“Es puritano pensar que hobby y dinero son excluyentes”: el experimento educativo que une finanzas, arte y filosofía
Hace 14 años, Emiliano Chamorro fundó el Instituto Baikal, que hoy tiene unos 2000 miembros en 20 países y donde los talleres de liderazgo se dan la mano con Borges, el Dante o Elon Musk
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Diez cabezas extraordinarias en un monoambiente en Santa Fe y Agüero. Ninguno puede decir quién es y, en ese anonimato que premia las ideas por sobre las credenciales, discuten una vez por semana sobre las recién nacidas criptomonedas, las perspectivas de la física cuántica o una relectura de Borges. Estamos en 2010 y este grupo de confabulados inaugura el Instituto Baikal.
Catorce años después, Baikal es un experimento educativo en plena ebullición. Los encuentros grupales crecieron como en la frase de Hemingway, primero gradualmente y después de golpe. En 2017 el fundador de Baikal, Emiliano Chamorro (que estudió formalmente derecho y finanzas, e informalmente filosofía, literatura, historia, psicología y ciencias del comportamiento), decidió dejar el departamento de Barrio Norte, comprar un edificio en Villa Crespo y prestarle atención exclusiva a este proyecto. Hoy vive en España, desde allí sigue al frente del Instituto y, durante un breve paso por Buenos Aires, conversa con La Nación.
–Dejaste todo para dedicarte a Baikal.
–No, convertí a Baikal en el lugar donde hago todo.
Todo en este caso es mucho. Lunes, inversiones. Martes, filosofía. Miércoles, inteligencia artificial. Jueves, mercado del lujo e intangibles. Viernes, la Divina Comedia de Dante Alighieri. Los 2000 miembros que tiene Baikal en 20 países participan de cursos sobre temas disímiles y contrastantes, muchas veces combinados, que se mezclaron antes en las lecturas de Chamorro. El taller de liderazgo de 2025, por ejemplo, va a combinar ideas del filósofo griego Epícteto con ideas de Elon Musk y Jeff Bezos.
–Tal vez la característica más saliente de Baikal sean esos cruces singulares.
–Las instituciones educativas en general están pensadas para responder a la demanda. En cambio, en Baikal estamos cocinando para nosotros mismos: para comer, no para vender. A mí me interesa la filosofía y también las finanzas. En la vida no está todo tan compartimentado. En los orígenes de las universidades, tampoco. Oxford, cuando nació, era más parecido a Baikal que a lo que es hoy. Creo que hay una falacia. Mucha gente piensa que las riquezas son excluyentes; que hay que elegir entre la riqueza cultural, la económica, la social o hasta la espiritual. En Baikal decimos que queremos todas, y no hay una sábana corta. Si pensamos en términos de expandir la civilización, cuantas más riquezas de todas esas, mejor. Pero en muchos lugares de la sociedad, donde se busca construir una riqueza se desprecia la otra. Muchas veces en ámbitos económicos se desprecia la riqueza cultural, en ámbitos culturales se desprecia la riqueza económica.
–¿Hay un valor en la combinación de esas riquezas?
–Es como la escena de la película Ratatouille cuando el protagonista come un queso, y después prueba romero, y le suma un champiñón. Cada uno tiene su sabor, pero cuando los mezcla aparece algo más que los tres sabores, aparece una cosa nueva. Baikal en eso es como una banda de música: hay grandes profesores solistas, pero cuando se juntan suenan mejor.
–La música y la comida parecen buenas metáforas porque en Baikal se habla mucho del disfrute. Incluso se habla del trabajo como algo asociado al placer.
–Hablamos mucho del valor de los hobbies. Creo que hay que tratar de tener hobbies “de generación”, y no solo de consumo. Si tu hobby es estar tirado en una cama mirando TikTok, es un hobby de consumo. Ahora, si en algún momento empezás a hacer videos para TikTok pasa a ser de creación. Y si encima le sacás el puritanismo de pensar que hobby y dinero son excluyentes, ese hobby se transforma en un camino muy fuerte para tener un trabajo que ya no se sienta como un trabajo. Es más bien vivir de tu hobby.
"Creo que hay que tratar de tener hobbies “de generación”, y no solo de consumo. Si tu hobby es estar tirado en una cama mirando TikTok, es un hobby de consumo. Ahora, si en algún momento empezás a hacer videos para TikTok pasa a ser de creación"
–Esa idea se planteó mucho en un curso que diste con Santiago Bilinkis, donde cada uno representaba un modelo distinto de emprendimiento: él hablaba de cómo crear una startup, y vos de otro tipo de empresa, más vocacional.
–Santiago es alguien a quien respeto mucho, pero tenemos visiones completamente opuestas en un montón de temas. Como somos muy amigos, dijimos: vamos a dar un curso juntos y que llegue la sangre al río, tirémonos con todo. En ese curso se contrastaron dos visiones: la de Silicon Valley, de tener inversores y escalar muy rápido, y la mía que es mucho más orgánica –como de hecho es Baikal–, que tiene que ver con transformar un hobby en algo que se va expandiendo y toma toda tu vida. A mí me gusta eso. Mi familia participa mucho de lo que hago. No creo que tengamos que trabajar de nueve a seis en algo que no nos gusta y después tener un hobby. Tampoco creo en la idea de work-life balance. Para mí es todo lo mismo. Cuando uno inventa algo que le encanta, se desdibuja la necesidad de un equilibrio. Querés llevar a tus amigos, a tu familia y meter todo eso mismo en tu casa.
–¿Cómo describirías este otro modelo de emprendimiento que proponés?
–En realidad es el modelo más tradicional. Lo que pasa es que nuestra época puso el foco en las startups. Lo que propongo es el camino del aprendiz que hacía carteras en el siglo XIX, que le vendía a sus vecinos, y después a un conde, y al rey, hasta que se hizo famoso, y terminó creando una marca que es Louis Vuitton. Es un artesano en su casa, sin financiación, que convierte un oficio en una organización.
–Tal vez lo que agregaste es pensar que ese modelo puede ser tan ambicioso como el de una startup.
–Es que hay una receta para que eso sea grande: el negocio inicial tiene que tener buenos márgenes y tiene que definir bien en qué reinvertirlos para generar crecimiento. La diferencia entre un artesano que sigue siendo artesano toda la vida y un artesano que termina construyendo una organización muy grande es el diseño financiero de lo que está haciendo. Jeff Bezos, el fundador de Amazon y de Blue Origin, dice que la capacidad de un emprendedor se define en cómo invierte sus primeros 200 mil dólares. Pero se aplica también a los primeros 200 dólares de alguien que vende tortas: las tiene que vender a un precio que le deje más dinero que el que necesita para vivir, y esa diferencia invertirla en sumar un empleado, o comunicar en una red social, o alguna otra cosa que le permita hacer crecer su hobby. En Baikal yo vivo de mi hobby. En la secundaria, los profesores nos preguntaban qué queríamos hacer de grandes y con mis amigos decíamos que queríamos que nos paguen por leer. Bueno, ahora hago eso. Lo que pasa es que no es solo leer sino también contarle a otros lo que leí, agregarle otros elementos y unirlo con la experiencia. Es una relación de ida y vuelta entre la biblioteca y la calle.
–Hay una combinación de lo intelectual y lo práctico en Baikal. Se cita al emprendedor influencer Naval Ravikant y al filósofo Gilles Deleuze, a veces en la misma frase.
–Elegimos qué citar con dos filtros: que nos sirva o que nos guste. Si algo sirve, bienvenido. Y si algo gusta, bienvenido también. No tiene por qué ser las dos cosas a la vez. Si a mí me interesa algo que dijo Deleuze, aunque no sirva para nada, es tema de Baikal. Porque hay un placer en consumir eso. Es un tema de discrecionalidad del gusto. No citamos grandes nombres por el hecho de que sean grandes nombres. Es otra forma de desinflar toda esa cuestión de autoridad que fue tan fundacional en Baikal, porque yo quería evitar que las ideas se valoren de acuerdo a quién las decía, y también quería espantar a todos los que vinieran para hacer networking. De hecho escribí un primer manifiesto que decía que el networking era un daño colateral.
–¿Eso sigue siendo así?
–Sigue siendo así. Pero a la vez se genera mucha cercanía entre los participantes. De pronto me entero de que alguien que vive en Chile se hospedó en la casa de otro miembro que vive en Londres. Pero es un resultado emergente.
"En Buenos Aires hay una combinación de intelectualidad con calle y con hambre, en el sentido de ambición. Es una mezcla rara, de la que surgen cosas muy fértiles."
–En medio de esa internacionalización de Baikal vos te fuiste a vivir a España. ¿Qué diferencias encontraste?
–La Argentina es un país efervescente, en transición, con todo lo bueno y lo malo que tiene eso, España es un país mucho más rico, más formal. Si uno va a hablar con alguien, pesa mucho quién sos y qué medallas tenés, más que lo que tengas para decir. Es todo más jerárquico. Y yo creo que las organizaciones más interesantes, las que le están dando forma a nuestro mundo, buscan que las decisiones no se tomen jerárquicamente, sino en base a lo que tenga más sentido. Es un cliché, pero lo dijeron Jeff Bezos –cuando pide que en las reuniones primero hable el más junior–, y Steve Jobs o Jensen Huang, el fundador de Nvidia. El CEO habla último, porque si no la jerarquía mata cualquier idea nueva que pueda surgir de los demás.
–Baikal tiene raíces en esa irreverencia argentina. ¿También en la tradición intelectual de la clase media porteña?
–Sí, totalmente. Esa idea se me acentuó viviendo en España. Cuando cuento Baikal a gente de otros países, en general primero no entienden qué es, y cuando lo entienden dicen: eso solo puede haber nacido en Buenos Aires.
–¿Por qué?
–En Buenos Aires hay una combinación de intelectualidad con calle y con hambre, en el sentido de ambición. Es una mezcla rara, de la que surgen cosas muy fértiles. Hace 500 años tal vez Florencia era así, hoy no. Florencia es hermosa, pero ahora no está pasando nada. En Buenos Aires hoy –y en las últimas décadas– pasan cosas. Es un lugar efervescente. Y también ayuda que tenés una muy buena audiencia.
–¿Tienen razón las bandas de rock que dicen que somos el mejor público del mundo?
–Sí. Para recibir a la Selección salimos cuatro millones de personas en una ciudad de tres millones. No sé si nos gustan más las cosas pero somos más demostrativos y eso tiene un efecto en quien hace cosas. Ayuda mucho ser recibido con fervor.
"Para invertir hay que entender el mundo, la sociedad, los mercados. Desde qué va a querer hacer la gente dentro de diez años, hasta qué cambios habrá en sentido filosófico o qué va a pasar con China. Las finanzas pueden parecer un mundo inaccesible, pero no lo son"
–Otra cosa que notaste viviendo en España es que cambió tu uso del tiempo.
–Creo que cuando uno quiere hacer cosas creativas, inventar cosas, es importante tener períodos largos de tiempo sin interrupción. En general somos muy vulnerables a las interrupciones. Uno lee un mail o un WhatsApp, y entra en una lógica totalmente reactiva. Como el equipo de Baikal está en Buenos Aires y yo en Madrid, ahora tengo cuatro o cinco horas de diferencia que me dan la posibilidad de evitar el ritmo de las urgencias y dedicar toda la mañana a leer, o a pensar cursos para dentro de dos años. Eso no lo podía hacer acá.
–En Baikal se enseña a invertir y a entender el mundo de las finanzas como una forma eficiente de usar el tiempo y poder dedicarse a otros temas que nos interesen. Esa mezcla también es infrecuente.
–Sí. Obviamente en una sociedad en la que mucha gente no llega a cubrir las necesidades básicas, tener un trabajo que pague las cuentas, aunque sea horrible, está visto como algo positivo. Sin embargo, podemos aspirar a más. Hay otras opciones. Por un lado, tenemos la alternativa de crearnos un trabajo que sí nos guste, a través de los hobbies, como veníamos hablando. Y la otra es tener un ingreso pasivo. Eso da libertad para usar el tiempo en cosas que no implican necesariamente pagar las cuentas mañana. No hace falta ser trillonarios, sino ser dueños de nuestro tiempo para hacer lo que queremos, siguiendo al hedonismo, los viajes, la cultura o lo que cada uno prefiera. Esa idea de libertad económica es un componente fuerte de lo que hacemos en inversiones. Después termina pasando que es muy divertido. Entonces hay gente que empieza a invertir buscando esa libertad económica, pero después se engancha porque se le vuelve intelectualmente desafiante.
–¿En qué sentido es un desafío intelectual?
–Para invertir hay que entender el mundo, la sociedad, los mercados. Desde qué va a querer hacer la gente dentro de diez años, hasta qué cambios habrá en sentido filosófico o qué va a pasar con China. Las finanzas pueden parecer un mundo inaccesible, pero no lo son. No son para millonarios, ni para economistas. Con un poco de tiempo se pueden entender las coordenadas básicas, y con un poco más de tiempo y entusiasmo se pueden hacer diferencias económicas significativas.
–Hay un ciclo en Baikal que se llama Invertir jugando. ¿Qué es?
–Muchas veces nosotros como consumidores o profesionales tenemos un montón de información sobre cosas que nos gustan o conocemos en serio, pero no la usamos para invertir. Si sos médico, muy probablemente conocés un medicamento nuevo que está funcionando bárbaro con tus pacientes, pero no estás invirtiendo en la compañía de biotecnología chiquitita que lo produce. Sin embargo tenés mucha más información que los expertos de Wall Street que van a ver eso dentro de cinco años cuando las ganancias lleguen al balance. Lo mismo aplica si viajás mucho y te gusta una aerolínea nueva, una cadena de hoteles o de restaurantes. La idea de esta filosofía es invertir en lo que te gusta, lo que te es familiar, porque tenés una ventaja que nadie aprovecha.
–El año que viene van a hacer foco en inversiones que crucen IA y biología…
–La lógica es que, cuando nació Internet, eso posibilitó que nacieran empresas como Google, Meta o Amazon, en las que podríamos haber invertido cuando eran chiquitas. Ahora está empezando la era de la inteligencia artificial y la historia nos enseña que seguramente no la lideren Google, Amazon y Meta, sino otras empresas que hoy son chiquititas, o están naciendo o van a nacer en los próximos años, y dentro de unos años o décadas van a ser gigantes. Es muy difícil saber cuáles son, pero tiene mucho sentido económico prestarle atención a esa evolución. Porque uno puede equivocarse un montón de veces, pero con tener razón en alguna el resultado puede ser gigantesco. Es algo muy asimétrico. Entonces en el “Club de inversores” de Baikal miramos mucho eso.
–Esa idea de asimetría viene de los libros de Nassim Thaleb, que es uno de los autores más citados en Baikal, tal vez junto a Daniel Kahneman, Warren Buffett y algunos más. Me gustaría plantearte algunas frases o ideas que se escuchan seguido en Baikal y que las puedas explicar a grandes rasgos. La primera es: solo hacen falta 100 personas a las que les guste mucho lo que hacés.
–¡En realidad son 50! La clave es que los proyectos tienen muchas más chances de funcionar si le gustan mucho a pocos que si le gustan poco a muchos. Porque los seres humanos tenemos muchas defensas contra que nos quieran vender algo. Si vos me querés vender algo, ya no lo quiero. En cambio somos mucho más susceptibles a que nos contagien. Si un amigo fue a un lugar y la pasó bárbaro, yo quiero ir también. Por eso es muy importante que el primer público de un proyecto sea entusiasta, y contagie a otros. Eso es publicidad que los proyectos al comienzo no pueden pagar. No se trata de una recomendación, sino de que otro te vea disfrutar.
–Más un vista a vista que un boca a boca.
–Exacto. De hecho, la principal vía de ingreso a Baikal es a través de gente que ya viene, y su familia o sus amigos se preguntan “¿qué es eso que lo tiene tan enganchado?” Es como cuando pasás por un bar y ves gente que se está divirtiendo. Querés entrar. Te contagia.
–¿Qué creés que contagia de Baikal?
–En parte es la idea de buscar lo que a uno le interesa de verdad, la esencia de las cosas, en vez de la superficie o el resumen. Una cosa es decirle a ChatGPT que te resuma un libro y otra cosa es pedirle a alguien que de verdad entiende el libro que destile su esencia. En Baikal vamos por ahí. El motor de todo son las ganas de aprender. Ese es el punto en común. Después te puede interesar aprender de cosas increíblemente diversas. Nos pasa mucho que hay gente que entra, por ejemplo, por el curso de cultura japonesa de Anna Kazumi Stahl y termina en el club de inversores; gente que viene para aprender a invertir y termina en un curso sobre estoicismo. Escuchás por ejemplo a Alejandro Patat (NdR: un especialista en literatura italiana de la Universidad de Siena) y el tipo más allá de sus credenciales ama Italia, y eso te contagia. Me parece que contagiar y ser contagiado es mucho más potente que aprender y enseñar.
–Otra frase que se escucha en Baikal: hay que escaparse del trabajo falso.
–Muchas veces pensamos que el ocio es negativo, y es todo lo contrario. Como dice Bertrand Russell, el último saber es saber qué hacer cuando no tenemos nada que hacer. El problema es que nos llenamos de trabajo que no genera nada.
–¿Por ejemplo?
–Una persona escribe un informe para que otra persona lo lea. Los dos sienten que están trabajando, pero eso no produjo nada. Warren Buffett, el inversor más importante de la historia, lo llama imperativo institucional. Dice que si vos ponés suficiente cantidad de gente en una organización, todos terminan trabajando para los otros y nadie trabaja, nadie genera nada. Entonces la pregunta no es si una trabaja o no, sino si está generando algo que valga la pena para el tiempo que le está dedicando.
–Otra frase relacionada con esto: no hay que delegar, hay que abdicar.
–Esa también es de Buffett. Tiene que ver con el cliché de la gente que dice que no sabe delegar. Y cuando les preguntás ¿tu equipo es bueno? Te dicen, no, la verdad es malísimo. ¿Y cuánto le pagás? No, les pago horrible. Entonces no es que no saben delegar, es que no tienen a quién delegar. La cuestión no es aprender a delegar, sino aprender a construir equipos en los que sea obvio que hay que delegar.
–¿Y entonces sí, abdicar?
–Exacto, es abandonar toda supervisión y delegar todo el poder, como un rey que abdica. Como dice la película del Hombre Araña: un gran poder viene con una gran responsabilidad.
–Otra idea que se menciona mucho en Baikal: tenemos que ser un monopolio de nosotros mismos.
–El punto de esa frase es que nadie puede competir con nosotros en ser nosotros mismos. Por definición, somos únicos. Pero muchas veces nos queremos estandarizar. Si soy odontólogo, abogado, psicólogo, soy uno más, y es muy difícil generar valor económico así. Ahora, si realmente desarrollás un conocimiento específico, una especialidad, te van a buscar a vos. No van a querer ir con cualquier otro, sino con vos. Eso te transforma en un monopolio, en el sentido de que tenés una propuesta de valor diferenciada. Si lográs construir algo que la gente quiere y que sólo vos podés hacer de esa manera, eso vale mucho.
–Esa diferenciación ¿suele surgir de cierto cruce biográfico, de los temas que fueron atravesando la vida de una persona?
–Sí, de las cosas que solo uno puede mezclar, de su historia, de sus intereses, de su particularidad.
–La última frase es de Deleuze y vos la citás mucho: hay que vivir al acecho.
–Esa frase me encanta. La dice Deleuze en una entrevista en la televisión francesa, donde le preguntan por la palabra “cultura” y le piden que desarrolle. Y él, en un estilo muy francés, resopla como enojado y dice: “No me interesa la cultura. Es gente hablando y hablando, y viajando para seguir hablando. No me interesa para nada”. Entonces la entrevistadora, que escucha esa respuesta de una de las personas más cultas de Francia, le dice, “pero usted va a todos los museos, a todas las exposiciones, a las obras de teatro…”. O sea, usted está en el centro de la cultura parisina integrada. Y ahí Deleuze usa esa palabra. Dice que él no va a esos lugares a ver quién hizo un cuadro, va porque está “aux aguets”, al acecho. Dice que está construyendo su propia filosofía y no va al teatro para entender la obra, sino para que la obra le dé cosas a él, para lo que él está construyendo.
–¿Y eso cómo funciona en Baikal?
–Les decimos a los que vienen que usen esa lente de Deleuze: no se trata de construir erudición, no tienen que aprender lo que alguien dice en una clase, sino que tienen que estar al acecho de lo que a ellos les interese y les sirva. Si en una clase de cuatro horas encontraron una idea que les hizo cambiar por completo la forma en la que trabajan o en la que piensan, todo el resto lo pueden tirar a la basura. En general, todos prendemos muy pronto la máquina de juzgar. Nos decimos que estamos de acuerdo o en desacuerdo con lo que escuchamos. Los que lean esta nota van a pensar con qué están de acuerdo, con qué no. Pero esa, a mi criterio, no es la mejor manera de aproximarse a las ideas. No importa si estoy de acuerdo o no. Importa lo que me sirve, lo que voy a usar para construir algo. El resto es irrelevante.
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