdad, pero esto me había dado cierta independencia. En ese momento hacía traducciones para la Editorial Emecé. Toda mi vida había leído mucho. También, tímidamente, escribía”.
El trabajo de investigación que María Rosa Lojo dio a conocer en 1999 asegura que Estela Canto (quien falleció en 1994),”es una de las primeras voces notables en la novelística escrita por mujeres en la Argentina durante el siglo XX. Puede decirse, incluso, que ella inaugura dentro de este contexto, una línea que adquiere creciente importancia, la del «extraño camino de las imágenes», que podría caracterizarse, globalmente, por ciertos rasgos, simultáneos o no: irrupción de lo fantástico, proyecciones simbólicas, connotaciones mítico-religiosas, intensificación de los procedimientos poéticos en el discurso narrativo (rasgos constatables y convergentes, sobre todo, en sus primeras novelas). Aunque esta línea se diferencia de otras producciones femeninas de la época (del 45 al 60) por su ruptura de la poética realista, tiene en común con ellas la profunda discusión de las imágenes y los roles de las mujeres moldeados por la normativa social: lo que llamamos hoy «problemática de género»”.
En septiembre de 1945 se publicó El Aleph en Sur. Era la primera vez que el cuento veía la luz y estaba dedicado a Estela Canto, a quien le regalaría el manuscrito [en 1985, subastó el texto en Sotheby’s. El Ministerio de Cultura de España ofertó 25.760 dólares]. “Esa dedicatoria, al final del texto, abre múltiples posibilidades de interpretación –expone una de las entradas de Borges babilónico (FCE), de Jorge Schwartz –.Por un lado, Estela Canto fue quien mecanografió la versión original. Por otro, existieron rumores de una relación entre ella y su hermano Patricio Canto, ensayista y poeta. En El Aleph los primos Beatriz Viterbo y Carlos Argentino Daneri mantuvieron un relación incestuosa. En uno de los manuscritos iniciales del cuento, estos personajes eran hermanos, lo cual había sido leído como alusivo a esa relación”.
En los días cercanos a la publicación del cuento ocurrieron dos hechos que resultarían cruciales en la relación de Georgie con la joven traductora. “Invitó a Estela a conocer a su madre –narra Vaccaro en Borges, vida y literatura–. Seguramente ese tipo de mujer no cuadraba en los planes de Leonor Acevedo como esposa para su hijo”.
Canto recuerda en las memorias la influencia que doña Leonor ejercía sobre su hijo. “No sólo una influencia: ella daba por supuesto que intervenir en la vida de Georgie, manejarlo, era su derecho, algo normal, indiscutible, que entraba en el orden del mundo. Lo que es más, Georgie nunca cuestionó ese derecho. Ni siquiera después de la muerte de ella, cuando él tenía setenta y seis años”.
A pesar de esa poderosa “influencia” Jorge Luis Borges le pidió matrimonio. “Una noche fuimos a comer al Hotel Las Delicias, de Adrogué (...) Era evidente que Georgie quería decirme algo. De golpe él dijo con voz vacilante: «Estela…, eh…, ¿te casarías conmigo?». La frase me tomó de sorpresa. Tenía todo el aire de una propuesta matrimonial en una novela victoriana. Yo sabía que había llegado a ser muy importante para él, pero no creí que él hubiera pensado en casarse. Hasta el día de hoy no sé por qué le contesté en inglés, parte en broma, parte en serio: «Lo haría con mucho gusto, Georgie. Pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos si antes no nos acostamos»”.
Querida Estela:
No hay ninguna razón para que dejemos de ser amigos. Te debo las mejores y quizá las peores horas de mi vida y eso es un vínculo que no puede romperse. Además, te quiero mucho. En cuanto a lo demás…, me repites que puedo contar contigo. Si ello fuera obra de tu amor, sería mucho; si es un efecto de tu cortesía o de tu piedad (...) Pero… ¿a qué traficar en reproches, que son mercancía del Infierno? Estela, Estela, quiero estar contigo, quiero estar silenciosamente contigo. Ojalá no faltes hoy a Constitución.
Georgie.
Esta es la última carta que Borges le escribió. “El destino nos separó, las circunstancias, las gentes, las cosas. Pero, de una u otra manera, fuimos amigos hasta el fin”, confiesa Estela al pie de la misiva. “Nuestra amistad duró, con altibajos, hasta los últimos días de 1985. En noviembre de ese año lo vi por última vez, antes de irse de Buenos Aires a dar la forma final de su vida”.
En una entrevista publicada en el Jornal da Tarde, de San Pablo, Brasil, el periodista Eduardo Montibello le preguntó a Estela por la repercusión de Borges a contraluz. “Muchos afirmaban que era importantísimo y otros, que era una basura –recordó la mujer–. Por haber publicado las cartas y postales que Borges me enviaba, me decían morbosa, pero lo que yo quería era mostrar un Borges humano, un Borges de carne y hueso, un Borges que hasta parecía tener vergüenza de sentir amor y deseos y que el escritor no era solamente un cerebro privilegiado con un talento y una cultura ilimitados”.
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