“Estamos seguros de que podemos escuchar a los cuadros”, dice la pareja de artistas
Con tres exposiciones en simultáneo, los artistas argentinos de la plastilina Juliana Laffitte y Manuel Mendanha del grupo Mondongo están en boca de todos
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Hay olor a plastilina en el taller de Mondongo, pero está disipado. Gran parte de su obra está exhibida en museos o en preparación para ser colgada. Este año, por primera vez en mucho tiempo, tendrán tres exposiciones en Buenos Aires, casi simultáneas. Juliana Laffitte y Manuel Mendanha están rodeados de libros, imágenes y un sinfín de objetos estrafalarios (una liebre que parece embalsamada, un payasito destapador, un angelito negro). La mañana transcurre tranquila, como esas en las que se arriman a una mesa con uno de los cuadernos de pensar nuevas ideas. Ella convida puchos armados y mates con yuyos, y repasan días agitados, de ventas e inauguraciones.
Malba exhibe su homenaje a Manifestación de Berni (adquirido por Eduardo Costantini para su colección en seis cifras en dólares), y el 21 de septiembre, cuando se inaugure su nueva sede en Escobar, Malba Puertos, lo hará con otra exposición suya, donde se presentará la serie Argentina, el panorama de 45 metros de largo con un paisaje de Entre Ríos. En 2013 se expuso en el Museo de Arte Moderno formando un gran círculo. Esta vez estará deconstruido por la curaduría de Alejandra Aguado.
Compartirán sala con Luis Ouvrard, pintor rosarino nacido en 1899, amigo de Antonio Berni y uno de los grandes referentes de la pintura rosarina del siglo XX. Su figura fue rescatada del olvido por la galería Calvaresi, que le dedicó una antológica en marzo pasado.
Llama la atención de todo visitante de cierta edad un Alf original. Está sentado en un sillón y los Mondongo cuentan que es un regalo de su creador, Tom Patchett, que es su galerista en Los Ángeles. Allí, en Track 16, se exhibía hasta hace unos días la Calavera 8, una de las doce que hicieron entre 2009 y 2013, todas vendidas. Esa misma se exhibirá pronto en Buenos Aires, en Arthaus. En la sala de exposiciones de planta baja llegará esa obra procedente de Chicago, que tiene dientes de libros y va de Berni a la Difunta Correa, pasando por Fogwill y un patito de hule.
Se verá junto con la Calavera 2, que llegará de Bélgica con la historia de la humanidad vista en un televisor por los Simpson, sentados en su sillón junto con Hitler, Einstein, Saddam Hussein, Sócrates y gran elenco. Una vaca seccionada que remite a la que guardó en una pecera con formol Damien Hirst, sobre paisaje del Taj Mahal, donde es un animal sagrado. Está la obra emblemática de León Ferrari, La civilización occidental y cristiana, y también Le Déjeuner sur l’herbe de Manet. Todo eso en dos por dos metros de plastilina.
El espacio de microcentro inaugurará su terraza en noviembre con la obra El Baptisterio de los Colores, una capilla donde observar los 3276 tonos que son capaces de lograr con plastilina. Ahora están trabajando en una jaula de hilos fosforescentes, de esos que se encienden en la oscuridad. Adentro pondrán su muy conocido dólar de la serie Merca (2005) hecho con 30.000 clavos por lado, tejidos con hilo de acero: la cama de un faquir capitalista. Se verá en la sala del primer piso, junto con una serie de dibujos de animales también brillantes, Glow in the dark. Son de 2008 y se inspiran en los dibujos de los pintores y dibujantes viajeros que venían a relevar la flora y la fauna en la conquista. Van a estar en círculo alrededor del billete, detrás de un telón con luces apagadas (a veces, encendidas para cargar los dibujos).
–¿Cómo será ver Argentina por separado, ya no como un recorrido circular?
Manuel Mendanha (M.M.): –Cuando pusieron el Políptico de Gante dividido también fue interesante. Es como verlo por unidades. Al principio, me costó aceptar que se rompía el círculo, pero está bien. Será como una especie de laberinto, y te vas metiendo en cada panel en particular.
–¿Esta obra tuvo un largo recorrido?
M.M.: –Se vio en el MAXXI, Museo Nazionalle Delle Arti del XXI Secolo de Roma, estuvo en el MAR de Mar del Plata. Con los estudios para los paisajes hicimos una recorrida por Neuquén, San Juan y Córdoba.
–¿La obra sigue siendo indivisible y de ustedes?
–Juliana Laffitte (J. L.): –Los quince paneles son nuestros. Decidimos que no queríamos separarlos. Tuvimos oportunidad de venderlos en conjunto una vez en Abu Dabi, pero dijimos que no, porque no los vería nadie más. Así que decidimos guardarlos hasta que encuentre una casita que los contenga. Nuestra ilusión es que sea en la Argentina. De hecho, lo estamos guardando nosotros hace años.
–Es un esfuerzo grande también, ¿no?
M.M.: –Hay que guardarlo en algún lugar. Contratamos a Méndez (transportista y depósito especializado en obras de arte). Está cada uno en su caja y tiene todo acondicionado.
–Qué bueno que puedan hacerlo.
J. L.: –Recién ahora en la adultez tenemos esa posibilidad. Fue una decisión y es un esfuerzo también. Hicimos la serie Argentina en simultáneo con las Calaveras, y eso nos permitió quedarnos esa obra acá. Fueron cinco años. Y estuvo muy bien el equilibrio que nos daban esas dos series al trabajarlas al mismo tiempo. Las Calaveras son un trabajo minucioso, microscópico, todo lleno de conceptos que se van interrelacionando locamente. Mentalmente, ese trabajo era muy desgastante. En contraste, los paisajes eran una pausa, los trabajamos en horizontal y era una abstracción.
–¿Envejece bien la plastilina?
J. L.: –Envejece bien, sí. De repente, con los blancos sucede igual que con el óleo, se resecan un poquito más que los otros colores. Se conservan impecables. De hecho, la última vez que fuimos a Los Ángeles, Patchett tiene uno de los murales de plastilina que hicimos de Caperucita colgado en el medio de su casa desde 2005. Sin vidrio, sin acrílico, sin nada... impecable.
–¿Cómo llevan adelante tres muestras casi simultáneas?
J. L.: –No tanto, porque la de Malba termina cuando empieza Malba Puertos. Lo que pasa es que coincidieron en exposición 25 años de trabajo.
–La producción de este año es Manifestación, el remake de Berni.
J. L.: –Fueron ocho meses de trabajo. Doce horas por día, de lunes a lunes. Ese cuadro es para nosotros la cristalización de nuestro aprendizaje con la plastilina. En ese retrato múltiple están todas las técnicas que fuimos desarrollando.
–¿Podemos enumerar esas técnicas?
M.M.: –Cuando empezamos, la usábamos como los niños, haciendo chorizos y puntos. Eso se mantiene hasta el día de hoy. Después, con el paso del tiempo, descubrimos que, si calentamos la plastilina en el microondas, se derrite y la podemos usar con pincel como si fuera óleo. Después empezamos a hacer pequeños choricitos para hacer pelos, muy finitos.
J. L.: –Lo último que desarrollamos fue un pincel que tiene cerdas de alambre, muy flexible, y los hacemos en diferentes grosores. Entonces, nos permite hacer unos esfumados finísimos y con eso la plastilina pierde la cualidad de la plastilina. Hicimos un par de marinas enteramente con esos pinceles de esfumado y la gente no pregunta de qué están hechas porque dan por sentado que es óleo.
M.M.: –En realidad, los pigmentos de la plastilina son exactamente los mismos del óleo. Existen siete colores base, que mezclás de manera muy lenta. Es como un óleo lento. Por eso hicimos el Baptisterio, que es como la mesa que está acá abajo, que es nuestra paleta. Es una manera de compartir ese descubrimiento que fue para nosotros la plastilina. Y también un vehículo para estudiar el color: un círculo cromático inmersivo. Como el que hizo Johannes Itten de los doce colores, con los primarios, secundarios y terciarios, pero elevado, y con la transición de todos los colores. No hay separaciones.
J. L.: —La transición es con un gramo de diferencia entre color y color. Medio Breaking Bad, trabajamos con balanzas, con un grupo de chicas que nos ayudan que son como unos ángeles de la plastilina.
–¿Experimentaron con impresoras 3D?
J. L.: –Empezamos a experimentar para el cuadro de Manifestación por una cuestión de tiempo. Estábamos re apremiados. El cuadro es un alto relieve. Nunca habíamos usado impresora, pero hicimos una prueba y la verdad es que lo que nos devolvía era una cosa muy grosera, muy tosca, pero que nos ayudaba en algunos casos. En otros, no servía, porque en esta obra hay gente que está muerta, está nuestra hija cuando era bebé y que ahora tiene 18 años... Pero en algunos casos nos ayudó. Lo que hacemos habitualmente, por ejemplo en los paisajes, es tallar todo el volumen en telgopor sobre madera. Las ramas son estructuras de alambre o de madera. No podés hacer todo el cuadro de plastilina porque sería tan pesado que no se podría ni mover. Entonces, la estructura interna siempre es mucho más liviana. Experimentando siempre, encontramos esta solución para hacerlo más veloz porque teníamos ocho meses.
M.M.: –Algunas de las caras de la gente viva podíamos escanearlas. Después, los cuerpos están tallados según las posiciones. Todo se iba viendo sobre el pucho, según cómo iban encajando unos con otros. Es como un gran rompecabezas: el puño están en una posición en la quijada de la cara que está detrás... Fue todo un proceso de composición muy lento.
–¿Primero había que elegir el elenco?
J. L.: –Lo primero que hicimos fue elegir el concepto de nuestra Manifestación. Era muy evidente la diferencia con la de Berni, donde los manifestantes son obreros desplazados. Lo que sucede después de 90 años es que en las manifestaciones el abanico se amplificó y ahora están compuestas por una heterogeneidad absoluta. Sobre todo después del 2001, la clase media empezó a engrosar más habitualmente las protestas.
M.M.: –Entonces, cuando decidimos qué es lo que queríamos hacer, vimos que nuestro círculo de relaciones representaba esa heterogeneidad. Después de ver la manifestación que hubo a favor de la universidad pública, en abril, empezamos a trabajar con la gente que conocemos: algunos son artistas, otros son obreros, médicos, adolescentes, ancianos. La primera manifestación que hubo este año fue la del Fondo Nacional de las Artes. Vimos la noticia y la primera manifestante que apareció fue Marta Minujín, que daba a las claras el sentido de todo lo que estábamos diciendo. Cambiaba la composición de las manifestaciones. Ya no resulta extraño ver en una manifestación gente de la cultura.
–¿Con Berni ustedes tienen una fuerte ligazón hace años?
M.M.: –Berni nos abrió el camino. No solamente era provocador a través de los temas que trataba, sino también a través de la manera de realizarlos. Casi inconscientemente, su uso de los materiales nos influyó de una manera determinante. Abrió el abanico, el espectro. El material se transforma en un concepto en sí mismo que te permite componer las obras ya con una historia detrás.
–La recreación de la villa de Malba, esa instalación, desde Berni se lee como una continuidad de sus obras con chatarra. ¿Cómo fue pensada por ustedes?
J. L.: –El tema de la pobreza lo tratamos desde hace tiempo. La primera villa que pintamos fue en 2010. Es un tema que nos acompaña desde esas épocas. Y cuando surgió la idea del diálogo con Berni decidimos hacer la instalación de las casillas porque es un link absoluto con él. Nuestra realidad circundante es más que obvia en una sociedad en la que el cincuenta por ciento de la población vive debajo de la línea de la pobreza. Además, incluimos Sin pan y sin trabajo porque es el primer cuadro donde aparece la temática social en la historia del arte argentino, y cumple 130 años. Nosotros tenemos una historia de trabajo en la que nunca hemos trabajado ni como entretenedores ni como decoradores. Esa es nuestra realidad.
M.M.: –Por ejemplo, cuando hicimos el retrato que la familia real española nos encargó, lo hicimos con espejitos de colores hablando de la nueva colonización... es parte de nuestra historia.
–¿Ser un poco incómodos?
M.M.: –Nos gusta generar preguntas, en realidad. Nos sale naturalmente. Tampoco es que lo buscamos.
J. L.: –No, no lo buscamos. De hecho, después de 20 años de trabajar en este tono, que también es incómodo para nosotros, la verdad es que muchas veces cuando estamos trabajando las preguntas son las que nos acompañan a nosotros sin parar, y la perturbación y el dolor. En un momento empezamos a pensar por qué no hacer una obra con una temática más de la utopía, la felicidad, un mundo más feliz... y nunca nos salió. Excepto el Baptisterio de los colores: son los colores con el piso y el techo espejados, entonces es un infinito absoluto de 3276 colores que te envuelven circularmente. Te da un momento de paz y alegría. Esto es lo más cercano.
M.M.: –También era una manera de compartir lo que habíamos aprendido experimentando con este material tantos años. Es utópico el hecho de compartir lo que descubriste.
–Incluso los paisajes tienen esta lectura de la podredumbre que se va haciendo cada vez más densa... y representa la finitud de la vida.
J. L.: –Son bastante opresivos. Son 45 metros de recorrido. En el centro exacto aparece un poquito de paz, en donde parar, tomar aire y seguir.
M.M.: –El panel uno es una cárcava seca, que es un río que ya no tiene más agua, y el recorrido culmina en el río Uruguay. También tiene algo positivo en algún punto. El agua como fuente de vida.
J. L.: –La resurrección. O la resiliencia, que es una palabra totalmente agotada en estas épocas, pero que se ve particularmente. Es un paisaje que se inunda cíclicamente, entonces hay un montón de ramas que están casi vencidas, pero ves como de esas ramas brotan nuevas vidas. Cuando sube el nivel del río, inunda todo y tira abajo a los árboles, y cuando se retira vuelven a nacer. Hay constantes renacimientos de la vegetación.
–Esto es en Entre Ríos. ¿Ustedes pasaron un tiempo haciendo naturalismo y observación?
M.M.: –Fuimos a descansar unos días ahí. Durante todo el proceso de realización fuimos a sacar fotos, a aprender.
J. L.: –No habíamos salido de este taller por nueve años, sin vacaciones, y un amigo nos invitó a pasar un fin de semana. Y bueno, quedamos tan deslumbrados con la naturaleza y nos dimos cuenta que estábamos tan necesitados de salir de este sótano. Nuestra hija era muy chiquita, tenía dos años. Empezamos pintando un cuadro sin tener la menor idea de que se iba a convertir en lo que se convirtió. Es a cincuenta kilómetros de Gualeguaychú, en el comienzo de los humedales.
–¿Y cómo están ahora? ¿Viajan? ¿Disfrutan?
J. L.: –Estamos adultos. No es la misma energía que teníamos cuando pasábamos nueve años sin salir de acá. Somos distintos, por suerte. Porque para mí es una limitación no poder disfrutar de momentos de ocio o de salir a la naturaleza. Estamos tratando de aprender porque también cuando trabajamos tanto quedamos un poco exprimidos. Tuvimos una amiga, una poeta yanqui que nos visitó y nos pidió si podía quedarse en el taller mientras nosotros trabajábamos. Raramente, dijimos que sí. Meses después, nos dijo: “Quiero decirles algo que me quedé pensando seriamente y es que, por favor, conéctense con el sol”. Y la verdad es que me quedó retumbando eso. Es tan simple y para nosotros es tan raro. Trabajamos en un sótano en donde no sabés si es día o noche. Le decimos el casino. No tenés contacto con la luz solar, no tenés hambre, no sabés la hora ni cuántas horas llevás ahí.
M.M.: –El trabajo nuestro, por la tranquilidad que tenés, es un trabajo meditativo. Empezamos a las siete o las ocho de la mañana a trabajar. Tardamos tres, cuatro horas en entrar en el proceso de irse uno y transformarnos en una suerte de marioneta. Entonces, ayuda no saber qué hora es.
J. L.: –Pero estamos tratando de mejorar eso.
–¿En qué gastan lo que ganan? ¿En Méndez?
M.M.: –¡Sí! Y en libros, ¿y en trabajar? Nuestro trabajo requiere mucha inversión. No es un trabajo simple de hacer.
J. L.: –Estamos mega agradecidos de poder vivir de nuestra pintura. Y, después, lo que más agradecemos es poder conectarnos con las personas. Eso es por lo que siempre nosotros oramos, pedimos o invocamos: que los cuadros se conecten. Se comuniquen. Y para eso necesitamos muchas, muchas, muchas horas. Lo que decía recién: cuando empezamos a trabajar a las ocho de la mañana, entrar en el cuadro o sacar los pensamientos molestos que interfieren entre la pintura y la mano a veces se logra, a veces no. Pero nosotros ponemos toda nuestra energía ahí. Y eso lleva mucho tiempo.
M.M.: –Cuando alcanzás esos momentos es cuando yo mejor me siento.
J. L.: –Para mí es la felicidad. Cuando te das cuenta, chau, volvés a los pensamientos.
–Para llegar a eso tienen una complejidad extra, que es que ustedes son dos pintores de un mismo cuadro, que además, comparten la vida cotidiana.
M.M.: –También tenemos diferencias. De hecho, somos diametralmente opuestos. Pero pintando, cada vez menos. Pintando a esta altura ya fluye. Cada uno ya ama el estilo del otro y en ese sentido hay un entendimiento absoluto. De hecho, no creemos en la noción de autoría. Entrar en una suerte de meditación también te transforma. Creemos en una suerte de canal. Trabajando juntos somos mejores que trabajando por separado, habitualmente. A veces, no.
J. L.: –Por ejemplo, en los retratos de Manifestación, que son unos treinta, hay algunos que están solo pintados por él, hay otros retratos que están solo pintados por mí, y hay otros que cuando él terminaba o yo terminaba, mirábamos y decíamos, ¿a este le falta un poco de vos? O él me decía, ¿a este le falta un poco de vos? Le falta tu mano.
M.M.: –Eso es el entendimiento. No hay problemas. Hay años de trabajo total. Hay soluciones. Lo que sí nos toma tiempo es generar un deseo conjunto. Que los dos nos pongamos de acuerdo en un comienzo, en una idea que nos permita transformarnos en deseantes a los dos y empezar el cuadro.
–¿Lo más difícil es empezar?
J. L.: –Eso nos lleva mucho tiempo. En realidad también, con el pasar de los años, ese comienzo es cada vez más pequeño. El anzuelo que necesitamos para empezar es cada vez más pequeño. Porque ya entendimos que la clave es empezar y después el cuadro habla. Y pide o eyecta. Después de muchísimos años, nosotros estamos seguros de que podemos escuchar a los cuadros. Porque se manifiestan.
M.M.: –Un ejemplo claro de eso fue el Políptico de Buenos Aires, que está ahora en Houston, que tiene un retrato de la Villa 31 cuando se abre. Está inspirado en el Políptico de Gante. Son un montón de cuadros que dialogan entre sí y para eso tardamos cuatro años. Al ser tantos cuadros, pintamos muchas secciones muchas veces. Terminábamos una parte y decíamos, no, este cuadro no funciona, lo retirábamos y volvíamos a usarlo. Pero era el cuadro mismo el que te decía, esto funciona y esto no funciona.
J. L.: –Parece medio esotérico, místico, loco, pero la verdad es que para nosotros es así. Es muy claro a esta altura, después de 25 años de practicar.
–¿Y ahora están empezando algo o están en la etapa de ver qué pica en el anzuelo?
J. L.: –Esta confluencia de todas estas muestras nos obliga a estar ocupados con otras cosas. Terminamos el cuadro, y ¡ay, listo, ya está, ya está! Y no es así. Cuando el cuadro se cuelga empiezan a hablar otras voces que no son solamente las del cuadro. Requiere otro tipo de energía.
– ¿Cómo vivieron su primer ataque hater a propósito de la villa adentro del Malba?
J. L.: –Nosotros no lo hicimos pensando en que la gente entre y tenga la experiencia de una villa porque eso es imposible. Es una obra, primero. Y los haters, la verdad es que me parece bien que se manifiesten. Lo que sucede con la gente que supuestamente está en contra de esto es que todas las críticas, en general, terminan con preguntas.
M.M.: –Lo que nosotros queríamos es que genere preguntas, que genere debate, que nos pongamos a pensar la realidad que nos circunda. Es difícil de sobrellevar corporalmente, pero es interesante que suceda. Y, por otra parte, la relación con el público no fue esa, en general. Esto es un círculo pequeño que va por redes sociales, que tiene una superioridad moral que dice lo que está bien y lo que está mal. Pero cuando vos te acercás, ves al público cómo se relaciona... Otra de las cosas que escuché es que la gente se saca selfies. Cuando yo voy la muestra no veo a la gente sacándose selfies. Estamos acostumbrados a que la gente se saca selfies en cualquier situación, en un velorio, en cualquier lado. Y una manera fácil de atacar es decir que es un lugar para que se saquen selfies. La gente se hace selfie en todos lados. Hablemos del tema que estamos planteando.
J. L.: –Otra cosa que señalan es que en estas casillas que hicimos están llenas de detalles bellos. Esa gente evidentemente nunca ha pisado una villa porque adentro de las casas de la gente humilde está lleno de belleza. Son prejuicios basados en la ignorancia: la gente humilde no se lava la cabeza, no se peina y todas sus cosas son feas. Y no es verdad.
M.M.: –Para hacer esto estuvimos recolectando cosas buscando especialmente la belleza. El artista Hoco Huoc nos ayudó mucho en esta instalación.
–¿Fue un trabajo colaborativo?
J. L.: –Fue una manifestación en sí misma del trabajo en todo sentido. A toda la gente que vino a posar le sacamos fotos y les pedíamos solamente una cosa, que era que hicieran un recorrido con la mirada para después poder elegir: han puesto el corazón a un alto nivel de entrega. Después, con nosotros trabaja Pilar Fogwill, que nos ayuda a hacer las paletas de colores, súper importante. Nacho es un amigo que viene muy a menudo, y nos ayuda a hacer todas las cosas de la computadora para ir montando en 3D. Silvi, que es la productora, es como nuestra madre. Fede es el carpintero. La pintura la hacemos nosotros, y también es una suerte de colectividad.
–¿Qué seguirá ahora?
J. L.: –Nosotros necesitamos que termine este año. Yo me tengo que curar de un dedo que me lastimó un gato justo ahora. Me hizo ¡cac! acá y se me lastimó un tendón. En este momento yo no podría trabajar con la plastilina. Estoy pintando en pastel allá adelante. Cuando tengo un recreo de Mondongo, siempre hago mis cosas y él mientras hace sus cosas. Me voy al pastel, al óleo o a la carbonilla.
–Manuel, y vos ¿con qué descansás?
M.M.: –¡Con plastilina! Estoy experimentando cosas nuevas, formales, para después.
–¿Cómo se llevan con los vecinos? ¿Saben de ustedes?
J. L.: –Sí y no, y pasan cosas. Junto a la vereda hay un localcito y ahí pinto, hago mis pasteles, mis cosas. Nos permite a nosotros separarnos físicamente, para que cada uno pueda airearse del otro y pensar. Tiene una vidriera y dejamos una especie de instalación. Y hay una mamá con dos niñas chiquitas que desde hace un montón de tiempo yo escucho que cada vez que pasan siempre al mismo horario (que debe ser el de la escuela) se arma una batahola, una excitación total. Entonces, el otro día salí a ver qué pasaba. Y me contaba la mamá que a una escultura de una mujer gigante que hay ahí le dicen la bruja: “¿Vos sabés que la bruja les deja regalitos acá en el dintel de la ventana?”. O sea, esa mamá les deja regalitos cuando las va a buscar. Y ahora yo también. Las niñas viven una fantasía re loca. Yo les cambio a veces los cuadros.
Agenda de un año intenso
- Manifestación: en Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, CABA. Hasta el 30 de septiembre.
- Argentina, en Malba Puertos, Puertos, Belén de Escobar. A partir del 22 de septiembre.
- El Baptisterio de los colores y serie Glow in the dark, en Arthaus, Bartolomé Mitre 434, CABA. A partir de noviembre.
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