Envidia, vanidad, soledad: el duro oficio del influencer
Una madre tratando de convencer a sus hijos de 6 y 8 años de participar en un registro casero en video. Pretende (¿necesita?) vestirlos con ropas que ella había seleccionado especialmente para la ocasión. Los niños se oponen. Berrinche, llantos. La madre se siente frustrada, los presiona... “Había demasiado en juego”, evoca hoy Shannon Bird.
Fue el momento exacto en que, ella identifica, empezaron sus propios cuestionamientos como madre de pequeñas estrellas de internet: los compromisos comerciales (en este caso, una marca de ropa que presentaba su colección navideña 2019) permitían sostener un nivel de vida con vacaciones, marcas de lujo, comidas en restaurantes caros pero… ¿Qué infancia es esta? ¿Vale la pena?, se preguntó la madre que había invertido tiempo, dinero y esfuerzo familiar en construir la popularidad digital de sus hijos en el momento inicial de las redes sociales. Los efectos nocivos de la fama digital, la incipiente explotación comercial informal, la mirada sobre esas actividades caseras como trabajo infantil y hasta el concepto de “creador de contenido” todavía no existían.
La historia de Shannon, una célebre mom influencer, se lee en el libro Swipe Up For More –La vida sin filtro de los influencers por dentro–, publicado en los Estados Unidos la semana pasada por la autora Stephanie McNeal. Y es el primero que se enfoca justamente no sólo en la popularidad digital sino en contar pormenores, repleto de testimonios, de cómo se vive detrás de los likes y los canjes por ropa. El detrás de escena de una vida idílica, atractiva, envidiada. El fragmento se titula “Cuando los niños famosos de internet crecen, las cosas se vuelven más complicadas”.
La más reciente ficción de Delphine de Vigan, Los reyes de la casa, editada por Anagrama a fines de 2022, aborda el mismo asunto: un thriller policial ambientado en el contexto narcisista de una madre y su relación obsesiva con la fama, popularidad, capacidad de influencia y generación de dinero de sus pequeños hijos. Y cómo ellos, al crecer, se vinculan con esa infancia transmitida en vivo.
También la semana pasada se estrenó una serie documental titulada La era de la influencia (The Age of Influence, Hulu). Son seis episodios producidos por ABC News en los que se enfoca en el lado oscuro de esa popularidad, en casos de estafas, abusos de confianza, mentiras en las que la ambición o la fachada proporcionada por el negocio de la reputación en redes sociales es central. Y se suma a Inventing Anna, basado en la usurpadora de personalidad de Anna Delvey Sorokin, y a los pormenores promocionales del fallido festival Fyre (ambas en Netflix).
La genealogía del fenómeno atraviesa las últimas dos décadas desde que la palabra youtuber, en 2006, fue incorporada como neologismo por el diccionario de Oxford. Las disfunciones (desde enfermedades y ataques de ansiedad, hasta los efectos de un negocio basado en la persona y la personalidad) empiezan a ser motivo de preocupación: los casos de depresión o burnout se multiplican… y se amplifican en las mismas redes en un asunto en el que se mezclan algoritmos, grandes compañías tecnológicas y un negocio millonario depositado en individuos, estimulado por la admiración o el atractivo, pero también la envidia, la vanidad y las debilidades.
Casi como una respuesta, Desconexión, un viaje personal por internet (lanzado esta semana en español por la editorial Alpha Decay) es una colección de textos de Roisin Kiberd que busca reflexionar sobre el efecto de nuevas situaciones y estados emocionales de nuestra vida integrada a internet. Tras haber dedicado años de su vida a trabajar en empresas tecnológicas, y muchas horas, como todos, a participar de vínculos a través de las redes sociales, decide bucear en busca de respuestas sobre logros y costos. Y trata de ir en profundidad a partir de su propia experiencia: “El uso que damos a la tecnología nos está cambiando, y lo hace con unos efectos que todavía no alcanzamos a entender”.
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