En un histórico palacio se construyó una de las mayores bóvedas del mundo para exhibir las joyas de la corona portuguesa
Las piezas estuvieron dispersas e inaccesibles al público por siglos. La colección está compuesta por más de mil objetos únicos que exceden el millón de euros, lo que impuso medidas de seguridad especiales, como las puertas de acero de entrada y los cristales a prueba de balas
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LISBOA- La historia de Portugal está marcada por el trágico terremoto que sufrió la ciudad de Lisboa, el 1 de noviembre de 1755. Las crónicas de la época relatan que el día de celebración de Todos los Santos, el suelo comenzó a temblar cerca de las 9.30 de la mañana y tragó, sin discriminar, iglesias, castillos, bibliotecas, templos, al Teatro de la Ópera y las más disímiles viviendas. Una densa nube de polvo envolvió y oscureció la ciudad. El fuego de los incendios y las inmensas olas del mar lo arrasaron todo. “Entró con espuma, rugiendo y se precipitó hacia la orilla con tal energía que corrimos de inmediato para salvar nuestras vidas tan rápido como pudimos”, escribió el reverendo Charles Davy en sus memorias como constancia de la destrucción. El sismo que tuvo una magnitud estimada entre 8,5 y 9 en la escala Ritcher, causó la muerte de miles de personas e impulsó una nueva forma de pensar y una nueva ciencia.
El trágico relato está ligado a la historia del Museo del Tesoro Real de Lisboa (MTR), una “caja fuerte” valorada en millones de euros que ocupa el ala oeste del histórico Palacio Nacional de Ajuda en el distrito histórico de Belem [una bóveda de 40 metros de largo y 10 metros de alto, organizada en tres plantas].
El sismo que está marcado en cada rincón de Lisboa, se llevó consigo el Palacio Real da Ribeira, que estaba justo al lado del río Tajo, en la plaza moderna de Terreiro do Paço. En su interior se encontraba la biblioteca real compuesta por 70 mil volúmenes, los registros históricos detallados de las exploraciones realizadas por los primeros navegantes, como Vasco da Gama, así como cientos de obras de arte, incluyendo pinturas de Tiziano, Rubens y Correggio.
“El rey José I, fortuitamente desplazado a Belém ese trágico día, vio su capital sacudida por el sismo, inundada por un tsunami, y posteriormente reducida a cenizas por un enorme incendio”, reconoció João Carlos dos Santos, director general interino de Patrimonio Cultural en una de las presentaciones en las que anunció los trabajos para dar vida al Museo del Tesoro Real de Portugal.
Los libros de historia dicen que el rey José I traumatizado, rehusó vivir bajo un techo firme durante el resto de su vida y trasladó la Corte a su “Real Barraca”, edificios construidos ‘a prueba de terremotos’ – estructuras de entramado de madera–, a las afueras de la capital arruinada,
“Después del sismo la realeza decidió instalarse aquí, lejos del río y en una zona menos expuesta a la actividad sísmica”, comenta Paula Oliveira, directora ejecutiva de la Asociación de Turismo de Lisboa.
Cuando Juan VI, nieto del monarca, se hizo con la regencia 40 años después, la Familia Real seguía viviendo en esas instalaciones de maderas por lo que el mandatario decidió poner buena parte de la fortuna de las colonias portuguesas a disposición del arquitecto portugués José de Costa e Silva y del italiano Francisco Javier Fabri, quienes proyectaron una versión gigante del Reggia de Caserta, la mayor residencia real del mundo. Las obras comenzaron y debieron ser suspendidas en 1807. La invasión napoleónica forzó la huida de la Familia Real a Brasil.
Poco a poco el imperio fue perdiendo fuerza y poder económico. Sin fondos suficientes, sucesivos arquitectos redujeron el proyecto a la mitad de lo originalmente previsto; aun así, a finales del siglo XIX apenas tres cuartas partes del Palacio estaban en pie. El regicidio de Carlos I, penúltimo rey de Portugal, y la proclamación de la República dos años después, parecieron poner punto final a la iniciativa.
El palacio que se encuentra en uno de los barrios más emblemáticos de Lisboa nunca llegó a terminarse tal como lo imaginaron. De estilo neoclásico, la construcción mantuvo su ala oeste inacabada durante más de dos siglos. De gran valor histórico, el edificio blanco fue la última morada de los monarcas de Portugal, la dinastía de los Bragança, antes de la llegada de la república en 1910. El palacio tuvo sus puertas cerradas hasta 1968, cuando finalmente las abrió al público como museo. Además de ser una de las instituciones museísticas más importantes, el Palacio Nacional de Ajuda es escenario de los eventos ceremoniales oficiales y actos solemnes de la Presidencia de la República. También sirve de sede de la Biblioteca Nacional da Ajuda y del Ministerio de Cultura.
Fue en 2018 que se iniciaron las obras de recalificación del edificio en las que se integró la reconstrucción del ala oeste [inversión aproximada de 31 millones de euros] donde se instaló la bóveda del Museo del Tesoro Real. Es importante recordar que, por más de cuatro siglos, Portugal fue un gran imperio al conquistar y controlar extensas regiones en gran parte del mundo.
La bienvenida al Museo del Tesoro Real la dan dos puertas de acero de cinco toneladas y 40 centímetros de grosor. En este museo se exhibe una colección con más de mil piezas únicas compuesta por las joyas de la Corona portuguesa entre los siglos XVII y XX.
Hasta 2022, las obras estaban dispersas e inaccesibles al público. El valor de las piezas, algunas exceden el millón de euros, impuso medidas de seguridad especiales, como las puertas de acero y los cristales a prueba de balas que resguardan la colección en los tres niveles.
La muestra está integrada por raras y valiosas joyas, insignias y condecoraciones, monedas, piezas de joyería civil y religiosa como la corona, el cordón esmeralda de la reina madre de Portugal Mariana Victoria de Borbón, la caja de tabaco encargada por el rey José I al orfebre del rey de Francia en el siglo XVIII. Joyas que representan una de las colecciones más importantes del mundo, ya sea por su tamaño, rareza, calidad y procedencia. El grupo de las “Joyas de la Corona” era propiedad del Estado, con su usufructo reservado a los soberanos en ejercicio. Creado en 1827, tras el proceso de partición de D. João VI, estuvo al servicio de los sucesivos monarcas hasta la instauración de la República, en 1910, y se completa con las joyas expuestas en el espacio denominado “Insignias Reales”.
Diseñada en once secciones expositivas diferentes, la colección, tal como indica Paula Oliveira: “ayuda a conocer la historia de Portugal a través de numerosos objetos y símbolos de poder. Los bienes, muchos de ellos, son únicos, raros e históricos. Además, se incluye una enorme cantidad de piedras preciosas (más de 22.000), entre ellas, la segunda pepita de oro más grande del mundo, por lo que es muy difícil estimar el valor real de la colección”.
La primera parte está dedicada a “Oro y diamantes de Brasil” compuesta por ejemplares en bruto de los metales y piedras preciosas que simbolizan dos importantes monopolios de la Corona: la extracción de oro y diamantes en este país. Desde su llegada a Brasil, en 1500, los portugueses buscaron oro y piedras preciosas, pero fue a finales de 1600, que descubrieron los poderosos yacimientos de oro en la región de Minas Gerais. La fiebre del oro trajo a la región a innumerables exploradores, aventureros y explotadores que, mirando el terreno, pronto encontraron los ansiados diamantes en cantidades enormes.
En la segunda sección está expuesta el conjunto de monedas y medallas de la Corona, muy utilizadas por las casas reales como instrumentos y soportes de propaganda, prestigio y poder. Las joyas del Palacio Nacional da Ajuda y joyas de las antiguas colecciones privadas de los diferentes miembros de la realeza portuguesa de entre los siglos XVII y XX, están exhibidasen la tercera sección. En la cuarta se muestran las órdenes honoríficas y reúne un conjunto de objetos que dan testimonio de las relaciones internacionales de la corte portuguesa.
Las insignias reales ocupan la quinta sección. Entre estos objetos rituales que jugaban un papel crucial en la ceremonia de llegada al trono de los monarcas destacan la corona, el cetro, el manto o el misal. La sexta sección está dedicada a los objetos en plata tallada de uso civil; la séptima, a las antiguas colecciones privadas del rey Fernando II y su hijo Luís I, con piezas de platería antigua coleccionadas por ambos monarcas.
En la octava sección se exhiben los obsequios diplomáticos. Al igual que los tratados y acuerdos, los obsequios diplomáticos constituyen parte y expresión de estas relaciones, con su respectiva carga de significados y simbolismos. En la historia de la diplomacia portuguesa fueron notables las relaciones entre D. João V y la Santa Sede, que desembocaron, en particular, en la elevación de la Capilla Real a la dignidad de Iglesia Patriarcal en 1716 y, en 1748, en la concesión por Benedicto XIV del título de “Fielísimo” al soberano, afirmando la paridad diplomática de los Reyes de Portugal frente a los monarcas español (católico), francés (cristiano) y austriaco (apostólico).
Los objetos pertenecientes a las ceremonias religiosas se exhiben en el noveno sector con el nombre “Capilla Real”, se trata de una selección de utensilios y objetos litúrgicos. Las capillas reales fueron, a lo largo de los siglos, escenario de grandes ceremonias en las que se exaltaba la devoción católica y el poder real, marcando las fechas del calendario litúrgico, así como las celebraciones asociadas al pueblo real.
Como testimonio único se puede observar, en la décima sección, la vajilla más suntuosa del siglo XVIII. Encargada por el rey D. José I al orfebre François-Thomas Germain, en junio de 1756, la vajilla se conserva casi en su totalidad. Un video recrea los suntuosos servicios de mesa en las celebraciones de las cortes europeas de la época. Diseñado para servir al “estilo francés”, debía componer sobre el “escenario” de la mesa, planificados y simétricos, los sucesivos conjuntos de magníficas obras de orfebrería.
Resulta más que curioso el tesoro que acompañaba al rey en sus viajes. Joyas, textiles y plata que fueron parte de la travesía oceánica que llevó a la familia real a Brasil, tras las invasiones francesas.
El robo perfecto
En 2002, el Museo Municipal de La Haya, en Países Bajos, montó la exposición “El diamante: del crudo a la joya”, en la que reunía piezas de las casas reales de Francia, Países Bajos, Inglaterra y Portugal. En ese escenario se perpetró el mayor robo contra el patrimonio histórico de Portugal. En solo 40 minutos un grupo de ladrones se hizo con el motín de siete de las piezas que pertenecían a la corona lusa, entre ellas un diamante de 135 quilates, un bastón de oro con diamantes y una gargantilla con 32 brillantes. Las joyas robadas siguen sin ser recuperadas. Los seis millones de euros que Países Bajos pagó por el seguro de las piezas, se utilizaron para costear el sofisticado mecanismo de seguridad del Museo del Tesoro Real.
El Imperio portugués llegó a extenderse a África, América y Asia. Instaló colonias en países como Brasil, Angola, Mozambique, China y Japón. Los europeos dominaron el comercio, la política, y la religión. Los primeros pasos del imperio surgieron como parte de la exploración para acceder al oro de África occidental y después al comercio de especias de Oriente. Es reconocido también por ser el único imperio que llegó a tener su sede fuera de la metrópolis cuando el monarca portugués y su corte se instalaron en Brasil. Además, fue el primero en participar en el comercio transatlántico de esclavos para el Nuevo Mundo. Uno de los capítulos más dolorosos de la historia.
En 1975 con la independencia de Angola y Mozambique se consideró finalizado el que supo ser un poderoso imperio. Solo permaneció en poder de Portugal el enclave de Macao, que fue devuelto a China en 1999.
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