Entretelones de “El abrazo partido”, la película que llevó el Once al mundo
Se cumplen 20 años del mejor retrato audiovisual de un barrio porteño que combina culturas y comercio; su director, Daniel Burman, y su protagonista, Daniel Hendler, ofrecen delicias del rodaje
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Entre el humor y el absurdo, una de las escenas memorables de El abrazo partido ocurre en las calles del Once: dos comerciantes acuerdan una competencia para resolver una deuda entre ellos. El desafío: cada uno debe elegir a un changarín para correr 100 metros llanos desde Tucumán y Uriburu cargando cajas. El que gana define si la deuda se paga en pesos o en dólares. Pero en el medio de la carrera con público irrumpe el papá del protagonista de la película, quien no ha visto a su hijo desde que éste era bebé, y entonces el que sale lanzado como una flecha es él, escapando de la figura del padre abandónico.
“Había urgencia, imprevisión y la decisión de tomar la calle e insertar la ficción en el barrio, algo que hoy sería imposible de hacer”, reflexiona el director Daniel Burman sobre su película estrenada hace exactamente veinte años, ganadora de importantes premios (entre ellos dos Osos de Plata en el Festival de Berlín), que se exhibió en 40 países y que marcó una época en el cine nacional. “Yo ya había hecho tres películas antes, pero cuando vi El abrazo... terminada, dije: ‘yo quería hacer algo así’. Me dio mucha confianza, y aunque nunca imaginé la repercusión y los premios, me pareció milagroso todo lo que sucedió con ella”.
El lugar elegido para la entrevista es una geografía que Burman conoce a la perfección: el barrio de Once (o Balvanera, si nos atenemos a la información catastral). En un bar lindero a la Sociedad Hebraica Argentina –locación donde se rodaron algunas escenas–, se sienta frente a su actor fetiche Daniel Hendler, protagonista de aquella y otras tantas películas. Como si fueran experimentados futbolistas, ambos juegan de memoria con un guiño, una mirada cómplice, un chiste. “Recuerdo que Burman estaba muy entusiasmado con la idea de filmar el Once. Yo no conocía el barrio, pero durante la filmación entendí esa excitación, porque hizo jugar el caos a favor con la cámara en mano, los exteriores, la fotografía. Se generaba una gran adrenalina”.
Con el eje en la relación padre-hijo (o en la ausencia del vínculo), la película parte de las observaciones del director. Una serie de personajes fascinantes convive en una galería multicultural de comercios: está la familia italiana que se comunica a los gritos, la pareja coreana con el feng shui, los primos judíos que venden telas y el protagonista Ariel (Daniel Hendler), que ayuda a su madre Sonia (la enorme Adriana Aizenberg) en el local de lencería, mientras tramita la ciudadanía polaca para radicarse en Europa. Para la filmación, Burman eligió una galería en Lavalle entre Azcuénaga y Larrea, frente a un templo, que estaba abandonada y que fue reconstruida especialmente.
“Yo viví muchos años en esta zona y siempre sentí admiración por el mundo del comercio. En las galerías todo se vuelve exponencial, con reglas, sobreentendidos y códigos. Trabajan héroes cotidianos. Eso me marcó mucho, pero no lo quise abordar como algo exótico, sino con realismo”, explica el director.
El film reunió a un elenco de artistas de trayectoria, como Adriana Aizenberg, Jorge D’Elía, Rosita Londner, Salo Pasik y Norman Erlich, con jóvenes que daban sus primeros pasos en el cine, como Juan Minujín, Sergio Boris, Melina Petriella, Diego Korol o el mismo Hendler, y se sumaron actores amateurs surgidos de la convocatoria de un casting. Algunos de los protagonistas estarán presentes junto al director Burman y al productor Diego Dubcovsky en la proyección especial que se realizará el miércoles próximo, a las 20, en el Cine Gaumont, con entrada gratis, celebrando los veinte años del estreno.
Hoy, con la perspectiva del tiempo, Burman y Hendler evocan los entretelones de las siete semanas de rodaje en 2003. Al principio de la entrevista los recuerdos surgen a cuentagotas, pero luego brotan a borbotones.
Entre los hitos, está la anécdota con Norman Erlich, quien en medio del rodaje avisó que debía ausentarse porque había conseguido un trabajo en un crucero en Miami. Desde el guion resolvieron el dilema sin conflictos: su personaje, el rabino Benderson, se va del país porque le salió un trabajo en un templo en Miami. “Cuando Norman vino a contarme que se tenía que ir en plena filmación por otro trabajo, solo atiné a preguntarle: ‘¿Pagan bien?’. ‘Mucha guita’, me respondió. Entonces le dije: ‘Listo, lo resolvemos’”, rememora el director. “La película se fue amoldando a la realidad en todo sentido. Tuvimos un montón de situaciones así”.
–¿Cómo era la atmósfera en la filmación?
–Burman: Yo estaba siempre en movimiento. No tengo recuerdos de sentarme frente al monitor. Mi primer hijo, Eloy, que aparece en la película, tenía 2 años y pasaba de brazo en brazo mientras yo corría de un lado a otro. La película tiene algo de eso: la acción permanente.
–Hendler: En esa época yo fumaba mucho y como en la galería no se permitía el cigarrillo, trataba de resistir sin fumar. Esos nervios, esa irritación, están presentes. Además, rodábamos en fílmico, en Súper 16, por lo que prender la cámara no era como hoy con una camarita digital. El celuloide corría y había que generar una complicidad muy grande para que se produzca la magia.
–Burman: Coincido con lo que decís, porque la gente más joven que nunca trabajó con fílmico no puede entender lo que es vivir con el ruido del celuloide, que además es muy costoso. Le daba un vértigo aún mayor al rodaje.
–¿Entre ustedes hubo sintonía desde el comienzo?
–Burman: Totalmente. Ya habíamos hecho juntos Esperando al mesías. Ahora lo siento como un par, pero en esa época lo veía mucho más joven (risas). Hablando en serio, Daniel siempre fue un actor muy plantado en su posición frente a los personajes. Muchas veces cambié mi punto de vista respecto de escenas a partir de charlas que tuvimos.
–Hendler: Vos me dabas un lugar importante en el rodaje...
–Burman: Yo no tenía ningún pensamiento de corrección política y Hendler era un adelantado total hace veinte años, una suerte de Inadi. Yo le decía que no molestara cada vez que opinaba, pero después lo pensaba y me daba cuenta que tenía razón. Al final le preguntaba: ¿esto te parece muy fuerte?
–¿Fue difícil articular a los actores consagrados con los amateurs?
–Burman: Hubo una figura clave, Natalia Urruty, quien trabajó conmigo en dirección. Ella salió a buscar actores por lugares insólitos y en grupos de teatro del Once. Todos convivían con la misma energía. También me ayudó mucho Hendler con los actores no profesionales. Él tiene una enorme paciencia: excedía su labor de actor protagónico, les hablaba y permitió que todo fluyera.
–Hendler: Yo era un aliado desde el elenco para que él pudiera ser libre.
–Burman: El único momento de la filmación que siempre vivo con tensión es cuando tengo que darles indicaciones a los actores, porque es muy difícil transmitir las sensaciones para que el otro las entienda, es una dialéctica compleja. En El abrazo… fue la primera vez que disfruté ese momento.
La trilogía de Ariel
Junto a Esperando al mesías (2000) y Derecho de familia (2006), la película formó parte de una celebrada trilogía de Burman: en los tres films el protagonista se llama Ariel (que va cambiando el apellido: Goldstein, Makaroff y Perelman), encarnado por Hendler, como una suerte de alter ego del realizador. El abrazo… es la historia de un joven judío que se debate qué hacer con su vida mientras indaga en su padre que viajó a Israel para pelear en la Guerra de Yom Kipur en 1973, que terminó viviendo allí y que no volvió más al país. “La identidad es la única temática que me interesa, porque me parece suficientemente densa e inabarcable para hacer películas toda la vida”, asegura Burman. “Es una película sobre la identidad, más allá del fresco de una época y de un lugar. Acá hay una encrucijada y un camino bastante atípico para resolverla”.
–¿Por qué atípico?
–Burman: Porque la recompensa es el abrazo del padre, medio abrazo en todo caso, porque él es manco. Hoy, los parámetros de las plataformas de películas son diferentes: todo tiene que pagarse muy bien, el espectador tiene que irse muy lleno y hay que prometerle algo muy apetitoso y además el postre. En ese sentido, el film habla de un pequeño corrimiento que hace el actor principal de la posición subjetiva con respecto a su padre y quizás ahí empieza a ver el mundo de otra manera, pero no lo sabemos porque termina la película. A mí eso me gusta mucho: ese medio abrazo. Quizá yo en ese momento no lo sabía, pero adoro contar historias en las que los actores hacen pequeños movimientos que para ellos son como el paso de un astronauta en la luna. Volví a ver el film y me pareció que no había envejecido tanto.
–¿Cómo funcionó esta película frente a “Esperando al mesías” y “Derecho de familia”?
–Hendler: Me arriesgo a decir que en las tres películas Burman hurga en universos propios y cuenta cosas que vivió de cerca. El abrazo... es donde más se mezclan la realidad pura y la fantasía extrema de inventarse esta historia de ausencia entre padre e hijo, que va más allá de algún punto de contacto con su vida. Es cruda y a la vez fantasiosa. Quizá las otras dos son más realistas, pero El abrazo... tiene esa particularidad: es como una fábula mezclada con el caos urbano del Once.
La película dio la vuelta al mundo. Realizada como una coproducción con España, Francia e Italia, recibió el primer espaldarazo en el Festival Internacional de Cine de Berlín, la Berlinale. “Viajamos a Alemania antes del estreno. La primera proyección fue muy fuerte: venían los productores con una tarjetita de presentación porque querían llevarla a diferentes países. Empezó a tener interés inmediato para ser distribuida”, recuerda Burman.
Pero el verdadero Día D fue cuando se conocieron los ganadores de los premios. Por primera vez en la historia, una película argentina recibía en 2004 dos distinciones del jurado en un festival de esta envergadura: el Premio Especial del Jurado al film y el Oso de Plata al mejor actor para Hendler. “Tomé real dimensión de lo que significaba el premio cuando le conté la buena nueva por teléfono a mi mamá –rememora entre risas el actor uruguayo–. En la misma terna estaba Robin Williams. Mi madre, discreta y austera, nunca andaba diciendo en Montevideo que su hijo se dedicaba a la actuación. Ese día invitó a sus amigas, abrieron un whisky y bebió tanto que terminaron llamando a una ambulancia porque se sintió mal”.
–¿Esperaban el premio?
–Burman: Para nada, no éramos favoritos. Ya representaba un milagro estar ahí. Fue un momento muy importante. No me olvido más que a Hendler le dio la distinción la genial Frances McDormand [Fargo, Nomadland, Tres anuncios para un crimen], mientras le decía, como si fuera una desconocida, ‘yo también soy actriz’. Después la película ganó muchos premios internacionales y se proyectó en cuarenta países.
–Hendler: Los premios abrieron puertas. Mucho público en el mundo empezó a ver cine argentino por El abrazo…. Fue el ejemplo de una película que es virtuosa en todo sentido. Generó trabajo, valor y exportación.
-Burman: Estoy muy contento de volver a proyectar la película el miércoles con el equipo en el Gaumont, que en este momento tiene un significado importante. Yo filmé películas comerciales que se distribuyeron en cien salas, pero nunca dejaron de pasar por este cine, porque ahí el público tiene acceso a precios populares. Me acuerdo de estar en la puerta viendo emocionado a la gente que entraba.
–Hendler: No se puede dejar de pelear por el cine argentino. Con la rentabilidad directa e indirecta, no se comprende cómo a alguien se le ocurre detener a esta industria. El abrazo… es producto de un semillero en el que algunas películas tuvieron más repercusión que otras. Sería como plantear que en el fútbol no hay que invertir en las inferiores porque solo dos de cada diez jugadores llegan a primera división. El cine argentino es una industria con valor y sentido.
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