Eleanor Macnair, la artista británica que juega con plastilina y sorprende al mundo
Reversiona fotografías icónicas y expone en grandes museos; “disfruto sin pretensiones”, detalla
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Durante la década del 50, el fotógrafo Robert Frank –suizo emigrado a Nueva York–recorrió por carretera los Estados Unidos, capturando el costado más gris y melancólico de la nación con su Leica. Prologadas por Jack Kerouac, las instantáneas se publicaron con el título The Americans, y dieron que hablar: contrastaban con la imagen que proyectaba en el cine y la publicidad el país del norte, de impostada felicidad tras el desastre de la guerra. Trolley forma parte de esta serie emblemática: muestra un tranvía detenido que, sin subrayados, denota el racismo de la época. En los asientos delanteros, personas blancas; en el medio, niños, mientras que hombres y mujeres afro ocupan las últimas butacas...
La pieza, registro elocuente de su tiempo, es una de las más de 400 fotografías de distintas épocas, continentes y estilos a las que la artista británica Eleanor Macnair se ha encargado de dar relieve de peculiar manera: desde hace una década, ella recrea con plastilina imágenes que –por razones estéticas, sociales o políticas– se han convertido en un documento valioso de la historia.
Así, utilizando los colores brillantes y la suave consistencia de las masas para niños llamadas Play-Doh, Macnair modela su desinhibida, juguetona versión de, por ejemplo: un joven Oscar Wilde posando teatralmente para Napoleon Sarony, célebre retratista del XIX; las Gemelas Idénticas de Diane Arbus, estampa icónica de la mirada entre curiosa y compasiva de la genial neoyorkina sobre personas fuera de norma; de André Breton y sus amigos surrealistas –Salvador Dalí, Paul Éluard, Jacques-André Boiffard, Suzanne Muzard– en las fotos que, muy divertidos, se tomaron nada más inaugurar el primer fotomatón (pequeña cabina para obtener instantáneas) parisino… Fotos de la francesa Claude Cahun, la alemana Loretta Lux, el estadounidense Gordon Parks, la inglesa Gillian Wearing, el japonés Kishin Shinoyama, entre muchas otras figuras, también son trasvasadas por Eleanor a plastilina.
De todo como en botica se puede encontrar en la selección de quien esculpe con un modesto set de herramientas: apenas un cuchillo, una tabla de cortar y una botella de vino –vacía– que oficia de rodillo. Macnair trabaja por las noches, cuando su hijo de 5 años va por el quinto sueño y su trabajo diurno (como agente de prensa de galerías, editoriales, artistas) está en pausa. Lo hace con las manos frías para maniobrar mejor la endeble materia que, al cabo de unas horas, se seca, empieza a desmoronarse. Asimismo, ella tiene especial cuidado de que ninguna suciedad se le adhiera a esta plastilina (muy recomendada como elemento lúdico para niños porque ayuda a desarrollar la creatividad y la motricidad fina, y que, curiosamente, fue inventada con otros fines, para limpiar el hollín de los empapelados).
A la mañana siguiente, con luz natural, Eleanor fotografía la recreación en el patio de su casa. Su obra vivirá exclusivamente como imagen, porque ya toca desmontar las pequeñas esculturas, de terminación deliberadamente rudimentaria, que ella compara con “un teléfono descompuesto”. Pero muy exitoso: sus recreaciones se han exhibido en prestigiosas galerías de Europa, los Estados Unidos, Gran Bretaña –incluida la National Portrait Gallery de Londres–; sus redes amasan miles de seguidores; su primer libro –Photographs Rendered in Play-Doh, de 2014– permanece agotado. Y ahora, hace apenas unas semanas, salió Whilst the World Sleeps, editado por RRB Photobooks, que puede ordenarse online y reúne decenas de sus piezas experimentales, algunas inéditas.
“Se trata de una visión loca y aleatoria de la historia de la fotografía”, comenta sobre el flamante libro esta dama alérgica a toda forma de solemnidad, cuyo tributo ¿irreverente? busca despojar a las imágenes de su estatus icónico. Con las mejores intenciones, claro: bajarlas del pedestal para acercarlas al gran público, despertando su interés para que las miren con ojos nuevos. Así lo aclara quien, desde su hogar en Stroud, Inglaterra, conversa con LA NACION, echando luz sobre un trabajo que, desde el humor y la inocencia, simplifica las formas esenciales de fotografías y, con paleta limitada, las reinventa.
–Has mencionado que una de las metas detrás de tu obra es cuestionar cómo se juzga el arte cuando no está emperifollado con jerga rimbombante, su costo de producción es bajísimo y la autora no ha recibido formación tradicional…
–Te pongo un ejemplo. Cuando yo era chica, en la casa de mis padres había una reproducción colgada de un cuadro de L.S. Lowry. Mi mamá –que creció cerca de Manchester, donde este pintor inglés trabajaba– adoraba su obra porque reflejaba paisajes y personajes que ella reconocía, que le recordaban a su infancia. Sin embargo, aquí en Reino Unido, las pinturas de Lowry han sido menospreciadas constantemente por la crítica que, con marcado esnobismo, las tacha de menores, sostiene que “no es buen arte”. Entonces, ¿quién tiene razón? O, aún más, ¿importa realmente? Hay muchos casos de este estilo en la escena, de piezas tenidas por “altas” y otras tildadas de “bajas”. Lo que yo trato de hacer es zarandear las jerarquías, jugar con las categorías.
–Picasso creía que los niños eran genios creativos por naturaleza dada su manera espontánea y desprejuiciada de ver el mundo, que iba diluyéndose a medida que crecían porque la sociedad los formateaba. Trabajar con masas, típico juguete de infancia, ¿ha reavivado tu propia capacidad de juego y asombro tan ligados a la niñez?
–Me ha mostrado cuán entretenido es el proceso creativo, que disfruto sin pretensiones. También me ha hecho entender que contar con tiempo, espacio y recursos es un privilegio. Tengo un trabajo full-time y soy madre soltera, así que –como podrás imaginar– los ratos libres escasean. Mis obras son producidas en momentos robados, a altas horas de la noche, mientras el resto del mundo duerme o mira Netflix. Pero sí, es cierto que a medida que crecemos, vamos perdiendo el impulso y el tiempo para hacer algo porque sí, sin una razón práctica o utilitaria que lo justifique. También decae la confianza en nuestra propia inventiva; nos juzgamos con demasiada severidad, nos suponemos incapaces de crear. Más aún cuando involucra el trabajar con nuestras manos y a ritmo pausado, un gesto casi contracultural en esta época vertiginosa en la que estamos constantemente pegados a las pantallas del teléfono y la computadora. Quizá por no haber estudiado formalmente ni historia ni teoría del arte, mi proyecto surge de un lugar simple, sin ínfulas, despejado de preconceptos. Además, modelar con materiales para chicos le quita hierro al asunto: si meto la pata, no pasa nada.
–Has estado exhibiendo tus piezas en galerías y museos de renombre, donde habitualmente presentás tus obras organizadas como series: sobre artistas surrealistas, personas sosteniendo carteles, gente con los ojos bien cerrados, pájaros y sofás…
–Al principio simplemente recreaba imágenes que me parecían interesantes y que quería compartir con la gente para que recordara o conociera a tales o cuales fotógrafos y sus obras originales. Con el paso de los años, empero, comencé a notar ciertos patrones en las fotos que elegía; tópicos recurrentes que evidentemente han atraído a autores de distintas épocas y estilos; como mencionabas: pájaros, sofás, etcétera. Pronto entendí que si mi proyecto iba a continuar, necesitaba evolucionar de algún modo, así que empecé a producir series que contaran historias alternativas dentro de la historia grande de la fotografía, estableciendo conexiones entre piezas de períodos y géneros diferentes que, de alguna forma, invitan a reflexionar sobre qué tienen de cautivantes estos temas y estas fotografías. Hoy día, todavía estoy recreando imágenes de pájaros, las criaturas más cercanas a la pureza, capaces de sobrevolar un océano con el estómago del tamaño de una habichuela. También, fotos de personas sosteniendo afiches, socorrido recurso en protestas ¿Pueden mis obras, aparentemente naif, hechas con plastilina para niños, ser obras políticas? Cada cual tendrá su respuesta. Por mi parte, pongo en foco cómo carteles muestran los mismos mensajes una y otra vez a través de los siglos, a veces con frases ingeniosas y efectivas de vigencia apabullante.
–Tras diez años, habrás reunido una colección variopinta de masas para modelar, que hidratás cuidadosamente para seguir reutilizando. ¿Son de uso compartido con tu hijo?
–Debo tener alrededor de 200 potes que guardo en cajas de manzanas recicladas, algunos comprados hace casi diez años. Como los colores van cambiando con el tiempo, mantengo un “archivo” de plastilinas del pasado con buenas tonalidades. Así las cosas, debo decir que he gastado muy poco en este proyecto, prueba de que lo importante es la idea, no los materiales: se pueden hacer piezas artísticas con elementos baratos, que se consiguen en el supermercado. Mi hijo en ocasiones me ayuda a desmontar las figuras una vez que las he fotografiado en el jardín de casa, pero no está realmente interesado en jugar con masas; su pasión actual pasa por las aves y los fósiles.
–Con plastilina, has reproducido una amplia variedad de fotografías de artistas y fotoperiodistas notables. De las más de 400 que has recreado con los años, ¿alguna que destaques?
–Una de mis preferidas es el retrato del artista francés Jacques-André Boiffard, que forma parte de una serie de imágenes que los surrealistas se tomaron en el primer fotomatón de París, a poco de que inaugurara en la década de 1920. Me parece encantador cómo se entretenían y jugaban estos artistas con los últimos desarrollos tecnológicos, y cómo sus retratos de fotomatón, pequeños y baratos, terminaron ganando tanta relevancia que hoy integran importantes colecciones de museos como el Pompidou, en París. También es especial para mí el autorretrato que Nan Goldin se sacó un mes después de que su pareja le diera una paliza. Tuve dudas respecto de esa imagen; no sabía si recrearla o no en plastilina. Temía que se pudiera interpretar como una trivialización de la violencia doméstica, pero al final me animé sabiendo que es un testimonio crucial de una forma de violencia frecuente sobre la que hay que hablar, ni ocultar ni mirar con vergüenza, además de ser un claro ejemplo del arte no complaciente. De mis trabajos, es uno de los que más ha dado de qué hablar. Incluso llevada a plastilina, la imagen inquieta, incomoda al público.
–Una vez que terminás cada escultura, la desarmás en menos de 24 horas ¿Cuán difícil es destruir tu trabajo a poco de acabarlo?
–Esa naturaleza efímera las convierte en algo precioso para mí. Digamos que aplica el mismo cliché sobre la belleza de los atardeceres, las mariposas, las flores: que existan por un período breve los vuelve especiales.
–¿Qué es lo más difícil de modelar con plastilina?
–Es un material que demanda celeridad, a diferencia de un cuadro que podés seguir trabajando durante meses, incluso años. Las figuras humanas en general llevan tiempo; tengo que apresurarme para terminarlas antes de que se sequen y desmoronen, y después están los detalles… Las sonrisas, por ejemplo, me cuestan porque no se transmiten únicamente con la boca, sino también con la mirada.
–Además de lanzar el fotolibro, recientemente has expuesto en galerías de Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos ¿Qué sigue en este 2024?
–En este preciso momento, tres obras mías están colgadas en una exposición grupal, ¡junto a Picasso!, en la muestra Home Sweet Home, que inauguró días atrás en el Kunstforum Ingelheim, en Alemania. Todavía se me hace raro que estas piezas hechas en una vieja mesa por la noche se presenten en un contexto tan serio, pero la vida te da sorpresas. Por lo demás, no tengo grandes planes: seguir trabajando y compartiendo mis obras en redes para que hagan su camino. Si el trabajo sigue siendo de interés para otros, genial, pero cuando ya no lo sea, habré llegado más lejos de lo que hubiera podido imaginar cuando empecé a jugar con plastilina.
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